Tres intérpretes de circo idean un descabellado plan para convertirse en ladrones de joyas bajo una tapadera que les protegería por completo de la policía. El cabecilla de la banda es Echo el ventrílocuo, quien se hace pasar por la anciana propietaria de una tienda de animales. Junto a él están el enano del circo disfrazado de bebé y Hercules el forzudo, que se encarga de llevar los pedidos a las casas que luego desvalijan. En la tienda también cuentan con Rosie, una joven enamorada de Echo que se convierte en su cómplice y Hector, un ingenuo hombre que no sospecha nada y al que Echo contrata como dependiente para hacer más efectiva la tapadera.
El solo argumento es ya todo un aliciente para ver esta magnífica obra de intriga. Desde luego era una propuesta muy arriesgada, ya que bordeaba el límite de lo ridículo y más en una época en que los géneros estaban más rígidamente separados y el público seguramente no estaría preparado para tomar en serio a unos peligrosos ladrones de joyas que se hacen pasar por una anciana y un bebé. De hecho no solo no resulta ridículo, sino que creo que tiene incluso un poco de sórdido. La imagen de la que es supuestamente una adorable anciana planeando cómo robar joyas y, sobre todo, la de ese cándido bebé que en realidad es un peligroso delincuente se me hace especialmente perturbadora. Era algo realmente arriesgado para la época pero funcionó.
Gran parte del peso del film recae sobre el maravilloso actor Lon Chaney, en uno de esos papeles hechos a su medida en que interpreta a un oscuro personaje que no es del todo bueno o malo. Echo sabe que Rosie le ama y éste la rechaza abiertamente, pero al mismo tiempo no soporta que Hector la corteje. Es un sentimiento algo contradictorio pero bastante realista: no la ama pero al mismo tiempo tampoco quiere que nadie la separe de él, quiere tenerla bajo su poder pero sin corresponderla. El extraño trío amoroso (extraño porque uno de los implicados es un hombre vestido de anciana) llega a un punto conflictivo en que Hector le confiesa a la supuesta anciana que va a pedirle a Rosie en matrimonio. Ella obviamente no puede decirle quién es el hombre del que está enamorada y por otro lado Echo tampoco puede interferir en esta relación sin poner en peligro su cuidada tapadera.
Este tipo de situaciones son muy típicas en los papeles de Chaney, y de hecho ya se había mostrado uno similar en El Que Recibe el Bofetón (1924) de Victor Sjöstrom y se repetiría un triángulo casi idéntico en Garras Humanas (1927) del propio Tod Browning, films en los cuales su personaje se disputa una mujer con otro hombre que no sospecha de sus sentimientos hacia ella.
Chaney es el protagonista absoluto consiguiendo algo sumamente difícil: resultar creíble como anciana y al mismo tiempo no perder credibilidad como jefe de una banda de ladrones. Solo alguien como él podría hacerlo. Por otro lado sus dos secuaces también son dignos de destacar. Por un lado tenemos a un jovencísimo Victor McLaglen encarnando a Hercules y por otro a Harry Earles, más conocido como el protagonista de la mítica Freaks (1932), de nuevo obra de Browning. Su papel también era bastante complicado pero sale airoso con creces encarnando con toda convicción a un tierno bebé. Resulta inolvidable la escena en que Echo acude a una de las casas que pretende desvalijar con el supuesto bebé y éste empieza a mirar inocentemente la joya que sostiene un hombre. Su dueño le deja juguetear al niño con la joya sin sospechar nada y éste se la arrebata sin intención de soltarla. Tiene que ser Echo disfrazado de anciana quien se la quite cuidadosamente dándole un juguete en lugar de la joya. El gesto no es más que un cruel juego del enano para burlarse de la gente aprovechándose de su condición de bebé. Como ya dije esa forma de servirse de algo tan supuestamente inocente como un bebé tiene cierto toque perturbador.
También cabe destacar la forma como el guión aprovecha las características de cada personaje. Por ejemplo, el que Echo sea ventrílocuo le es útil para vender loros que en realidad no hablan (resulta curiosa la forma de mostrar eso visualmente siendo una película muda, dibujando las palabras que se supone que dice el animal), aunque más adelante la forma como se intenta aprovechar esta cualidad para la escena del juicio resulta demasiado poco creíble. Por otro lado, el que el enano se haga pasar por bebé es la excusa perfecta para esconder el botín dentro de algunos de sus juguetes, el escondite más inofensivo del mundo que da pie a una tensa escena en que un inspector de policía interroga a la «feliz familia» mientras examina divertido su elefante de juguete.
Una pequeña rareza de los años 20, un film curiosísimo y muy recomendable.