Caballero Sin Espada [Mr. Smith Goes to Washington] (1939) de Frank Capra

Magnífica obra maestra de Frank Capra que se erige como el gran clásico de su carrera junto a Sucedió una Noche (1934) y, por supuesto, ¡Qué Bello Es Vivir! (1946). Una película ambiciosísima con la que el director cerró una década plagada de éxitos y que constituyó su último trabajo en la Columbia, el estudio en el que desarrolló la mayor parte de su carrera clásica. Solo un director tan exitoso y respetado por entonces como Capra podría haberse permitido llevar adelante un proyecto de tal envergadura (por presupuesto y temática) manteniendo su libertad artística y saliendo airoso del reto.
Sus dos últimos intentos de hacer grandes películas ambiciosas habían sido sendos fracasos (La Amargura del General Yen y Horizontes Perdidos), pero en Caballero sin Espada consiguió tener éxito tanto a nivel artístico como comercial gracias a la dura lección que Capra había aprendido anteriormente: lo que tenía que hacer era crear una historia ambiciosa pero dentro de su estilo, en el terreno que él dominaba y en el que creaba sus mejores joyas, la comedia populista. Así pues, esta película no deja de ser una versión politizada de su anterior obra, la excelente El Secreto de Vivir (1936), cuyos argumentos tienen muchos puntos en común.

Esa obsesión que tenía el director en aquella época por aprovechar su popularidad para crear películas serias con mensaje se materializó aquí mejor que en ninguna otra obra de su carrera. Caballero sin Espada indudablemente tenía un fuerte mensaje detrás e intentaba adoctrinar al público pero sin perder de vista el argumento y los personajes ni cayendo jamás en el error de situarles por debajo de las ideas que se pretendían transmitir. Se evitaba además un tono demasiado serio y solemne para demostrar que la comedia también podía ser un vehículo para polemizar y tratar argumentos serios como éste.

El film se inicia con la muerte de un miembro del Senado de los Estados Unidos que hace necesario nombrar a un nuevo senador. El momento es especialmente crítico, ya que está a punto de ser aprobada una ley propuesta por el honorable senador Paine para construir una presa bajo la cual se esconde un plan de corrupción que les enriquecerá a él y al poderoso magnate Jim Taylor, que controla a los políticos a su antojo.
Ante la dificultad de encontrar un senador adecuado, acaba surgiendo el nombre de Jefferson Smith, un joven idealista lleno de inocencia e ideales sobre la democracia norteamericana, un sujeto que parece fácil de manejar y engañar. Si Smith ya de por sí es bastante ingenuo, el joven además confía plenamente en su colega, el senador Paine, puesto que él y su padre fueron íntimos amigos de juventud. Por ello, Paine le anima a llevar adelante un proyecto de ley sobre un campamento juvenil financiado por niños para así mantenerle distraído.
Clarissa Saunders es la ayudante de Smith, una joven y cínica mujer que conoce todo el entramado de corrupción y que al principio acepta a regañadientes trabajar con el idealista y joven senador «surgido de un mundo de niños». Con el tiempo sus remordimientos la harán estallar y le hará saber a Smith toda la verdad para luego dimitir de su trabajo. Un sorprendido Jefferson Smith intentará entonces frenar esa trama de corrupción sin ser consciente de que se enfrenta a un enemigo mucho más poderoso que él.

Hoy en día en pleno siglo XXI no somos conscientes de lo increíblemente atrevido que era este argumento en su época y de la polémica asegurada que traería consigo. Aunque la corrupción política no era un tema nuevo en Hollywood, pocas veces se había atrevido un director a hurgar tanto en la herida y mostrar con detalle hasta qué punto la intocable democracia norteamericana estaba podrida por dentro. El argumento de Caballero sin Espada que hoy nos parece tan tópico en su momento era una auténtica bomba de relojería.

