Buster Keaton

Siete Ocasiones [Seven Chances] (1925) de Buster Keaton

Aunque hoy en día está considerada una de sus grandes películas y contiene algunas de las escenas más recordadas de su carrera, Keaton no sentía especial simpatía por Las Siete Ocasiones.
El motivo es que era una de las pocas obras realizadas en su edad de oro cuyo tema no fue escogido por él mismo sino impuesto por su productor Joe Schenck. En aquella época Keaton, al igual que sus compañeros de profesión Harold Lloyd y Charles Chaplin, gozaba del privilegio de poder producir sus películas de forma totalmente independiente. El estudio le proporcionaba la financiación necesaria para realizar sus films y a partir de ahí Keaton trabajaba por su cuenta con su propio equipo de técnicos y guionistas sin tener que rendir cuentas a nadie. Esta práctica que resulta inaudita en el sistema de estudios de Hollywood venía justificada por un argumento irrebatible: las comedias slapstick gozaban de muchísimo éxito en la época, y sus creadores necesitaban realizarlas en unas condiciones muy especiales que les permitieran improvisar y cuidar los detalles de sus gags. Por ello, el privilegiado Keaton se sintió molesto cuando su productor le comunicó que había comprado los derechos de una obra de teatro para que la adaptara sin pedirle permiso o consejo.
Desde el punto de vista de Keaton la obra era floja y, lo peor de todo, se basaba en un tipo de humor totalmente diferente al suyo. Un mal cineasta habría salido del paso como buenamente pudiera con una obra aceptable, un genio como Keaton consiguió sacar de ese ahí una gran película con una estrategia infalible: ignorar por completo el material de partida y llevar la obra a su terreno.

Buster encarna en esta ocasión a Jimmy Shannon, un joven empresario que se encuentra en la bancarrota y al que le llega una noticia sorprendente: un acaudalado familiar ha muerto y le ha dejado en herencia 7 millones de dólares bajo la condición de que esté casado el día que cumpla 27 años a las 7 de la tarde. Desgraciadamente, esa noticia le llega el mismo día de su 27º cumpleaños, por lo que debe casarse en solo unas horas para conseguir la fortuna que salvaría su negocio.

La primera parte del film es la que bebe directamente de la obra original, narrando los infructuosos intentos por parte de Jimmy de encontrar una mujer dispuesta a casarse con él. Es el segmento menos inspirado pero aún así resulta divertido. Aunque ante semejante premisa Keaton no tiene mucho espacio para hacer gala del tipo de humor que se le da mejor, se apaña para crear una secuencia bastante humorística en que persigue a todas las mujeres que ve y se les propone en matrimonio. El humor está simplemente en las diferentes formas como es rechazado o humillado, como su intento infructuoso de declararse en un campo de golf ante la mirada de los jugadores. El mejor instante es seguramente cuando su amigo intercede por él e intenta convencer a una joven de las cualidades de Jimmy, pero ésta se cree que el hombre del que está hablando es el anciano abogado. El plano que dedica Keaton entonces al abogado, que no sabe qué está sucediendo, es uno de los mejores momentos de esta primera parte del film.

Seguidamente, un desesperado Jimmy intenta buscar a su futura esposa entre cualquier mujer que encuentra por la calle. El mejor gag de todos es cuando decide proponerse a una bailarina cuyo cartel ve en la calle. Soborna al portero y entra en el teatro, mientras vemos que unos trabajadores apartan una caja que tapaba el nombre de la artista: Julian Eltinge. El gag queda algo en el aire visto hoy en día puesto que, aunque su nombre nos sea desconocido para la mayoría, Julian Eltinge en la época era un famoso actor que se disfrazaba de mujer, por lo que no hacían falta aclaraciones. Pero aún así la salida de Jimmy con el sombrero destrozado y quitando el billete al portero resulta hilarante.

Sin embargo, la secuencia más memorable de la película y gracias a la cual ha pasado a la historia llega cuando Keaton y su equipo de guionistas deciden desviarse por completo de la obra original (que seguía por unos derroteros más típicos) y llevarla al terreno que tan bien conocían del slapstick.
El socio de Jimmy pone un anuncio en el periódico que atrae a cientos de mujeres vestidas de novia para casarse con el futuro millonario. Pero como Jimmy descubre que su novia ha accedido a casarse con él, abandona la iglesia para acudir a casa de ella antes de las siete perseguido por todas las novias furiosas. Este tipo de finales tan espectaculares eran muy habituales en el slapstick, y Keaton no se quedaría atrás destacando en ese campo con otras películas como El Rey de los Cowboys (1925) – en que cientos de vacas ocupan una ciudad – o el famoso tornado final de El Héroe del Río (1928).

