Seguro que conocen la historia, es muy típica. Exitoso actor de la era muda que llega el sonoro y su carrera se desvanece por no saber adaptarse a esta nueva forma de interpretación: no recita bien sus frases, su timbre no es adecuado, tiende a actuar todavía de forma exagerada… hay mil motivos. Cae pues en el olvido y se refugia en su mansión donde se pasa el resto de su vida recordando sus tiempos gloriosos a la manera de una Norma Desmond. Pero lo curioso es que esta historia pocas veces es cierta. Realmente no hay tantos actores cuya carrera se viniera abajo en el sonoro por culpa de su voz, algo que ya se ha documentado con detalle en artículos sobre el tema.
Vean si no el que seguramente sea el ejemplo por excelencia de este mito: el actor John Gilbert, uno de los grandes galanes románticos de los años 20 cuya carrera se vino totalmente abajo en el sonoro. Lo más curioso es que la que era su pareja más frecuente en el cine, Greta Garbo, dio el salto sin problema pese a su acento sueco. La explicación más racional es que no tenía una voz adecuada para ese tipo de papeles, pero eso es algo que hoy día podemos comprobar fácilmente que es falso. Sobre por qué cayó en desgracia existen algunas leyendas urbanas muy curiosas pero ninguna explicación firme. Y como demostración de que la teoría sobre la voz inadecuada de Gilbert es puro mito, qué mejor que rescatar una de sus primeras obras sonoras, Los de Abajo (1932), que contiene bastantes elementos de interés.
Gilbert encarna a Karl, un atractivo chófer que entra a trabajar en una casa aristocrática donde acaba de casarse el jefe de mayordomos, Albert, con la doncella de la baronesa, Anne. Albert hasta entonces ha conseguido llevar la mansión de los von Burgen de forma impecable basándose en la más absoluta lealtad hacia sus señores, pero su vida dará un giro inesperado con la llegada de Karl, un cínico mujeriego que no dudará en galantear con una cocinera para sonsacarle dinero, chantajear a la baronesa y forzar a Anne para que se fugue con él.
Nos encontramos ante una historia que curiosamente fue escrita por el propio Gilbert y que llevaba años intentando convertir en película para desprenderse de esa imagen de galán tan prototípica en que estaba encasillado. Era frecuente que las grandes estrellas de la época con ambiciones estuvieran peleándose continuamente con los estudios para que les permitieran hacer papeles diferentes que demostraran su versatilidad, de hecho sin ir más lejos la ya mencionada Garbo también luchó para conseguirlo y, a diferencia de Gilbert, lo consiguió. En este caso se nota que el papel de Karl está pensado expresamente para «manchar» la imagen de Gilbert como atractivo e impecable galán que ya empezaba a agotarle. No solo es un absoluto cínico hipócrita sin escrúpulos, sino que vemos a su personaje eructando en cierto momento o hurgándose las orejas mientras la cocinera le implora que siga siendo su amante. Hay que reconocer que en ese sentido era un papel arriesgado y que Gilbert por entonces estaba decidido a dar un vuelco a su carrera… lástima que no llegara a funcionar.
No obstante a mí me resulta más llamativo de la película el tono tan marcadamente pre-Code (recordemos que se llama así a las películas realizadas antes de que entrara en vigor el código de censura Hays). El filme está repleto de diálogos con segundas intenciones muy poco sutiles haciendo referencia a personajes que «están calientes» o a la noche de bodas que les espera a Albert y Anne, también contemplamos cómo la baronesa comete adulterio impunemente sin que tenga consecuencias para ella y se nos dan a entender claramente las veces que Karl se acuesta con alguna mujer. Pero lo curioso es que todo ello se maneja sin ningún asomo de erotismo picante. Sin ir más lejos, la seducción de Karl a la cocinera empieza cuando éste hace un comentario sobre sus piernas y luego la anima a que le limpie el trasero de su pantalón, lleno de harina. No estamos ante un seductor elegante sino ante un bribonzuelo zafio e impaciente. Nunca me canso de ver en estos filmes pre-Code a ese Hollywood clásico de apariencia glamourosa mostrando esa faceta más sucia, que luego repentinamente acabó teniendo que ocultar durante 20 años.
Además, este tono pre-Code le permite a los guionistas explotar un tema muy interesante y poco frecuente en el cine de la época (y de hecho casi inexistente cuando entró en vigor el código) que es la frustración sexual femenina, en este caso representada por una Anne que está casada con un mayordomo absolutamente intachable, bondadoso y correcto… que sin embargo en aspectos más puramente sexuales palidece al lado de Karl, quien resulta obvio que es un cínico pero no puede evitar sentirse atraída hacia él. Cuando Albert la confronta por haberle sido infiel, lejos de ofrecerse un sermón a los espectadores sobre lo pernicioso que es el adulterio, Anne nos sorprende con un breve diálogo en que da a entender su frustración y cómo no puede evitar dejarse tentar por todo un John Gilbert que denota sexualidad en cada mirada.
