Fred C. Newmeyer

El Mimado de la Abuelita [Grandma’s Boy] (1922) de Fred C. Newmeyer

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Aunque el slapstick era a principios de los años 20 uno de los géneros más populares de Hollywood, a algunos de sus principales exponentes empezaba a quedárseles pequeño para sus aspiraciones como cineastas. Es el caso de Chaplin y Harold Lloyd, cuya popularidad por entonces era inmensa. Ambos querían ir más lejos de lo que marcaban los límites de la comedia para crear una combinación entre humor y drama, que de paso les serviría para demostrar que eran intérpretes que podían conmover además de hacer reír. Los pasos que siguió Chaplin para conseguirlo son bastante conocidos, pero no tanto en el caso de Lloyd.

Lloyd a diferencia de Chaplin no empezó en el vodevil sino que tuvo una formación como actor propiamente dicha aunque luego se especializara en comedia. Ésa era una de las motivaciones que le llevaron a intentar dotar de mayor humanidad a su personaje con gafas e introducir pequeños toques dramáticos en algunos de sus films. Y decidió hacerlo a lo grande, rodando un drama puro y duro sin ningún claro precedente que preparara al público para ese cambio.

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El Mimado de la Abuelita era una entrañable historia de superación personal, en que un joven es objeto de burlas en su pequeño pueblo por ser tan cobarde, hasta que su abuela decide acudir en su ayuda entregándole un amuleto que perteneció a su abuelo y que le salvará de cualquier peligro. Con ese amuleto el chico vence sus miedos y se enfrenta a todo tipo de situaciones sin sospechar que en realidad es una historia inventada y que lo que posee no es ningún amuleto sino el mango de un paraguas.

La idea original de Lloyd era hacer un drama sobre un joven que debe luchar contra sus miedos, un poco en la línea del tipo de personajes que solía encarnar por entonces el popular actor Charles Ray (de hecho su film The Coward parece un claro antecedente de la obra que nos ocupa). No obstante, el paso a dar era difícil, suponía dejar atrás el género al que se le asociaba siempre por otro completamente distinto. ¿Lo aceptaría su público tan fácilmente? Ante esta duda Lloyd, presionado por su productor Hal Roach, decidió no arriesgarse yendo tan lejos y optó por modificar la película convirtiéndola en una comedia con toques de drama. A efectos prácticos sería un punto intermedio entre el slapstick, el drama y lo que se suele denominar como comedia gentil, que se diferenciaba del slapstick por su tono mucho más amable y menos salvaje.

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El resultado en su momento fue un enorme éxito pero a día de hoy al encararnos con El Mimado de la Abuelita nos encontramos con el problema de que el slapstick ha envejecido muchísimo mejor que la comedia gentil, de modo que hay detalles del film a los que el paso del tiempo no ha tratado demasiado bien, con un humor que nos puede parecer demasiado inocente y bobalicón. El que Lloyd se dejara influenciar abiertamente por este tipo de comedia es lo que ha hecho que sus films no sean tan bien recibidos en nuestros tiempos como los de Chaplin y Keaton (que nunca tantearon la comedia gentil), pero a cambio sigue quedando intacta su innegable calidad artística.

Este aspecto se nota especialmente en la primera parte de la película y en las escenas en que Lloyd visita a la chica (cuyo enorme lazo no me puedo creer que no pareciera terrible ya en su época). Son momentos basados en el humor de las convenciones sociales y la vergüenza a romperlas más que en los gags físicos típicos del slapstick. Eso no quita por supuesto que siga habiendo momentos muy divertidos, como cuando Harold esconde las bolas de alcanfor de su traje en una caja de bombones y ella le ofrece una por error.

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Donde seguramente disfrutará más el espectador (especialmente el espectador actual) es en la parte final basada en el humor más puramente slapstick que le hizo famoso, incluyendo una frenética persecución en coche y una serie de malentendidos relacionados con la caza del vagabundo. Entiendo que este es el tipo de film que Harold Lloyd quería evitar pero, aunque son de alabar sus ansias de superarse y no estancarse en un tipo de comedia, hay que reconocer que se desenvuelve mucho mejor ahí que en los breves segmentos dramáticos en que se sincera a su abuela.

Sin ser una de sus mejores películas, El Mimado de la Abuelita fue una obra fundamental en su carrera. Era la primera vez que Lloyd experimentó seriamente la combinación de slapstick con personajes mejor desarrollados, con personalidad y sentimientos. Gracias a este film luego hemos podido disfrutar de joyas como El Hombre Mosca (1923), El Tenorio Tímido (1924) o El Hermanito (1927), donde supo utilizar todo lo que aprendió en esta obra. Tampoco cabe olvidar que éste era el segundo largometraje de su carrera, es decir que estaba aún adaptándose a la larga duración.
Una película entrañable y en definitiva imprescindible para los fans de Lloyd.

