Y la Nave Va [E la Nave Va] (1983) de Federico Fellini

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La película más infravalorada de la larga filmografía de Federico Fellini. La acción tiene lugar en 1914 cuando un barco de lujo parte para llevar las cenizas de la famosa cantante de ópera Tetua y lanzarlas en las costas de la isla en que ella nació. A bordo del barco viajan toda una serie de personajes respetables relacionados de forma más o menos directa con la cantante (compañeros de profesión, amantes, admiradores…) para presenciar el funeral.

Como es costumbre en el cine del director italiano, en Y La Nave Va apenas hay un argumento o conflicto claro, ya que lo que parece interesarle es recrearse en los personajes y las situaciones por los que éstos pasan durante el viaje. A partir de aquí, como sucede con la mayoría de sus obras, uno debe entrar en el juego de dejarse llevar fascinado por el mundo de Fellini y las esperpénticas escenas que éste nos muestra.

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Los primeros minutos de película son un maravilloso homenaje al cine mudo. Se nos muestran imágenes del puerto en blanco y negro en completo silencio mientras van llegando los protagonistas. De repente aparecen el sonido y el color. Se entregan las cenizas de Tetua al capitán del barco, los pasajeros suben a bordo y todos empiezan a cantar una emotiva ópera mientras la embarcación se dispone a abandonar el puerto. Si no les gusta este extravagante inicio, más les vale que dejen ya la película.

En Y La Nave Va nos encontramos con un Fellini ya maduro que domina de sobras su propio estilo, que no se corta ni un pelo en suspender la realidad siempre que hace falta en favor de cualquier idea que se le pase por la cabeza y que pueda funcionar en la película. La diferencia está en que esa libertad no la utiliza salvo en momentos muy puntuales que ya resaltaremos y el resto del film es bastante moderado dentro de lo que es su estilo. El reportero Orlando, encargado de narrar la crónica del viaje, nos sirve como hilo conductor entre los diversos personajes e historias, aunque de nuevo Fellini juega libremente de modo que tan pronto los personajes miran a cámara (enfatizando la idea de que estamos viendo lo que están grabando para un noticiario) como ésta se vuelve invisible. Una de las claves del film es este juego con lo cinematográfico y con la idea de narrar. Orlando se supone que es el narrador que se mantiene al margen de todo y que se dedica simplemente a explicar ante la cámara lo que va sucediendo, pero a medida que avanza el film él se va convirtiendo en un personaje más que participa en las acciones y que abandona poco a poco la costumbre de hablar a cámara, quizás porque es consciente de que no hay nada que explicar (como ya hemos dicho, no hay apenas conflicto o argumento) o simplemente porque no puede evitar implicarse en la acción.

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A la hora de definir a la tripulación, Fellini se sirve como es costumbre en él de toda una serie de personajes variopintos y caricaturescos entre los que se siente cómodo: dos ancianos maestros de canto que van acompañados de unas monjas; un tenor gordinflón siempre de buen humor al que le gusta llamar la atención; un ruso que hipnotiza a gallinas con su voz; el gran Duque de Austria, cuya apariencia física recuerda a un obeso niño gigante; un actor de comedia que se siente atraído por los marineros del barco; un misterioso jeque acompañado de su harén… A todos estos distinguidos personajes debería añadirse la fallecida Tetua, de la que solo vemos las bellas imágenes que proyecta su amante en un camerino pero cuya presencia sobrevuela todo el film, comenzando por el hecho de que su muerte es la excusa argumental por la que todos están reunidos. Curiosamente, cuando los personajes hablan sobre ella aportan informaciones absolutamente contradictorias que provocan que no podamos llegar a saber como era: uno dice que en los temas legales era muy inocente y que no quería saber nada de este tipo de papeleo, otro dice que se sabía los contratos legales de memoria; unos dicen que era una mujer que parecía muy segura pero que en el fondo era terriblemente insegura, otros dicen que era una mujer que parecía terriblemente insegura pero que en el fondo era muy segura. Al parecer, pese a que todos los presentes eran personas cercanas a ella, nadie parece conocerla de verdad y ni siquiera Orlando podrá ayudarnos al respecto, ya que de hecho parece más interesado en la tripulación que en la propia Tetua.

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Curiosamente, muchos de los episodios que conciernen a estos personajes acomodados suceden en lugares humildes, donde se mezclan con el mundo obrero. Fellini ya resalta con bastante gracia esa diferencia en la escena de la primera cena, en que contrasta la diferencia entre el ritmo acelerado y caótico de la cocina con el ritmo apacible y armónico del comedor. De hecho es en la cocina donde se produce la surrealista escena en que el ruso duerme a una gallina (y, por accidente, al propio Orlando) y otra en que los viejos maestros de canto interpretan un improvisado concierto con vasos de agua. Sin embargo el mejor momento tiene lugar en la caldera, donde los carboneros ruegan a los ilustres visitantes que les canten algo, dando lugar a un duelo de voces operísticas ante la asombrada mirada de los humildes obreros. Este contraste entre mundos se hará más obvio aún con la llegada de los náufragos serbios a bordo, provocando diferentes reacciones entre los pasajeros, desde indignación hasta pena. Parece como si Fellini quisiera remarcar que pese a que esta gente de clase alta viva en un mundo acomodado y lujoso es inevitable que acaben entrando en contacto con personas más humildes.

