Finlandia

Contraté a un Asesino a Sueldo [I Hired a Contract Killer] (1990) de Aki Kaurismäki

Es una experiencia realmente reconfortante volver al cine de Aki Kaurismäki después de una temporada teniéndolo algo olvidado. Es como reencontrarse con un viejo amigo con el que sigues entendiéndote a la perfección. Bastan tan solo unos minutos de película para recordar por qué me gusta tanto su cine y preguntarme por qué no lo reivindicamos de forma más insistente como uno de los mejores cineastas de su generación, pues si bien no se puede decir que sea un director olvidado, tampoco creo que le tengamos tan en cuenta como merece. Seguramente eso se deba a uno de los rasgos más definitorios de su cine: su humildad, su tendencia a hacer películas sencillas y a menudo breves, que no se retienen tanto en nuestra memoria como otras mucho más grandes, ruidosas y no siempre necesariamente mejores.

En Contraté a un Asesino a Sueldo (1990) Kaurismäki se alejó de los escenarios de su Finlandia natal y de los rostros habituales de su cine para ambientar la trama en Londres, donde un francés llamado Henri acaba de perder su trabajo. Solo y sin amigos, decide suicidarse, mas no acaba de lograr su propósito, así que contrata a un asesino a sueldo para que lo mate. Pero entonces conoce a una vendedora de flores, Margaret, de la que se enamora, y recupera las ganas de vivir. El problema será convencer al asesino a sueldo de que ya no quiere tirar adelante el encargo.

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El Soldado Desconocido [Tuntematon Sotilas] (1955) de Edvin Laine

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Aunque sea un título desconocido para la mayoría de nosotros, El Soldado Desconocido es probablemente la película más importante de la historia del cine finlandés, un país que hasta la llegada de Aki Kaurismäki no ha conseguido mucha relevancia más allá de sus fronteras. En su momento fue la obra más cara de la historia del cine finlandés y aún a día de hoy sigue siendo la más taquillera de su país.

Se trata de un extenso film bélico de casi tres horas ambientado en la II Guerra Mundial que narra los enfrentamientos del ejército finlandés contra la Unión Soviética. Tomando la estructura episódica de otros films bélicos como la magistral Sin Novedad en el Frente (1930) de Lewis Milestone, la película se centra en el día a día de unos humildes soldados que deben hacer frente a una serie de batallas por la supervivencia.

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Uno de los aspectos más interesantes de El Soldado Desconocido es su estructura coral, sin un protagonista claro que sustente el relato fomentando la sensación de que cualquiera de los personajes que seguimos podría morir. No obstante, si hubiera que destacar a uno de ellos como protagonista es a Rokka, quien aparece muy avanzado el film. Se trata de un carismático granjero y experto soldado que se guía por sus propias normas y no respeta los códigos de disciplina que le parecen absurdos, lo cual provoca continuos quebraderos de cabeza a sus superiores, que tampoco quieren deshacerse de él porque es de sus mejores soldados. Rokka se mueve durante todo el film con absoluta naturalidad, soltando su interminable verborrea mientras mata a enemigos, reaccionando con cierta indiferencia al disparo que casi le mata (de hecho encuentra divertido que su compañero le diera por muerto) o lamentándose de la muerte de un joven soldado porque había estado horas enseñándole.

Curiosamente, ese personaje es el único interpretado por un actor no profesional, un tal Reino Tolvanen, que sólo realizó esta película en toda su carrera y que fue un descubrimiento especialmente acertado del director Edvin Laine, ya que su actuación encaja perfectamente con el personaje. Más curioso es que ese papel tan importante lo hiciera un amateur dentro de un film repleto de estrellas del cine finlandés, como Tauno Palo, que interpreta a otro de los personajes más destacados y de los que uno esperaría que se convirtiera en el protagonista principal, el simpático Sarastie.

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En líneas generales, El Soldado Desconocido es un buen film bélico pero yo personalmente no lo situaría entre las grandes obras del género. Aunque es de aplaudir su intencionalidad realista retratando la vida diaria de los soldados, desde las batallas a los momentos de descanso, creo que acaba siendo un film que no acaba de despuntar ya sea con alguna escena bélica especialmente remarcable (como el ataque de las trincheras de Senderos de Gloria) o alguna más emotiva y de carácter intimista.

Resulta especialmente interesante, eso sí, por retratar un episodio poco visto en el cine de la II Guerra Mundial (los enfrentamientos de Finlandia con la URSS) y en su favor cabe añadir que no opta por hacer un retrato heroico idealizado y que exhibe una factura técnica más que correcta, combinando además imágenes de archivo con el metraje de la película.

