La Vida Privada de Sherlock Holmes [The Private Life of Sherlock Holmes] (1970) de Billy Wilder

Con La Vida Privada de Sherlock Holmes, Billy Wilder dio forma a uno de los proyectos más largamente acariciados de su carrera, un film basado en las andanzas del famoso personaje creado por Arthur Conan Doyle. Sin embargo, Wilder tuvo la astucia de no decidirse a adaptar una o varias historias del detective de Baker Street; ni tampoco pretendió inventarse él nuevas aventuras de misterio que correrían el riesgo de no estar a la altura de las originales. Su idea fue ofrecer un enfoque personal, una visión diferente que, como ya indica el título, decidiera mostrarnos ciertos aspectos menos conocidos sobre el detective más famoso del mundo. Obviamente había bastante riesgo en el proyecto, puesto que Wilder y su inseparable colaborador I.A.L. Diamond tendrían que lidiar con un icono internacional del que el público ya tendría una fuerte imagen preconcebida. Tenían que ofrecer una visión diferente de Sherlock Holmes pero al mismo tiempo respetuosa, que mantuviera su espíritu. Aunque no era una empresa fácil tenían un importante punto a favor: ser dos de los mejores guionistas del mundo.

Aunque la idea original y el primer montaje eran una obra bastante distinta a la que resultó siendo, basándonos en el resultado que tenemos, La Vida Privada de Sherlock Holmes explora sobre todo las relaciones de Holmes con las mujeres en dos episodios bastante distintos en cuanto a tono y contenido.

El primero de todos, más breve y ligero, nos cuenta como una diva de la ópera le hace una proposición bastante peculiar. Ella quiere retirarse y tener un hijo al que cuidar, así que le pide a Holmes que la deje embarazada para así tener un descendiente con la belleza de ella y la inteligencia de él. Holmes, acorralado, inventa todas las excusas que puede para escapar hasta finalmente dar a entender que él y Watson son “algo más que amigos”.
Pese a que la idea de que la relación entre Holmes y Watson sea más íntima de lo que mostraba Conan Doyle es bastante tópica y pueril, Wilder y Diamond salen del paso atreviéndose a utilizar esa suposición tan trillada convirtiéndola en un pequeño y divertido gag. El mejor momento es cuando, en un diálogo muy típico de Wilder, le comentan a Holmes la lista de pretendientes a los que la diva hizo antes la propuesta y el motivo por el que fueron rechazados (Tolstoy demasiado viejo, Nietzsche demasiado alemán, Tchaikovsky… “las mujeres no son lo suyo”).

Pero el principal argumento del film concierne al caso de Gabriele Valladon, una mujer belga que intenta hallar el paradero de su marido, un ingeniero belga recientemente desaparecido. El hermano de Sherlock, Mycroft, quien está envuelto en asuntos gubernamentales, le pedirá que abandone el caso, pero éste seguirá adelante las pistas hasta Escocia acompañado de Watson y Gabriele. Si usted, amable lector, no ha visto aún el film y no quiera conocer la resolución, le recomiendo que se salte los dos siguientes párrafos o que, mejor aún, se haga ya con una copia de la película.

Con esta historia, Wilder y Diamond diseñaron su particular misterio al estilo Sherlock Holmes con todos los ingredientes típicos de los relatos originales: punto de partida misterioso y a primera vista inverosímil por todos los hechos que le rodean (la amnesia de la cliente, la dirección falsa, los canarios, etc.); rápidas deducciones por parte de Holmes y una resolución compleja pero que encaja con todas las pistas desperdigadas que han ido ofreciéndose al espectador. Lo interesante está en que éste es uno de los pocos casos en que Holmes pierde o es engañado. Gabriele resulta ser una espía germana que en realidad estaba usando al detective para que le hiciera llegar hasta el proyecto que estaba diseñando el ingeniero belga: un submarino. Resulta una estrategia brillante, puesto que los espías se sirven de la inteligencia y el gusto del detective por los misterios para conseguir sus propósitos. Por ello hacen que el primer encuentro con Gabriele esté envuelto de tanto misterio, porque eso es un caramelo irresistible para Holmes.