Esta memorable y frenética persecución, que ya tenía algunos precedentes en el cine de los orígenes, se convirtió en una de las escenas más emblemáticas del slapstick que además hizo las delicias de todos los artistas surrealistas que adoraban el universo tan imprevisible de Keaton. Es en esta secuencia donde podemos ver al mejor Keaton, que exprime al máximo las posibilidades de una premisa tan espectacular con numerosos gags en que de nuevo vuelve a poner a prueba su físico (recordemos que jamás usaba dobles para las secuencias de riesgo).

Una de las costumbres habituales en la época del slapstick era exhibir el film ante el público y, posteriormente, realizar cambios dependiendo de sus reacciones. Esta actitud que hoy en día nos parecería contraproducente por anteponer el criterio del público al del artista era vista como algo normal y lógico: los cómicos slapstick no dejaban de ser artistas de vodevil, y como tales estaban acostumbrados a adaptar sus números a la reacción de la audiencia, de forma que durante una gira iban refinando y mejorando su espectáculo. En el cine eso no era posible, de ahí la necesidad de proyectar la película ante un público mientras el director tomaba nota de la reacción de los asistentes para después efectuar los cambios precisos (otro hecho que demuestra que los grandes del slapstick trabajaban el gag casi como una ciencia matemática, midiendo con exactitud la duración y puesta en escena para que fuera lo más divertido posible).

Fue gracias a esa costumbre que Keaton ideó una última escena cómica para Las Siete Ocasiones. En uno de los pases previos notó que durante la persecución la gente se rió más en cierto momento en que no había ningún gag. Volviendo a mirar la escena descubrió el motivo de la risa: en la escena en que Jimmy huía ladera abajo una piedra entró accidentalmente en el plano tras él. Keaton pensó entonces que si una piedra hacía gracia, un desprendimiento de cientos de piedras encantaría al público. Y acertó. Supone el último gran gag de la película.

Vista con perspectiva, Las Siete Ocasiones no sólo es una divertida comedia, sino una muestra de cómo un genio consiguió partir de un material poco apropiado para él y transformarlo para extraer una de las obras más conocidas de su carrera.

El Navegante [The Navigator] (1924) de Buster Keaton y Donald Crisp

La idea de El Navegante se le ocurrió a Keaton tras algo tan simple como enterarse de que el barco que luego utilizaría en la película estaba disponible para alquilar. Incapaz de resistirse a semejante tentación, Buster se hizo con él. A partir de ahí, surgio la idea que da pie a la película: un chico y una chica mimados que vienen de dos familias ricas acaban accidentalmente atrapados en un barco a la deriva en el cual tendrán que aprender a sobrevivir. Esta premisa tan sencilla le sirvió de excusa a Keaton para dar pie a una serie de maravillosos gags.

Los dos personajes nos son descritos como dos jóvenes consentidos, algo que el personaje de Keaton (Rollo Treadway) deja bien claro desde el principio cuando decide repentinamente casarse como si fuera un simple capricho más. Su idea es pasar luego la luna de miel con la chica que ama, pero ésta le rechaza. Irónicamente, los dos acabarán pasando ese viaje de novios por puro accidente.

Enseguida comprobamos el maravilloso ingenio de Buster Keaton y su equipo de guionistas para crear gags a partir de un espacio concreto. En sus películas, Buster es siempre el personaje que no consigue adaptarse al entorno pese a sus frustrados intentos, la mayoría de gags surgen a partir de esa confrontación con el espacio o una determinada situación, algo que él mismo dio a entender cuando reconoció que solían trabajar sobre una idea esquemática para luego desarrollar los gags en el plató. Teniendo eso en cuenta, la disponibilidad de un barco solo para él en su época de mayor creatividad era un caramelo demasiado sabroso como para dejarlo escapar. El film por tanto nace a partir de un espacio (el barco) sobre el que se construyen los gags.

Como ejemplo que explota a la perfección esa idea está la maravillosa escena del primer desayuno en que esos dos jóvenes que nunca se han valido por sí mismos deben prepararse la comida en una cocina de difícil uso. El desastroso resultado (tras un café hecho con agua del mar y una igualada pelea de Buster contra las latas de conservas) acaba siendo ingerido a regañadientes con unos cubiertos de tamaño anormalmente grande que acaba de ridiculizar la situación.

