Lewis Milestone

Sin Novedad en el Frente [All Quiet on the Western Front] (1930) de Lewis Milestone

Sin Novedad en el Frente tuvo un efecto purgador en el público norteamericano respecto a las consecuencias de la guerra muy similar al que provocó El Gran Desfile (1925) de King Vidor unos pocos años atrás en la era muda. Con la devastadora I Guerra Mundial aún reciente, puede parecer que realizar una película sobre dicho conflicto bélico todavía era una empresa algo delicada y no exenta de cierto riesgo, sobre todo en un panorama político tan convulso como el de principios de los años 30. No obstante, el apabullante éxito del film antibelicista de Vidor había demostrado que el público era por entonces receptivo a ese tipo de películas que denunciaban las consecuencias de la guerra, y la innovación técnica del sonido se prestaba especialmente a ser utilizada en este género. Era de esperar pues que un avispado productor aprovechara para ocupar ese hueco, que en este caso fue Carl Laemmle, quien compró los derechos de la novela de Erich Maria Remarque, un veterano alemán de la I Guerra Mundial.

Pero el interés de esta adaptación no se encuentra únicamente en su contenido sino también en la forma. Durante los primeros años de cine sonoro, la incorporación del sonido aún era dificultosa y se traducía a menudo en películas torpes fruto de la compleja problemática que suponía filmar con micrófonos. El cine mudo había alcanzado su plenitud expresiva a finales de los años 20, pero repentinamente tuvo que dar una especie de paso atrás al verse limitado por ciertas imposiciones que surgían al rodar con sonido. Sin Novedad en el Frente apareció entonces en ese contexto demostrando que aún era posible hacer grandes películas muy cuidadas visualmente y que, además, se ayudaban de las ventajas que daba el sonido. El público de la época se quedó boquiabierto al contemplar esta película tan bien filmada (con llamativos travellings y piruetas visuales) que además incorporaba perfectamente el sonido dando más realismo a las escenas de guerra. No es de extrañar que la Academia la recompensara con un Oscar a la mejor película y mejor director, y que instantáneamente se convirtiera en un clásico del género.

El punto de partida es un instituto alemán a inicios de la I Guerra Mundial, donde un profesor convence a sus alumnos con un discurso patriótico sobre la necesidad de alistarse para combatir en el frente y sobre la gloria de luchar por la patria. Poco después, un grupo de jóvenes se une instantáneamente al ejército ilusionados por todas las promesas hechas por su profesor. Naturalmente, una vez en el frente su visión idealizada de la guerra se desmorona al comprobar en primera persona las durísimas condiciones en que tendrán que combatir y ver cómo sus amigos van muriendo uno a uno. Todo este proceso nos es explicado a través del punto de vista de uno de los pocos supervivientes de este grupo, Paul Bäumer, quien traba una estrecha amistad con uno de los soldados veteranos del frente, Katczinsky. El primero es interpretado formidablemente por el joven Lew Ayres en el papel más decisivo de su carrera con solo un film previo tras sus espaldas, El Beso (1929) con Greta Garbo, una de las últimas películas mudas realizadas en Hollywood.

De entrada, el adaptar una novela como Sin Novedad en el Frente implicaba algo nada anecdótico y es utilizar a los alemanes como protagonistas. Cabe recordar que en los años posteriores a la I Guerra Mundial hubo un sentimiento generalizado de odio y rencor hacia Alemania, que era considerada como la gran culpable del conflicto bélico. Estrenar entonces un film que tenía como protagonista no a un prototípico chico americano (como es el caso de El Gran Desfile) sino a un alemán, era una apuesta nada desdeñable. Y funcionó gracias a que el espíritu antibelicista y de rechazo de la guerra es universal. Más allá del odio que se tuviera a Alemania, el público norteamericano no podía dejar de identificarse con unos jóvenes inocentes e ilusionados que sufren las consecuencias de la guerra. De hecho, el film tiene el acierto de personalizar lo menos posible la vinculación de sus protagonistas a un frente concreto o de mostrar las causas de la guerra, de forma que la historia de Paul podría ser la historia de los jóvenes de todo el mundo que sufrieron las consecuencias de la I Guerra Mundial.

Otro aspecto a remarcar es ese inicio en cierto modo engañoso en que se sigue el entrenamiento de los jóvenes para convertirse en soldados. El tono de la película es hasta el momento ligero y a veces incluso divertido, de forma que el espectador participa con los protagonistas de ese espíritu desenfadado con el que quieren enfrentarse a la guerra. Pero una vez entran en combate se produce una ruptura radical: se acaba el tono ligero y divertido y tanto ellos como el espectador entramos en contacto repentinamente con los horrores de la guerra. En tan solo unos minutos muere uno de ellos. En las escenas anteriores la muerte parecía algo muy lejano, era algo que ni siquiera se planteaban. Súbitamente pasará a estar con ellos en el día a día. De aquí al final el film no abandonará ya ese nuevo tono lúgubre y pesimista.

A partir de entonces Sin Novedad en el Frente se divide en diversos episodios que van reflejando los horrores de la guerra: compañeros que acaban enloqueciendo, crudas batallas y algunos pequeños paréntesis de calma (como cuando conocen a unas mujeres francesas que les ofrecen su hospitalidad a cambio de comida). Entre ellos destaca por su sentido visual una secuencia en que la cámara sigue el paso de unas botas que se van heredando de unos a otros a medida que van falleciendo. No vemos apenas ningún detalle, simplemente cómo el propietario de las botas va cayendo y éstas pasan a otro hasta que al final el grupo de amigos queda reducido al mínimo.