Por supuesto también sirve para explorar el carácter misógino del protagonista, y aunque en ningún momento cayeron los guionistas en la tentación de crear una historia de amor, sí que se sobreentiende sutilmente que surge un aprecio mutuo entre ambos. Aprecio que quedará de manifiesto al final cuando Holmes sepa por su hermano que ella murió en Japón cumpliendo una misión de espionaje, y que el nombre falso que utilizó era el mismo que ambos usaron cuando investigaban el caso del ingeniero haciéndose pasar por un matrimonio.

Es por tanto una visión de Holmes complementaria a la que aparece en los relatos de Conan Doyle, que demuestra que los guionistas sentían un sincero aprecio por el personaje y que por ello lo tratan con respeto y coherencia pero también con sentido del humor. El Holmes de Wilder se lamenta al inicio del film de que los relatos que ha publicado Watson le han creado una fama exagerada. Ahora se ve obligado a llevar ese atuendo que el público asocia con él y le toman por un virtuoso del violín cuando en realidad es un violinista mediocre.

Quizás se les podría achacar que sus autores no se resistieran a la tentación de convertir a Watson en uno de esos secundarios cómicos tan típicos de Wilder; pero en ningún momento llega a ser una caricatura sino más bien en un contrapunto humorístico marca de la casa ya que no podía faltar ese característico sentido del humor que hizo famoso al cineasta, especialmente en mi momento predilecto, la aparición al final de una Reina Victoria tratada con un enfoque hilarante.

Siendo justos también habría que hacer una mención a Alexander Trauner, habitual colaborador de Wilder, que vuelve a hacer un trabajo magnífico creando una ambientación perfecta del Londres victoriano, así como a un reparto de nombres en general poco conocidos pero que hacen unas actuaciones impecables: Robert Stephens y Colin Blakely demuestran estar a la altura de las circunstancias y son unos Sherlock y Watson que no tienen nada que envidiar a las decenas de actores que tomaron esos papeles antes y después que ellos; la francesa Geneviève Page  hace un buen trabajo como Gabriele y Christopher Lee, el único nombre conocido, está espléndido como Mycroft Holmes.

Teniendo en cuenta que hoy en día esta película está considerada como una más de las muchas que pueblan la filmografía de Billy Wilder, resulta curioso (y hasta triste) remontarse a todo su proceso de producción para darse cuenta uno de que Wilder la encaró como la gran obra de su vida. No solo iba a ser la producción más ambiciosa de su carrera sino que su montaje inicial duraba más de 3 horas y daba un enfoque distinto al que conocemos hoy en día, ya que en esa hora perdida se contaban dos historias más que desarrollaban más a fondo la peculiar y sincera amistad entre Holmes y Watson. No eran dos misterios al uso, sino historias que servían principalmente para profundizar en la relación de una de las parejas más famosas de la historia. Desgraciadamente, ese metraje fue eliminado y hoy en día está desaparecido, provocando que ese proyecto tan ambicioso al que Wilder dedicó tantísimo tiempo y esfuerzo ahora pueda parecer simplemente una más de las muchas películas geniales que hizo a lo largo de su vida.

Es cierto que esa gran obra que Wilder tuvo en mente desapareció en el suelo de una sala de montaje, pero no cabe duda de que La Vida Privada de Sherlock Holmes fue una de las películas más especiales de su carrera y una de las que más necesita ser reivindicadas.

2 comentarios

  1. Secundo todo, como usted bien sabe, con violencia.
    Robert Stephens es uno de mis tres Sherlocks favoritos, junto a Basil Rathbone y Benedict Cumberbatch, y La vida privada es sin duda una de mis películas favoritas.
    Todo en esta película es soberbio, el Baker Street de Trauner es el más espectacular jamás visto y la banda sonora de Miklós Rózsa es la mejor música que Holmes ha tenido en su historia.
    Viendo su trasfondo, La vida privada es una auténtica genialidad, en cuanto que Wilder lleva al personaje no a los convencionalismos de la época (caso de muchas otras adaptaciones) sino a su terreno personal, y lo hace respetando no necesariamente los detalles concretos sino el espíritu mismo, empezando por el hecho de que la película original se dividiera en capítulos y dejando que cada uno nos muestre una capa diferente de los personajes.

    Y si el montaje de dos horas es magistral, su versión original de más de 3 probablemente fuera legendaria.

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