Dentro de lo poco que he visto de cine japonés de antes de la II Guerra Mundial – sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de películas que se realizaron en comparación con las que han sobrevivido a nuestros días – he descubierto una tendencia bastante interesante dentro de los jidaigeki (filmes de época) que podríamos bautizar algo así como «filmes sobre samuráis venidos a menos». El exponente más conocido es el gran Sadao Yamanaka, cuya desgraciada muerte tan temprana nos dejó sin una posible carrera brillante, y que trató ese tema en dos de sus tres filmes que hoy día se conservan: en la preciosa Humanidad y Globos de Papel (Ninjo Kami Fusen, 1937) abordaba desde una perspectiva melancólica la historia de un samurái caído en desgracia, a quien los códigos de honor que se esperan de él no le sirven para sobrevivir en unos tiempos complicados, mientras que en Sazen Tange and the Pot Worth a Million Ryo (Tange Sazen Yowa: Hyakuman Ryo no Tsubo, 1935) optaba por un tono más abiertamente humorístico tomando la figura legendaria de Sazen Tange y convirtiéndolo en un vago que prácticamente vivía sometido por su amante. Para entender lo rompedoras que fueron estas películas hemos de ser conscientes de lo inmensamente popular que era el cine de samuráis en aquella época. Se hacían literalmente cientos de filmes al año en los cuales la figura del samurái encarnaba toda una serie de valores idealizados que le convertían en una especie de superhéroe. Hacer de ellos figuras patéticas y/o cómicas era un cambio importante.
De Yamanaka pasamos pues a Mansaku Itami, considerado el otro cineasta de la época que dio un giro al género. Al igual que Yamanaka, su carrera como director fue breve, en su caso a causa de problemas de salud que le hicieron restringirse al papel de guionista; y de nuevo, al igual que su compañero, resulta difícil juzgar su filmografía por los poquísimos filmes suyos que se conservan. En cierta ocasión recuerdo que leí a alguien comentar que las películas que se pueden ver hoy día de Yamanaka probablemente no eran ni de las mejores de su carrera, sino simplemente las que tuvieron la suerte de llegar a nuestros tiempos, algo que podría ser cierto en el caso de la menor pero aun así más que notable Priest of Darkness (Kochiyama Soshun, 1936) pero que me cuesta creer respecto a las otras dos: soy incapaz de visualizar Humanidad y Globos de Papel y Sazen Tange and the Pot Worth a Million Ryo como obras menores de cualquier cineasta. No obstante, no acabo de estar seguro de si ése podría ser el caso de Itami y de su obra más difundida hoy día (es un decir), Akanishi Kakita (1936), una película sin duda valiosa y con muchos hallazgos pero demasiado extraña y desigual para considerar plenamente satisfactoria.
El filme se sitúa en el siglo XVII y parte de un cuento basado en un suceso real, el incidente de Date, una disputa en el seno del clan de samuráis Date por hacerse con el poder. En ese contexto nos encontramos a Akanishi Kakita, un samurái no especialmente agraciado o hábil, más interesado en atender a su gato, comer dulces y jugar al shogi, que se encuentra dentro del clan Date como espía infiltrado para averiguar si éstos están tramando una rebelión. Allá se encontrará con Aozame Masujiro, otro espía como él que será su cómplice. Cuando en cierto momento Akanishi decide dejar la residencia del clan, Aozame le aconseja que, para no despertar sospechas, le escriba una carta de amor a una joven sirvienta de la residencia y así, al verse rechazado, podrá huir fingiendo que es por vergüenza.
Akanishi Kakita posee un rasgo que me fascina de muchas películas de inicios del sonoro – recordemos que en Japón se implantó bastantes años más tarde – y es lo sumamente extrañas que me parecen vistas hoy día. Hay una curiosa mezcla de códigos del cine sonoro y el mudo que hace que las historias se expliquen de forma bastante rara, y que provoca que en ciertas ocasiones, siendo sincero, no acabe de entender qué está sucediendo o cuál era el propósito de su director. Eso me pasa también con una obra curiosísima de ese periodo que es Aerograd (1935) de Aleksandr Dovzhenko, un filme que por mucho que haya revisionado sigo sin saber cómo tomarme, y que está repleto de momentos excéntricos que no sé si están buscados a propósito. Y me ha sucedido lo mismo con Akanishi Kakita, que he necesito revisionar para acabar de asimilarla… y aun así confieso que me cuesta juzgarla.