Frank Capra en ese sentido era de los pocos directores de la época que podía permitirse tener las agallas de llevar a cabo un proyecto semejante. Aunque se suele asociar siempre a Capra con películas joviales e idealizadas, llenas de valores puros y honestos en que siempre tiene lugar un bucólico final feliz, la realidad es que, examinándolas con más cuidado, son mucho más críticas de lo que pueda parecer. El truco del director siempre fue el mismo y siempre le funcionó: el final feliz. Cuando sus films acaban con ese esperanzador final feliz que permite a los espectadores respirar aliviados uno olvida con demasiada facilidad todo lo que ha sucedido antes. Es el juego de mostrar todas las injusticias que asolan nuestra sociedad y, una vez nos ha echado en cara la corrupción y las desigualdades sociales, en el último minuto se desdice y añade un happy ending como diciendo «pero pese a eso, todo sale bien y todos los personajes tienen un final feliz». Ese cierre que dejaba satisfecho a los espectadores y los productores hacía que lo que mostraba antes pareciera menos grave, pero todo eso sigue estando ahí hasta el último momento. Caballero Sin Espada no es un excepción, por mucho que el final acabe siendo optimista, eso no quita que durante las dos horas de film se nos haya mostrado con total claridad cómo una serie de hombres poderosos juegan con la democracia a su antojo. Y exhibir eso en 1939 era una locura.

La primera parte del film es la que más nos recuerda al Capra más amable de sus anteriores comedias. James Stewart, absolutamente pletórico como Mr. Smith, es durante este primer segmento el encargado de darle a la película un tono ligero y divertido interpretando a ese nuevo senador tan inocente y casi infantil. Smith es uno de esos héroes populares creados por Capra y su imprescindible guionista Robert Riskin (que no participa en este film pero fue el creador de este tipo de personajes) con los que el público se sentía tan identificado.

Capra era muy inteligente y había descubierto la fórmula infalible para crear comedias populares que le hicieran de oro, el tipo de films que tanto necesitaba la gente en los años 30: películas que les entretenían y, al mismo tiempo, les transmitían ideas y valores con los que se sentían identificados como el amor al prójimo, el triunfo del bien sobre el mal y esa idea tan sumamente inocente (quizás incluso ya para esa época) de que el hombre humilde vive más feliz que los hombres ricos, demasiado preocupados por su dinero.
Teniendo eso en cuenta, aunque el film que estaba creando era el más ambicioso hasta el momento, Capra no quiso por ello desprenderse de su héroe prototípico que tan bien le funcionaba y con el que el público se identificaría mucho antes que con un héroe más tradicional que destacara por su astucia. El triunfo del sencillo Mr. Smith era una victoria que todos acabarían asimilando más fácilmente como propia. Y cómo no, la primera parte de Caballero Sin Espada no deja de ser la típica comedia populista en la línea de El Sentido de Vivir siguiendo la clásica idea de «sencillo chico de pueblo va a la ciudad». Aquí es donde Capra y Stewart se sirven más de la faceta cómica del actor explotando al máximo su ingenuidad: el incorregible senador se trae consigo palomas mensajeras para escribir a su madre, cada vez que habla con la hija del senador Paine se avergüenza tanto que no puede tener las manos quietas (magnífico el detalle de Capra de hacer que durante todo el diálogo solo se vea como Smith sujeta su sombrero nerviosamente y se le cae continuamente, más tarde repetirá el gag usando el teléfono) y, lo mejor de todo, cada vez que ve un monumento se vuelve loco y lo señala gritando emocionado («¡Oh, mira eso! ¿Qué es?… Ah vaya, sólo era un cine«).

Entonces viene un segmento que seguramente se le hará incómodo a muchos espectadores, cuando contemplamos con Smith todos los monumentos de Washington como el Lincoln Memorial y se nos iluminan en la pantalla todos los ideales patrióticos, que se muestran con un vistoso montaje en el que no faltan las clásicas campanas ceremoniosas. Sin embargo, no nos dejemos engañar creyendo que esto es patriotismo barato, lo sería si estuviera al final de la película, pero la estrategia de Capra es inundarnos de todos estos valores en los que cree Smith para después echarnos en cara cómo todo eso se ha echado a perder con un gobierno lleno de corrupción y engaños. Metiéndonos todo este patriotismo y los discursos sobre libertad y democracia, Capra consigue que todo lo que suceda luego nos haga sentir más desencantados aún con el gobierno.

