Acto de Violencia [Act of Violence] (1948) de Fred Zinnemann

Aunque no se encuentra entre las obras más famosas de la carrera de Fred Zinnemann, reconozco que siento cierta debilidad por Acto de Violencia (1948) y que incluso la prefiero a otros filmes suyos con un estatus más mítico. Dicha película se encuentra en el punto decisivo de la carrera de Zinnemann en Hollywood, cuando logró por fin asentarse tras unos inicios llenos de altibajos en que combinó proyectos de todo tipo con desigual suerte. Ese mismo 1948 lograría de hecho una nominación a los Oscar con una de sus obras más especiales, Los Ángeles Perdidos (The Search), y pronto daría el salto a ser un realizador de filmes de primera categoría.

Acto de Violencia es no obstante todavía un noir modesto, con todas las connotaciones positivas que ello conlleva: una historia breve e incisiva, una crudeza no atenuada por el glamour de Hollywood y una mayor libertad para tratar temas controvertidos que en una producción de serie A deberían suavizarse. El protagonista es Frank Enley, un constructor que vive en una pequeña comunidad donde es apreciado por todos y vive felizmente con su bella mujer Edith y su hija pequeña. Pero un día una figura irrumpe en ese paisaje: un misterioso hombre alto y cojo de expresión agria llamado Joe Parkson que busca a Frank. Cuando este último descubre a su perseguidor, huye despavorido e intenta evitarlo a toda costa. Como pronto descubriremos, Joe fue compañero suyo durante la II Guerra Mundial y quiere matarlo a causa de un suceso traumático del cual Frank fue culpable.

¿Por qué nos gusta tanto el cine negro a los fanáticos del cine clásico? Yo lo atribuyo a que es el menos transparente de los géneros del Hollywood clásico, el que indaga mejor en los aspectos ocultos de la psicología humana y que mejor destapa las grietas de la sociedad supuestamente respetable, todo ello bajo la excusa de ser unos meros relatos policíacos o de suspense. Uno de los aspectos que mejor ha sabido tratar dicho género es el choque entre ese hogar idealizado y los conflictos que tienen sus protagonistas en el mundo exterior, y ese intento de evitar que ambos mundos entren en contacto, como ya vimos en Pitfall (1948) de André de Toth. Aquí esa idea no podría ser más clara. Fijémonos en el hogar perfecto que tiene Frank y en cómo todo se desmorona con la llegada de esa extraña figura amenazadora, tan bien encarnada por Robert Ryan, el rostro perfecto para esos personajes amargados y desencantados sin nada que perder. Incluso podría decirse que su cojera es un indicio inconsciente de que se trata de un personaje fuera de lugar en esta estampa tan idílica, alguien que representa lo imperfecto, lo que no queremos ver (eso sin olvidar que es un rasgo que refleja una herida de guerra que nunca se curó y que, a un nivel simbólico bastante obvio, representa también ese trauma que ha sido incapaz de olvidar y perdonar).

De hecho un aspecto que me encanta del cine negro es la forma como transmite esa sensación de haber cometido un error fatal que nos vemos incapaz de solucionar, de cómo nos persigue un pasado que hemos intentado dejar atrás pero nunca desaparecerá del todo. La terrible sensación, en definitiva, de que no hay segundas oportunidades, de que por mucho que hayamos construido un hogar perfecto tapando ese pasado, éste siempre será susceptible de tambalearse. Es en ese aspecto que Acto de Violencia es cine negro en estado puro. Porque pese al título apenas hay violencia ni escenas de suspense. Ni siquiera la escena de la persecución callejera que sucede en Los Angeles tiene demasiada emoción, puesto que el perseguidor está cojo y ya sabemos que no podrá darle alcance. Lo angustioso está en que el protagonista (un magnífico Van Heflin) sabe que, por mucho que corra, nunca podrá escapar del todo: está atado a un hogar, un trabajo y una familia. Va a tener que volver ahí y Joe lo sabe. Y a un nivel más psicológico, por mucho que evite a Joe, su conciencia seguirá arrastrando siempre consigo el terrible error que cometió en la guerra.

La película de hecho esboza ideas muy interesantes bajo su apariencia de ser un simple filme de suspense, como la enorme e insalvable diferencia entre el mundo civil y el mundo bélico, y lo mucho que cambia una persona cuando se encuentra en una situación tan extrema como la que tuvieron que sufrir los soldados en la guerra. Es significativo cómo a la mujer de Frank (una jovencísima Janet Leigh) le cuesta tanto procesar la historia que le cuenta su marido sobre lo que sucedió para que Joe quiera matarle, y cómo mientras ella intenta reconfortarle (fue un error fatídico, pero un error al fin y al cabo), éste se niega a aceptar esas excusas y le reconoce que actuó por pura cobardía y agotamiento. ¿Cómo puede ella, que nunca ha estado expuesta a una situación como ésa, entender y asimilar que su marido, un hombre innegablemente bueno y honesto, hiciera algo tan ruin? Pero por otro lado, ¿cuántos de nosotros podríamos afirmar con seguridad que nunca haríamos algo similar en una situación tan extrema?