A eso hay que sumarle que el cine japonés de los años 20 y 30 supone una barrera cultural más grande a nuestros ojos que el que se produjo a partir de la II Guerra Mundial, que se encontraba más claramente influenciado por el cine occidental, o al menos ésa es la sensación que me da. Es por eso que quizá la década que más me fascina de la cinematografía de ese país sean los años 30, no porque sean necesariamente la mejor a nivel cualitativo (las tres siguientes estarían sin duda a la misma altura como mínimo) sino porque en ella noto un tono más puramente autóctono que me resulta aún más lejano, y en ocasiones incomprensible, que el que percibo en décadas posteriores. No nos confundamos, la influencia del cine occidental existe desde la era muda, y el propio Ozu, considerado el director que mejor captó el espíritu japonés en su cine, en su momento destacaba paradójicamente por lo mucho que le gustaba el cine de Europa y Hollywood. Pero aun así creo que hay algo más esencialmente japonés que se perdió tras la II Guerra Mundial y que quizá tenga más que ver con los cambios en la sociedad que con un tema de influencia cinematográfica. En todo caso aquí dejo la idea.
Compliquemos más la cosa. La copia que me ha llegado del filme está incompleta (luego mencionaré las escenas que faltan) y no estoy seguro de si proviene de diferentes fuentes. De forma que hay una escena al inicio en que tenemos un diálogo en que se combinan frases pronunciadas por los personajes… ¡con rótulos en que aparece la respuesta del otro interlocutor! ¿Cómo debemos analizar esto? ¿Existía quizá una versión muda narrada por un benshi? ¿Fue el propio Itami el que hizo esto, y en tal caso qué pretendía? Estas películas tan antiguas y de las que se sabe tan poco para mí tienen la gracia de ser obras rodeadas de cierto halo de misterio, en que es difícil conocer los propósitos de sus creadores o si lo que tenemos ante nosotros es una copia fiel al montaje original, lo cual hace incómodo el proceso de asignarle una puntuación. La mejor prueba de ello está en que la traducción por la que se suele conocer esta película, Capricious Young Man, es incorrecta. Después de visionarla me preguntaba quién rayos era ese joven caprichoso al que aludía el título en inglés, porque no había nadie en la trama que correspondiera a esa descripción. Y tras indagar descubrí que al filme que nos ocupa se le ha asignado históricamente de forma incorrecta la traducción de otra obra que se conserva de Itami, Sengoku Kitan: Kimagube: Kaja (1935), cuyo argumento sí encaja más con ese título sobre un joven caprichoso.
Teniendo pues en cuenta todo esto que nos revela lo confuso que es juzgar lo que tenemos entre manos… ¿cómo valorar algo que no sé si pretendía ser así o simplemente ha acabado de esta forma? ¿Y si lo que juzgo como algo descuidado o experimental simplemente es fruto de destrozos que ha sufrido el montaje? Así pues mi consejo ante filmes como éste es dejarse llevar por la película y no agobiarse cuando nos perdamos momentáneamente durante el transcurso de la trama.
De entrada un primer aspecto a destacar del filme es que el actor protagonista, Kataoka Chiezo, hace un doble papel como el patoso Akanishi pero también como el jefe del clan que está preparando la conspiración. Según he leído, el propósito de Itami con esta decisión era ofrecer un contraste entre la interpretación más desenfadada y natural de Akanishi respecto a la forma de interpretación abiertamente artificial y con semblante hipermaquillado del jefe del clan, que viene heredada de las convenciones del kabuki. Ciertamente, Itami aquí busca abiertamente ofrecer una visión totalmente terrenal y antiheroica de la figura del samurái con un protagonista a quien no veremos nunca en combate ni hacer ningún gesto especialmente heroico. De hecho irónicamente las escenas que me consta que están perdidas de la copia que vi no servían para aclarar más la trama o mostrarnos una faceta más favorecedora de Akanishi, ¡al contrario! Son más escenas en que simplemente le veríamos jugando al shogi con su compañero y, sobre todo, hinchándose a dulces con una glotonería muy poco glamourosa.
