Los inicios del sonoro y esa época de breve libertad que fue el conocido como Hollywood pre-Código Hays favorecieron la proliferación de algunas películas con un tono más seco y realista de lo que sería habitual durante décadas en los grandes estudios. Es por tanto lógico que en esos años se realizaran varias obras de ambiente carcelario, siendo éste además un género muy atractivo para el espectador. Sin pensar mucho fue en esa época cuando se estrenarían El Presidio (The Big House, 1930) de George W. Hill, El Código Criminal (The Criminal Code, 1930) de Howard Hawks y sobre todo la extraordinaria Soy un Fugitivo (I Am a Fugitive from a Chain Gang, 1932) de Mervyn LeRoy. Veinte Mil Años en Sing Sing (20,000 Years in Sing Sing, 1932) de Michael Curtiz sigue esta dinámica con el estilo que asociamos a muchos filmes de la Warner Brothers (que en este caso no fueron productores directos pero sí los distribuidores), es decir, películas breves y dinámicas.
El protagonista es Tommy Connors, un matón con un largo historial delictivo sentenciado a una larga condena en Sing Sing por asalto con arma. Connors, ayudado por su abogado corrupto Joe Finn, se piensa que su estancia por prisión será un mero paseo, y que se podrá sobornar fácilmente al alcaide para que haga su estancia más cómoda, pero se equivoca: éste le dispensa el mismo trato que a los demás obligándole a darse cuenta de que ahí es uno más. En paralelo, Connors se sentirá inquieto al descubrir que su novia Fay está intentando seducir a Finn para convencerle de que haga un esfuerzo por sacarlo antes de prisión.
Veinte Mil Años en Sing Sing es una película que en su apenas hora y cuarto de duración tiene tiempo para dar un par de inesperados volantazos respecto a lo que nos podríamos esperar. Inicialmente es un clásico drama carcelario en que un personaje arrogante se ve obligado a sufrir una cura de humildad. La historia funciona en gran parte por el enorme carisma de Spencer Tracy como ese protagonista bravucón y chulesco, y además nos ofrece una escena bastante emocionante de un intento de fuga.
Pero a medio filme nos espera una sorpresa cuando entra un nuevo elemento con el que al menos yo no contaba: el conocido como «sistema de honor», según el cuál se podía dejar salir puntualmente de la cárcel a algunos presidiarios sin vigilancia bajo su palabra de honor de que volverían. Dicha idea era el tema central de una de las grandes películas perdidas del cine americano, The Honor System (1917) de Raoul Walsh, que estaba inspirada en una idea real puesta a la práctica por el gobernador de Arizona, George Hunt. En este caso la película se basa en la novela del alcaide Lewis E. Lawes, que si bien desconozco si también probó este sistema, sí que parece que fue instrumental en mejorar las condiciones de los prisioneros. Y de hecho esto se ve claramente en el filme al ser el alcaide de la prisión el personaje más positivo de todos: duro pero justo, capaz de leer el carácter de sus prisioneros y saber en quiénes confiar. Lástima que la película sea un tanto apresurada y no acabe de ser demasiado convincente el vínculo de confianza que se establece entre él y el protagonista, quien si no se ha unido al intento de fuga de sus compañeros es por su superstición de que los sábados son su día de mala suerte.
Si bien la película para mí pierde algo de interés en la escena en que Connors está fuera de la prisión, que se aleja del entorno mucho más interesante de la prisión y acaba desembocando en un desenlace bastante previsible, a cambio remonta en el tramo final cuando nos muestra las celdas dedicadas a los presos condenados a muerte. Resulta extraño ver ese ambiente de falsa alegría que reina allá, remarcado por esa irónica canción que corean que dice «Happy days are coming«. Uno de los detalles que más conmovedores me resultan es el personaje secundario que se dedica a aprender la armónica en su celda, quien el día que se le va a ejecutar descubre que ya ha aprendido a interpretar una canción, lamentándose de no tener más días para aprender más. No hay rastro de dramatismo ni melancolía, ni siquiera el previsible momento en que el condenado a muerte solloza pidiendo clemencia, más bien la simple conciencia de saber que su tiempo se ha acabado y no le ha dado tiempo a hacer con su vida lo que le habría gustado, incluso algo tan sencillo como tocar bien la armónica. Esta forma de tratar algo tan potencialmente dramático o trascendental a partir de algo anecdótico es muy propio de este tipo de filmes con ese tono tan masculino en que los hombres no se echan a llorar.
La denuncia social no va más allá de las conclusiones que podamos extraer de este instante o de la escena inicial y final en que vemos a todos los prisioneros desfilando ante las cámaras (parece ser que la película incluyó bastantes escenas filmadas en la prisión de Sing Sing de verdad) mientras vemos encima de cada uno de ellos el número de años que les queda de sentencia. La película no incide más en esta idea, y desde luego el eficaz Michael Curtiz es más un cineasta de ir al grano que de debatir temas de este tipo, pero queda clara la idea de la necesidad de tratar a esos hombres como seres humanos.
Aparte del carismático protagonista, destaca en el reparto una Bette Davies totalmente desaprovechada en un personaje que se pasa media película gimoteando sobre los hombros de Spencer Tracy y diciendo cuánto le quiere, pero de todos modos siempre es un placer verla en pantalla incluso en circunstancias así. Pero realmente salen más beneficiados otros secundarios menos conocidos como Warren Hymer como uno de los prisioneros más destacados, si bien es obvio que la estrella de la función aquí es sin duda Tracy.
