In The Wild Mountains [Ye Shan] (1986) de Yan Xueshu


Cuando más profundizo en el cine chino de los 80 más confirmo la impresión de que se trata seguramente mi época favorita de la cinematografía de ese país. Incluso si uno explora más allá de los títulos y directores reconocidos se encuentra con algunas agradables sorpresas como el filme que nos ocupa hoy, In the Wild Mountains (Ye Shan, 1986), que no solo es magnífico sino que resulta un tanto misterioso a mis ojos por las pocas referencias que he encontrado sobre él o su director.

Su responsable es Yan Xueshu, un nombre del que la red me ha proporcionado muy escasa información. Nacido en Wuhan en 1940, Xueshu tuvo la mala suerte de ser uno de esos estudiantes de la Academia de Cine de Beijing que al graduarse se encontró de pleno con la Revolución Cultural, uno de los periodos más turbulentos de la historia del país en que el cine estuvo literalmente parado durante años y las pocas producciones que se realizaron fueron a cuentagotas y de temática estrictamente propagandística muy vigilada por el estado. Xueshu formaba parte de la que se comocería como Cuarta Generación (los cineastas chinos suelen agruparse por generaciones), que debía haber dado un nuevo impulso al cine del país a finales de los 60. Pero el contexto provocó que este grupo de jóvenes cineastas se quedaran con las ganas de poner en práctica lo que había aprendido y tuvieran que esperar casi diez años a poder retomar sus carreras.

Poco más he podido averiguar sobre este realizador aparte de que también hizo teatro, lo cual explicaría su filmografía tan breve, que curiosamente no coincide en número de títulos comparando IMdB y Letterboxd. Una muestra más de que esas bases de datos no son infalibles y aún hay vacíos o incongruencias por solucionar sin necesidad de irse a los caóticos orígenes del cine.

El filme que nos ocupa hoy me resulta llamativo por ser una de esas obras que parece que tuvo cierto éxito en festivales europeos en su momento pero de la que hoy no parece acordarse casi nadie. Existe un cartel en francés que nos sugiere que llegó a estrenarse por tierras galas, e incluso se resalta que ganó el Gran Premio del Festival de Nantes. No fue el único galardón que obtuvo, leo que se llevó otro en el Festival Internacional de Berlín y que arrasó en los Premios Gallo de Oro de aquel año, que son los trofeos más importantes a nivel nacional del cine chino. Por tanto no estoy rescatando aquí una joya desconocida o underground, sino un filme muy reputado en su momento pero al que el paso del tiempo ha relegado al olvido.

Hasta aquí mis pobres deducciones detectivescas, ahora pasemos al contenido. In the Wild Mountains tiene muchas de las virtudes de mis películas chinas predilectas de esa época: esa descripción tan fidedigna de esos entornos rurales, el estilo más seco exento de los tics melodramáticos tan del gusto de los cineastas chinos (la casi ausencia de banda sonora es una muestra de ese enfoque) y el apostar por unos personajes que escapan a los roles típicos y que son más complejos psicológicamente. Esto último no podría ser más claro al tratarse de un filme en que literalmente no hay antagonistas ni personajes con un papel negativo. Los cuatro protagonistas podrán caer mejor o peor pero son personas genuinamente buenas que tienen como problema, por citar la célebre frase de La Regla del Juego (1939) de Jean Renoir, que «cada uno tiene sus razones».

El argumento explica los conflictos entre cuatro personajes que viven en una pequeña aldea en el norte de China.  Empezamos conociendo a Huihui, un campesino casado con Guilan, una mujer de fuerte carácter que no puede ofrecerle descendencia. El problema está en que el hermano menor de Huihui, Hehe, no acaba de sentar cabeza, y en lugar de dedicarse a labrar el campo intenta probar nuevas formas de ganar dinero. Por otro lado está Qiurong, una madre soltera que estuvo emparejada con Hehe pero que vive separada de él. Huihui intentará persuadir a Hehe para que siga una vida más segura y estable volviendo con Qiurong, mientras que Guilan le querrá animar a que pruebe nuevas formas de hacer dinero e incluso le pedirá a su marido que también se embarque en esos negocios.

Hay pues un juego de dobles parejas en que pronto descubrimos que aparentemente cada uno se ha unido al cónyuge menos apropiado por su carácter. Por un lado Huihui, el cabeza de familia de actitud bonachona pero conformista y tradicional, que no quiere riesgos y se conforma con su condición de campesino, el cual está emparejado con Guilan, que es con diferencia el personaje con más carácter de todos, ambiciosa pero sin malas intenciones, de actitud decidida y dispuesta a ir hasta el final cuando cree en algo. Por el otro, Hehe buscando siempre formas de enriquecerse para dejar atrás su pobreza, quien debería casarse con Qiurong, una muchacha de carácter dulce que no parece necesitar más que un compañero que la cuide antes que embarcarse en extrañas aventuras.

Lo que se pone aquí de manifiesto es en realidad la situación por la que estaba pasando buena parte de la población china en aquel entonces, una época de crecimiento económico en que hasta las zonas más rurales experimentaron un cambio radical. En ese sentido, resulta curioso constatar que si no fuera por las breves escenas situadas en zonas urbanas y algún comentario haciendo referencia a que el gobierno estaba incentivando el comercio privado no sabríamos dónde situar cronológicamente esta historia con cierta precisión. El entorno rural parece anclado en un pasado remoto en que aún se utilizan herramientas básicas para labrar el campo y las condiciones de vida son precarias, pero ésa era aún la realidad de mucha gente en 1986.

