Hermanos Marx

Los Cuatro Cocos [The Cocoanuts] (1929) de Robert Florey y Joseph Santley

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A finales de los años 20, la novedad del sonido puso del revés a la industria de Hollywood que, ante la necesidad de encontrar nuevos artistas que supieran desenvolverse bien oralmente, hizo lo que mejor se le daba: buscar fuera nuevos talentos e importarlos a la Meca del Cine. De repente, todos los artistas de variedades estaban cotizadísimos y eran tentados con ofertas irresistibles. Los hermanos Marx, que por entonces tenían un enorme éxito, no fueron una excepción.

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Según parece, los Marx ya habían hecho previamente una película en 1921 llamada Humour Risk (1921), pero fue tan nefasta que acabó siendo enterrada para la posteridad, por tanto consideraremos a efectos prácticos Los Cuatro Cocos (1929)  como su auténtico debut cinematográfico – además ¿alguien se imagina a Groucho y Chico actuando en una película muda?

No obstante este segundo debut tampoco fue muy feliz para ellos, a quienes el film no les agradó demasiado y sugirieron no estrenarlo. Por suerte el estudio no les hizo caso y fue un enorme éxito que abrió paso a su carrera en el cine. Pero pese a que el público la recibió con los brazos abiertos, vista hoy día resulta lógica la reticencia de los Marx: Los Cuatro Cocos (1929) se nota que es todavía una versión en bruto de lo que serían sus siguientes films. Incluso si tenemos en cuenta que sus primeras películas hasta Sopa de Ganso (1933) eran especialmente alocadas, Los Cuatro Cocos tiene una crudeza especial que deja en evidencia las circunstancias en que se produjo.

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Básicamente la película es una traslación bastante exacta de una de sus obras más exitosas, y aquí es donde reside su mayor handicap: resulta demasiado obvio que no se ha trabajado especialmente en la adaptación de un material teatral a un contexto cinematográfico. No solo por la limitación espacial en que sucede la acción (el Hotel Cocoanut) sino incluso por la forma como está dirigida. No quiero ser tampoco duro con los pobres Robert Florey y Joseph Santley, los primeros de una lista de directores que tuvieron que afrontar la ardua tarea de enfrentarse a los Marx, con el inconveniente añadido de que en Los Cuatro Cocos los Marx eran más inmanejables que nunca por no entender (ni querer entender todavía) las diferencias básicas entre hacer su show habitual y convertirlo en película. A la práctica lo único que pudieron hacer los realizadores es dejarles a ellos desarrollar su espectáculo teatral y captar lo máximo posible con la cámara. El dominio de los Marx sobre la cámara es evidente, y eso hace que aunque la película sea divertida (puesto que al fin y al cabo ellos eran muy divertidos) acabe siendo la más floja de su primera etapa que abarca hasta Sopa de Ganso (1933), ya que se echa en falta un realizador que adapte los gags a una puesta en escena más cinematográfica.

También es cierto que el guión parece seguir la pauta de copiar el espectáculo original en vez de dar a los Marx el protagonismo absoluto que requerían y que tendrían en sus siguientes films. Nótese por ejemplo cómo Chico y Harpo no aparecen imperdonablemente hasta los 20 minutos de metraje. Hasta entonces Groucho ha tenido tiempo para solo un par de gags y el resto de escenas nos han mostrado la aburrida subtrama del robo de una joya y otros personajes que, francamente, nos importan bien poco. Peor aún es que, al ser una obra de los inicios del sonoro, tengamos que soportar la tendencia de algunos personajes a ponerse a cantar cuando les viene en gana (por suerte en nuestra era moderna existe el mando a distancia y el fast forward), ignorando que lo que nosotros queremos es ver a los Marx en acción y que lo máximo que estamos dispuestos a transigir es que sea uno de los hermanos el que cante.

