Ingmar Bergman

La Carcoma [Beröringen] (1971) de Ingmar Bergman


Siempre es interesante sumergirse en la filmografía de un director de prestigio y bucear en busca de películas malditas y olvidadas que están a la espera de ser reivindicadas, como parecía ser el caso de La Carcoma (1971). En cierto modo era lógico que el filme no corriera mejor suerte al tratarse de una obra situada cronológicamente en mitad de la mejor época del cineasta sueco y por tanto rodeada de grandes películas que fueron éxitos tanto de crítica como de taquilla. El propio Bergman de hecho fue muy duro con ella calificándola de una de sus películas fallidas junto a Cara a Cara (1976) – ¡¡!! – y El Huevo de la Serpiente (1977), ninguna de las cuales en realidad nadie en su sano juicio calificaría de filmes fallidos. Pero en el caso de La Carcoma puede que parte de las objeciones de Bergman vengan del consabido miedo que siente todo cineasta europeo de tintes artísticos a «venderse», puesto que se trataba de la primera producción americana que realizó.

Por extraño que nos pueda parecer hoy día, en los años 60 varios estudios de Hollywood tentaron al cineasta para que fuera allá a hacer una película – eran otros tiempos – pero éste se negó intuyendo muy hábilmente que allá perdería su libertad. No obstante, a principios de los 70 llegó a un acuerdo que le pareció satisfactorio con la ABC, puesto que le permitirían rodar la película en su país natal sin apenas interferencias. La historia, que narraba una relación adúltera entre un arqueólogo americano y una madre de familia sueca, permitiría que Bergman utilizara a algunos de sus actores habituales (Bibi Andersson como protagonista y Max Von Sydow como su marido) mientras que los productores americanos se asegurarían algún reclamo comercial con alguna estrella de moda. Se le propusieron al cineasta los nombres de Paul Newman, Dustin Hoffman y Robert Redford como protagonistas, pero Bergman insistió en Elliott Gould. No fue ningún problema, en aquella época Gould era una de las estrellas más importantes del momento y el actor estuvo encantado con el reto de trabajar con el prestigioso director, una experiencia que luego calificaría como una de las mejores de su carrera. Solo hubo una concesión en la que Bergman tuvo que ceder: en rodar, además de la versión bilingüe que él tenía pensada, otra enteramente en inglés donde podíamos escuchar cómo Bibi Andersson y Max Von Sydow encarnan a los padres de una familia sueca que absurdamente hablaban en inglés entre ellos y con sus hijos. Por suerte la versión que ha llegado a manos de este Doctor es la primera.

La Carcoma explica pues la relación adúltera entre David y Karin, que se topan por casualidad en el hospital en que trabaja el marido de ella, Andreas. Éste ha estado atendiendo al arqueólogo como paciente y se ha llevado tan bien con él que lo invita a cenar a su casa. Ahí David le confiesa a Karin que está enamorado de ella, y ésta queda tan sorprendida por dicha revelación que no sabe que hacer. No obstante, le puede la curiosidad y termina citándose con él hasta que finalmente se convierten en amantes.

Como supondrán tratándose de un filme de Bergman, La Carcoma no idealiza la relación entre ambos, de hecho en su segundo encuentro David tiene un extraño arrebato de furia en el cual acaba gritándole y más adelante llegará a maltratarla. No es un tortolito que le ofrezca frases románticas, pero eso no quita que notemos que realmente la quiera y la necesite. Y tampoco quita que Bergman nos ofrezca también algunos momentos más tiernos como la primera escena de cama entre ambos, de una ternura conmovedora.

Del mismo modo, no tenemos muy claro si cuando Karin inicia este affair está realmente enamorada de él. Más bien parece acudir a sus encuentros por curiosidad y ganas de romper con su aburrida rutina, y el hecho de que su marido sea tan bueno que hasta el espectador masculino le den ganas de casarse con él no es algo que juegue necesariamente a su favor, en contraste con el volátil e inestable David. De hecho lo que nos muestra La Carcoma es algo tan poco romántico como que la atracción amorosa puede nacer de lugares tan simples como una válvula de escape de la rutina, la simple curiosidad, las ganas de probar algo nuevo o la excitación de lo clandestino. Karin en sus primeros encuentros con David parece más halagada que enamorada, pero luego indudablemente nace un fuerte sentimiento de atracción hacia él.