Más adelante de hecho se nos muestra una especie de parodia un tanto pasada de rosca del harakiri cuando Akanishi, que padece gravemente del estómago a causa de su afición a la comida, decide abrirse el estómago para arreglarse él mismo los intestinos en una suerte de auto-operación que, por fortuna, no presenciaremos en pantalla. Momentos antes de que Akanishi se someta a este tratamiento radical, le confía a un ciego un secreto que le hace prometer por su honor que nunca revelará si sobrevive. Solo unos minutos después al ciego confía felizmente el secreto a Aozame y éste, lógicamente, le matará para evitar que lo haga llegar a sus enemigos.
Pero todo esto está impregnado más de comicidad que de suspense. No hay honor que valga ni tampoco grandes gestos, de hecho toda esta trama de espionaje y traiciones tiene un tono abiertamente mundano acentuado por la música. En cierto momento Akanishi no puede intervenir en un instante decisivo del complot simplemente por un dolor de tripas, y cuando más adelante debe dejar la casa discretamente se somete a una embarazosa trama urdida por Aozame consistente en escribir una carta de amor destinada a humillarle. No es desde luego la imagen que teníamos de los samuráis. Hacia el final tendremos, eso sí, unas breves escenas de lucha excelentemente filmadas con unos planos picados muy llamativos, pero suponen más una excepción entre el tono general de la película. La prueba está en que el filme se cierra con un pequeño gag muy ingenioso en la línea de cineastas de la época como René Clair (uno de los directores más importantes e injustamente olvidados de esa época), en que Itami hace desvanecer con un efecto de la cámara a los padres de la chica a la que el protagonista se ha visto obligado a seducir hasta dejar a la pareja sola. También hay otros recursos llamativos que demuestran lo imaginativo que era Itami como cineasta, como la carta de amor que ella le escribe, en que aparece la muchacha en una sobreimpresión como si estuviera hablándole ahí mismo, uno de esos pequeños trucos de inicios del sonoro cuando todavía se buscaba la forma de sacarle partido a recursos nuevos como la voz en off.
En todo caso, este filme tan curioso fue celebrado en su momento como una de las diez mejores películas del año por la prestigiosa revista Junpo Kinema, y de momento supone la única muestra que he podido ver del talento de Itami. Décadas después está versión tan desencantada del samurái se popularizaría a nivel internacional con el enorme éxito de Yojimbo (1961) de Akira Kurosawa, con el cual tenemos aquí una pequeña conexión en forma de una aparición muy breve de Takashi Shimura, que sería uno de sus actores fetiche. También merece la pena mencionar que el hijo del director, Juzo Itami, fue también cineasta y consiguió un inesperado éxito internacional con una especie de neowestern sobre comida (¿?) llamado Tampopo (1985). A cambio Itami Junior tendría problemas con la yakuza, a quien le molestaba la visión tan realista que dio de ese mundo en sus películas, y le atacaron cortándole la cara y, posteriormente, le asesinaron encubriendo su muerte como un suicidio.
Te enrollas demasiado con fruslerías, no vas a lo concreto. Te te sobran la mitad de las palabras.
Hablas como escribes, de manera torrencialmente tediosa. Mezclas continuamente conceptos.
¡Puede que tenga usted razón!
Un saludo.
¡Jaja, se ha ganado usted un fan fan!
Yendo al turrón, le agradezco enormemente su comentario por varios motivos: el primero, por descubrirme a este director y esta película que haré por ver cuando me dé la vida para ello. Lo segundo, que mira por dónde veo que ha escrito usted sobre el Sazen Tange de Yamanaka, justo lo que debe hacer uno que yo me sé este mismo mes. Aunque tengo esbozado lo mío, seguro que me ayuda leerle y descubro cosas nuevas sobre esa estupenda película del pobre Yamanaka. Y hay una tercera cosa que agradecer, que es su mención a Aerograd, que no tenía ni idea de su existencia, o quizá haya leído alguna mención a ella, pero con lo que me dice, aunque me espero cualquier cosa, se me levanta la ceja de la curiosidad.