Sin embargo mi escena favorita con diferencia (y una de las que más me ha hecho reír en una película) es la de la primera noche en que Betsy es incapaz de conciliar el sueño por la presencia de un inquietante cuadro de un capitán que parece observarla. Finalmente decide lanzarlo pero, con tan mala suerte, que se engancha en un saliente de forma que la pintura se balancea justo delante de la ventana donde duerme Rollo. Éste repentinamente empieza a ver pasar por su ventana un extraño rostro de mirada siniestra que le mira amenazadoramente y huye escopetado del camarote.

Gagas como los descritos funcionan con la precisión y exactitud de un mecanismo de relojería.  Se nota que por entonces Keaton era ya un profesional del cinematógrafo, que sabía controlar el tiempo preciso de cada movimiento y la perfecta sincronía de todos los elementos implicados. Este cuidado por los gags es lo que convirtió a cómicos como él o Harold Lloyd en auténticos virtuosos del humor.

Como es de esperar, el film tiene un desenlace apoteósico en que el barco encalla cerca de una isla llena de caníbales. Rollo tendrá entonces que descender a reparar el barco vestido de buzo antes de que los caníbales aborden el barco, lo cual le lleva a una de las situaciones más surrealistas de la película en que utiliza a un cangrejo como herramienta y se enfrente contra un pez espada utilizando otro como arma. Pese a su afirmación de que cuando se pasó al largometraje tuvo que renunciar a los gags surrealistas, momentos como estos nos demuestran que en realidad nunca abandonó ese tono por completo.

El Navegante fue una de las muchas joyas del slapstick surgidas en la que fue su edad de oro tanto en cuanto a logros artísticos como a éxito. Sin salirnos de los tres grandes nombres del género, Harold Lloyd aquel mismo año había estrenado El Tenorio Tímido y el anterior ya había realizado la excepcional y mítica El Hombre Mosca, mientras que Chaplin planeaba su retorno a la comedia con La Quimera del Oro. Keaton por su lado tuvo tiempo de estrenar ese mismo año la impresionante obra maestra El Moderno Sherlock Holmes y aún le quedaban por realizar sus dos mejores películas: El Maquinista de la General (1926) y El Héroe del Río (1928). De todas ellas, El Navegante sería el mayor éxito comericla de toda su carrera.

Aunque él siempre fue modesto y afirmaba continuamente que él no era un artista sino un simple cómico, obras como ésta demuestran que Buster Keaton podía haber sido muchas cosas, pero desde luego no era solo un simple cómico sino uno de los más grandes cineastas de su época.

El Rey de los Campos Elíseos [Le Roi des Champs-Élysées] (1934) de Max Nosseck

A finales de los años 20, después de haber creado cumbres del cine cómico como El Maquinista de la General (1926)  y El Héroe del Río (1928), Buster Keaton inició un imparable descenso a nivel artístico y comercial, acompañado además de una mala racha a nivel personal que le llevó a caer en el alcoholismo. Aunque en su momento nunca llegó a las cotas de popularidad de compañeros como Chaplin o Harold Lloyd, Keaton había sido uno de los más grandes exponentes del slapstick y merecía un final  más justo, pero se mezclaron dos factores que acabaron con su su carrera: el enorme fracaso comercial de El Maquinista de la General (que irónicamente con el paso de los años se convertiría en su película más popular) y la llegada del sonoro. Este último factor fue decisivo no porque Keaton no supiera desenvolverse oralmente – había sido un actor de vodevil desde que era un niño y por tanto sabía hablar bien en público e incluso interpretar canciones – sino porque, como le sucedió a Chaplin con su famoso vagabundo, el personaje que siempre interpretaba había acabo calando tan hondo que se haría extraño oírle hablar, ¿cómo poner voz además a un personaje que se caracterizaba por su incapacidad para comunicarse con el resto del mundo? El hecho de que el sonoro prácticamente eliminara el slapstick no hizo más que acelerar las cosas, pero de todas formas si hubiera sucedido en su época de esplendor, cuando aún tenía control completo sobre sus películas y era popular, podría haber contraatacado para mantener su posición, pero no cuando ya casi era una vieja gloria.