Una de las claves para entender esa relación es el hecho de que su primer encuentro, ese instante en que David quedó prendado de ella, fuera en el hospital en un instante en que ambos se encontraban en una situación de absoluta vulnerabilidad. El compartir por accidente un espacio cerrado en ese momento tan delicado en que ambos necesitan de intimidad creó a ojos de David ese vínculo con ella. Y cuando posteriormente ésta intuye la soledad y desesperación de él, será ella la que reforzará su relación bajo la idea de cuidarle y ayudarle

No obstante, pese a ser indudablemente una muy notable película injustamente tratada por la crítica en su momento, es cierto que La Carcoma no se encuentra entre los mejores trabajos de Bergman. En ocasiones, sobre todo en el tramo final, parece que la película se alarga en exceso sobre todo cuando entra en juego Andreas, pese a que ello da pie a alguna secuencia muy interesante, como la conversación que tiene con David siendo plenamente consciente de que su esposa les está oyendo aunque finja no saberlo. También notamos una vez más el gusto de Bergman por las metáforas como la de la carcoma que da título a la película y que está destruyendo el hallazo arqueológico de David, o el contraste entre el hogar de Karin y Andreas (una casa idílica, con jardín y llena de luz) con el apartamento sucio y desordenado de David, con el ruido de obras de fondo. Este tipo de detalles demuestran que en aquellos años, incluso en sus obras menos conseguidas, Bergman era realmente incapaz de facturar una película que bajara del notable.

Un Verano con Mónica [Sommaren med Monika] (1953) de Ingmar Bergman

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Años antes de embarcarse en las cruzadas existencialistas con las que (algo tópicamente) se suele asociar siempre su nombre, Ingmar Bergman se dio a conocer entre la crítica internacional con una maravillosa película de innegable modernidad que tiraba por unos derroteros totalmente distintos: Un Verano con Mónica (1953), uno de los mejores retratos que se han hecho sobre el amor fugaz de juventud destinado a fracasar y sobre el difícil paso de la adolescencia a la edad adulta.

El argumento se centra simplemente en el idilio que nace entre dos jóvenes, Harry y Monika. El primero nos parece desde el principio un buen chico, trabajador y algo introvertido y solitario; la segunda en cambio es más caprichosa y descarada. Cuando se conocen por primera vez en un bar, ella le aborda directamente y le incita a que la invite al cine. Él se deja seducir por la idea de que una chica tan atractiva muestre interés por él. Poco después se hacen novios. Pero ya desde el principio intuimos que su relación no tiene mucho futuro, puesto que realmente no han tenido tiempo de conocerse. Su romance parece basarse más en la pura atracción mutua, y como tal no durará mucho más del verano al que hace referencia el título.

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Un Verano con Mónica nos propone un Bergman muy alejado de posteriores obras maestras no solo en cuanto a temática sino también en estilo. De hecho una de las grandes virtudes del film, que justifica con creces su fama de ser una de las primeras películas de la modernidad, es el estilo tan libre y espontáneo (que no por ello descuidado) del que hace gala, que se corresponde con el tipo de relación que nos está describiendo.

El momento cumbre de la película y donde Bergman parece trabajar con mayor espontaneidad es el tramo central en que deciden pasar el verano en un paraje indeterminado al que llegan en una barca. Es entonces cuando los conflictos que atenazaban su vida cotidiana desaparecen y la película se centra en algo tan simple como su día a día. Ese lugar aislado de la civilización es un reflejo del tipo de relación que están teniendo, en que se abocan libremente a su atracción mutua olvidando por completo sus responsabilidades y problemas diarios. Ese verano que el protagonista volverá a evocar con nostalgia en la escena final supone un adiós a su juventud y, en cierto modo, un retorno a la naturaleza, dejándose llevar por sus instintos (no solo en el aspecto sexual sino incluso en el más primitivo, como queda de relieve en las escenas en que repentinamente aúllan y saltan entusiasmados sin motivo alguno, como animales disfrutando de su libertad). De hecho sus dos únicos retornos a la civilización acaban siendo traumáticos: el intento por parte de ella de robar comida en una casa y el baile en el embarcadero, en que él se siente incómodo y le pide que vayan a otro donde se sentirán más a gusto – el plano que le sigue es uno de los más bellos de la película, en que se les ve bailando solos y sin música en un embarcadero abandonado.

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Por ello resultan también tan conmovedores los idílicos planes que hacen juntos en esa tierra de nadie, porque están imbuidos del optimismo y el sentido de la libertad que experimentan allá, pero que en la civilización están destinados a no funcionar. Se imaginan una existencia bucólica en que él tiene un trabajo provechoso y ella es una feliz ama de casa, pero sabemos que no se hará realidad y que en el fondo se parecerá más a la austera vida que llevan sus padres actualmente.