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Una vez asumimos esas circunstancias y que Los Cuatro Cocos es más la traslación del espectáculo teatral de los Marx que una película de los Marx, el film sigue siendo muy disfrutable gracias a sus inigualables dotes como humoristas. Groucho y su lengua viperina arremeten contra la pobre Margaret Dumont, en su clásico papel de viuda relegada a la función de punching ball verbal. Chico con su inconfundible acento italiano protagoniza con su hermano una divertida escena llena de juegos de palabras intraducibles  y desempeña el papel principal en mi momento favorito del film: la subasta en que siempre sigue pujando. Y Harpo, bueno, es Harpo: persigue damiselas, rompe cartas, se bebe un tintero y cuando se relaja toca un poco el arpa. Mientras tanto, el pobre Zeppo está visiblemente incómodo en su papel de «el hermano Marx aburrido y normal» destinado a dar los pies para que el resto le devuelvan réplicas ingeniosas.

Los Cuatro Cocos, también lastrada por ser una de las primeras películas totalmente sonoras (puede notarse levemente cómo las voces de algunos actores se escuchan mejor que otras por su proximidad al micrófono), fue su primera y aún mejorable incursión en la gran pantalla sin contar su desaparecido film mudo. Todos los rasgos que nos gustan de los Marx ya están aquí puesto que en realidad llevaban años perfeccionándolos sobre el escenario. De hecho en la época en que filmaron la película, por las noches estaban representando su último espectáculo, es decir que aún ni se planteaban que el cine podría sustituir los escenarios. Hizo falta que la película triunfara para que se tomaran su paso por el cine más en serio y no como un dinero extra a ganar. De esta forma sus siguientes obras buscaron un equilibrio entre la anarquía marxiana que rompía con todos los estándares de Hollywood y un cierto respeto a ciertas convenciones cinematográficas que beneficiarían el resultado final.

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El Conflicto de los Marx [Animal Crackers] (1930) de Victor Heerman

A primera vista, se le pueden reprochar bastantes cosas a El Conflicto de los Marx desde el punto de vista formal. Partiendo de la base de que lo último que le preocupa a uno cuando ve una película de los hermanos Marx es la historia, aún así las diferentes escenas (¿o más bien sketches?) están torpemente unidas entre sí y la leve trama está desarrollada con recursos que harían sonrojar a un aprendiz de guionista. Desde el punto de vista técnico, la dirección de Victor Heerman es torpe y demasiado teatral, además de que el sonido todavía está usado de forma deficiente (en varias escenas se pueden escuchar las pisadas de los actores sobre el decorado de madera aún suponiéndose que todo sucede en una mansión). Por último, las actuaciones del reparto son tan flojas, recitando sus frases con un tono tan falso e impostado, que a veces uno se pregunta si es así a propósito… por supuesto sin tener en cuenta a los propios Marx y a la imprescindible Margaret Dumond, que aunque se dedica a hacer el mismo papel de siempre (básicamente sonreír y recibir los insultos sin parecer saber qué pinta en ese tinglado) es una parte indispensable del universo marxiano.

Y sin embargo, pese a todo eso, El Conflicto de los Marx es una gran comedia. ¿O quizás habría que decir que lo es en parte por todo eso?

El principal atractivo de los primeros films de los hermanos Marx es precisamente su desbocada locura anárquica. Son películas que, hablando claro, se pasan por el forro todas las normas y convenciones de la narrativa clásica sin ningún tipo de concesiones. Nada tiene sentido ni pretende tenerlo. La estructura del film es deficiente pero a nadie le importa. Cuando cierto productor de Hollywood dijo que no veía por qué iba a contratar a un cómico cuyo característico bigote estaba claramente pintado, estaba demostrando que no entendía de qué iba la cosa. La regla de oro de un film de los Marx es no pretender buscarle el sentido o la coherencia y dejarse llevar por el humor. Por ello los Marx fueron de los mayores anarquistas que asaltaron Hollywood: llegaron a la Meca del cine, al sistema de estudios con sus normas y sus libros de estilo cuidadosamente estudiados sobre cómo debe hacerse una película, e hicieron volar todo eso por los aires bajo una sola norma a la que se mantendrían siempre fieles: hacer reír. El resto, no importaba.

