Historia del Hampa [Underworld Story] (1950) de Cy Endfield


Es innegable que la figura del cínico granuja que acaba redimiéndose no solo es especialmente atractiva sino que funciona perfectamente en el contexto del cine negro, ese género en que más se difuminan las barreras entre el bien y el mal o entre los protagonistas y antagonistas. Pero aun siendo un tipo de personaje que se ha utilizado ya con mucha frecuencia, uno no puede dejar de quedarse fascinado enganchado a la pantalla ante la exhibición que hace Dan Duryea en Historia del Hampa (1950).

Duryea, en la vida real un devoto padre de familia y jefe boy scout en la comunidad donde residía, fue un actor que se hizo una carrera con sus famosos personajes cínicos y repulsivos. Tal es así que cuando uno lo ve en la pantalla ya sabe que debe odiarlo antes de que conozcamos el por qué. Sencillamente nos es inconcebible que interprete a un personaje honesto. Esta película no es una excepción. Aquí encarna a Mike Reese, un periodista sin escrúpulos que es despedido de su periódico por haber realizado una artimaña poco ética y se encuentra incapaz de encontrar otro trabajo al ser considerado un apestado en la profesión. Echándole un poco de morro, pide dinero prestado a un gangster a quien ha beneficiado indirectamente por un artículo que escribió, y decide meterse en un pequeño y ruinoso diario de provincias como principal socio junto a su dueña, Catherine Harris, que lo ha heredado de su padre.

La cosa se complica: Harris no congenia con Reese por su falta de escrúpulos pero justo entonces se sabe que ha muerto la nuera de un magnate de la prensa y que la principal acusada es su criada, una chica negra que ha desaparecido con unas joyas de la víctima. Catherine conoce a la acusada y está convencida de su inocencia, Reese decide aprovechar el sensacionalismo de la noticia para realzar la popularidad del pobre diario.

Historia del Hampa es una de esas películas en que la densidad de su trama hace difícil resumirla en unas pocas líneas, pero hay que decir a su favor que el guion no se hace confuso ni apabulla al espectador, como suele ser frecuente en el cine negro. Al contrario, se nos lleva hábilmente por los diferentes focos de interés y se nos permite ver las fases por las que va pasando Mike… en solo hora y media. No hay ni un segundo de más. En esos 90 minutos, Endfield tiene tiempo de tratar varios temas polémicos sin morderse la lengua como el racismo, el oscuro poder que tienen los magnates de la prensa y la facilidad con que se puede manipular la opinión pública.

Y en medio de todo este batiburrillo de temas conflictivos tenemos la figura de Mike Reese, cínico buscavidas dispuesto a todo para triunfar de nuevo. Uno de mis mayores alicientes de la cinta está en lo absolutamente ambiguo que resulta su personaje, y en que a veces realmente tengamos dudas sobre hasta qué extremos está dispuesto a llegar con tal de conseguir su meta. Un ejemplo muy significativo es cuando convence a la criada para que se entregue a la policía diciéndole que así tendrá más oportunidades de defenderse, puesto que si huye darán por hecho que es culpable; a cambio, se compromete a que el periódico se pondrá de su parte. Ésta se entrega siguiendo las condiciones de él… y acto seguido vemos como Reese intenta conseguir el dinero de la recompensa por haberla entregado para así acabar de pagar la suma que necesita el diario para salir adelante. Siguiendo la más fría lógica tiene razón: el periódico necesita ese dinero y realmente van a defenderla… pero hay algo desasosegante en esa astucia tan vil que ultima hasta el más mínimo detalle para sacar provecho de cada situación, aunque sea por una buena causa. ¿Cómo confiar en alguien así? ¿Hasta qué punto la pobre criada necesita tener de cómplice a alguien tan astuto como él para tener una posibilidad de ser absuelta y hasta qué punto no está pactando con el diablo?

Reese obviamente guarda claras similitudes con el personaje de Kirk Douglas en la maravillosa El Gran Carnaval (1951), pero a mí me recuerda también a Richard Widmark en esa obra maestra realizada ese mismo año llamada Noche en la Ciudad de Jules Dassin. Las similitudes con el filme de Wilder son obvias al compartir la temática periodística, pero creo que hay mucho de ese buscavidas que interpretaba Widmark dispuesto a todo por conseguir sus propósitos y capaz de manipular a tantas personas diferentes enredándolas para su beneficio propio. Reese es un desalmado, pero tiene en el fondo algo de humanidad, como se pone de manifiesto en el tramo final, y la cinta consigue que ese cambio parezca natural porque en ningún momento le hemos visto como un personaje enteramente negativo. Eso sin restar nada de mérito al inmenso trabajo de Dan Duryea que nos demuestra cómo su carisma y sus dotes como actor le permitían llevar adelante sin problemas un papel protagonista más allá de sus famosos secundarios repulsivos.

Un par de alicientes más por si aún no les habíamos convencido para rescatar esta joya. El primero es la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Stanley Cortez. El segundo es el tratarse de una de esas películas en que se dieron cita algunos futuros «blacklisted» afectados por las listas negras de Hollywood, más concretamente el director Cy Endfield y el actor Howard Da Silva (extraordinario como carismático y malvado gangster, éste sí, sin los matices humanos del protagonista). Que la película tratara temas tan peliagudos y además dejara entrever ideas como las listas negras (nadie quiere volver a contratar al protagonista al inicio del filme y éste alude explícitamente a que le han incluido en una lista negra), o la facilidad con que se puede manipular la opinión pública era algo que sin duda no le pasaría inadvertido a la Comisión de Actividades Antinorteamericanas. Historia del Hampa es por tanto una película que merece destacarse por sus cualidades cinematográficas pero también por su valentía en una época en que ese rasgo se hacía más necesario que nunca.

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