Todo este sentimiento patriótico de Smith de hecho se hace empalagoso hasta para el resto de personajes, que ya conocen cómo funciona todo en realidad. Sin embargo, cuanto más contemplamos lo ilusionado que está con su nuevo cargo y su gobierno, más tememos por él cuando conozca la verdad. Eso es lo que le sucede a su secretaria Clarissa Saunders, quien acaba estallando y echándole todo en cara para luego dimitir al no soportar que se engañe así a ese pobre chico. De hecho, en cierto momento le dice que él es un niño metido en un mundo de adultos y le ruega que vuelva a su mundo de niños.

El momento decisivo de este choque entre su visión idealizada del gobierno y la dura realidad se produce cuando escribe ilusionado su nueva ley sobre un campamento para niños en que se les enseñará valores americanos rodeados por la naturaleza y que se subvencionará con sus propias donaciones (creo que hay pocas ideas más «caprianas» que ésta). Pese a que la cínica Saunders intenta instruirle sobre el duro proceso por el que pasará su ley, Smith sigue adelante y se decide redactarla enteramente en una noche. En cierto momento propone que el campamento se sitúe en la zona en la cual el senador Paine y el magnate Taylor tienen pensado edificar una presa para enriquecerse. Irónicamente, el senador Paine (que ha cogido cariño a Smith porque su padre era su mejor amigo de infancia) fue quien le convenció para que llevara adelante ese proyecto confiando que así no se enteraría de la nueva ley que pronto sería aprobada. El suspense aumenta porque sabemos que la colisión va a ser inminente y, efectivamente, así acaba siendo.

Aquí es cuando nuestro héroe deja al descubierto sus mejores cualidades y sus peores defectos: por un lado es tan íntegro que no se deja convencer lo más mínimo por los argumentos de Taylor o Paine sobre que deje las cosas como están, por el otro al ser un niño en un mundo de adultos está condenado de antemano a perder la batalla. Pocos momentos hay en la película que se nos antojen tan dolorosos como cuando el magnate Taylor le asegura que tiene comprado al senador Paine, y Smith, que le tiene idealizado por la amistad con su padre, se lo niega rotundamente. Capra supo utilizar mejor que nunca el recurso de que un personaje esté engañando a otro para beneficio propio, aunque los una un vínculo de amistad o amor que haga que la revelación de este suceso hunda al protagonista (eso ya se vio en El Sentido de Vivir e incluso en uno de los primeros largometrajes de Capra, The Matinée Idol). La charla entre Smith y Paine en que le da a conocer la verdad se nos acaba haciendo tan violenta a nosotros como a los propios personajes.

Jefferson Smith es definido por muchos de los personajes como un Don Quijote, y realmente es una descripción que retrata bien al tipo de héroe que nos muestra aquí Capra. No es un héroe astuto sino un pobre chico que intenta enfrentarse a un entramado de corrupción demasiado grande para él. Cuando intenta denunciar la nueva ley es inmediatamente puesto fuera de circulación acusado de enriquecerse a costa de su propuesta de ley sobre el campamento infantil. Él, tan sorprendido al ver todo lo que se ha urdido para echarle fuera a base de falsos testimonios (incluido el de su adorado Paine), directamente rehusa defenderse. Los héroes populares de Capra son tan sencillos y humildes que por sí solos no pueden ganar en una lucha tan desigual.
Y sin embargo, pese a eso (o quizás a causa de eso), Capra consiguió crear uno de los mayores clímax finales que se hubieran visto en Hollywood hasta entonces llevando la lucha de Smith contra la corrupción hasta el mayor extremo: Smith, justo antes de ser expulsado en la reunión del Senado, consigue el turno de palabra para defenderse y acaba en una extraña situación en la cual si cede su turno será inmediatamente expulsado. A modo de protesta Paine moviliza al resto de senadores para que no le hagan caso y, aunque lo consigue, Smith se propone seguir hablando indefinidamente confiando que la prensa difundará lo que sucede en el Senado.