Por eso resultan tan llamativas las escenas en que los dos protagonistas que apuestan por el progreso van a la ciudad, sobre todo en el caso de Guilan, fascinada ante esos televisores o mirando embobada a otras mujeres simplemente por lo guapas que son. ¡En la ciudad las mujeres pueden cuidar más su aspecto y dejarse el pelo largo y suelto sin miedo a que se enrede con una máquina de trabajar en el campo!

Lo que me gusta tanto del filme es que si bien expone este conflicto entre progreso y conservadurismo, tampoco se recrea en él sino que prefiere mantenerse siempre en el punto de vista de los personajes y su delicado equilibrio. Por ejemplo la forma como Guilan insiste a Huihui para que apoye a Hehe en sus nuevos negocios (que van desde la cría de gusanos de seda a una excéntrica idea relacionada con excrementos de ardillas voladoras… sí, tal cual suena) en contraste con la actitud del propio Huihui, que quiere ayudar sinceramente a su hermano pero sin arriesgar su dinero. O el hecho de que Guilan no pueda tener hijos, mientras que Qiurong es una madre soltera, y se nota que Huihui siente un gran cariño por los niños. A su vez, Huihui no tiene interés en salir de su rutina y su aldea, mientras que Guilan es demasiado emprendedora y curiosa como para quedarse atada a su marido. Notamos cómo ninguno de ellos busca hacer daño a los otros, sino simplemente que sus caracteres contrapuestos acaban chocando, y eso hace que la película funcione mejor que en los clásicos melodramas donde se nos dice con quién alinearnos.

Yendo aún más lejos en esta comparativa de parejas, también resulta revelador el contraste entre esas dos relaciones potencialmente adúlteras. La absoluta indiferencia que siente Guilan hacia los rumores del resto de aldeanos de que su apoyo a su cuñado se debe a un interés sentimental (si ella sabe que no ha hecho nada incorrecto, ¿por qué ha de temer ningún tipo de rumores?) mientras que ese «qué pensarán los demás» mortifica a Huihui. Dicha actitud es la contraria a la que adopta éste en su relación con Qiurong, en la que ambos vigilan no ser vistos por el resto de aldeanos aunque no tengan nada que reprocharse, ya que en este caso sí que ambos tienen pánico a las murmuraciones. De hecho aunque la película no profundiza demasiado en esta subtrama, las escenas entre Huihui y Qiurong son de los momentos más hermosos del filme, en que notamos cómo empieza a surgir una conexión especial entre dos personas pero sin un solo diálogo sentimental que dé a entender que se sienten atraídos el uno por el otro, simplemente por la forma como interactúan ambos.

Todo ello viene acompañado de un magnífico trabajo de ambientación que se nota deudor de la generación de la que Xueshu formaba parte, más interesada por películas realistas que captaran de forma fidedigna el país en aquella época. Los paisajes cobran en este tipo de filmes una gran importancia, y si bien aquí no se les da el mismo énfasis que en otras obras contemporáneas suyas, siguen siendo indisociables del entorno en que se mueven los personajes. Incluso en muchos planos de interiores la cámara procura captar alguna puerta o ventana abierta que nos recuerde que estamos rodeados de montañas, alejados de la civilización.

Por último la película tiene otro detalle que es una pequeña debilidad personal en el cine chino, que son los planos de interiores, en este caso de chozas. Me encantan esos planos en semioscuridad, iluminados por la poca luz de fuera o de las lámparas que encienden los personajes, esos interiores sucios con papeles en las ventanas ya desgastados, algunos pequeñísimos y modestos detalles decorativos y el mínimo mobiliario necesario. Son estos planos los que me dan la sensación de estar internándonos en un mundo real, no una recreación ficticia (por mucho que sea consciente de que en realidad es una recreación), un mundo que las cámaras estaban captando antes de que desapareciera por la llegada de la modernidad incluso en esos recónditos entornos rurales.

En ese aspecto el gran mérito de In the Wild Mountains es el ser un documento de su tiempo, el de una sociedad que estaba avanzando pero con inseguridad, con personas que se quedaban inevitablemente atrás y otras que toparían con continuas frustraciones al fracasar en sus intentos de prosperar. Pero al mismo tiempo el filme no convierte a sus personajes en prototipos estereotipados (el hombre de mentalidad anticuada, la mujer excesivamente ambiciosa, el joven de ideas modernas que se embarca siempre en negocios sin futuro), sino en seres humanos a quienes les ha tocado vivir unos tiempos de cambios inciertos en que resulta difícil dilucidar qué camino es el más sensato a escoger.


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2 comentarios

  1. Mi querido Doctor,
    permítame que le confiese otra de mis muchas faltas, y es que no tengo apenas visto cine chino. En fin, ahora mismo estoy muy atareado con una cosa que usted y yo sabemos, pero cuando me libere un poco a ver si me pongo con la cinematografía rojiamarilla.
    Muchas gracias como siempre por su análisis. Qué bien saca usted a pastar el gusanillo para que nos pique.

    1. Querido Manuel,
      es perfectamente comprensible. Sobre todo en el caso de cinéfilos como usted y yo que sentimos debilidad por la época clásica, ya que el periodo en que China empezó a tener una producción cinéfila potente fue a partir de los 80 – o al menos ésa es mi humilde impresión en base a lo que conozco de su historia, que no es mucho. En el periodo clásico he encontrado muy buenos títulos pero no tengo la sensación de inabarcable grandeza que nos proporcionan sus vecinos japoneses, de modo que en caso de duda es natural tirar antes por la tierra de Ozu y Doraemon.
      No obstante, cuando se ponga con China ya verá que se llevará varias sorpresas agradables aunque en otro estilo.
      Un saludo y le dejo para seguir con también ya-sabe-usted-qué.

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