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Luces al Atardecer [Laitakaupungin valot] (2006) de Aki Kaurismäki

Después de tres décadas tras las cámaras, Kaurismäki sigue siendo fiel a sí mismo y a su manera de entender el cine todavía en sus últimas obras. Su estilo inconfundible, su forma de narrar las historias, sus pequeños tics casi obligados (en todas sus películas siempre acaba apareciendo algún perro y una actuación musical), en definitiva, su universo personal, sigue intacto en la pantalla. Y los que apreciamos su cine no podemos dejar de agradecerle que mantenga no solo su estilo sino una constancia envidiable. Puede que otros contemporáneos suyos de más prestigio hayan creado obras mejores y tenido momentos de mayor apogeo crítico, pero Kaurismäki siempre sigue por su lado formando una carrera sólida y constante.

En este caso nos narra la historia de Koistinen, un vigilante de seguridad solitario e inadaptado que conoce una mujer que parece sentir interés por él. En realidad esa mujer trabaja para un grupo de mafiosos y pretende engañarle para llevar a cabo un robo en una de las joyerías que éste vigila por las noches. Pese a ser traicionado, Koistinen permanece indiferente a todos los avatares que le depara el destino y no desvela a la policía la identidad de las personas que le han utilizado, acarreando él con toda la culpa.

La clave de este film así como de la mayoría de obras de Kaurismäki, es esa aparente sencillez que en realidad esconde mucho más bajo la superficie. Kaurismäki es un maestro de lo preciso, del uso inteligente de la economía narrativa y de contar mucho con pocas palabras. Esta economía de medios no se nota solo en esa puesta en escena tan desnuda sino en su inconfundible dirección de actores: los personajes parecen en todo momento indiferentes a lo que sucede, algo especialmente llamativo en el caso del protagonista, un perdedor al que todo parece darle igual. Eso hace que las relaciones entre personajes parezcan aún más forzadas, como si estuvieran obligados a pasar por esos trámites, a pronunciar esas frases, a pasar por esas situaciones. En una película de Kaurismäki, las relaciones humanas quedan reducidas a tan mínima expresión que, vistas en su forma más simple, las situaciones cotidianas se hacen extrañas, sintiéndonos identificados con el alienado protagonista.

Y sin embargo, pese a esa apariencia tan aparentemente fría, se nota que Kaurismäki siente cariño por su personaje, algo que lo separa de algunos de sus más claros referentes como Robert Bresson. Del mismo modo, sabemos que bajo esa apariencia de indiferencia Koistinen es en realidad un romántico que se ha dejado atrapar por la policía y traicionar doblemente por una mujer que no siente el más mínimo interés por él. Es por otro lado el clásico soñador, el hombre que continuamente está hablando de proyectos de futuro que jamás podrá cumplir. Es la figura del perdedor que se deja llevar a la perdición por la femme fatale, con la diferencia de que éste aparece en su forma más desnuda y sencilla.

Al final de la película no hay moraleja ni mensaje, ni siquiera la tan esperada venganza del protagonista. Y es ese aspecto el que puede hacer que mucha gente no acabe de conectar con la película, ya que se trata de la historia de un personaje que es pisoteado y no se rebela. De un personaje que nunca podrá llegar a cumplir ninguno de sus sueños y que rechaza la única ayuda que le llega de una amiga, solitaria como él.

A cambio, el film ofrece una puesta en escena y una fotografía magníficas. La composición de cada encuadre parece planificada con minuciosidad, así como el uso de los colores que aparecen en cada uno de los espacios.
Al margen de cuestiones formales, si uno conecta con el peculiar sentido del humor de su director y sus clásicos personajes, Luces del Atardecer es una cita ineludible. Y es que realmente es de agradecer que un cineasta como Kaurismäki siga hoy en día haciendo cine y que siga haciéndolo tan bien.

La Chica de la Fábrica de Cerillas [Tulitikkutehtaan tyttö] (1990) de Aki Kaurismäki

La Chica de la Fábrica de Cerillas es una de las más destacables obras del director finlandés Aki Kaurismäki, cuya protagonista es Iiris, una joven que tiene un trabajo alienante y sin futuro en una fábrica de cerillas y que lleva una existencia rutinaria y aburrida con su madre y su padrastro.

El estilo de Kaurismäki es inconfundible, y en esta película desde el inicio se reconoce quién está tras las cámaras por esa puesta en escena tan fría y seca. Pocos cineastas serían capaces de apostar por un estilo tan radicalmente antiemocional y salir airosos en el intento como lo consigue Kaurismäki (el otro ejemplo que se me ocurre es Robert Bresson, del que estoy convencido que el finlandés se ha servido como influencia). En este caso, esta aproximación permite al director narrarnos una historia cotidiana que, enfocada de otra manera, correría el riesgo de ser un drama bastante vulgar. Aquí no se nos muestra explícitamente los sentimientos de los personajes (de hecho en toda la película no hay ni una sola línea de diálogo pronunciada con algún tono que denote cualquier sentimiento) pero sí que los intuimos por sus acciones. Kaurismäki no nos da facilidades para empatizar con ellos, lo único que consigue es que sintamos pena por la protagonista por su desamparada situación, pero ésta en cambio asume su destino con una aparente pasividad e indiferencia que puede incluso chocarnos. Resulta curioso que la única vez que la vemos llorar es viendo una película, es decir, ante una ficción y no ante cualquiera de las desgracias que le suceden.

