Nueva York, mediados del siglo XIX. Catherine Sloper, la hija del acaudalado cirujano Austin Sloper, está ya prácticamente condenada a la soltería de por vida debido a su tímida personalidad y la ausencia de cualidades que le permitan atraer a algún joven. Repentinamente conoce al atractivo y cortés Morris Townsend, que la va cortejando hasta pedirle la mano en matrimonio. Catherine se siente más feliz que nunca, pero pronto se encontrará con un problema: su padre se opone tajantemente a la boda porque sospecha que el señor Townsend no está interesado en su hija sino en la fabulosa herencia de 30.000 dólares al año que recibirá cuando él muera.
Uno de los más memorables melodramas de época filmados por el genial William Wyler. La historia es cierto que no se puede decir que sea muy original, pero el resultado es excelente. Wyler se basa en la perfecta descripción de los personajes para desarrollar el argumento sirviéndose para ello de un gran reparto y un cuidado guión. Al igual que en otros de sus más grandes dramas de época, como la magistral La Loba (1941), este aspecto es el pilar que sostiene el film y que le permite demostrar sus cualidades como director pese a las numerosas discrepancias que tuvo con la actriz protagonista, Olivia de Havilland.
El gran acierto del guión creo que es la forma como perfila a cada personaje: el severo y rígido Dr. Sloper que sin duda muestra cariño a su hija pero, al mismo tiempo, siente cierto desprecio porque ella no se parece a su madre (a la que tiene tan idealizada que, como dice su hermana Lavinia, casi resulta irreconocible tal y como la describe); la inocencia e incluso estupidez de la pobre Catherine; el encanto natural de Morris (que es de esas personas que son tan amables y educadas que uno llega a desconfiar de ellas) y la algo atolondrada Lavinia haciendo su papel de Celestina. De hecho uno de los mejores aspectos del film es el personaje de Morris, puesto que nunca llegamos a estar seguros del todo sobre si realmente busca su dinero. Es tan sumamente encantador y dulce con ella que cuesta creer que sea tan buen mentiroso, pero todo nos apunta hacia ello. Sin embargo, Wyler insistió mucho en no darlo nunca a entender de forma directa, el convertirlo en un personaje ambiguo y no un simple estereotipo, y eso lo hace más creíble y enriquece el film. Sólo hay un par de momentos en que realmente confirmamos esta sospecha: cuando ella le propone casarse en secreto y le advierte que en tal caso perderá la herencia de su padre (la cara de él expresa su decepción) y cuando, años después de haberla abandonado y estando su padre muerto, vuelve a pedirle en matrimonio por segunda vez y, mientras ella va a buscarle un regalo, él se pasea por la mansión contemplando todo sin duda pensando en lo que va a ganar con esta unión.
Sin embargo, el personaje sobre el que se construye en buena parte el film es, claro está, Catherine. A través de este drama observaremos su proceso de madurez, cómo pasa de ser una joven inocente, tímida, insegura y torpe a una mujer consciente de su situación, dura e implacable. Su padre, sabiendo que su hija va a echar a perder su vida con un cazafortunas, no puede evitar echarle en cara lo que es en realidad: una joven poco agraciada, no muy inteligente y aburrida que no podría interesar a alguien como Morris. A esta decepción le seguirá otra: la de ser abandonada por Morris. Después de estos dos golpes propinados por los dos hombres de su vida, Catherine madurará repentinamente convertida en una mujer dura, vengativa y cruel que le niega consuelo a su padre en su lecho de muerte, y que se vengará fríamente del hombre que la engañó y al que seguramente aún ama.
De hecho lo curioso de Catherine es que después de saber que su padre tenía razón sigue odiándole por haber provocado indirectamente la pérdida de Morris. Desde su punto de vista, prefiere vivir engañada con Morris aún cuando éste la quiera solo por el dinero. Es decir, en lugar de caer en el tópico que dicta que tras descubrir la verdad debería volver a brazos de su padre, Wyler nos propone algo mucho más enfermizo y realista: aunque sabe que es un farsante, ella sigue enamorada de él, puesto que no puede eliminar ese sentimiento de forma tan rápida.
Después de haber alabado tanto a los personajes, no puedo olvidarme de las grandiosas interpretaciones del reparto que acaban de redondear el film. Olivia de Havilland simplemente hace el papel de su vida, en la primera parte transmite esa inocencia (rayando la estupidez) y esa torpeza de una forma perfecta, para luego pasar a convertirse en un personaje frío e implacable de forma totalmente creíble. Montgomery Clift es el actor perfecto para encarnar a Morris, ya que sabe transmitir esa ambigüedad tan necesaria para el personaje. En cuanto a Raph Richardson, es junto a Olivia de Hallivand el gran ganador de la función. Hace el personaje totalmente suyo transmitiendo ese cariño y, al mismo tiempo, desprecio a su hija presente en sus diálogos tan lapidarios («¿Qué es lo que tienes tú que no tengan otras jóvenes aparte de un montón de dinero?«). Tampoco cabe olvidar a Miriam Hopkins como Lavinia, esa Celestina que aún al final del film cree que lo mejor para ella es estar con Morris. Resulta un personaje curioso puesto que sabe perfectamente que él la quiere por dinero, pero aún así cree que su sobrina debería casarse con él.
Aparte de todo lo mencionado, la calculada dirección de Wyler y una fantástica fotografía en blanco y negro, acaban de redondear el trabajo. Wyler se sirve de ese recurso tan habitual en él como es el uso de la profundidad de campo para resaltarnos el fondo de los planos, que a veces es tan importante como lo que hay en primer plano. El director prefiere confrontar a todos sus personajes en un mismo plano en detrimento del clásico plano y contraplano y ese recurso le sirve eficazmente para mostrarnos los conflictos entre ellos. Todos estos elementos hacen de La Heredera uno de los films más destacables de su carrera.