Sidney Pollack

Danzad, Danzad, Malditos [They Shoot Horses, Don’t They?] (1969) de Sidney Pollack



Sin ser uno de los más grandes directores de su generación, Sidney Pollack cuenta con una interesante carrera con bastantes aciertos cinematográficos, de los cuales Danzad Danzad Malditos podría ser considerado sin duda como uno de los mejores. De entrada resulta muy perspicaz la idea de adaptar la novela de Horace McCoy ¿Acaso no disparan a los caballos? en el contexto de finales de los años 60. La desesperanzada novela de McCoy era hija natural de la empobrecida América de los años 30, de un marco especialmente inclinado al pesimismo. Si alguna vez se tenía que nacer una versión cinematográfica de dicha novela, los Estados Unidos de finales de los 60 eran un buen momento para tal propuesta: los años de Vietnam, de la contracultura y del cuestionamiento de los valores tradicionales; seguramente la época en que Hollywood se atrevió a ser más liberal que nunca (dentro de los cánones de Hollywood, claro está).

Ambientada en la Gran Depresión, tiene como protagonista a Robert Syverton, que vagabundea por los alrededores de una sala de baile donde se va a hacer una competición: una maratón en que la última pareja en mantenerse en pie ganará 1.500 dólares. Allí es reclutado como pareja de baile para Gloria al verse ésta sin acompañante. A lo largo de los siguientes días, los concursantes van agotándose cada vez más psicológica y físicamente mientras el público asiste maravillado a ese espectáculo en que una serie de personas se dejan humillar por el premio en metálico.

La película empieza con una galería de personajes prototípica de un film de este estilo: la mujer de carácter algo insolente que se propone conseguir el premio a toda costa, el viejo veterano que cuenta con su experiencia, un matrimonio con una mujer embarazada dando la nota de patetismo, etc. Lo interesante es ver hasta qué punto todos estos personajes son degradados y humillados despojándolos de cualquier atisbo de dignidad.

La escena más llamativa de la película incide en esa idea. Durante una de las carreras que se celebran, al llegar al punto de mayor frenesí, Pollack repentinamente se detiene y nos muestra la escena en cámara lenta con música de feria de fondo. El efecto es prodigioso: la cámara lenta hace que los gestos y expresiones de los personajes sean aún más humillantes y patéticos, y la música remarca la sensación de espectáculo contrastada con el sufrimiento de sus caras.

El film por fortuna es fiel a sí mismo hasta el final, que recomiendo evitar leer a los lectores que no lo hayan visionado.

Una de las licencias que se toman respecto a la novela y que en mi opinión benefician al film, es el desenlace. Porque mientras en la novela el concurso se acaba suspendiendo, en la película los protagonistas hacen precisamente aquello que tienen más prohibido los personajes principales de una obra de Hollywood: rendirse. Éste es uno de esos pocos casos en que los protagonistas de una película, aún teniendo posibilidades de ganar, deciden echar la toalla y abandonar. El héroe (y la heroína) típica hollywoodiense se ha sustentado siempre sobre el valor de nunca rendirse y perseverar en todo momento hasta triunfar o morir en el intento. En este film en cambio se nos muestra a dos protagonistas que sencillamente acaban rindiéndose y, en el caso de ella, suicidándose por estar harta de «esta cosa asquerosa», la vida. No existe la redención del amor ni un pequeño rayo de esperanza, ya que según dice ella, están sentenciados antes de nacer.

Danzad Danzad Malditos, con su mensaje pesimista y desencantado no solo mantiene toda su crudeza, sino que lo que nos muestra tiene incluso más vigencia hoy día que por entonces. La imagen de un espectáculo que muestra a gente de la calle exponiendo sus miserias y degradación en público a cambio de dinero nos es de sobras conocido en estos tiempos infestados de programas televisivos basados en exactamente ese mismo principio. Si los años 60 eran el contexto más adecuado para adaptar la novela, nuestra época es quizás la más apropiada para revisionarla.