Con todo esto a su favor, también he de admitir que hay ciertos aspectos de la película que hacen que ésta no acabe de estar a la altura de lo esperado. Se insinúa al principio la contraposición entre el mundo de arriba (los nobles) y el de abajo (los criados), aun cuando se supone que todos viven en plena armonía. No en vano el filme se inicia con la boda del mayordomo, que el barón ha tenido la gentileza de permitir que se celebre en el jardín de su casa, y no solo eso, sino que regalará a un emocionado Albert una pipa con el emblema familiar en muestra de agradecimiento, como si fuera uno más de la familia. Pero poco dura esa estampa idílica. En medio de su noche de bodas Albert es interrumpido porque uno de los camareros se ha emborrachado y le necesitan para poner orden. El barón está dispuesto a conceder ciertos favores a sus subalternos, pero muestra una absoluta insensibilidad hacia él cuando sus caprichos o necesidades están en juego. Del mismo modo, cuando Karl le comenta a Albert jocosamente que la baronesa ha tenido un encuentro adúltero, el segundo se niega a creerlo o directamente hace oídos sordos: su misión es servir y ser fieles a los señores, no juzgarles.
Tampoco ayuda el hecho de que el personaje de Albert, interpretado por un eficiente Paul Lukas, esté tan tópicamente dibujado a nivel de guion, resultando pasmosamente crédulo y confiado respecto al nuevo chófer aun cuando las intenciones de éste no pueden ser más evidentes, y luego teniendo un comportamiento algo errático en su desenlace. La resolución del conflicto es de hecho lo más decepcionante de la historia y deja al final un sabor de boca algo agridulce. Una vez Albert se propone acabar con Karl le engaña llevándole a la bodega con la excusa de hacer las paces con una botella de vino. El guion se recrea en detalles como Albert yendo a buscar una botella expresamente o reteniendo a Karl con todo tipo de pretextos, y nos hacen pensar que todo forma parte de un plan para acabar con él. ¿Qué se trae entre manos? Pues mucho me temo que nada especial, porque al final simplemente se pelea con su rival ante la aprobación del resto del personal de la casa y del propio barón, que en cinco minutos ha pasado de recriminarle esa conducta beligerante a aprobar que eche a Karl. Investigando por internet leo que en realidad el final original era más crudo, con Karl ahogado en un barril de vino, lo cual explicaría esa sensación que daba la escena de que estaba maquinando algo más complejo que no simplemente soltarle unos gritos y puñetazos. A cambio, este nuevo desenlace impuesto por el estudio cuenta con un último plano que incide de nuevo en el cinismo de la historia en lugar de dejarnos con un poco creíble final feliz.
El director de este curioso filme es Monta Bell, un personaje multitarea que hizo también de de guionista y productor, centrándose en esta última faceta la mayor parte de su carrera y dejando por tanto Los de Abajo como una de sus últimos trabajos a la realización. ¿Por qué? Simplemente porque no le gustaba el cine sonoro. Se mostró desde los inicios muy crítico con la forma como Hollywood impuso esta forma de cine al público y, tras rodar unas pocas películas sonoras, decidió centrarse en la producción. Bell es uno de esos ejemplos paradigmáticos de directores de estudio profesionales, sin una personalidad marcada pero muy eficaces y capaces de entregar productos de primer nivel. Se nota su herencia muda en algunos detalles de Los de Abajo como el uso de elementos visuales como símbolos metafóricos, por ejemplo la diadema de boda que Anne guarda en un recipiente de cristal, casi como símbolo de su amor puro, que luego es tapada por una capa cuando Frank la seduce y, más tarde, éste acaba rompiendo por accidente.
De modo que este notable filme nos sirve como muestra de dos grandes talentos de la era muda que demostraron que podían haberse adaptado a la transición al sonoro pero que, pese a eso, no tuvieron carrera mucho más allá: Gilbert por haber perdido el favor de su público (pero, desde luego, no por su voz o dicción) y Bell por desinterés hacia el cine sonoro. No pensemos pues que todos aquellos cineastas que acabaron su carrera en el sonoro lo hicieron por incapacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias, cada historia es un mundo.
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Cómo me gusta John Gilbert.
Y es verdad, cómo se ha enquistado esa leyenda de que no tenía voz para el cine hablado y que ese fue el motivo de su caída en desgracia… ¡Cuando está maravilloso en La reina Cristina de Suecia como Don Antonio!
Yo no he visto tanto cine mudo como su compañero de andanzas cinematográficas, el doctor Caligari, pero a Gilbert le he disfrutado muchísimo en «El gran desfile», «Vida bohemia» o «El palacio de las maravillas». Es uno de mis consentidos del cine silente.
Pues sí me llama la atención «Los de abajo», y esa lucha de un actor por arriesgarse en pantalla con papeles diferentes a lo esperado… en plena efervescencia del cine hablado.
¿Le abandonó el público o el estudio le dio totalmente la espalda por diferentes motivos, que no tenían que ver con su voz? ¿Las dos cosas?
Beso
Hildy
Efectivamente, que salga en un clásico tan conocido como La reina Cristina de Suecia debería ser argumento de sobras contra ese leyenda urbana… pero a menudo los mitos tienen más fuerza que la realidad.
Su carrera muda es intachable y en el sonoro yo creo que podría haber seguido teniendo una buena filmografía. Lo que pasó es algo que nadie sabe a ciencia cierta. Sus primeros filmes sonoros parece que fueron un fiasco pero más por temas de guion que por culpa del propio Gilbert. A partir de aquí podría ser que el estudio no quisiera seguir apoyándolo y que el público se inclinara hacia otro tipo de galanes, esa nueva generación representada por Clark Gable y Gary Cooper.
Un saludo