Esta larga secuencia es en sí misma uno de los mayores logros de la carrera de Capra y uno de los momentos cumbre de la carrera de James Stewart. Es la gran lucha de Mr. Smith contra el sistema en la que se sirve no de su fuerza o astucia (puesto que no posee ninguna de esas dos cualidades) sino de su inquebrantable amor hacia su país y la justicia, que es lo que le mantiene en pie hablando sin parar durante 23 horas. Una auténtica lucha de desgaste. Capra y Stewart consiguen que incluso nos emocionen los manidos discursos de Mr. Smith sobre la libertad y la democracia («la libertad es algo demasiado valioso como para guardarla en los libros«).

Es cierto que Capra no puede evitar convertir el Senado en una especie de circo en que Smith aún hace alguna gracieta y el público asistente aplaude sus discursos, pero a medida que avanza el tiempo el tono amable va desapareciendo progresivamente hasta llegar al duro final.
Por otro lado, la visión que da Capra en estos minutos del funcionamiento de los medios de comunicación puede parecer algo excesiva pero visto hoy en día uno no puede evitar pensar que no iba muy desencaminado: ningún medio de prensa accede a publicar lo que sucede realmente en el Senado y todos se posicionan contra Smith a causa del largo y poderoso brazo del magnate Taylor. Cuando Clarissa sugiere usar a los boy scouts de Smith para que difundan todo en su periódico local, uno espera que ahí se encuentre ese giro final típico de Capra (esperanzador, dando la idea de que todos juntos podemos vencer al mal, incluso gracias a unos inocentes niños), pero esta vez el director iba en serio y no tiene compasión: los secuaces de Capra detienen a los niños y llegan hasta a atacarlos. Nunca en su carrera se ha atrevido a mostrar algo tan cruel y descorazonador.

El clímax final tiene la virtud de ser una de las pocas escenas de una película que casi ha logrado hacerme soltar una lágrima. No solo de emoción, sino también de triste impotencia al ver solo en el Senado a ese «joven Lincoln», ese chico de provincias que creía tanto en sus ideales, siendo despedazado por el resto de senadores y la maquinaria de Taylor, traicionado por el hombre en quien más confiaba. La imagen de un Stewart afónico siguiendo su discurso sin fin mientras nosotros sabemos que va a ser vencido es la pura imagen de la derrota.

Para dar fin a esa situación, Paine usa su última arma: le muestra a Smith cientos de cartas y telegramas de ciudadanos del país que le piden que se retire del Senado. Clarissa le implora desde la zona del público que abandone su lucha. Smith lanza entonces su último y mejor discurso sobre las causas perdidas mirando fijamente al senador que le traicionó y se desmaya. No hay ases en la manga que permitan a Smith lanzarse victorioso y sorprender al público con un nuevo plan, Smith cae derrotado y de hecho no le volveremos a ver consciente en lo que queda de película.
Quien salva la situación no es Smith, sino un Paine a quien la conciencia le remuerde tanto que se intenta suicidar y acto seguido confiesa que todo lo que dijo Smith era cierto. Es uno de esos finales catárquicos que tanto le gustaban a Capra y que se repiten en muchas de sus películas. Pero no es el héroe el que da fin al conflicto, sino que tiene que ser uno de sus enemigos arrepentido. La lucha de Smith por sí sola está condenada al fracaso y creo que es una idea muy realista y atípica para una época en que los héroes podían con todo. Los héroes de Capra por si solos no pueden vencer, necesitan el apoyo del resto, y éste es uno de los mensajes más frecuentes del cine de Capra.

Caballero Sin Espada es de esas películas que pese a su gran guión y la magnífica dirección de Capra, es innegable que debe muchísimo a su asombroso plantel de actores. James Stewart hace una de las mejores interpretaciones de su carrera (quizás la mejor), y eso no es decir poco. El actor era perfectamente consciente de que ése sería el papel de su vida, y se lo tomó tan a pecho que, según comentaba sardónicamente Jean Arthur, se despertaba cada mañana tempranísimo para ir al estudio en coche conduciendo lo más lento posible para evitar un accidente de tráfico. Anécdotas aparte, la transformación que hace en el film de actor cómico a dramático es impresionante, la forma como pasa de ser un simple chico ingenuo a un hombre desesperado y hundido es increíble y poquísimos actores podrían haberlo conseguido tan bien como él.