Las Aventuras de Jeremiah Johnson [Jeremiah Johnson] (1972) de Sidney Pollack

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Muy notable western de Sidney Pollack que narra las vivencias de un aventurero que decide adentrarse en las Montañas Rocosas y vivir en la naturaleza lejos de la civilización y que sirve como perfecto vehículo de lucimiento para Robert Redford.

Jeremiah Johnson es un hombre que por algún motivo que nunca se nos aclara busca huir de las ciudades y vivir en soledad. Paradójicamente, en esta nueva vida en las montañas Jeremiah prácticamente nunca estará solo y el film se estructura en varios episodios según los personajes con los que se va topando.
En primer lugar conoce a un trampero de avanzada edad llamado Bearclaw Grizlap que parece ser un experto cazador de osos y que le enseña a sobrevivir en la montaña. Su segundo encuentro relevante tiene lugar en una casa cuyos ocupantes han sido masacrados por los indios. Jeremiah sólo entabla contacto con los dos supervivientes: la madre, que ha enloquecido por completo, y el hijo que ha enmudecido por los horrores de los que ha sido testigo. A continuación salvará a otro trampero solitario llamado Del Gue que le llevará a enfrentarse con los indios por primera vez y contra su voluntad. Finalmente, por accidente acaba teniendo que aceptar a la hija de un jefe indio por esposa. Jeremiah Johnson, que se refugió en las montañas en busca de soledad de repente se encuentra con una mujer y un hijo.

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Curiosamente es con esta familia impuesta que Jeremiah parece encontrar la felicidad. Construye una pequeña cabaña para que les sirva de hogar (la demostración definitiva de que ya no quiere ser un trampero nómada sino asentarse como una persona normal) y en ella consiguen vivir los tres en paz y armonía. El problema llegará cuando sea requerido por un oficial del ejército a ayudarles a rescatar unos colonos atrapados en la nieve. Para ello atraviesan contra su voluntad un cementerio indio y, como venganza, la tribu asesina a su familia. Todas esperanzas de vivir felizmente el resto de sus vidas se desvanecen.

Jeremiah vuelve entonces al punto de partida, vuelve a ser un solitario nómada que se desplaza sin rumbo y que ahora nos parece más desencantado y amargado que antes. Nuestro protagonista se encontrará con los mismos personajes que en la primera mitad del film pero a diferencia de antes, su inocencia se ha convertido en cinismo. Además ahora se ve perseguido continuamente por indios que quieren matarle por el sacrilegio que ha cometido, su única posibilidad es llegar a Canadá donde «hay tierras que ningún ser humano ha visto todavía«. Después de un leve retorno a la socialización al haber formado una familia, opta por una ruptura absoluta con la civilización.

Al final del film, Jeremiah vuelve a toparse con el primer personaje que se encontró en el bosque al inicio del relato, cerrando así el círculo: el jefe indio. En su primer encuentro, el torpe Jeremiah intentaba pescar en vano y el jefe le miraba con desprecio por su torpeza. Ahora, años después y tras haber conseguido matar a todos los guerreros indios que intentaron acabar con su vida, tiene lugar el enfrentamiento final. Pero para su sorpresa, el jefe indio en lugar de atacarle le saluda con la mano, dando a entender que ha conseguido ganarse su respeto y que ya no es su enemigo. Jeremiah Johnson parte entonces hacia tierras desconocidas habiéndose reconciliado con los últimos seres humanos con los que seguramente tendrá contacto.

Pollack, basado en un guión de John Milius, consigue construir un film muy sólido que se escapa de los westerns tradicionales al centrarse en la figura del trampero, del hombre que huye de la civilización y se refugia en la naturaleza. Una trama abierta a muchas interpretaciones, aunque yo creo que la clave de todo está en las palabras que le dice el anciano trampero Bearclaw Grizlap al inicio del film: «Muchos suben aquí para ser diferentes. Esperan sacar de la montaña algo que ellos no llevan dentro. Pero es inútil, no se puede engañar a la montaña«.

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