Las adaptaciones cinematográficas de obras teatrales pueden ser un arma de doble filo. Por un lado, si la obra es buena el guionista se encontrará ya con unos diálogos de calidad y una historia suficientemente interesante como para funcionar en un espacio cerrado. Pero por el otro, el limitar la acción a un espacio y lugar concretos evidencian de forma quizá demasiado clara el origen de la historia. Hace falta ser un muy buen director para saber sacar partido a los elementos de la obra teatral (el guión) al mismo tiempo que aprovechar los recursos que proporciona el cine sin traicionarla. Y William Wyler sencillamente no podía defraudarnos.
Ambientada en una comisaría neoyorkina en el transcurso de un día, Brigada 21 tiene como personaje principal al Detective Jim McLeod. Se trata de un policía tenaz e implacable, con una mentalidad similar al Javert de Los Miserables, que cree en el bien y el mal, sin matices, y entiende que su deber es el cumplimiento estricto de la ley. Los dos casos que trata en este instante son el de un joven que ha cometido un pequeño robo y un médico abortista al que lleva tiempo persiguiendo sin éxito por falta de pruebas. Al descubrir que sus dos principales testigos contra este último no van a poder servirle, McLeod pierde la cabeza y le asesta una paliza al acusado que lo envía al hospital. Su superior malinterpreta este gesto creyendo que Jim realmente tiene algo personal contra el médico y descubre un vínculo entre ambos: la esposa de Jim acudió a dicho doctor siendo soltera a causa de un embarazo no deseado. Pero lo peor de todo es que Jim en realidad no sabe nada al respecto y su mentalidad tan implacable difícilmente podría aceptar algo así sobre su adorada mujer.
Años atrás, William Wyler ya había intentado adaptar otra prestigiosa obra teatral imprimiéndole el realismo sucio que necesitaba, Callejón sin Salida (1937). La anécdota más famosa está en el hecho de que para recrear los bajos fondos portuarios de Nueva York, el productor Samuel Goldwyn hacía traer a diario camiones con verdura fresca que luego dejaban en el suelo del decorado, intentando que eso diera el pego. Es decir, la imagen que tenía el glamouroso Hollywood de la suciedad callejera eran piezas de fruta fresca, nada de basura de verdad. Quizá podemos manchar la cara del chico con un poco de polvo para que parezca sucio, pero no nos olvidemos de peinarle y vestirle adecuadamente. Wyler se tuvo que resignar. Eran las reglas de Hollywood.
Pero en Brigada 21 por fin consiguió un poco de ese realismo que buscaba. La comisaría en que sucede toda la acción da una cierta imagen de desorden y suciedad. Los policías están continuamente sudando y son rudos. No hay rastro de glamour, de hecho el guión se recochinea de ello con el personaje de una mujer que pregunta a un policía si no llevan relojes como los de Dick Tracy, y a otro le increpa que no parece un detective sin el sombrero característico.
Pero sobre todo, donde Wyler y los guionistas Rober Wyler (hermano de William) y Philip Yordan se mojan más es en los temas que trata el guión. Aquí tenemos por fin una película de Hollywood que, en medio del Código de Censura Hays, se atrevió a lidiar abiertamente sobre temas tabú como el aborto o el sexo pre-matrimonial. Y eso sin olvidar a su protagonista, un agente de la ley odioso y prepotente, sin una pizca de humanidad. El guión y la portentosa actuación de ese milagro de la naturaleza llamado Kirk Douglas hacen un estudio magnífico sobre la compleja psicología de ese personaje, obsesionado por ser lo más recto y justo posible para huir de su sombra paterna. Y no solo eso, cuando parece que enmienda su error y todo se va a solucionar, vuelve otra vez atrás. Hay un extraño patetismo en el espectáculo de ver a este personaje que debe enfrentarse a un mundo que no admite solo blancos o negros, que descubre que en su intento por huir de su padre se ha convertido en una versión de él.
Wyler encara la película con gran profesionalidad, consiguiendo que la unidad de espacio y tiempo no se nos haga pesada, apoyándose en su eficaz reparto (creo que merece también una mención especial la joven Cathy O’Donnell con su conmovedor personaje) y evitando darle a la película esa lustrosa apariencia hollywoodiense. La ausencia de banda sonora aumenta el realismo de las situaciones. Del mismo modo, se prefiere mostrar el aburrido y cotidiano día a día de los policías antes que excitantes escenas de acción. Sigue siendo Hollywood y por tanto tiene que abrirse una pequeña rendija de luz a la esperanza, pero trata temas que eran impensables por entonces en la gran pantalla, como el aborto o la terrible losa que se pretendía imponer a las mujeres sobre la necesidad de mantener su pureza y virginidad. Y lo hace de una forma que aun hoy día parece honesta. No está mal viniendo de un director que se suele asociar a los melodramas y las grandes producciones.
Una pequeña joya, intensa y que mantiene su estilo descarnado.