Pero no se queda todo en Stewart, porque Capra aquí consigue uno de los mejores repartos de secundarios con los que podría soñar un director en aquella época. Para empezar dándole la réplica a Stewart tenemos al inmenso Claude Rains que para mí hace la mejor actuación que le he visto pese a su carismático personaje de Casablanca. Como personaje femenino Capra volvió a contar con su actriz favorita, Jean Arthur, una de las mejores actrices cómicas del momento. Y en papeles más pequeños encontramos caras inolvidables como el por entonces popular actor de western Harry Carey como presidente del Senado, Edward Arnold (recurrente en los papeles de villano de Capra, que siempre bordaba con mucha credibilidad) encarnando a Jim Taylor y uno de mis secundarios favoritos de la historia, Thomas Mitchell, como periodista amigo y amante no correspondido de Clarissa, un papel divertido en que el actor parece muy cómodo. Mitchell y Jean Arthur comparten juntos una memorable escena cómica en que acaban emborrachándose y deciden casarse, una escena que llama la atención por la forma como Capra se atrevió a mantener planos tan largos de los dos personajes hablando sin introducir cortes, lo cual demostraba su total confianza en que ellos solos podrían llevar el ritmo.

Y finalmente no podemos olvidarnos de un elemento tan fundamental como el inmenso decorado del Senado, toda una hazaña en su época que elevó los costes de la película a unos niveles a los que solo Capra podía permitirse dentro de la Columbia. La reconstrucción del principal escenario de la película se hizo cuidando hasta el más mínimo detalle con la ayuda de asesores y el resultado es tan bueno que hasta algún crítico ha llegado a decir que todo el argumento es una excusa para que Capra exhiba ese inmenso decorado.

Los guionistas tuvieron la sabiduría de no usar en ningún momento las palabras «repúblicanos» o «demócratas», de hecho nunca se nos dice a qué partido pertenecen Smith y Paine. La historia de Caballero Sin Espada no era una crítica a ninguna facción en concreto y cuidaron mucho que siguiera siendo así.
El estreno por supuesto dio muchísimo que hablar y la película tuvo cierta polémica y fue rechazada tanto por numerosas fuerzas políticas como por la prensa, que se comportó de forma muy hostil hacia ella por la visión que daban del medio, especialmente por el personaje de Thomas Mitchell y su afición al alcohol. Eso no impidió que  se convirtiera en un gran éxito (en realidad uno de los últimos de la carrera de Capra) y en un clásico desde el día de su estreno.

Una de las mayores obras maestras de Capra, la película en la que supo llegar más lejos y con mayor eficacia en su cine populista y social. Aquí mejor que nunca consiguió alcanzar su meta de hacer grandes películas que entretuvieran, estuvieran bien hechas y que además transmitieran un fuerte contenido crítico. Absolutamente esencial.

8 comentarios

  1. Rogar a Dios para que existan persona como Mr. Smith en nuestra sociedad para ayudar al projimo . (Manuel Chang Aquije)

  2. Es una de las mejores hazañas cinematográficas de Capra, porque se siente un film con propósito y cuidadosamente meditado. Las actuaciones de Steward y Arthur arman la columna vertebral de toda la trama, alrededor de esa denuncia contra los valores perdidos de una nación que tuvo precursores memorables. Los silencios frente al Lincoln Memorial son la conciencia que revive en el espíritu de ese muchacho idealista que al final, cual Dante en La Comedia, revive su espíritu de lucha con la asistencia de una mujer que vio en él la oportunidad de desenmascarar la iniquidad del congreso americano. El triunfo del amor revelado frente a la maldad oculta y solapada.

  3. Una de las mejores películas que he visto, la sociedad se mantiene igual, hay todo un sistema que corrompe y son pocos quienes se atreven a enfrentarlo

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