Jean Renoir llevaba desde los años 30 intentando llevar a la pantalla la historia de Octave Mirbeau sobre las desventuras de una criada en la Francia de finales del siglo XIX. Y no es de extrañar que le interesara tanto, ya que dicho argumento le permitía hacer una exploración de las relaciones entre señores y criados, una idea que de hecho luego le daría pie a una de sus mayores obras maestras, La Regla del Juego (La Règle du Jeu, 1939). Curiosamente no pudo lanzarse a ello hasta que estuvo en Hollywood, cuando se embarcó en este proyecto con la complicidad de su amigo, el actor Burgess Meredith, quien aquí ejerció de guionista, coproductor y encarnó un personaje secundario. Y, no menos importante, el papel principal recaía en su mujer, Paulette Goddard.
El personaje al que interpreta es Celestine, una criada que entra en una casa perteneciente a la familia Lanlaire. La señora de la casa es una mujer altiva que tiene a raya a su excéntrico marido, pero con quien tendrá más problemas es con el ayudante de cámara Joseph, un personaje seco y oscuro de intenciones difíciles de adivinar. Celestine inicialmente busca alguna forma de encontrar un hombre adinerado que le permita abandonar este tipo de vida, pero cuando llega el hijo de la señora, un joven atormentado llamado George, se enamorará sinceramente de él.
Como es de suponer, a falta de leer el libro original pero intuyendo por qué caminos habría tirado la trama de no existir el fantástico Código Hays, esta versión de Renoir le da a la historia un tono muy amable, en ocasiones casi demasiado simpático, en que los potenciales conflictos (por ejemplo con Joseph y Madame Lanlaire, su altiva señora) quedan demasiado suavizados. Incluso en escenas que puedan parecer embarazosas Celestine no queda demasiado en ridículo ni da la sensación de que su posición vaya a peligrar, más bien parece otra eventualidad del día a día. De hecho son pocos los detalles que dan a entender algo desasosegante oculto, que no llega a verse del todo pero sí se entreve, más concretamente la escena en que el Capitán Mauger, aparentemente un vejete excéntrico simpático, mata por accidente a su ardilla, o todo lo que representa el personaje de Joseph. Estos elementos serán los que definirán totalmente en tono y contenido la versión que haría Buñuel de esta historia un par de décadas después (si bien no creo que sea justo comparar ambas versiones, ya que pertenecen a contextos completamente diferentes y es obvio que persiguen finalidades muy distintas, es evidente que la de Buñuel es más satisfactoria).
No obstante la principal objeción que tengo es con su protagonista, Paulette Goddard, pero no porque ofrezca una mala interpretación (que me parece bastante correcta y que destila el encanto que pide esta versión de la historia) sino porque es demasiado obvio que nos encontramos ante un vehículo para su lucimiento. Toda la historia parece haberse escrito para que el personaje que interpreta Goddard se gane nuestra constante simpatía: es amable con todo el mundo, da la cara por una criada a la que no conoce de nada pero a la que Joseph inicialmente se negaba a contratar por su aspecto, escribe su diario con la formalidad e inocencia de una niña pequeña e incluso, cuando intenta engatusar a otros personajes para sacarles dinero, lo hace de una forma que parece una travesura infantil.
No sé si me he dejado influenciar por el hecho de saber que éste fue un proyecto que surgió de su marido Burgess Meredith. Pero realmente, aunque no es la primera vez ni mucho menos que me enfrento a una película creada expresamente para lucimiento de su estrella principal (en unas semanas veremos otro ejemplo proveniente de un compatriota de Monsieur Renoir), aquí creo que esa tendencia perjudica el resultado final porque la tendencia es a suavizar demasiado a Celestine, quien al fin y al cabo se supone que es una criada que está buscando enredar a un millonario para retirarse, y por tanto debería ser un personaje con algunos matices más grises. Hay de hecho ocasiones en que me da la sensación de que el resto del reparto se ha puesto de acuerdo para hacer feliz a la Goddard, ofreciéndole diálogos y situaciones que le den pie a quedar siempre como una muchacha simpática y entrañable y luego escribir sobre ello en su diario, casi como cuando unos padres inventan juegos para sus hijos en que éstos puedan sentirse los absolutos protagonistas. Y si les parece que estoy exagerando, baste decir que hay una escena en que la orquesta del pueblo le dedica una canción a Celestine y, acto seguido, todos los aldeanos la levantan en brazos… ¡sin que haya ninguna explicación de por qué todo el mundo está tan entusiasmado con ella, ya que apenas la hemos visto interactuar con dos o tres personas del pueblo! ¡Solo les faltaba haber dicho algo como «esto va dedicado a una chica muy muy especial»!