La verdad es que el jidaigeki de los 30 lo tengo muy poco trabajado. Tan solo he visto las dos de Yamanaka que menciona y no sé si alguna cosilla de Mizoguchi (a veces con Mizoguchi la memoria te puede traicionar porque tiene pelis contemporáneas que parecen de época). La verdad es que, más allá incluso de esta década, soy mucho más de gendaigeki, del cine «contemporáneo», pero de todo procuro disfrutar.
Esa sensación que comenta de estar perdido en las películas japonesas de estos años ya la hemos comentado alguna vez y lo describe perfectamente. Es un mundo irreal en el que no sabe uno si está haciendo pie en suelo firme o en las arenas movedizas de la ininteligibilidad. Pero tiene su gracia, porque es como un tercer mundo que podemos habitar, que no es ni el suyo, porque no accedemos a sus códigos por la distancia cultural y por lo estropeado del material que ha llegado, ni del nuestro, que tiene más afinidad con la cara oculta de la luna que con esa realidad tan precaria y sólida a la vez.
Un abrazo
¡Muy buenas, Manuel!
Muchas ganas de leer su comentario sobre Sazen Tange. El mío no sé si le aportará algo, y no lo digo por modestia, sino porque me suena que es una reseña bastante antigua y desconozco cómo me debió quedar o si por entonces tenía ya un poco por la mano el cine japonés clásico.
Por otro lado, tengo mucha curiosidad por la opinión de otra persona sobre Aerograd. Desconozco si es que yo soy muy torpe y no sé seguir bien los códigos narrativos de la película o si realmente es una película tremendamente rara. También es muy interesante – y de hecho bastante mejor como filme – la primera obra sonora de Dovzhenko, Ivan, que reseñé por aquí y también me suena que existe un comentario muy bueno de Jonathan Rosenbaum por la red.
Yo tampoco conozco muy a fondo el jidaigeki pre-II Guerra Mundial. Tengo en mi disco duro algunas películas mudas de samurais que en su mayoría no creo que sean muy buenas pero seguro que son interesantísimas. Me encantaría ver alguna más del propio Itami por curiosidad, pero de momento no encontré otras.
Y finalmente me encanta su metáfora sobre cómo nos encontramos en un mundo irreal, de arenas movedizas. Y quizá a nosotros nos fascine más que a los propios autóctonos porque nos es doblemente incomprensible: por la falta de códigos culturales/históricos y por las condiciones del material. Es una pena pero quizá es parte de su encanto…
Un abrazo.
No sabes lo que aprendo leyendo tus artículos.
Aquí me has permitido conocer a un cineasta japonés del que nada sabía, Mansaku Itami.
Siempre disfruto con esa investigación profunda y tan apasionante que realizas de ese periodo tan importante: el salto del cine mudo al sonoro. Y las peculiaridades de las películas en ese sentido de los primeros años de los 30. Ya lo hemos comentado en alguna ocasión, la importancia del uso de la banda sonora.
Aquí dejas además una incógnita maravillosa y es cómo nos llegan las películas de aquellos tiempos. ¿Qué es lo que realmente vemos?
Y sobre todo siempre me ha llamado la atención el tema de los benshi en Japón. He leído el artículo de tu colega el doctor Caligari y lo he disfrutado muchísimo. No hace mucho me enteré de que uno de los hermanos de Kurosawa era benshi y que influyó mucho en su hermano Akira.
Beso
Hildy
Hola Hildy,
Muchas gracias por tu amable comentario, siempre es un placer hablar de este periodo de transición tan extraño y a menudo denostado que es el salto del mudo al sonoro. Con el tiempo le he cogido más el punto a esas películas e incluso he aprendido a apreciarlas también por sus defectos y rarezas, que las hace muy especiales.
El tema de los benshi es apasionante, a mí me encanta. No solo el hermano de Kurosawa fue benshi sino que tenía un papel importante en el país (creo que representante del gremio o algo similar) y, si no recuerdo mal, se acabó suicidando cuando se impuso el cine sonoro. Además no es una mera curiosidad, el estilo del cine japonés mudo y su lenta transición al sonoro vienen condicionados por todo esto. Lo dicho, hay tantísimo por rascar de esa época…
Un abrazo.