La mejor en mi opinión es una escena en que en mitad de una batalla Paul acaba escondido en un cráter en el que mata a un soldado francés (interpretado curiosamente por un actor de comedia de la época muda). Durante un largo periodo de tiempo, Paul permanece escondido con el silencioso soldado muerto hasta no poder soportar más su presencia. En el fragor de la batalla es fácil matar a soldados franceses al ser figuras lejanas y desconocidas, pero al tener consigo a una persona real de carne y hueso a la que ha matado, su conciencia se le rebela sintiéndose un asesino.

También es muy interesante la escena en que Paul vuelve a casa de permiso y descubre que se siente más incómodo ahí que en el batallón: su padre y sus amigos planifican la guerra alegremente desde un bar sin ser conscientes del desgaste que supone luchar cada día en las trincheras, como si fuera un simple juego de estrategia; mientras tanto, su profesor sigue convenciendo a jóvenes alumnos para que se alisten, y cuando Paul les intenta disuadir basándose en su experiencia, le insultan.

En sus últimos días en el frente aumenta el pesimismo: de su antiguo grupo no queda casi nadie y los nuevos soldados son adolescentes cada vez más jóvenes (de hecho cuando regresa es recibido como un experto veterano, y no como el joven inocente que era antes). Como culminación, la escena final de la película es uno de los más bellos y tristes finales de la historia del cine: Paul, deprimido tras unas trincheras, intenta alcanzar una mariposa que ve por un hueco de la barrera y es derribado por una bala justo antes de poderla tocar. Es un simbolismo quizá muy obvio, pero igualmente efectivo y excelentemente filmado por Milestone. Junto a Senderos de Gloria (1957), el mejor desenlace que conozco de un film antibelicista.

Lluvia [Rain] (1932) de Lewis Milestone

Sin título125

Basada en una obra teatral de W. Somerset Maugham, Lluvia tiene lugar en la isla hawaiana de Pago Pago, donde una serie de personajes se ven obligados a permanecer durante unos días mientras esperan que un barco pueda recogerles. Entre estos personajes destaca el misionero Davidson (acompañado de su mujer) y la joven Sadie, una mujer que se pasa la vida en compañía de hombres y en busca de diversión. No tardará en aflorar la tensión entre ambos personajes hasta el punto de que el misionero intentará repatriar a Sadie de vuelta a los Estados Unidos para que siga el camino correcto.

Pese a la prometedora premisa, Lluvia es un olvidable film que sólo destaca por dos aspectos. En primer lugar tenemos el buen trabajo de Lewis Milestone tras la cámara retratándonos ese paisaje tropical tan asfixiante, el marco perfecto para un argumento lleno de tensión. Aunque no se encuentre entre sus mejores trabajos (sin ir más lejos sus anteriores films fueron la obra maestra Sin Novedad en el Frente y la memorable Primera Plana), cumple con su labor con eficacia.
En segundo lugar está el genial duelo interpretativo entre Walter Huston y Joan Crawford, dos de las más grandes estrellas de su momento que hacen que sus personajes rebosen fuerza y personalidad. Huston está excelente como siempre interpretando a un misionero que cree en la palabra de Dios pero que al mismo tiempo es implacable y no tiene nada de compasión, consigue resultar odioso pero que al mismo tiempo entendamos su forma de actuar y sus principios aunque no los compartamos. En cuanto a Crawford, hace una magnífica interpretación que transmite la ambivalencia de su personaje: duro por fuera en su manera de tratar con los hombres y pelearse con los misioneros, pero al mismo tiempo inestable por dentro como bien lo refleja la facilidad con la que pasa del insulto a pedir disculpas e implorar por compasión.

Lluvia1

El defecto de la obra está en que la evolución de los personajes es demasiado repentina. La forma como Sadie pasa a tener el cerebro lavado por los discursos del predicador es tan súbita que cuesta algo de creer, aunque cabe reconocer que la escena en que se nos muestra es excelente. Después de una acalorada discusión, el predicador empieza a recitar el Padrenuestro ignorando a la joven hasta que ella de repente le observa con una mirada extraña hasta acabar arrodillándose y acompañándole en sus oraciones. No sabemos qué le lleva a dar ese paso pero la formidable actuación de Crawford hace creíble la escena, que está rodada en un largo plano sin corte que nos permite ver como ella va poco a poco cayendo hasta convertirse milagrosamente.
Así mismo el final está bastante pobre y precipitadamente resuelto, seguramente la censura tuvo mucho que ver en ello, pero aún así no me parece una resolución satisfactoria.

Salvo la dirección y la soberbia pareja protagonista, el film resulta bastante vulgar y en ocasiones aburrido. Hay demasiados diálogos que delatan su origen teatral y que provocan que le falte ritmo. Se intuyen buenas ideas referentes a la religión (por ejemplo, cuando un personaje comenta amargado cómo los aborígenes salvajes viven felizmente en armonía hasta que llegan los misioneros a predicarles el cristianismo haciéndoles sentir culpables y desgraciados) pero tampoco se profundiza en ellas. El resultado acaba siendo bastante pobre y salvable sólo gracias a la labor de Milestone, Huston y Crawford.

Lluvia2