Marcel L’Herbier

Le Diable Au Coeur (1928) de Marcel L’Herbier

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En un pequeño puerto pesquero francés vive la adolescente Ludivine Bucaille, una muchacha de familia humilde que pasa sus ratos libres liderando una banda de niños con los que comete todo tipo de travesuras. Su hogar es un auténtico desastre, con un padre alcohólico, dos hermanos menores tan incontrolables como ella y una madre desesperada. Una noche deciden atacar la casa de otra familia de pescadores que representa su polo opuesto y a los que tiene cierta manía. Ludivine y su banda son sorprendidos y amonestados por Delphin, el hijo de la familia, y ésta llena de rencor desea que les suceda una desgracia. Al día siguiente su vida dará un cambio radical cuando descubra que mientras Delphin y su padre pescaban sufrieron un naufragio en que el padre murió, lo cual hace que Ludivine se sienta culpable, ya que ella les había deseado ese mal. Cuando la madre del chico también fallece a causa de la impresión, Delphin, solo y empobrecido, decide abandonar el pueblo, pero una Ludivine llena de remordimientos le pide que se venga a vivir a su casa.

Marcel L’Herbier es uno de los grandes nombres del cine francés de la era muda junto a otros más conocidos como Abel Gance o Jean Epstein. Sus películas se nutrían de las contribuciones del cine vanguardista y experimental de la época aplicándolas a obras narrativas, dando forma así a una combinación memorable que daba como fruto películas muy modernas que eran accesibles para el gran público, además de ser un reflejo de las últimas tendencias de su época.

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Una de las primeras cualidades que salta a la vista de Le Diable Au Coeur es lo acertado de su ambientación. L’Herbier consigue sumergir totalmente al espectador en el ambiente de pueblo pesquero así como en los escenarios interiores de las casas de los protagonistas, cuidados con mucho detalle. De hecho esto resulta crucial para la película, ya que la transformación o madurez que sufre la protagonista acaba viéndose reflejada en su hogar: una vez decide acoger a Delphine, obliga al resto de personajes a arreglar la casa para que el joven no vea en qué estado de suciedad y desorden viven.

También destaca del film su poderosa fuerza visual, que es fruto de un excelente trabajo de fotografía, un uso inteligente de la iluminación y una cuidada puesta en escena. L’Herbier era uno de esos muchos realizadores que creía y apostaba firmemente en los recursos visuales del cine y que evitaba el uso de rótulos siempre que fuera posible.

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Donde flojea claramente el film es en su manido argumento, que empieza de forma muy prometedora con la idea de una joven que madura repentinamente ante una desgracia ajena y acaba desembocando en un previsible dilema. Gaston Lauderin, el mujeriego dueño de la taberna convence a su padre para que le deje casarse con Ludivine pero ésta en realidad ama a Delphin. La resolución del conflicto es poco convincente pero se salva por la buena interpretación de sus protagonistas (destacando Betty Balfour como Ludivine) y el uso de algunos símbolos y metáforas que le dan algo de vida, como ese barco en miniatura que Delphin va construyendo como símbolo de su amor a Ludivine.

Aunque objetivamente Le Diable Au Coeur no es una de las películas más importantes de su carrera, su visionado está más que justificado por su impecable factura visual. Además, tiene el aliciente extra de demostrar cómo L’Herbier era capaz de crear películas más convencionales, despojadas de los atractivos extra que tienen sus obras más influenciadas por la vanguardia. Es en definitiva la demostración de que era un gran director no sólo por sus contribuciones al medio o su asimilación de otras influencias, sino por ser capaz de hacer grandes películas como ésta a partir de una historia rutinaria y sin servirse de recursos experimentales para dotarla de interés.

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El Dinero [L’Argent] (1928) de Marcel L’Herbier

El Dinero se trata muy probablemente de la gran película francesa de los años 20 junto al Napoleón (1927) de Abel Gance. Para hacer esta adaptación de la novela de Émile Zola, el cineasta Marcel L’Herbier se embarcó en una ambiciosa producción que contaba con actores de otros países (como Briggite Helm y Alfred Abel, que provenían de Alemania y por entonces eran recordados sobre todo por su participación en Metrópolis) y un presupuesto que le permitió recrearse en su elaboradísima puesta en escena.

El protagonista es el ambicioso banquero Nicolas Saccard, que para sacar adelante su banco de su precaria situación económica cierra un trato con Jacques Hamelin, un joven ingeniero que quiere viajar a una isla de Centroamérica en la que halló petróleo. Como Hamelin insiste en hacer el viaje en avión él solo, Saccard utiliza esa hazaña como estrategia publicitaria para atraer inversores y, en ausencia del ingeniero, aprovecha para intentar seducir a su mujer Line. Paralelamente, el banquero Gundermann vigila de cerca los pasos de Saccard y realiza sus jugadas en la sombra para extraer su parte de beneficio.

Si hay algo que llama poderosamente la atención de El Dinero en un primer visionado es su impresionante factura visual. Y es que si el cine mudo en general destacaba en sus mejores obras por ser capaz de transmitir tanto solo con imágenes, en el caso que nos ocupa el film llega aún más lejos gracias a la pericia de L’Herbier, un cineasta que tenía sobrados conocimientos del medio y que había hecho previamente cine vanguardista. Esta formación es lo que le permite llevar a cabo esta espectacular puesta en escena impresionista tan atractiva visualmente, desde los escenarios de tipo art déco a una vibrante realización con multitud de travellings y encuadres muy llamativos.

En cierto sentido es como si L’Herbier hubiera decidido utilizar todos los logros del cine mudo vanguardista (la libertad expresiva, los encuadres más arriesgados y chocantes, el montaje frenético) y los hubiera utilizado al servicio de una narración convencional para dotarla de mayor riqueza expresiva.

En sus casi 3 horas de duración, El Dinero es una película que no se hace demasiado larga aunque ello no quita que sea bastante densa. La multitud de personajes, la ausencia de un claro protagonista en que apoyarse y la complejidad de la trama contribuyen a ello. También tiene que ver la forma de plantear la historia, por ejemplo el inicio puede resultar algo confuso por la yuxtaposición de diversos personajes que aún no sabemos qué relación tendrán entre ellos. Es una forma muy moderna de empezar la película, evitando la clásica presentación individual de cada uno para luego ir posteriormente trazando la trama. En lugar de ello, L’Herbier nos sumerge directamente en mitad del conflicto y deja que vayamos uniendo las piezas poco a poco.

Sin embargo, esto no debería echar atrás a los cinéfilos, puesto que El Dinero supone en sí mismo un festín para todos los amantes del cine mudo, para los cuales se trata de una película de obligado visionado. Casi podría considerarse como la gran despedida al cine mudo de la cinematografía francesa.