Otras escenas claramente fellinianas son la esperpéntica sesión de espiritismo (en la que la casual caída de un libro es interpretada como la presencia del espíritu de Tetua) y la entrevista de Orlando al Gran Duque de Austria mediante un traductor y que al final se acaba centrando en la traducción correcta de la breve frase que ha pronunciado el Duque y que uno asegura que quiere decir «borde de la montaña» y otro «boca de la montaña». De nuevo, al acabar la entrevista tenemos la sensación de que nos hemos quedado igual y que Orlando no ha conseguido ninguna información especialmente importante. Siguiendo la constante del film, a Fellini no le importa el qué sino el cómo, la respuesta del Gran Duque es bastante vacía pero da pie a una situación absurda semicómica de las que tanto le gustaban al director italiano.

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La única escena en que Fellini parece otorgar algo de dignidad y solemnidad a los personajes es cuando arrojan las cenizas al mar. Un momento absolutamente mágico y conmovedor coronado con un disco de ópera de la propia Tetua como banda sonora mientras sus cenizas se las lleva el viento. Incluso el charlatán Orlando mira emocionado a cámara y,por una vez, no encuentra palabras para describir el momento.

En general es un film totalmente felliniano en el que abunda un tono muy nostálgico. En aquella época Fellini estaba siendo testigo de cómo el mundo del cine iba perdiendo cada vez más terreno frente a la televisión, y él mismo describiría Y La Nave Va como una película de despedida al mundo del cine. Sigue presente su personal su sentido del humor y las situaciones absurdas, pero en general se desprende ese sentimiento nostálgico en contraste con otras películas del director.

Sin embargo, al final vuelve a sorprendernos con una última e inesperada pirueta que acentúa notablemente la relación entre la película y el mundo del cine al que hace homenaje. El barco es disparado por un acorazado austríaco (sin que se sepa exactamente por qué, para variar) y éste se hunde irremediablemente. Los pasajeros están entonando una ópera como al inicio de la película en homenaje a la fallecida, y no parece importarles el hecho de que el barco se esté hundiendo. Y es entonces, en medio de esta confusión, en el momento de mayor clímax de la película, cuando Fellini saca el último as de la manga y nos sorprende mostrándonos una panorámica del propio rodaje de la película en el que podemos comprobar cómo todo es una ilusión: los balanceos del barco que se hunde los provoca una estructura mecánica, el océano que llevamos admirando toda la película son tiras de tela o papel, todo es una ilusión, un truco que él mismo se encarga de desvelarnos (no en vano, al inicio de la película un personaje exclamaba admirado mientras contemplaba una maravillosa puesta de sol: «¡Qué maravilla! ¡Parece un decorado!»).

Sinceramente, aunque después de ésta haría al menos un par más de películas notables (Entrevista y Ginger y Fred), no puedo evitar pensar que estos últimos planos habrían sido el final perfecto para la filmografía de ese coloso del séptimo arte que era Federico Fellini. Aunque no sea su última obra, yo en cierto sentido siempre la he considerado como su emotivo testamento cinematográfico.

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Un comentario

  1. In his “And the Ship Sails On” Federico Fellini concentrates his sarcasm on special moments in history when two histories – that of human societies and the masses, and that of the social elites, cross one another. The time when actions in the film take place is July 1914, after Archduke Franz Ferdinand and Duchess Sophie were killed by a Serbian terrorist, and that brought the world to WWI. The film is dedicated to finding out what the European elite was occupied with during the one of the most horrifying wars in human history.
    Fellini depicts the cruise in Mediterranean Sea by an international group of fans of opera art who are grieving the death of a famed opera singer, the carrier of goddess-like voice. We follow this funeral voyage set to disperse the deceased’s ashes, observing and identifying with the elevating beauty of the art of opera singing, but also following Fellini‘s laughter at the extreme megalomania and absurdity of the characters – the professional aristocracy of belle canto cult. The film puts us in cognitive dissonance which Fellini amends with the charm of his artistry as a film-director.
    The numerous characters Fellini unwrapping in front of us like Christmas presents or chocolate candies, are perverts in their very human attempts to be super-human. They are exposed in their vanity and debunked in their artificiality in spite of being somehow touching in their awkward attempts to deserve our recognition and admiration.
    Fellini’s film provides the viewers simultaneously, with a catharsis and a withdrawal from identification, with a chance to recognize themselves in the characters and step back because of our embarrassing understanding of our similarity with them, self-aggrandized, stupid and beyond meaning (with all their talents and ambitions). Fellini makes us conscious of our own efforts to live, as if, above our life, in pompous spirituality and aesthetic cult.
    By Victor Enyutin

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