Horizontes Perdidos [Lost Horizon] (1937) de Frank Capra

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Creo haber dicho ya en alguna ocasión que a veces las películas fallidas de un director son tan interesantes (o incluso más) que sus grandes logros artísticos. Porque en esos errores se pueden encontrar las debilidades o indecisiones del cineasta, o percibir cómo a veces sus rasgos de personalidad no siempre acaban bien integrados en sus obras.

No obstante, si estoy definiendo a Horizontes Perdidos (1937) como una obra fallida no es ni mucho menos porque crea que sea floja, de hecho me parece un muy buen film. Creo que es fallida en tanto que no cumple las expectativas creadas por el propio Capra y  porque su producción resultó tan problemática que le provocó numerosos problemas con su estudio.

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Una de las grandes razones de ser de Horizontes Perdidos es esa ambición de muchos directores de querer legitimarse con una gran obra maestra. Eso es algo que viene desde la era muda, con cineastas como el cómico de slapstick Larry Semon intentando ganar respetabilidad con una fallida versión de El Mago de Oz (1925); hasta la era contemporánea, como demostraron los repetidos intentos de Spielberg por dejar atrás la etiqueta de director de simple entretenimiento – véase El Color Púrpura (1986) o El Imperio del Sol (1987) – hasta dar con la tecla adecuada en La Lista de Schlinder (1993). El gran error en muchos de estos casos es creerse esa concepción tan anticuada de que hay géneros mayores y menores, y que hace falta pasar por un prestigioso drama para ser un gran cineasta. El propio Capra acababa de filmar una de las mejores comedias de la historia del cine – Sucedió una Noche (1934) – y otra de un nivel excelente – El Secreto de Vivir (1936). Realmente no tenía nada que demostrar.

No quiero decir, obviamente, que un cineasta no tenga derecho a ampliar sus horizontes y probar con otros géneros, pero en el caso de Capra él mismo admitiría que lo que ansiaba en esos años era crear su gran obra maestra que demostrara que era un director de primer nivel, no solo de comedias. Resulta por cierto una curiosa coincidencia que su primer intento en ese respecto compartiera con Horizontes Perdidos la temática oriental: La Amargura del General Yen (1933).

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Centrándonos en esta obra, aquí el inseparable (no por mucho tiempo) guionista de Capra, Robert Riskin, partía de una novela en que un célebre oficial británico, Robert Conway, llegaba por accidente a un misterioso lugar oculto entre las montañas del Himalaya: Shangri-la. Lo que él y sus acompañantes descubren les deja boquiabiertos: un paraíso en la Tierra, un valle donde el clima es bondadoso y la gente vive de forma pacífica. Robert acaba descubriendo entonces que no han llegado ahí por casualidad, ya que el gran Lama planea que sea su sucesor con una misión en mente: preservar la paz en Shangri-la para que cuando la civilización emerja de las terribles guerras que la autodestruirán pueda ayudar a reconstruir un nuevo mundo mejor. Casi nada.

Para la realización de esta película, Capra empleó un presupuesto mucho mayor del que podía permitirse un estudio como la Columbia, causándole numerosas disputas pese al prestigio del que gozaba. Si eso fuera poco, el primer montaje era de unas seis horas que, dado lo inviable que resultaba, acabó reducido a tres horas y media. Finalmente tras unos primeros pases de prueba desastrosos se acortó a dos horas y cuarto. Seguramente el film ganó en su versión reducida, pero por el camino pasó de ser la gran epopeya de Capra de seis horas a ser otra gran película de poco más de dos.

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Ciertamente, a juzgar por la versión que nos ha llegado hoy día, cabe reconocer que a nivel de realización Capra hace un trabajo absolutamente extraordinario: escenas tan proclives a quedar algo desfasadas como el accidente de avión siguen funcionando bien, y todos los escenarios en la nieve y en Shangri-la no dan la sensación de ser reconstruidos o de partir de localizaciones diferentes. En ese aspecto Capra consiguió su propósito de demostrar que era uno de los mejores directores de Hollywood. Fíjense lo bien que sabe manejar tanto las escenas de actores (planos largos dándoles manga ancha para interactuar) como las más espectaculares en el Himalaya, donde realmente transmite la sensación de peligro y riesgo. O la forma como va alternando del mensaje más serio del film con detalles más humorísticos para suavizar un poco su tono trascendental (aquí, es de justicia decirlo, debemos resaltar una vez más a Riskin).

Y por si no les quedaba claro que Capra estaba jugando todas sus cartas posibles para que el film fuera realmente grande, echen un vistazo al reparto: el papel protagonista para un infalible actor de prestigio como Ronald Colman (de hecho el rodaje se retrasó expresamente para contar con él) y entre los pequeños papeles humorísticos tenemos a dos de los mejores secundarios de la historia de Hollywood, Edward Everett Horton y Thomas Mitchell. Capra jugaba sobre seguro.

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Con todos estos ingredientes, ¿qué es lo que hace pues que Horizontes Perdidos no sea una obra maestra? De entrada, que no existe una fórmula infalible para crear una. Aunque todos los ingredientes sean de primer nivel a veces el resultado es «simplemente» una muy buena película. Sería fácil reprocharle el tono tan naif del film con ese mensaje pacifista y esperanzador, pero me inclino a no usarlo en su contra, y más en un contexto como el de finales de los años 30, tan convulso a nivel político. Sencillamente en conjunto no funciona tan bien como películas más modestas y redondas como Sucedió una Noche (1934). De hecho, Horizontes Perdidos en ocasiones tiene más de leyenda que de film de Hollywood. Tal es así que llega un punto en que casi ya no hay conflicto y el argumento debe apoyarse en la subtrama del hermano de Robert. ¿Quién sabe si con su duración original se incidiría aún más en ese tono más contemplativo, dedicado a mostrarnos la belleza de Shangri-la y su mensaje moralista, o si en realidad se potenciaría más su tono de película convencional mostrándonos algunas sombras de ese paraíso? – ¿por qué por ejemplo el personaje de Maria insiste tanto en escapar de un sitio tan idílico?

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Quizá Horizontes Perdidos sea una película que ha envejecido peor que otras de Capra por combinar su mensaje tan moralista con una trama que tiene más de fantástico que de terrenal. Nos es más fácil identificarnos con los pobretones que intentan ser felices a su sencilla manera que con un extraño gran Lama que aspira a traer la paz al mundo. Quizá Capra y Riskin pecaron un poco de ilusos al dejarse llevar por el mensaje, pero el resultado sigue siendo muy bueno.

En taquilla desafortunadamente el film no tuvo el éxito esperado y tardó años en recuperar su desmesurado coste. Capra, para su siguiente proyecto, apostó sobre seguro con una comedia más barata de producir que ya había funcionado previamente en teatro, y que además contaba con un reparto estelar: Vive Como Quieras (1938). A nivel artístico y comercial acabó resultando mucho mejor. Su siguiente proyecto sí que lograría por fin estar a la altura de sus ambiciones, quizá porque en él supo combinar una trama de gran envergadura con todos los rasgos de su estilo personal: Caballero sin Espada (1939). Esta vez sí, creó su gran drama clásico que le elevaría a lo más alto.

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