Este antisentimentalismo no se reduce solo a la dirección de actores sino también a una puesta en escena en que se aleja de los personajes y hace que nos sintamos siempre como observadores no implicados en la acción. Por ejemplo, la escena en que Iiris va a un baile y se queda sola en una silla esperando a que alguien la saque nos es mostrada desde un plano general estático que no da la más mínima oportunidad de dramatizar ese momento tan doloroso emocionalmente.

El otro gran rasgo que salta a la vista tanto aquí como en el cine de Kaurismäki en general es la marcada ausencia de diálogos, lo cual contribuye a acentuar ese clima tan frío y tenso que impregna el film – esta faceta suya la llevaría al extremo años más tarde en Juha (1999), película que tuvo la arriesgada decisión de rodar como un film mudo de los años 20. Hasta bien avanzado el metraje no escuchamos las primeras palabras, pero por otro lado no se hacen necesarias porque Kaurismäki es un maestro de lo visual, un experto en narrar hechos con imágenes, algo por lo que reconozco que siento debilidad. Por ello, la gran mayoría de situaciones cruciales del film se explican visualmente: la relación de Iiris con el resto de su familia (que no le aporta ya nada y que le recriminan que tenga un pequeño capricho comprándose un vestido), su encuentro y relación con un hombre al que toma erróneamente por un pretendiente, etc.

Sin embargo otro aspecto realmente esencial que no salta tanto a la vista y que es decisivo es el magistral uso que se hace de la elipsis o en general la forma de dar a entender varios detalles aportando el mínimo de información posible. A través de un brevísimo diálogo con un hombre que deducimos que es su hermano sabemos que está viviendo con su padrastro o, por ejemplo, en unas pocas escenas muy sencillas pero minuciosamente escogidas se nos muestra su frustración respecto a su relación con un supuesto pretendiente que no muestra mucho interés hacia ella.

Otro logro visual es el inicio de la película, que nos muestra a través de una serie de planos el funcionamiento de las máquinas de la fábrica en que Iiris trabaja. Tras unos cuantos minutos dedicados a planos descriptivos de las diferentes piezas y su función, se nos presenta por primera vez a ella en su puesto de trabajo verificado las etiquetas de los paquetes. Tal y como nos la presenta Kaurismäki, ella es una pieza más de esa maquinaria, tanto su primera aparición como su comportamiento nos da una visión totalmente deshumanizada de ella. Más que un ser humano, parece una especie de ser alienado y perdido que no sabe cómo encajar las relaciones humanas (de ahí seguramente sus problemas para encontrar pareja), una simple pieza más del sistema que solo sirve para realizar los trabajos más rutinarios. Las pocas veces que ella intenta tener un gesto más humano como permitirse un capricho comprándose un vestido o persiguiendo a un hombre que le ha hecho caso será fuertemente humillada.

Es por ello que al final su única reacción posible es la destrucción. Tras su incapacidad por comunicarse o entablar unas relaciones emocionales con otras personas, no le queda otro sentimiento que el odio y el rencor hacia esos seres que no corresponden su amor. Así pues, con la misma frialdad con que sus padres la echaron de casa por estar embarazada y él la abandonó, ella planea matarlos. Aunque nos sorprende la naturalidad con que envenena las bebidas de sus padres y luego abandona su casa tras observarlos por última vez (Kaurismäki por supuesto no nos ofrece ni un solo plano de los cadáveres ni de la muerte de ninguno de los personajes manteniendo el tono frío y tenso), en realidad tampoco podemos culparla del todo. Simplemente es una pobre chica sin futuro que ha decidido eliminar a su manera a las mismas personas que intentaron eliminarla a ella de sus vidas, pero lo sorprendente es ver cómo comete los crímenes con la misma indiferencia que emplea cuando trabaja en la fábrica, como si fueran simples tareas rutinarias. Resulta inolvidable por su humor negro la escena del bar en que un hombre coquetea con ella, y ésta le echa veneno en su bebida sonrientemente como queriendo vengarse de otro futuro hombre que la engañaría.

En poco más de una hora de metraje Kaurismäki nos ofrece una película que muestra la deshumanización de la forma más fría y (valga la redundancia) deshumanizada posible, el fracaso de las relaciones personales en un mundo tan industrializado en que el individuo pasa a ser una pieza más. Magnífica.