La última parte del film, que supone el retorno a la sociedad y el enfrentamiento a sus responsabilidades (el embarazo de ella) refleja el desmoronamiento de su relación. Realmente sucede lo que planificaron (él estudia por las noches para ser un hombre de provecho mientras trabaja durante el día, y ella ejerce de ama de casa), pero el tono amable que le dieron durante el verano no se corresponde con la realidad: Harry acaba extenuado, Monika se muestra irascible porque no tienen dinero para sus caprichos y, por otro lado, ambos descubren que por muy maravilloso que sea tener un bebé, eso implica muchos pañales sucios por cambiar y no menos numerosas noches en vela. Para nosotros, los espectadores, obviamente no supone una sorpresa la faceta menos amable de la paternidad, pero tampoco la verdadera naturaleza caprichosa de Monika, ya que Bergman nos la mostró así en todo momento. De hecho el brusco y malhumorado despertar de ella estando ya casada con Harry tiene su equivalente al inicio del film cuando se despertaba de igual forma en casa de sus padres. Pero a diferencia de nosotros, el pobre Harry ha estado hasta ese momento mirándola con ojos de enamorado.

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Es prácticamente imposible desgranar esta película sin pararse a hablar de la inolvidable interpretación de la protagonista Harriet Andersson. Dejando de lado – por darse por sobreentendida – la sensualidad que transmite y la famosa escena del desnudo (de una ternura conmovedora cuando Harry la contempla y acaricia, como si estuviera hechizado por el cuerpo de ella), se trata de uno de esos casos en que la actriz literalmente se convierte en el personaje. Encuentro especialmente acertada la forma como Andersson combina su carácter brusco y descarado (por ejemplo, antes de dormir juntos por primera vez, se quita la falda ante Harry sin ningún pudor y le pide a él que haga lo propio con sus pantalones, en contraste con la mirada algo intimidada del joven) con un romanticismo inmaduro y adolescente.

En su primera cita, ambos acuden a ver un drama romántico que aburre visiblemente a Harry pero conmueve profundamente a Monika. Al salir del cine, Monika está extasiada ante el sobado romanticismo del cine, lo cual luego contrasta con sus maneras tan poco delicadas. Una de las ideas más interesantes que deja caer Bergman es la forma como Monika se deja seducir por esta visión idealizada del amor y fantasea con vivir una aventura semejante al mismo tiempo que su comportamiento es el de una chiquilla descarada de clase baja. Uno de los motivos por los que su relación estará condenada a fracasar es porque intenta aplicar forzadamente en su relación ese romanticismo barato que le han transmitido tantas películas, ignorante del hecho de que ni ella es la dama delicada de la pantalla ni Harry el apuesto caballero que se la declara de forma poética.

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Por último, me gustaría resaltar algunos planos concretos que, aparte de justificar la etiqueta de «película moderna» resultan especialmente evocadores y hacen intuir la pericia de Bergman. El primero es una ruptura directa contra las normas clásicas cinematográficas: una mirada a cámara de Monika en la escena en que se está viendo con otro hombre y, por tanto, engañando a su marido. Con esa mirada al espectador parece estar desafiándonos, como si supiera que lamentamos el adulterio que está cometiendo y ella nos respondiera que no se arrepiente de lo que está haciendo.

Los otros instantes que me llaman profundamente la atención son muy interesantes por ser planos de miradas que nos niegan su contraplano. En ambos casos se nos muestra a Harry observando pero Bergman no nos muestra el esperado contraplano de lo que está viendo. El primero tiene lugar en el hospital cuando se asoma por una ventana para conocer por primera vez a su hijo. Bergman no nos muestra el bebé, al contrario, se detiene en el rostro del joven padre para recrearse en su expresión, una mezcla de felicidad pero también de vértigo al saber la responsabilidad que deberá acarrear. Ese primer plano es el reflejo exacto del momento en que ha entrado en la edad adulta.
El siguiente tiene lugar cuando vuelve prematuramente de un viaje y al entrar a casa descubre a su mujer con otro hombre en la cama. En este caso, Bergman nos rechaza el contraplano de la pareja y se centra en la expresión de pánico y desengaño de Harry. Este plano supone por tanto el momento en que el protagonista ha entendido que definitivamente su relación con Monika ha fracasado. Ingmar Bergman ya se revelaba en esta película de su primera etapa como uno de los cineastas que mejor ha sabido sacar partido del rostro de sus actores.

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