Puede que el debut de Yasuzô Masumura, Besos (1957), no sea la mejor obra de su carrera, pero sí que tiene un encanto muy especial que la convierte en mi favorita de todas las que he visto suyas. Es una de esas películas que consigue hacer una virtud de su sencilla premisa (hora y cuarto de duración para un conflicto en el que apenas se ahonda), dejándonos con el buen sabor de boca de una historia concisa cuyo mayor aliciente son sus dos protagonistas y la frescura con la que está filmada.
Kinichi y Akiko son dos jóvenes que se encuentran por casualidad en la prisión mientras visitan a sus padres, encarcelados respectivamente por fraude electoral y fraude fiscal. Cuando Akiko intenta pagar un suplemento para que den mejor comida al suyo y se encuentra con que no tiene dinero suficiente, Kinichi le presta la parte que le falta pero se niega a aceptar el cambio, y de hecho huye de la atractiva muchacha como si se avergonzara del favor que le ha hecho. Pero como ésta se niega a darse por vencida, ambos deciden apostar el dinero que les ha sobrado y con lo que ganan deciden pasar el día juntos divirtiéndose.
La primera vez que vi Besos llegó un punto en que reconozco que deseé que todo el filme tratara única y exclusivamente sobre el día que los protagonistas pasan juntos con ese dinero, y que la trama de los padres encarcelados quedara a un segundo plano. El motivo es que estaba disfrutando tanto de los dos personajes, normalmente atrapados en trabajos mal pagados y conflictos familiares y que ahora habían tenido un inesperado golpe de buena suerte que les permitía disfrutar de un paréntesis. Y me da la impresión de que Masumura debía tener una opinión similar, porque dedica una parte importante de metraje a mostrarnos cómo se divierten en la playa o patinando, como si él también quisiera congelar la acción principal para retener este instante de felicidad, muy en la línea de Soledad (1928) de Paul Fejos, uno de esos filmes en que el director decide detener el avance de la trama simplemente para que compartamos estos buenos momentos con los personajes.
Aquí es fundamental el buen trabajo de la pareja protagonista, Hiroshi Kawaguchi e Hitomi Nozoe, que encarnan perfectamente a un tipo de juventud que resultaba nueva en el Japón de la época. Aquellos eran los años del surgimiento del taiyozoku (la tribu del sol), el nombre con el que se denominaba a esos jóvenes surgidos a mediados de los años 50 que hacían gala de una actitud muy rebelde (algo que no es baladí en una sociedad tan tradicional como la japonesa) y tenían un carácter mucho más desinhibido respecto a temas tabú como el sexo, en gran parte influenciados por la cultura occidental que había penetrado con fuerza en el país tras la II Guerra Mundial.
En ese sentido Kinichi refleja muy bien la forma de ser de esa juventud desencantada y rebelde con su carácter tan contrario al que uno esperaría de un protagonista masculino que en teoría debería llevarse a la chica: rudo, provocador, descarado, alérgico al sentimentalismo e incluso un nefasto combatiente, como podemos corroborar hacia el final de la cinta. Y en paralelo Akiko si bien nos parece encantadora a cambio se gana la vida con una profesión tan inhabitual como modelo de pintores posando desnuda (algo de lo que ella se enorgullece ante Kinichi describiendo sus medidas), haciendo gala de una desinhibición muy moderna. A eso hay que sumarle la magnífica química que surge entre ambos, algo que quizá pueda explicarse con el hecho de que pocos años después los dos actores acabaron casándose en la vida real.
Besos es por tanto ante todo una película que capta perfectamente el espíritu de la juventud de la época, y en la que significativamente son los dos jóvenes quienes tienen que cuidar de sus padres e intentar conseguir los 100.000 yenes de fianza para sacarlos de la cárcel. No se tratan de muchachos sumisos a la figura paterna sino personas ya con plena independencia pese a su temprana edad, que han sabido encontrar medios de subsistencia propios (eso sí, mal pagados y no de mucho prestigio, un reflejo de la realidad de la época) y cuyos conflictos, significativamente, tienen que ver con ayudar a sus padres a salir de una situación problemática y no con problemas en los que ellos se hayan metido. Masumura le imprime a la cinta un tono que se complementa perfectamente con sus protagonistas, abundando en planos filmados en las calles y apostando por un guion de escenas más bien cortas, en que los momentos que dan pie al dramatismo o bien se resuelven rápido (por ejemplo la visita de Akiko a su madre al hospital) o huyen de cualquier sentimentalismo (el reencuentro de Kinichi con su cínica madre).
En el tramo final de la película tiene lugar una escena con cierto suspense cuando Akiko parece resignada a encontrarse en su casa con un chico arrogante que no le gusta a cambio de que le dé los 100.000 yenes (en otras palabras, se está vendiendo para sacar a su padre de la cárcel), mientras que en paralelo Kinichi intenta encontrarla para darle el cheque que ha conseguido con esa cantidad. Es un momento en que la desesperación de Kinichi por dar con ella en realidad no está justificada argumentalmente (él no sabe que ella está a punto de acostarse con otro por dinero) sino que es paradójicamente una muestra de un rasgo suyo no muy favorecedor: su exasperante impaciencia, que le hace querer matar ese tema esa misma noche.