A cambio es de justicia reconocer que el reparto de secundarios es de tan buen nivel que evita que esto se convierta en un espectáculo egocéntrico alrededor de ella. Si bien el personaje de Georges Lanlaire es algo soso y un tanto vacío en su supuesta faceta de joven rico atormentado, a cambio podemos disfrutar del propio Burgess Meredith y de Reginald Owen en dos personajes muy divertidos. También tenemos a Judith Anderson, la eterna dama de llaves de Rebecca (1940), previsiblemente escogida como la señora de la casa, pero eso no quita que sea un papel perfecto para ella. Y mención especial merece Francis Lederer como el perturbador Joseph, que en otras manos parecería un simple personaje negativo arquetípico pero que aquí el actor consigue que tenga vida propia y que resulta perfectamente creíble como alguien extraño con un fondo oscuro que nunca llegamos a descifrar del todo.
Por otro lado también juega a favor de la película el ir claramente de menos a más, especialmente en el tramo final cuando entra el elemento criminal que rompe un poco con esa visión demasiado plácida de lo que debería ser un reflejo de las diferencias de clase. También es cuando Renoir parece más cómodo tras la cámara e incluso se permite un par de planos en grúa muy vistosos en el emocionante clímax final, en que pasa de la multitud a unos detalles concretos.
Es de hecho en estos últimos minutos cuando encuentro más pequeños detalles con los que quedarme: la familia noble encerrada en su casa por no querer el 16 de julio con el resto del pueblo al ser antirrepublicanos, el héroe de la película enfrentándose en una larga pelea con Joseph y saliendo siempre perdedor por ser físicamente tan débil (algo lógico pero que los postulados hollywoodienses siempre están dispuestos a cambiar por ofrecernos a nuestro héroe erigiéndose vencedor al final) y, sobre todo, todo el enfrentamiento entre Joseph y la multitud. Pero aun siendo una película estimable y bien hecha que además Renoir rodó con relativa libertad de movimientos, el balance general es más bien algo decepcionante para lo que uno esperaría. Uno sale con la sensación de haber disfrutado de un simpático entretenimiento y no puede evitar pensar que potencialmente Renoir le podría haber saco mucho más jugo a este material.
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Querido Doctor Mabuse, qué ganas de volver a hacerme una sesión doble con la película de Renoir y de Buñuel. Hace un montón de años que vi las dos versiones, pero no he vuelto a verlas de nuevo. No las tengo nada frescas. Así que solo tengo breves ráfagas y la sensación que me dejaron en su momento. Sé que ambas me dejaron un buen sabor de boca, aunque sé que no están entre mis favoritas de ninguna de las dos filmografías. Por otra parte, sí creo que son como esas obras que uno no debe perderse de un realizador porque de alguna manera tienen ingredientes que los definen.
Por otra parte, decirte que siempre me ha llamado la atención Paulette Goddard como actriz. Sí, seguro que fue una película para su lucimiento, pero es una mujer con un carisma especial a mi parecer. Recuerdo que en su día vi un documental sobre «Lo que el viento se llevó» donde dejaban ver varias pruebas de casting a distintas actrices que probaron para ser Scarlett O’Hara… ¡¡¡Goddard estaba maravillosa!!!
Muchos de los títulos en los que participó han caído en olvido, es cierto. Pero para mí ya con los dos que hizo con Chaplin, Tiempos modernos y El gran dictador, me bastan para tenerla muy en cuenta. También está presente en un melodrama que me fascina: Si no amaneciera de Michell Leisen…, donde precisamente tiene un personaje que no es nada agradable.
¡¡¡Disfrutando de nuevo con tus textos!!!!
Beso
Hildy
Hola Hildy,
Como ya dije, la de Buñuel es notablemente superior y más imprescindible dentro de su carrera mientras que la de Renoir es más anecdótica y una muestra de su saber hacer… que no es poca cosa, el resultado final es bueno, simplemente de haberla hecho en Francia con más libertad estoy convencido que habría exprimido mejor la historia.
