El Cantor de Jazz [The Jazz Singer] (1927) de Alan Crosland

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La historia del cine está plagada de films icónicos que han acabado pasando a formar parte del imaginario colectivo por motivos no exactamente artísticos. Es por ejemplo el caso de El Cantor del Jazz, uno de esos títulos a retener por cualquier persona que considere cinéfila pero que está indudablemente por debajo de otras obras de la época. Hay docenas de películas realizadas en la transición entre el mudo y el sonoro cuyo valor artístico están por encima de ésta, pero su estatus de obra que propició la llegada del sonido le ha permitido erigirse por encima de éstas.

De hecho, ni siquiera es propiamente dicha la primera película 100% sonora: ya existían varios cortometrajes sonoros previos a El Cantor de Jazz y, al mismo tiempo, dicho film era un part-talkie que combinaba escenas mudas con sonoras. La primera producción enteramente sonorizada llegaría muy poco después, también de la mano de Warner Brothers: The Lights of New York (1928) de Brian Foy. No obstante tampoco busco restar méritos al film de Alan Crosland. Aunque no fuera estrictamente el primer film sonoro, sí que fue el que propulsó la implantación del sonido gracias a su enorme éxito.

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El argumento aborda el clásico dilema entre tradición y modernidad, entre ser fiel a la herencia de los antepasados o abrazar el progreso, en este caso vinculado más a la cultura judaica. El protagonista es Jakie Rabinowitz, hijo de un veterano jazán, es decir, el encargado de los cantos en las celebraciones religiosas en la sinagoga. Dicha tarea goza de un enorme prestigio en la comunidad judía, y por ello el padre de Jakie se enorgullece con razón de que su familia haya desempeñado siempre esa tarea tradicionalmente. Pero para su desgracia, su pequeño hijo prefiere emplear sus dotes como cantante en otro ámbito: la música popular. Ofendido por ese ultraje, Rabinowitz padre le expulsa de su hogar y reniega de él. Años después Jakie ha cambiado su nombre por el más comercial de Jack Robin y está empezando a destacar como cantante de jazz.

El problema principal que le encuentro a El Cantor de Jazz es el tratamiento demasiado lineal de la historia y sus personajes acartonados y estereotipados. Resulta indudable que el film es un vehículo de lucimiento para Al Jolson y la innovación técnica del sonido, y que por tanto la historia no es más que una mera excusa para que Jonson nos encandile a todos y podamos disfrutar de los segmentos sonoros.

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La trayectoria que sigue Jack hacia el estrellato nos es presentada como un camino recto y sencillo. Los personajes que le rodean como Mary, quien le apoya en ese ascenso al estrellato, no son más que sonrientes cómplices que nos remarcan lo endiabladamente encantador que es Jack/Al Jonson. No pretendo dar a entender que este tipo de argumento deba ir acompañado necesariamente de conflictos o que sea imperativo ofrecer una visión realista del mundo del espectáculo, simplemente creo que le falta algo a esta trama para dotarla de interés.

Ese «algo» obviamente sí que existía en su momento, lo que sucede es que hoy día no nos aporta gran cosa. Me refiero, claro está, al sonido. La película tenía como gran aliciente ofrecer varias interpretaciones musicales de la que era una de las más grandes estrellas de Broadway del momento, haciendo llegar al público de todo el país su repertorio, incluyendo su famosa frase «Aún no habéis visto nada«. Los saltos del mudo al sonoro cabe reconocer que son algo bruscos, pero pueden excusarse por ser una obra que aún experimentaba con las posibilidades del medio. Es de resaltar por ejemplo la conversación entre Jakie y su madre, único momento no musical con sonido, que repentinamente con la llegada del padre hace volver repentinamente el estilo mudo.

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El dilema entre tradición y modernidad llega a su momento cumbre con la previsible escena en que el padre se encuentra moribundo y pide a su hijo que cante por él en la ceremonia. Casualmente, eso sucede – ¡cómo no! – la noche de su gran estreno, y debe escoger entre su carrera o respetar la voluntad de su padre. No se preocupen, Jakie es un hijo modélico y en ningún momento dudaremos de que hará lo más correcto.

Desprovista hoy día de la novedad técnica que la hizo tan célebre en su época, El Cantor de Jazz es una obra que ha quedado expuesta a su desnudez dejando patente un guión demasiado simple que es evidente que necesita del aliciente tecnológico que le acompaña y la popularidad de Al Jonson para salir adelante. Más allá de su importancia histórica, es prescindible.

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