En los años 30, Keaton se dedicó a aparecer en películas de ínfima categoría hasta que optó por la sabia decisión de pasar a ser escritor de gags, un trabajo que conocía a la perfección y que podía llevar a cabo tranquilamente en el anonimato tras las cámaras. El film que comentamos hoy sería una de los últimos largometrajes que protagonizó antes de verse relegado a cortometrajes de escasa relevancia o a papeles secundarios. El hecho de que lo realizara en Europa es una muestra de cómo por entonces estaba dispuesto a protagonizar cualquier papel que le ofrecieran, aunque eso implicara abandonar Hollywood.

El personaje al que interpreta es Buster (no era extraña la coincidencia de nombres en actores con un personaje muy definido que repetían siempre, véase por ejemplo el mismo Harold Lloyd), un joven que pierde un empleo repartiendo publicidad debido a su torpeza y que, después de un infructuoso intento de suicidio, decide intentar hacerse actor. Esta trama se enlazará con la de Jim, un criminal fugado de la cárcel cuya apariencia es idéntica a la de Buster, lo cual provocará numerosas confusiones de identidad.

El Rey de los Campos Elíseos es un film que en su concepción no apuntaba mal. Una sencilla comedia bienintencionada destinada a aprovechar el carisma de Buster Keaton ofreciéndole las típicas situaciones de caos y confusión que tanto abundaban en sus obras, con su dosis de gags físicos de golpes, caídas y persecuciones. El problema sin embargo es que sus autores estaban lejos de ser unos genios de la comedia como lo fue Keaton en su mejor momento, y eso se nota. Los gags más divertidos e ingeniosos se combinan con otros mucho menos inspirados y la dirección de Max Nosseck no saca todo el jugo que podría de su protagonista. Si Keaton fue uno de los grandes de la comedia no se debió solo a su enorme destreza como actor sino a su calculadísimo trabajo de dirección, que le permitía explotar todos los gags a fondo. Al igual que todos los grandes del slapstick, no se conformaba con grabar un gag cómico sin más, sino que estudiaba la posición de la cámara y el ritmo de la escena para hacer que la situación fuera lo más divertida posible. Es así como él y sus compañeros de profesión hicieron de esa forma tan primitiva de vodevil un arte: el conseguir que un tipo de cine basado inicialmente en el simple humor físico resultara increíblemente trabajado y complejo, además de ingenioso y divertido. Comparando sus obras clásicas con ésta uno se da cuenta de que aquí falla algo que hace que no sea tan graciosa como sus predecesoras. Ese algo es la ausencia de un experto en el género tras la cámara.

A cambio, Buster Keaton demuestra que su carisma y su capacidad de hacer reír seguían intactas en su peor momento y es por ello que el film, aún siendo menor, acaba funcionando. Aunque falta un guión más ingenioso y una dirección más acertada que elevarían este film a la categoría de clásico, a cambio tiene a uno de los mejores actores cómicos de la historia que es capaz de seguir siendo gracioso aún en una época bastante oscura de su vida y sin poder asumir todo el control de la película. Una vez superado el shock inicial de no solo oír la voz de Buster Keaton sino además oírle en francés, uno entra rápidamente en la película y acaba disfrutando de su talento natural para hacer reír con su inexpresividad. Uno de sus rasgos que más me gustan es su increíble capacidad para conseguir que su famoso rostro serio e inexpresivo resultara tremendamente divertido, por no hablar de sus magníficas habilidades físicas aún intactas.
Con sus altibajos y algunos momentos desaprovechados, la película tiene escenas muy graciosas como sus infructuosos intentos de suicidio (aquí sí que debe felicitarse a los guionistas por crear una escena tan típica de cine mudo) y, sobre todo, su maravillosa y desastrosa primera aparición en la obra de teatro. Por otro lado, su otro papel como gángster lo interpreta de forma bastante solvente como contrapunto a su otro personaje y funciona bien.

No se trata de una de sus mejores películas pero es una muestra de cómo, incluso en condiciones no muy favorables, Keaton podía seguir haciendo reír y además tenía talento para continuar siendo un grande de la comedia.
Como curiosidad, la película finaliza con un plano en que Buster abraza a la chica y sonríe. Es una de las poquísimas veces en su carrera en que sonrió en pantalla. Resulta casi conmovedor ver ese plano tras tantos años negándonos esa esperada sonrisa. Lo único que uno no puede evitar lamentar es que nos la ofreció quizás demasiado tarde.