Kenji Mizoguchi

La Señorita Oyu [Oyû-sama] (1951) de Kenji Mizoguchi

La Señorita Oyu (1951) es en opinión de este humilde Doctor una de las obras más particulares de entre todas las películas que ha visto del grandísimo Kenji Mizoguchi. Y aunque de entrada pueda parecer que es otra película sobre una mujer condenada a sufrir en un mundo de hombres, el enfoque que propone aquí Mizoguchi me parece sustancialmente diferente, y creo que lo acerca más que nunca al cine de Naruse (otro cineasta obsesionado por el papel de la mujer en la sociedad japonesa pero con otro estilo totalmente diferente), puesto que aquí el cineasta abandona su estilo tan característicamente trágico y opta por un tono de drama más melancólico y pesaroso.

El protagonista del film es Shinnosuke Seribashi, un hombre a quien su familia le está concertando varias citas para que encuentre una esposa sin mucho éxito, ya que es bastante exigente. Una de esas citas es con la joven Shizu, que viene acompañada de su hermana, la viuda Oyu Kayukawa (la magnífica Kinuyo Tanaka). Shinnosuke desafortunadamente siente cierta indiferencia hacia Shizu pero se enamora perdidamente de la señorita Oyu. No obstante, es un amor imposible, ya que si ésta se casa con otro hombre sufrirá el rechazo de la acaudalada familia de su antiguo marido, con los cuales debe seguir viviendo por el bien de su hijo pequeño. Shizu, intuyendo que hay una conexión especial entre su hermana y Shinnosuke, decide casarse con él igualmente como una forma de tener a los dos juntos aunque sea como cuñados.

Mientras visionaba La Señorita Oyu me vino inevitablemente a la mente la obra maestra La Voz de la Montaña (1954) de Mikio Naruse, que comparte con ésta el partir de una premisa muy similar: un matrimonio en que los dos miembros de la pareja no tienen una relación especialmente feliz, pero cuya razón de ser está en la conexión especial que se establece entre uno de ellos con alguien de la familia política (en el caso del film de Naruse, es la relación paternofilial que se establece entre la protagonista y su suegro). El hecho de que Shinnosuke y Oyu estén condenados a no poder estar juntos aquí no nos es planteado como una gran tragedia, puesto que el sacrificio que hace Shizu acaba dando pie a un curioso menage à trois que acaba funcionando a su extraña manera. La escena en que los tres salen juntos de excursión es preciosa, con Shinnosuke y Oyu (que no sospecha nada del sacrificio que ha hecho su hermana ni de que Shinnosuke en realidad está enamorado de ella) jugueteando alegremente y Shizu, lejos de sentirse fuera de lugar, celebrando poder estar junto a su adorada hermana y hacerla feliz. Paradójicamente, si los personajes pudieran mantener así su relación eternamente se nos da a entender que habrían encontrado una extraña forma de felicidad: con un matrimonio nunca consumado y dos personajes enamorados pero que parecen ser ya felices de simplemente disfrutar de su mutua compañía.

No obstante, esto no podía durar mucho, después de todo estamos en un film de Mizoguchi. Pero cuando Oyu descubre la verdad, en ningún momento piensa en corresponder a Shinnosuke: las convenciones sociales son tan fuertes que ella ni se plantea romperlas, a diferencia de muchas heroínas de Mizoguchi que precisamente se arriesgaban a hacerlo (eso sí, casi siempre con consecuencias funestas). Oyu es por tanto un tipo de mujer más cercano al cine de Naruse que al de Mizoguchi, que entiende y acepta a su pesar el papel que le corresponde, destinada al final a ser una mujer florero para un hombre que ni siquiera le aprecia. Es, curiosamente, el personaje masculino el que parece sufrir más penalidades y un final más trágico, y también el más débil de los tres, el que siempre ha acabado acatando la voluntad de las dos hermanas y no ha sabido imponerse; un hombre que, al fin y al cabo, no ha hecho más que buscar la figura de su madre (muerta siendo pequeño) en su posible esposa – de ahí quizá que prefiera a Oyu, más madura y ya con un hijo.

Y sin embargo hay un aspecto en que La Señorita Oyu se nota que indudablemente es un film de Mizoguchi, y es el inconfundible estilo de su director. La forma de diseñar la puesta en escena y la larga duración de algunos planos son elementos típicamente mizoguchianos que aquí están llevados ya a pleno virtuosismo. Destaca para mi gusto la bellísima escena inicial del primer encuentro entre el protagonista y las dos hermanas en plena naturaleza, donde se produce la primera confusión, y el plano final de nuevo situado en mitad de la naturaleza, que nos da a entender el triste destino que le espera al protagonista simplemente con sus movimientos.