Siendo justos, cabe reconocer que con el tiempo tuvieron que replegarse en parte y hacer unas cuantas concesiones para sobrevivir. Después del fracaso comercial de la que hoy se considera su obra maestra, Sopa de Ganso (1933), los Marx se resignaron a aceptar algunas normas sobre cómo hacer películas. Fue entonces cuando aparecieron esas subtramas de amor que no le importaban a nadie (en este film ya hay algo de eso, pero el caos general la eclipsa por completo) en las cuales el trío de hermanos tenía prohibido intervenir. Ése era el trato: ellos respetaban la subtrama amorosa y a cambio podían seguir destruyendo todo lo que quisieran. No era un mal trato, y dio muy buenos frutos (véase sin ir más lejos su otra gran obra maestra, Una Noche en la Ópera), pero lo que ganaron sus films en estructura y coherencia (dentro de lo que es el universo marxiano), lo perdieron en otros aspectos: la locura, el caos, la filosofía de «la película no es perfecta pero nos da igual».


Pero no nos adelantemos, porque El Conflicto de los Marx nos muestra a Groucho, Chico y Harpo (y Zeppo) llevando la película a su antojo sin que les importe si el resultado final es demasiado teatral o si en el aspecto formal no está demasiado cuidado. Después de todo, ¿no lleva uno de ellos un bigote pintado? Por ello no les importa por ejemplo dedicar una escena entera rodada en largos planos generales a una simple partida de cartas. Apenas hay un par de cortes en toda esa escena, nadie se molestó en decirles a ellos o al director que en el cine uno puede acercarse más a los personajes y usar el montaje para mostrar de cerca las reacciones de la aburrida Margaret Dumont cuando ve que están haciendo trampas o de Harpo cuando hace alguna locura. Como resultado, la escena tiene una apariencia excesivamente teatral. Y sin embargo no importa, porque consiguen que siga siendo divertida. Bajo estas deficiencias, el film funciona por la forma como los cómicos protagonistas se apoderan de la pantalla. Parece como si, conscientes de ello, les diera absolutamente igual lo demás.

La excusa argumental es la llegada del Capitán Spaulding (Groucho) después de una expedición a África a la mansión de la señora Rittenhouse, quien prepara una gran recepción en su honor. El plato fuerte es la exhibición de un famoso cuadro que acabará siendo reemplazado por dos copias provocando el caos y la confusión. A partir de ahí, Groucho, Chico y Harpo exhiben todas sus habilidades sin dejar títere con cabeza. Groucho escupe sus réplicas mordaces contra cualquiera que se le pase por delante mientras Margaret Dumont tiene esa expresión que es un término medio entre sentirse horrorizada y no entender bien qué está pasando (la gran pregunta que siempre ha rodeado a la actriz y que ha contribuido a que sea recordada pese a sus limitados papeles es hasta qué punto ella era partícipe de las bromas o si, como su personaje, realmente no entendía nada ni compartía el humor de los hermanos; personalmente prefiero no saber la verdad y seguir pensando que no hay mucha diferencia entre actriz y personaje). Chico se dedica a estafar y sacar partido de todas las situaciones con su palabrería y su acento italiano. Harpo persigue a cualquier cosa con dos piernas bonitas que se le pase por delante y en cierto momento empieza a disparar con una escopeta por toda la casa sin ningún motivo aparente.


Y en medio de este caos aún tienen tiempo para exhibirse con sus habituales números musicales. El de Chico al piano destaca en esta ocasión porque tiene un gag incorporado, al estar Groucho burlándose de su aburrida melodía mientras Chico intenta encontrarle un final. Sin embargo, mi favorito es el número de Harpo al arpa. Es un momento casi mágico porque podemos ver al alocado Harpo tocando su instrumento con una mirada que, por primera vez, denota seriedad y concentración. Es un instante fugaz pero inolvidable. Cuando Harpo acaba su número, éste parece ser consciente de que debe volver a su caracterización habitual y entonces bosteza cómicamente justo antes de dormirse, como si intentara de esa forma separar el Harpo concentrado virtuoso del arpa del Harpo clown. Con ese gesto, nos dice que vuelve a ser Harpo.

¿Momentos favoritos? Eso ya es cosa de cada cual, hay tantísimos gags y juegos de palabras que es difícil quedarse con todo en un visionado, y menos aún escoger un momento favorito. Pero films como éste nos recuerdan que de vez en cuando viene bien disfrutar de un poco de sana anarquía.