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El Tenorio Tímido [Girl Shy] (1924) de Fred C. Newmeyer y Sam Taylor

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Una de las películas más bonitas que he visto y, en mi opinión, la mejor obra de Harold Lloyd junto a El Hombre Mosca (1923). A diferencia de otras de sus películas más míticas, El Tenorio Tímido no es una comedia pura sino más bien una tierna historia de amor adornada con un pequeño surtido de gags cómicos. La premisa es aplastantemente sencilla: Harold es un joven que vive en un pequeño pueblo y que es enfermizamente tímido con las mujeres hasta el punto de ser incapaz de relacionarse con las chicas del pueblo o poder dirigirles la palabra sin tartamudear. En una especie de intento por compensar esa incapacidad, Harold se dedica a escribir un libro en que relata sus imaginarias aventuras amorosas con una serie de mujeres de todo tipo. Cuando se dirige en tren a la ciudad para llevar su manuscrito a un editor, Harold conocerá a Mary, una simpática joven de familia elegante. En el trayecto ambos se enamorarán pero no se atreverán a manifestar abiertamente sus sentimientos, sobre todo Harold, que no quiere pretenderla hasta que sea un hombre de provecho a la altura de la posición de ella.

Uno de los primeros aspectos que cabe resaltar del film es que en esta obra ya notamos que tanto Harold Lloyd como los directores Fred C. Newmeyer y Sam Taylor dominaban ampliamente el lenguaje cinematográfico y aspiraban a crear algo más que una simple comedia. No se contentaban ya simplemente con elaborar una serie de gags efectivos sino que podemos observar un trabajo de realización bastante más trabajado que el de una película cómica del montón. Una de las mejores muestras de ello es la escena en que Harold se imagina sus episodios amorosos con una vampiresa y una chica a la moda, escenas tratadas con muchísima gracia reflejando los tópicos relacionados con ambos estereotipos y excelentemente recreadas (por ejemplo, es fantástico el tipo de ambientación que envuelve la escena de la vampiresa y cómo Harold se sirve de ésta para crear gags).
También resulta muy destacable ese trabajo en la romántica escena campestre, que consigue resultar divertida sin romper la ambientación tan idílica que rodea a la pareja protagonista (impagable cuando Harold busca un lugar acogedor con el que sentarse con Mary). En otras palabras, consigue el objetivo general de la película: conmovernos con la historia de los protagonistas sin dejar de ofrecernos pequeños gags que hacen que el romance no se haga demasiado empalagoso.

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El guión es otro de los puntos fuertes de esta película por la forma como se nos cuenta la historia que nos lleva de una situación a otra con toda fluidez y por el inteligente uso de diversos recursos como objetos para darnos a entender lo que piensan los personajes. El mejor ejemplo de ello es la caja de galletas de perro y la de bombones, que aparecen en todo el film y tienen un fuerte significado. La primera vez que se encuentran en el tren él consigue de ella una caja de galletas de perro y ella una caja de bombones que Harold compra por accidente. A lo largo del film ambos personajes recurrirán a estos objetos para recordar a su ser amado, lo cual no está exento de comicidad (sobre todo en el caso de la divertida caja de galletas con un feroz bulldog dibujado en el paquete) y que sirve como parodia de las tópicas historias románticas en que la pareja guarda como recuerdo algo como una flor, un mechón de pelo o un bello pañuelo.

El momento más doloroso y dramático es cuando Harold decide romper con ella porque nunca será un hombre de provecho (la típica decisión que uno se supone que toma desinteresadamente «porque la ama demasiado» pero que en realidad acaba siendo una estupidez) y le hace creer que para él su relación no era más que otro de sus muchos ligues. Más adelante no será casual que para darle a entender su traición decida comprar a otra mujer una caja de bombones de la misma marca que él le compró antes en el tren (curiosamente, luego le quita la caja a su nuevo ligue y se escapa corriendo, como si no pudiera soportar el hecho de comprarle los mismos bombones a otra). Mary, desconsolada, destrozará la caja de bombones de su amado Harold y aceptará casarse con su estirado pretendiente, pero más adelante sabremos que ella sigue amándole cuando veamos cómo intenta reconstruir la caja. Este tipo de sutilezas, tan propias de las comedias clásicas de Hollywood, me encantan y resultan sumamente efectivas para dar más fluidez.

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Y finalmente, por si alguien se había olvidado de que estamos hablando de una comedia, pasemos a los aspectos humorísticos. A estas alturas no creo que haga falta mencionar la destreza de Harold Lloyd para elaborar divertidas situaciones y su detallismo para hacer que cada gag sea absolutamente perfecto y lo más efectivo posible. En ese sentido la escena inicial en el tren en que tanto Mary como Harold intentan esconder el perrito de ella del furioso revisor resulta divertidísima, así como el inteligente uso del tartamudeo de Harold, que aparece a lo largo de todo el film y sirve para dar pie al gag final.

Sin embargo, si por algo destaca El Tenorio Tímido en lo que a comicidad se refiere, es por su frenética carrera final a contrarreloj para impedir que ella se case con su pretendiente. Una escena de 25 minutos en la que Lloyd vuelve a combinar a la perfección comicidad y suspense como ya hizo en El Hombre Mosca. En esa larga carrera, Harold emplea todos los medios a su alcance para irrumpir en la ceremonia antes de que sea demasiado tarde: coches, motos, caballos e incluso un tranvía. Gracias a un efectivo montaje en paralelo, se consigue mantener el suspense en todo momento al mismo tiempo que se nos hace reír con los numerosos gags que aparecen en su carrera (como cuando Harold coge un coche que transporta ilegalmente bebidas alcohólicas, una divertida concesión a la época) y que acaban culminando en su espectacular entrada en la iglesia.

Con El Tenorio Tímido, el equipo formado por Harold Lloyd, Fred C. Newmeyer y Sam Taylor llegaron a su plena madurez y demostraron que dominaban no sólo el slapstick sino el medio cinematográfico a la perfección. Maravillosa.

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