La película discurre pues sin muchas sorpresas hasta su desenlace, que nos pilla totalmente desprevenidos y nos hace fantasear una vez más sobre cómo habría sido el Hollywood clásico sin el Código de Censura Hays. Un Hollywood en que no siempre se hace necesariamente justicia y algunos personajes quedan indemnes de algunos crímenes que han cometido y otros pagan por algo de lo que no son culpables, un Hollywood menos moralizante y más sorprendente. Acostumbrados como estamos a cierto tipo de resoluciones, la primera vez que uno ve Veinte Mil Años en Sing Sing se espera el clásico final inesperado y poco creíble en que se restablece aunque sea en parte la justicia. Pero nada de eso sucede. El filme es sorprendentemente fiel a su planteamiento e incluso, como si tuviera cierto reparo en acabar en una nota tan amarga, corta la película súbitamente para ahorrarnos ese mal trago final pero sin por ello dejar de darnos a entender cómo va a acabar todo.
Este blog ha sido posible durante todos estos años gracias al apoyo incondicional de todos nuestros lectores, a quienes no podemos estarles suficientemente agradecidos por su fidelidad. Si les gustó este post pueden también invitar a este Doctor a un café para ayudarle a mantener este humilde rincón cinéfilo.
Hola Doctor!
Esta es una de esas películas a las que se nota que le faltan un par de vueltas al guion o un par de días más para que el director se piense las cosas, cosa por otra parte muy común en la época y en la órbita Warner, como usted indica.
No conocía ese sistema «de honor», y me resulta muy curioso. Viendo películas de este tiempo queda la sensación que el sistema carcelario y coercitivo en general vivía en una especie de trastorno bipolar, que por un lado era chunguísimo y por el otro está empeñado en civilizarse y humanizarse. La figura de este alcaide -un personaje que me ha encantado- creo que es un buen reflejo de lo que digo.
Lo que me no entendí muy bien cuando la vi es el hiato narrativo que se produce justo en el momento clave de la trama… Y es que consigue pasaje en un carguero para irse y después se entrega. No sé, esa parte está mal explicada y emborrona un poco las cosas, además contribuye a que el personaje de Tracy nunca termine de ser simpático o fiable para mí al menos. Creo que todo esto es un poco culpa de Curtiz, que aunque muy correcto en general, no se ha empeñado (o no tuvo tiempo para ello) en pulir algunas cosas y darle más carisma a la peli.
Un saludo!
PD: ¿El cartel será de la época? ¡Pero si es el Spencer Tracy de 20 años después!
Hola Manuel,
Ostras, pues tiene razón sobre el cartel. O el dibujante tenía mucho ojo para saber dibujar el Spencer Tracy del futuro o es un cartel posterior.
Coincido totalmente en usted, lo más flojo del filme sin duda es un guion apresurado al que le faltan un par de reescrituras para definir mejor los personajes y un par de escenas más para que la narración sea más sólida (y más cuando dura tan poco). Resulta muy entretenido pero deja poco poso por ese defecto. De hecho, sabiendo la importancia que da usted a mis notas a diferencia de un servidor, que las pone un poco al tuntún, cuando he vuelto a entrar al post para leer sus comentarios me he sorprendido de que le diera un 3,5 cuando es claramente una película de 3. ¡Debí levantarme generoso ayer! Pero seguramente la acabe bajando ni que sea por justicia a otras películas que vendrán que sí son de notable y están por encima de ésta.
No conozco el filme francés que cita, lo ponga desde ya a mi lista de pendientes.
Un abrazo.
Ah, se me olvida una cosa. Cuando he leído sobre la parte de los condenados a muerte y de cómo se comportan, me ha recordado a una peli que comenté al principio de tener el blog, supongo que la conocerá: No matarás (Nous sommes tous des assassins, André Cayatte, 1952)
Y me la ha recordado por comparación con un ridículo ritual que aparece en ella y que debía llevarse a cabo en Francia, y es que cuando se iban a llevar a un condenado para charlar con Madame Guillotine, los guardias se descalzaban para que el preso no les oyera llegar y, pobre, se llevara un susto.
Pues la he visto solo una vez hace años y tengo recuerdos nebulosos, que a veces se despejaban leyendo tu crítica. Recuerdo que dije: un papel de Bette Davis joven de buena tipa… Fíjate que el cine carcelario diría que es un género que me gusta bastante. Me vienen varias películas a la cabeza que me han dejado buen recuerdo: El hombre de alcatraz, Sin remisión, Fuerza Bruta, Brubaker, La leyenda del indomable, La evasión, En el nombre del padre, El beso de la mujer araña, Carandiru, Un profeta… y más. Sin más, no hace mucho me metí a ver Modelo 77 de Alberto Rodríguez. Es un subgénero que tiene muchas claves que analizar.
Lo del sistema de honor me ha resultado interesantísimo. Y es que en estas películas siempre está el alcaide reformista… o el perverso…
Beso y qué bueno tu regreso de las vacaciones
Hildy
Hola Hildy,
El cine carcelario siempre ha sido muy atractivo, por el vínculo con el mundo criminal y por esa idea del universo concentrado en un espacio reducido donde los personajes deben buscarse la vida ajenos a lo que sucede fuera de esos cuatro muros. De las que cita mi favorita es La evasión de Becker, una absoluta obra maestra.
Y sí, lo del sistema de honor es algo muy curioso. Como explicaba Manuel, eran años en que el sistema penitenciario estaba aún reformulándose y convivían centros que maltrataban a los presos de una forma inhumana con otros en que se hacían experimentos humanistas como éste que incluso hoy día nos parecen una locura.
Un saludo.