Resulta significativo de la visión pesimista que tenía su creador del mundo el hecho de que el desenlace de La Señorita Oyu nos parezca hasta suave en comparación con el de sus otras películas.

Elegía de Naniwa [Naniwa erejî] (1936) de Kenji Mizoguchi

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Aunque contemporáneos suyos como Yasujiro Ozu y Mikio Naruse a mediados de los años 30 ya habían filmado unas cuantas películas de enorme interés, parece ser que la carrera de Kenji Mizoguchi hasta esa fecha es bastante olvidable. No podemos corroborar a ciencia cierta si es una opinión demasiado severa, porque la mayor parte de obras que filmó hasta entonces se han perdido, de modo que tendremos que creer que el Mizoguchi que conocemos y realmente apreciamos empieza en 1936 con Elegía de Naniwa y Las Hermanas de Gion. La segunda es una obra sobre la que se ha hablado mucho y que suele ser tenida muy en cuenta, pero Elegía de Naniwa, supuestamente el primer Mizoguchi auténtico, sigue siendo hoy día una película oculta.

Ya de entrada, aquí el director apuntaba a su temática predilecta: las injusticias hacia las mujeres en la sociedad japonesa. Una telefonista, Ayako Murai, sufre el acoso del jefe de la empresa, Sumiko Asai. En un descanso, le pide a su novio Nishimura, que también trabaja en la misma compañía, que le consiga una importante cantidad de dinero que su padre ha dejado en deuda, pero éste muestra desinterés. Al llegar a casa, Ayako se pelea con su padre y decide dejar su hogar para convertirse en la amante de su jefe. De esta manera, salda la deuda de su padre y paga los estudios universitarios de su hermano. Pero cuando decida abandonar esta vida será demasiado tarde para ella.

Elegía de Naniwa (5)
Aparte de ofrecernos un argumento muy típicamente Mizoguchi, cabe resaltar que Elegía de Naniwa es la primera colaboración entre el director y su guionista habitual Yoshikata Yoda, al que volvió loco obligándole a reescribir el guión decenas de veces porque no capturaba aún el realismo necesario. Y de hecho queda bien clara la voluntad de critica social del director, que a la larga acabó provocando que la película fuera obra en 1940 por ser demasiado desmoralizante. Tampoco creo que sea casual que en su primera película de interés Mizoguchi estuviera narrando una historia ideada por él con tantas connotaciones biográficas: como es bien sabido, su padre vendió a la hermana del director cuando ésta era una adolescente para saldar unas deudas. Mizoguchi, que estaba muy unido a ella, siempre quedó muy afectado al ver como ésta se veía obligada a convertirse en geisha.

Quizá esa vinculación tan personal con el argumento explique esa insistencia por lograr un realismo sucio y el tono tan oscuro de la película, que tiene lugar principalmente en espacios cerrados y asfixiantes, ofreciéndonos un entorno visualmente cubierto de sombras en que los personajes a menudo aparecen en planos lejanos medio ocultos por el mobiliario o la iluminación. Por otro lado, un aspecto ya remarcable en que luego sobresaldría hasta convertirlo en una marca de género es su puesta en escena con abundancia de travellings y la cuidada composición de los planos.

Elegía de Naniwa (2)

Ese estilo sumado a su pesimista historia hacen que Elegía de Naniwa sea una película que deja un poso muy amargo. Esta primera heroína del cine de Mizoguchi, Ayako, no solo puede progresar económicamente convirtiéndose necesariamente en amante de su jefe, sino que además debe soportar el desprecio de sus familiares aun cuando éstos utilizan el dinero que ella les envía. No obstante, lo que siente Ayako al conocer la reacción de ellos y de su novio no es tristeza sino decepción y rabia, lo que la convierte en una heroína aún más moderna. No se lamenta tanto por su suerte como por el hecho de que su novio sea tan cobarde y su padre tan hipócrita. Incluso aunque no aprobemos su conducta es imposible no estar de su lado. El desenlace abierto no nos deja claro cuál será su futuro pero parece que le queda poca elección aparte de volver a utilizar el sexo como medio de vida. Ese primer plano que dedica a cámara es casi una recriminación a una sociedad hipócrita que ha causado su perdición.

Aún lejos de sus grandes obras, Elegía de Naniwa es un notable film que resulta aún más sorprendente cuando lo comparamos con el gigantesco salto cualitativo que dio solo tres años después con esa obra maestra que es Historia del Último Crisantemo (1939).

Elegía de Naniwa (9)