En el que fue uno de los momentos más inolvidables de la carrera del director brasileño Glauber Rocha, éste concedió una rueda de prensa en el Festival de Venecia de 1980 para quejarse de que su película La Edad de la Tierra (1980) no hubiera sido galardonada. Llegando aún más lejos, Rocha arremetió contra la vencedora, la excelente Atlantic City (1980) de Louis Malle, y con otras de las contendientes como Gloria (1980) de John Cassavetes. Rocha, obsesionado con la idea del imperialismo norteamericano, veía en el hecho de que la película de Malle hubiera triunfado un signo de como las garras de esta poderosa nación abarcaban incluso hasta los festivales de cine europeos, atacando también a un cineasta tan independiente y sui generis como Cassavetes calificándolo como un director convencional que se revestía a sí mismo de independiente. Rocha de paso se quejaba de que los cegatos miembros del jurado y la crítica no hubieran sabido reconocer una obra como la suya, que era innovadora y proponía algo nuevo que ellos no habían sabido apreciar.
Más allá del entrañable acto de egocentrismo que todo esto entraña, debemos entender también el papel que estaba asumiendo Rocha en la época y cual creía que era su función en un evento internacional de ese calibre. Rocha, al igual que otros cineastas surgidos de lo que se conoce como los cines periféricos, llevaba toda su carrera reivindicando que los autores del Tercer Mundo fueran también escuchados y tuvieran un espacio en un universo mayormente ocupado por los países del Primer Mundo. Con La Edad de la Tierra, Rocha se propuso la ambiciosa meta de crear una monumental obra que capturara la esencia de lo que era Brasil en todos sus aspectos. Era literalmente un último grito furioso contra la situación del país, pero también contra las desventajas que seguían sufriendo los cineastas periféricos para darse a conocer en el resto del mundo. Que no fuera premiada esta obra en que Rocha literalmente lo puso todo, fue más de lo que el cineasta pudo soportar.
En general me resultan muy interesantes aquellos films de cineastas con un estilo claramente reconocible en que éstos llevan sus características al extremo, hasta las últimas consecuencias, a veces incluso hasta la abstracción, como por ejemplo Playtime (1967) de Jacques Tati, Inland Empire (2006) de David Lynch o el caso que nos ocupa. Inspirado por el asesinato del cineasta Pier Paolo Pasolini, Rocha planteó La Edad de la Tierra como una obra experimental en que lo más parecido que tenemos a una narración es la llegada de cuatro Jesucristos a Brasil (uno indio, otro negro, otro militar y otro revolucionario) para detener al capitalista americano Brahms. Pero realmente esto es lo de menos, porque la película en realidad es un collage de diferentes escenas que se suceden sin ningún orden aparente ni ningún hilo conductor a lo largo de sus casi tres horas de duración. Lo cual no tiene por qué ser malo, de hecho ese estilo tan disperso y caótico es muy característico de Rocha y ya se manifestaba en obras suyas tan interesantes como la política Tierra en Trance (1967) o El Dragón de la Maldad contra el Santo Guerrero (1969), la secuela de su mejor obra, Dios y Diablo en la Tierra del Sol (1964). Y de hecho tiene sentido que la última entrega de su carrera fuera la película más excesiva que jamás hizo, pero en mi opinión La Edad de la Tierra es un film que nunca llega a funcionar.
Es difícil juzgar a obras experimentales, ya que nos movemos en un terreno en que todo es válido y en que es necesario que el cineasta cometa riesgos en lugar de seguir el camino más ortodoxo, pero la verdad es que ni siquiera tomándolo como tal consigo que me convenza el resultado final. A su favor puede decirse que la película es un fiel reflejo del estilo y espíritu de su autor. Es una película visceral, furiosa y caótica, pero también pesada y a menudo descontrolada en el mal sentido. Casi todos los personajes parecen drogados chillando sin cesar, y uno de los pocos que parece no estarlo nos ofrece un larguísimo, aburrido y definitivamente anticinematográfico discurso sobre la historia política de Brasil.
Rocha en todo momento enfatiza el hecho de que estemos viendo una construcción mediante recursos como el repetir insistentemente algunos diálogos o planos, o hacer que en ocasiones se le oiga dar órdenes tras la cámara e incluso aparecer delante de ella colocando al actor. Se suceden escenas que parecen haber sido concebidas de forma más o menos estudiada de antemano con otras que tienen un estilo amateur a lo «director grabando a actores improvisando por la calle mientras los transeúntes miran perplejos», que si bien es cierto que le da un toque de «cine guerrilla», no creo que encaje del todo en una película que pretende utilizar también elementos mágicos o surreales. El estilo documental de bajo presupuesto filmado a pie de calle puede funcionar para cierto tipo de escenas, pero cuando se aplica a aquellas que pretenden invocar elementos mitológicos o mágicos, da más la sensación de un carnaval barato y se pierde esa magia.
La Edad de la Tierra es una película excesiva y desigual que combina algunas escenas que funcionan bastante bien (esa extraña orgía tribal del inicio o la evocadora escena de las monjas) y otras que se hacen insufribles (cuando se pone más discursiva e incurre en metáforas de trazo grueso, especialmente todas las escenas de un Brahms tan desbocado e hiperactivo que resulta agotador). El resultado es ciertamente una película excesiva, de ésas que tenderá a dividir radicalmente a los espectadores, pero al margen de ello, es innegablemente una obra muy interesante que demuestra un compromiso total de Rocha hacia su cine. Puede que no sea una de sus películas que más me guste, pero uno no puede dejar de celebrar que un cineasta tan personal y único como él tuviera la libertad y las ganas de experimentar para llevar algo así a cabo.