Cuando por fin se reencuentran, Masumura repite muy agudamente la misma situación que al principio de la película haciendo que ésta tenga una estructura circular: de nuevo él le deja dinero a ella y huye como queriendo evitar sus palabras de agradecimiento, y ésta le persigue diciendo que no puede aceptarlo. Y entonces, cuando tiene lugar el esperado primer beso de la película, éste resulta extrañamente violento. Ni siquiera hacia el final da Kinichi muestras de algún tipo de romanticismo y ternura para exasperación de ella, pero eso hace que ese retrato de este tipo de jóvenes sea aún más veraz respecto al típico filme en que el muchacho duro que no quiere expresar sus sentimientos de repente se abre a la chica con unas frases que unos minutos atrás nos parecerían tan poco creíbles. Ese punto intermedio entre no suavizar a un protagonista de carácter más bien seco pero, al mismo tiempo, mostrar cómo éste deja entrever a su manera sus buenos sentimientos es uno de los aspectos que le da tanta autenticidad a la película y ha permitido que haya envejecido tan bien.
Masumura no suaviza ni idealiza a este tipo de jóvenes, pero tampoco se muestra crítico con ellos. En ese sentido, me gusta mucho más el retrato que se ofrece aquí de la juventud que el que puede verse en obras paradigmáticas del taiyozoku como Fruta Prohibida (1956) de Ko Nakahira, con un tono más impactante y dramático. Aquí Masumura creo que opta por un retrato más modesto pero real de la juventud de la época con un tono que además tiene mucho que ver con las nuevas olas cinematográficas que empezaban a manifestarse en todo el mundo, solo que en lugar de ser una película expresamente más impactante y cruda (como lo serían los primeros filmes de Nagisa Oshima, la figura por excelencia del nuevo cine japonés) se opta por una obra más modesta y cotidiana, no por ello inferior a otros exponentes de este tipo de cine mucho más reconocidos.
Qué gusto descubrir esta película en tu página, cuando adoro Soledad, de Paul Fejos. Esas historias en que dos desconocidos de pronto pasan unas horas o un día entero, y son felices, suelen emocionarme. ¿Sabes qué otra película metería en este ‘ciclo’ que acabamos de plantearnos con Besos y Soledad? El reloj de Vincente Minnelli. Aunque las tres parejas al final son muy diferentes, ¿verdad?
Beso
Hildy
¡Pues no conocía de la de Minnelli! Pero la anoto ya mismo porque como te sucede a ti me gustan este tipo de historias sencillas. Soledad es una pequeña joya de la era muda, y aunque en lo demás no tienen nada que ver ésta y Besos me gusta eso de sentirse a gusto con los protagonistas y compartir con ellos ese día que pasan juntos.
Un saludo.
¡Me ha encantado la reseña! He leído ya unas cuantas estos últimos meses y ya no podía evitar comentar algo, aunque no tenga nada que decir. Hay algo en las primeras películas de Masumura que me recuerda muy vagamente a la Nouvelle Vague (que llegaría pocos años después), pero esto probablemente sea una tontería.
Hola David,
¡Muchísimas gracias por su amable comentario! Aunque es falso que no tenga nada que decir o que sea una tontería su reflexión. Lo que dice es totalmente pertinente: el primer Masumura tiene mucho en común con la primera Nouvelle Vague, no porque se influyeran unos a otros sino porque eran cambios que se respiraban a nivel mundial en el cine. Es interesante constatar cómo desde culturas y países tan diversos iban tirando hacia vías expresivas similares. Ésta concretamente creo que es la película suya que más podría colar como una obra primeriza de un cineasta de la Nouvelle Vague, ya que luego Masumura tiraría por otros caminos.
Un saludo.
¡Gracias a usted por su respuesta! Yo no habría sabido expresarlo así, pero, efectivamente, pienso ahora en películas de la década de los cincuenta («Un verano con Mónica» de Bergman y «Bob el jugador» de Melville, por ejemplo) y recuerdo que tuve la misma sensación que con «Besos».
De Masumura hasta ahora solo he visto «Kisses», «Blue Sky Maiden», «Giants and Toys» y «A Wife Confesses». Esta última me parece una obra maestra. Lo increíble es que todas son muy diferentes entre sí (cine de vida cotidiana o shomin-geki, romance, drama legal, sátira) y por lo que veo las que tengo descargadas para estas próximas semanas siguen en esa misma línea (cine de espías, de guerra, thriller, LGTB, erótico, etc.). Salvo «A Wife Confesses», ninguna me ha maravillado todavía, pero me parece un cineasta enormemente versátil.
Pues fíjese que yo aún no he visto A Wife Confesses aún sabiendo que es una de sus mejores obras (Jonathan Rosenbaum, que fue uno de sus grandes defensores cuando aún no era tan conocido, la cita como su obra maestra). Le tengo muchas expectativas, de hecho la tengo guardada para un momento en que quiera ir sobre seguro.
De las que vi yo mi favorita es Besos pero más por un tema de debilidad personal, seguramente la mejor sea The Red Angel. Seguro que ya la tenía apuntada, pero si no, no la deje escapar.
Un saludo.