Resulta un tanto frustrante que Un Tipo Serio pasara tan desapercibida por los cines siendo una de las películas más interesantes que los hermanos Coen han rodado en este siglo. Desde luego es un film de entrada menos atrayente que otros trabajos recientes mucho más exitosos como la magnífica No Es País Para Viejos (2007) o la simplemente correcta Valor de Ley (2010). No cuenta con un reparto de estrellas que pueda atraer al público y la historia teóricamente tiene muy poco interés. Y sin embargo se trata de la película más personal y con el sello más inconfundiblemente Coen que el dúo haya producido desde El Hombre Que Nunca Estuvo Allí (2001). Soy incapaz de creerme que Un Tipo Serio pueda no gustar a un fan de los Coen, porque está repleto de los detalles y las marcas de estilo que los hacen tan especiales.
El protagonista es Larry Gopnick, un padre de familia judío que tiene una existencia en principio cómoda y apacible trabajando como profesor de física y viviendo con su mujer, su hermano y sus dos hijos en un tranquilo barrio residencial. Sin embargo, poco a poco todo se irá desmoronando cuando su mujer Judith le pide el divorcio porque quiere casarse con otro hombre, Sy Ableman. A éste conflicto se le sumarán varios problemas que le llevarán a tener una crisis existencial y pedir consejo a dos rabinos. Paralelamente, su hijo Danny, que está a punto de celebrar su bar mitzvah, intenta recuperar un transistor donde tiene 20 dólares que necesita para pagar una deuda a un matón de clase por haberle comprado marihuana.
En Un Tipo Serio los Coen decidieron construir un film basado más que nunca en los pequeños detalles y en lo cotidiano. No hay realmente ningún conflicto en el que centren su atención más allá del malestar del protagonista, ni tampoco las diferentes escenas llegan a una clara conclusión, simplemente van esbozando la patética vida cotidiana de Larry Gopnick a través de pequeños sketches, algunos más claramente humorísticos que otros. Porque aunque seguramente pueda clasificarse como comedia, esta película recurre sobre todo a ese humor tan especial con el que han adornado muchas de sus grandes obras, que no busca el gag propiamente dicho sino crear situaciones extrañas a partir de hechos rutinarios.
En numerosas ocasiones podemos disfrutar de ese cuidado por los detalles que dio tan buenos frutos en films como Barton Fink (1991). Un ejemplo es esa escena tan aparentemente significante y sin diálogo, en que Danny está sentado en el despacho del director y éste examina el transistor que le han confiscado. Es un momento narrativamente superfluo pero en que los Coen dedican varios minutos para mostrarnos las caras del director y de Danny, cómo el primero coge los cascos con extrañeza e intenta hacer funcionar el transistor sin dejar al joven que se lo explique. Este pequeño instante aparentemente vacío concentra sin embargo más rasgos del universo Coen que muchas de sus obras recientes.
La película se nutre de instantáneas de este estilo, pequeños detalles que los Coen consiguen convertir en pequeñas lecciones de cine. Incluso cuando surge a la superficie un indicio de conflicto serio, los hermanos se empeñan en tratarlo como si fuera otro de esos momentos superfluos prefiriendo centrarse en tiempos muertos y dejar las escenas abiertas. Sin ir más lejos, resulta impagable la escena en que el estudiante coreano intenta sobornar a Larry mediante un diálogo sin sentido que luego llega a su momento cumbre cuando el padre del estudiante intenta amenazarle y, ante la duda sobre si realmente su hijo le llegó a sobornar o no, éste simplemente espeta «Acepte el misterio«.
Esa frase aquí sirve como gag pero en realidad podría verse como la conclusión a la que Larry debe llegar tras sus dudas existenciales. Del mismo modo, la historia que le cuenta el rabino Marshak sobre un dentista que encontró un mensaje en los dientes de un paciente concentra en esos minutos esa misma idea. Larry se empeña en conocer los detalles de la historia: ¿quién dejó ese mensaje ahí, cómo y por qué? El rabino simplemente le dice que debe seguir viviendo y no pretender conocer las respuestas a todas las preguntas, aceptar el misterio.
Del mismo modo, los Coen se niegan a «cerrar» su historia dándonos a conocer hacia que fin desemboca todo lo que hemos visto en esa hora y tres cuartos. También nosotros debemos aceptar el misterio, aunque en este caso uno no puede evitar imaginarse a los dos hermanos riendo maliciosamente sabiendo que defraudarían las expectativas de buena parte del público. Un último detalle a mencionar sobre su particular forma de articular el guión de la película: el prólogo inicial no tiene ninguna conexión con el resto de la historia, algo reconocido por los mismos Coen. Desde luego, en ningún momento está entre sus prioridades dar al espectador lo que él espera por pura lógica.
Por otro lado, esa estructura de escenas aparentemente incoherentes entre sí está planificada con cierta lógica que se hace bastante evidente al inicio y final de película. El film se inicia con la revisión médica de Larry y con Danny escuchando «Somebody to Love» de Jefferson Airplane en clase hasta que es descubierto y le confiscan el transistor, y la película acaba haciendo referencia a estos mismos hechos. De entrada, después de que Danny haya hecho el bar mitzvah es llevado ante un anciano y sabio rabino, que le recita los primeros versos de ese mismo tema de Jefferson Airplane (uno de mis instantes favoritos de la película por lo inesperado y surrealista que resulta) y le devuelve el transistor. Justo después, la siguiente escena nos muestra a Larry recibiendo una llamada de su médico sobre el análisis que se hizo y a Danny intentando pagar por fin su deuda, cerrando así el círculo.
La película tiene como otro rasgo a destacar el no contar con estrellas de gran renombre y basarse en un elenco de rostros poco conocidos. Es una de las mayores apuestas de los Coen y la superan con solvencia gracias a la que es una de sus mayores cualidades no siempre recordada: su capacidad para hacer castings memorables, utilizando rostros llamativos o actores que dan mucha personalidad a papeles pequeños. En este caso hasta los personajes más secundarios tienen rasgos propios, eso sumado al cuidadísimo guión dan la sensación de que cada personaje, por muy breve que sea su aparición, tenga vida propia. Yo por ejemplo destacaría el personaje de Sy Ableman, un secundario muy inteligentemente diseñado y magníficamente interpretado dándole el tono exacto que necesita, haciéndole creíble y cómico al mismo tiempo: los abrazos que le da a Larry para consolarle, su tono pedantemente maduro queriendo ayudarle a superar el divorcio, etc.
Quizá la mejor forma de acabar esta reseña sea haciendo referencia a este hecho para recalcar que uno de los aspectos que hace tan interesante Un Tipo Serio es que los Coen consiguen crear un universo en que no da la sensación de que todos los personajes giren alrededor del protagonista, sino que cada uno vive su propia vida y Larry hace lo posible por abrirse paso entre ellos: una esposa que le pide el divorcio y que pague el funeral de su amante (!!), un hijo malcriado que solo se preocupa por poder bien el televisor, una hija que en toda la película solo la hemos visto preocupada por lavarse el pelo e ir a un club de la ciudad, ese vecino que le desprecia en contraste con la otra sensual vecina, el rabino joven que se empeña en resolver sus dudas existenciales hablándole de las maravillas del aparcamiento, su hermano antisocial y problemático…
No es una película que busque satisfacer al espectador ni que recurra al humor directo, pero es una obra que le hace recordar a uno por qué es tan interesante el cine de los hermanos Coen y lo geniales que pueden ser cuando se dedican simplemente a ser ellos mismos sin preocuparse en gustar a nadie.