En lo que es otro rasgo característico del cine negro, se difuminan aquí las fronteras entre protagonistas y antagonistas. Frank desde luego no es ningún héroe. Y Joe, por mucho que lo veamos como un antagonista, nos resulta comprensible en su odio exacerbado. De hecho, lejos de ser un villano de película, a medio metraje entra en escena su novia, quien intenta reconducirle por el buen camino conminándole a que olvide y rehaga su vida. En el fondo se trata de dos hombres traumatizados y rotos por dentro a causa de sus experiencias en la guerra y quizá no estamos tan lejos de Los Mejores Años de Nuestra Vidas (The Best Years of our Lives, 1946) de William Wyler, o al menos coinciden en la intención de cuestionar el optimista mensaje oficial que sitúa a Estados Unidos como orgullosa nación vencedora en la guerra e inciden en la dificultad de muchos de sus combatientes por reintegrarse en la vida normal.

Significativamente, a medida que Frank es cada vez más consciente de que no podrá escapar de ese pasado, se va alejando más del que era su hogar (una bonita casa con jardín) y se va hundiendo en los bajos fondos hasta acabar en manos de la clásica prostituta con corazón de oro (una siempre eficaz Mary Astor que no esconde ya sus primeros signos de envejecimiento), quien inconscientemente le conducirá por un camino mucho peor que, en el fondo, le llevará a exponerse a repetir el mismo error que en el pasado: realizar un acto vil por pura cobardía, en este caso plantearse contratar un matón para que acabe con Joe. No en vano, cuando Frank se muestra reticente a hacer algo así, se le echa en cara que no es más que repetir lo mismo que hizo en la guerra. ¿Está condenado Frank a repetir su error una y otra vez para vivir tranquilo?

Zinnemann, que nunca ha sido un director asociado al cine negro, aquí le imprime a la cinta una estética noir muy marcada que encaja perfectamente con el tipo de historia (véanse por ejemplo los numerosos planos de personajes con el rostro oculto en sombras) y que, aunque no sea su intención principal, también nos lega algunos momentos de gran tensión, como la escena en que Joe llama al timbre de la casa de Frank y éste apaga las luces y, acto seguido, obliga a su mujer a mantenerse en silencio para que se piense que no están en casa. Entonces pasamos a oír los característicos pasos de Joe, reconocibles por su pie cojo, y cómo va hasta la puerta de la cocina e intenta abrirla. Seguidamente le vemos desde la ventana dirigirse al coche, convertido en una figura amenazadora sin rostro, siempre a la espera.

Esa sensación de estar atrapado en una telaraña, ese patetismo de un personaje que no tiene valor ni para suicidarse (véase la escena en las vías del tren), esa incapacidad de Frank y Joe, antaño grandes amigos, por comunicarse y perdonarse entre sí, de darse cuenta de que en el fondo ambos son dos personajes igual de dañados… todo ello hace de Acto de Violencia una película singularmente desencantada y pesimista. Esto es algo especialmente visible en su desenlace, que deja entrever entre líneas la idea de que una reconciliación entre Frank y Joe sería algo imposible y que hay heridas que nunca lograrán cerrarse.


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4 comentarios

  1. Sí, yo siento una atracción poderosa por el cine negro.
    También te diré que me parece muy interesante la filmografía de Zinnemann (de todo lo que he visto hasta ahora tengo gran cariño a su penúltima película: Julia)
    Pero una piensa que se ha empapado de mucho cine negro, y todavía (y menos mal) me quedan muchas cosas buenas por ver, como la película que hoy reseñas, que siempre que leo sobre ella me entran unas ganas enormes de verla. Solventaré pronto la falta.
    Qué buenos son Van Heflin y Robert Ryan. Y cómo a través de ellos podemos ver joyas del género. Del primero, El extraño amor de Martha Ivers o El merodeador. Del segundo las impresionantes Atrapados (Caught) o Nadie puede vencerme (The Set-Up).
    Y en todas ellas esa sensación de no poder huir, da igual lo que se corra, el pasado o el presente siempre acecha, el futuro una quimera.
    Pero ellas no se quedan atrás, Janet Leigh, presente en esa maravilla que es Sed de mal o la gran Mary Astor, al principio del todo el cine negro, pues siempre que se intenta dilucidar la película fundacional suele mencionarse El halcón maltés, y allí ya está ella, inaugurando la galería inolvidable de mujeres fatales…

    Beso
    Hildy

    1. Hola Hildy,

      Justamente revisioné hace poco El merodeador y pensaba erróneamente que también era de Zinnemann (es de Joseph Losey como ya sabrás). Qué papelazo hace allá Heflin y de nuevo qué final tan desencantado y trágico. Sobre Robert Ryan no añado nada porque es una debilidad personal, el típico actor quizá de registros limitados pero, qué bien hacía lo que sabía hacer.

      Me anoto Julia, no eres la primera que me la menciona, y quiero profundizar más en la carrera de Zinnemann.

      Un saludo.

  2. Justamente la escena de la » persecución » la tengo grabada en la mente. Nose si podre encontrar en el cine de Zinnemann otras películas tan buenas (Julia- Los Ángeles perdidos y su famoso western me gustan muy poco)
    Desafortunadamente el Dr. Mabuse nos tiene acostumbrado a excelentes reseñas y esta vez no es la excepción.
    Le mando un abrazo desde Cbba-Bolivia

    1. Hola Ronald,

      Tiene sentido que le guste esta película y no otras de Zinnemann, ya que es un poco sui generis, no se prodigó mucho en el género, aunque tiene otros films noir en su primera etapa que aún no he visto y por las que tengo curiosidad, si bien sé que no estarán a la altura de ésta. Seguiré investigando a ver si me encuentro alguna sorpresa.

      Muchas gracias por su amable comentario, le devuelvo el abrazo desde mi gabinete.

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