El Discreto Encanto de la Burguesía [Le Charme Discret de la Bourgeoisie] (1972) de Luis Buñuel

Magnífica película del aragonés Luis Buñuel que se erige como la mejor obra de su última etapa francesa junto a Belle de Jour (1967). Tal y como él mismo mencionó en una ocasión, si en El Ángel Exterminador (1962) un grupo de burgueses se encontraban con el problema de que no podían abandonar la habitación en la que se encontraban después de haber celebrado una lujosa cena, en El Discreto Encanto de la Burguesía el conflicto de los protagonistas es que nunca pueden llegar a celebrar esa cena.

Los protagonistas son dos matrimonios (los Thévenot y los Sénéchal) y Don Rafael Costa, embajador del imaginario país sudamericano de Miranda. Durante todo el film sus intentos por reunirse y tener una plácida cena son interrumpidos por causas diversas hasta que, en la parte final, Buñuel empieza a jugar con los sueños haciendo que realidad y ficción se entrelacen hasta no saber donde empieza una y termina la otra.
Exceptuando a Don Rafael Costa, no sabemos gran cosa del oficio de los otros dos hombres pero sí que se nos muestra que están involucrados en asuntos turbios de tráfico de drogas y además hay un grupo terrorista que va apareciendo intermitentemente a lo largo del film. El llevar una vida delictiva oculta bajo esa fachada de lujo y exquisitez era sin duda un tema jugoso para Buñuel, pero el director apenas se detiene en este punto y prefiere conducir el film por el terreno del surrealismo puro y duro. De hecho en más de una ocasión evita que conozcamos ciertas conversaciones que podrían darnos luz sobre esos personajes introduciendo repentinamente un molesto ruido que impide que oigamos lo que dicen, una manera bastante traviesa de jugar con el espectador.

A diferencia de sus primeros films surrealistas, aquí Buñuel – apoyado por su mejor colaborador, el guionista Jean-Claude Carrière – no opta por el surrealismo brutal de La Edad de Oro (1930) – que también arremetía contra las convenciones burguesas – sino que más bien lo que pretende es introducir elementos chocantes y extraños en escenas aparentemente cotidianas y normales. Aquí no busca como en su juventud impactar directamente al espectador, sino descolocarle mientras se desarrolla la historia de fondo. Es tentador tildarlo de madurez pero no es exactamente eso, simplemente es otra forma de utilizar el surrealismo. Buñuel se sirve de ese elemento para enfrentarlo con su «adorada» burguesía, coger a unos personajes refinados y educados a los que exponer ante situaciones imposibles que chocan frontalmente con su mundo perfecto y planificado.
Por supuesto, el director tampoco se olvida de su vieja amiga, la Iglesia, y nos ofrece uno de mis momentos favoritos de la película cuando un obispo aparece en la casa de unos de los protagonistas… a pedir el puesto de jardinero. Acaba siendo contratado y durante la película es tratado con sumo respeto pero al mismo tiempo sus amos también le hacen efectuar trabajos de criado. Absolutamente delirante.

En lo que sí coincide con La Edad de Oro es en la estructura formada por varias viñetas unidas entre sí solo por los personajes que las protagonizan. De hecho apenas hay un argumento en El Discreto Encanto de la Burguesía más allá de las diversas situaciones que se van sucediendo. Incluso en algunos momentos Buñuel se atreve a ir más allá y ofrecernos algunos breves episodios totalmente desvinculados de los protagonistas. En cierto momento, mientras las tres mujeres intentan infructuosamente tomar algo en un café, un soldado se les acerca y les cuenta un episodio de su infancia sin ningún motivo aparente. Más adelante ese mismo soldado anuncia al batallón que deben interrumpir su cena para seguir con las maniobras, pero el sargento, pese a que tiene prisa, le concede unos minutos para que le cuente a todo el mundo un sueño fantástico que acaba de tener.

Por tomar unos ejemplos de sus fallidos intentos de cenar juntos y respetablemente, la primera vez se frustra por una equivocación de cenas y acaban en una posada en la cual acaba de morir su dueño, cuyo cadáver está al lado del comedor. El siguiente intento no se puede llevar a cabo porque los dos anfitriones sienten un calentón repentino que se ven obligados a saciar a escondidas en el jardín (lo cual me recuerda bastante al amour fou de La Edad de Oro). Más adelante la cena se ve frustrada con la llegada de decenas de soldados que se han presentado repentinamente antes de tiempo (estaban invitados la noche siguiente) y que luego les estropearán la sobremesa con su ruidoso simulacro. Aunque Buñuel no parece querer hacer reír, puesto que no enfatiza lo cómico de las situaciones, se hace inevitable soltar alguna carcajada ante algunas de éstas. La idea es más bien hacernos ver con otros ojos este tipo de actos sociales burgueses, que aquí dan siempre un giro que escapa a lo común.

La parte final es la más salvaje, en la que Buñuel y Carrière se desmelenan del todo y dan rienda suelta al surrealismo puro y duro justificándolo como sueños de los personajes. Una de las escenas más delirantes tiene lugar cuando los protagonistas son detenidos y conocemos por boca de dos policías una suerte de leyenda de terror bastante cómica sobre un sargento sangriento que, una vez al año, se aparece por la noche en la comisaría sembrando el pánico, como una parodia barata de cine de terror.
Dentro de este estilo nos encontramos también con el que es sin duda uno de los mejores momentos de la película: los protagonistas acuden a una cena a la que el sargento les invitó amablemente y, repentinamente, sube un telón y se encuentran en un escenario de teatro siendo los personajes de una obra. Mientras intentan comprender estupefactos qué sucede, un apuntador les va recordando sus líneas.

El resultado acaba siendo un inolvidable mosaico de absurdas situaciones en que pone a juego las convenciones y normas sociales típicas de los burgueses protagonistas. En su posterior película, El Fantasma de la Libertad (1974), Buñuel repetiría el mismo esquema, pero con la diferencia de que no habrá unos protagonistas que sirvan de punto de referencia, sino que cada viñeta cambia de personajes y por tanto pierde un poco la estructura más definida que tiene su precedente. Siendo también una magnífica continuación, se trata sin duda de la hermana menor de ésta aunque el propio Buñuel no opinaba igual (de hecho era su película favorita).
Imprescindible.

6 comentarios

  1. Buñuel tenía con la comida una alianza especial, entre demoníaca y celestial, pero más allá de la ingestión misma, era la ceremonia, el ritual lo que se convertía para él en metáfora de una sociedad consumista y vacía.

  2. Tienes toda la razón, muy bien expresado. Con tu comentario me ha venido a la mente ahora una escena muy curiosa de «El Fantasma de la Libertad» en que Buñuel convierte el ir al baño en un acto público y social y el comer en un acto privado.

  3. juro que no intento ser soberbio, pero siento entender algo de cine, y tras haber visto esta película, no logro encontrarla buena en lo absoluto… y lo digo no para polemizar, lo digo para ver si alguien se anima a explicarme por qué una película así está tan bien catalogada dentro de la crítica… o es que la crítica es muy salamera?

    1. Creo que cuando algo es artístico no tiene porque «gustarnos», en el caso del cineasta, es él mismo el primero que ve la obra, imagina las escenas y las lleva a la acción, en ello deja puesta su firma y sus deseos inconscientes. Las verdaderas obras de arte impactan, pero lo hacen en el propio inconsciente del espectador, por lo cual, la reacción ante lo que ha sido visto no es necesariamente inmediata.

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