Yo no soy tan fan entusiasta de Goddard pero me gusta como actriz. Prueba de ello es que aunque ésta sea una obra para su lucimiento la he disfrutado igual. Es como otra película francesa que comentaré en unas semanas protagonizada por un actor bastante superior: sé que el guion está hecho para que se gusten a si mismos… pero a mí de por si ya me gustan, ¡así que no tengo problema!
Un saludo.
Mi querido Doctor, qué bien tenerle de vuelta.
Esta película es de esas que no sé muy bien por qué siento pereza de ponerme a verla, así que no la he visto. Y lo mismo me pasa con la de Buñuel… Y es que el Buñuel que rueda sus cosas tiene sus cosas, pero no me llega bien la onda. ¿La de Bigas Luna tiene algo que ver? Otra que tengo en el debe…
Para compensar lo mal completista que soy (prometo reformarme) mencionaré por informar que Burguess Meredith escribió el guion de un corto de propaganda bastante curioso que hizo Renoir, A salute to France, que se puede ver aquí:
Si no te parece mal, copipego un apunte que tengo hecho del mismo por si a alguien le interesa:
«En 1944 Renoir realizó este mediometraje propagandístico para la oficina de información de la US Army. Con música de Kurt Weil y guión de Burgess Meredith, que interpreta a su vez al soldado Joe, la idea es que un francés muestre al pueblo americano cómo es la nación en la que están por aquel entonces preparándose para desembarca y expulsar a la Alemania invasora. A partir de tres soldados prototípicos: el americano Joe, el Inglés Tommy y el francés Jacques, en 35 minutos divididos a su vez en breves capítulos se muestran varias perspectivas que justifican y alientan la colaboración entre los tres países aliados. Veremos que la colaboración entre ellos no es nueva ni se extiende solo al ámbito bélico, para lo que nuestros soldados se transfigurarán en científicos, entre otras cosas. Mezclando la ficción en estudio con mucho metraje sacado de otras películas, de documentales bélicos y de El Triunfo de la Voluntad de Rieffensthal, veremos cómo Alemania no ha dejado de dar la lata a Francia desde hace 200 años. De vez en cuando una voz en off con acento teutón nos amenaza y atruena con las consignas nazis, a las que se opone, claro está, el espíritu de colaboración y la férrea voluntad aliada de restablecer la democracia y el orden legal bajo los principios de Igualdad, Libertad y Fraternidad, tan franceses.
Quizá lo más chocante, visto hoy, sea la indisimulada crudeza con que se muestran ajusticiamientos y muertes en batalla, algunos reales y otros de ficción, pero en todo caso uno piensa que como propaganda resulta desalentadora y chusca, si también es verdad que la gente de aquel tiempo era menos sensiblera que nosotros. No sé.
El cortometraje tiene momentos cinematográficamente interesantes, sobre todo en lo relativo al montaje y las soluciones narrativas, como por otra parte es habitual en estas piezas siempre curiosas y llenas de energía. Sin embargo mucho me temo que Renoir no tuvo mucha oportunidad de escoger solución alguna de puesta en escena, que resulta, en lo rodado en estudio, plana y económica, con una excepción: el “juicio” al que se somete a un resistente apresado, rodado en travelling con un estilo a la vez potente y poético que denota al menos que no fue un artesano sin sangre el que se encargó de la pieza.
Mi sensación es que el mensaje quizá resultara confuso al público americano, fueran tropas o civiles, porque el discurso, aunque original y bien hilvanado, toca demasiados palos: que si el trabajo, que si la historia, que si las bondades de los aliados, que si serán bien recibidos los soldados… Mucha información en poco tiempo, pero es de esperar que el público estuviera habituado y familiarizado con todos los mensajes.
En definitiva, quizá sea la obra más impersonal de Jean Renoir, pero no se le puede reprochar que no la afrontara con la mejor voluntad y un planteamiento original e inteligente que, con los medios y el tiempo de que dispuso, llevó a cabo lo más dignamente que pudo.»
A salute to The Doctor!
Hola Manuel,
Muchas gracias por su aportación, leí sobre ese filme propagandístico en la biografía de Renoir pero no lo he visto. Con su análisis lo cogeré con más ganas.
El filme, como ya apunté, es mediano y no exhibe lo mejor de su estilo, pero le permite pasar un rato agradable. El de Buñuel sin ser de sus mejores obras tampoco es bastante mejor. Sobre el de Bigas Luna, lamento no conocerlo, ahí tendrá que aventurarse usted.
Un saludo desde Italia.