Pat Garrett y Billy el Niño [Pat Garrett and Billy The Kid] (1973) de Sam Peckinpah

Cuando Sam Peckinpah debutó en la gran pantalla a principios de los años 60 dentro de una nueva generación de cineastas formada en westerns televisivos, el género se encontraba en pleno proceso de revisión. Desde los westerns más recientes realizados por directores clásicos como John Ford al ciclo dirigido por Budd Boetticher en colaboración con el actor Randolph Scott y el guionista Burt Kennedy, una nueva visión del clásico oeste iba emergiendo en la gran pantalla: más desencantada, más violenta y, sobre todo, más dada a cuestionar los mitos sobre los que el género se había asentado durante décadas. Peckinpah sería el cineasta americano que mejor supo tomar esa tendencia llevando el western crepuscular hasta sus últimas consecuencias.

En Grupo Salvaje (The Wild Bunch, 1969), Peckinpah se marcaba un retrato tan inusitadamente crudo, sucio, desagradable y violento (y por ello, más fidedigno que nunca) del salvaje oeste que provocó controversia incluso en unos años en que Hollywood estaba empezando a aceptar filmes de contenido más explícito. En cierto modo el enorme éxito de esta obra maestra jugó en su contra por crear unas expectativas inapropiadas en sus siguientes incursiones en el género. En La Balada de Cable Hogue (The Ballad of Cable Hogue, 1970) – su película favorita dentro de su filmografía – descolocó a sus seguidores al apostar por un tono más lírico y cómico, pero en realidad viéndola hoy día podemos corroborar que no estaba tan alejada como parecía de sus westerns anteriores en cuanto a su visión de esa época y que la diferencia radica en el tono. Lo mismo sucedería con Pat Garrett y Billy el Niño (1973), el filme más crepuscular de los que realizó que, significativamente, sería también su despedida del género, algo que seguramente sea más bien circunstancial pero que uno no puede evitar interpretar como si Peckinpah ya hubiera arrojado en esta obra maestra todo lo que le quedaba por decir sobre el western.

Pat Garrett y Billy el Niño podría ser perfectamente el western más triste de la historia, pero no en un sentido lacrimógeno, sino más bien por el sentimiento de melancolía y desencanto que desprende en todo momento. La cinta se inicia con una escena que muestra a un envejecido Pat Garrett (magnífico James Coburn en uno de sus mejores papeles) quien, mientras pasea por sus tierras, es asesinado por otros vaqueros a causa de una disputa relacionada con sus tierras. Mientras Garrett es tiroteado, en paralelo presenciamos cómo años atrás se reencuentra con Billy el Niño (el cantante de country Kris Kristofferson en un sorprendente acierto de casting) enlazando ambas secuencias: el Pat Garrett amargado años después de haber dado muerte a su amigo y el reencuentro entre ambos personajes justo antes de convertirse en antagonistas a su pesar. Es a partir de aquí donde se inicia la historia, en el momento en que Pat Garrett le confirma a Billy que ha sido nombrado sheriff y le pide que abandone la región o se verá obligado a atraparle. Ese prólogo, que en realidad no tiene una afectación directa a la trama principal, sirve para condicionar lo que vamos a ver, no solo porque ya se nos dice que efectivamente Pat Garrett dará muerte a Billy el Niño (si es que algún espectador no lo sabía por desconocer el mito), sino para mostrarnos cómo esa hazaña no le convertirá en un personaje heroico, que toda esa amargura que presenciaremos mientras se lanza en su búsqueda no llegará a su fin cuando acabe con él. Desde esta primera secuencia se nos transmite la idea de que una muerte trágica estará sobrevolando sobre sus dos personajes principales.

Como era de suponer conociendo el cine de Peckinpah, la visión de esta historia no entiende de una división entre buenos y malos, y de hecho ambos personajes tienen tanto en común que resulta obvio que en el fondo Billy viene a ser una suerte de doble del propio Pat Garrett. Ambos empezaron como forajidos, pero con el paso del tiempo Garrett ha decidido pasarse al lado de la ley para conseguir estabilidad y dinero. Tal y como él dice, los tiempos están cambiando, pero Billy no, sigue siendo el mismo. En el fondo lo que nos explica Pat Garrett y Billy el Niño es, entre otras cosas, cómo algunos personajes maduran mientras otros se quedan estancados en una falsa y eterna juventud… y cómo la primera opción no es necesariamente la mejor.

De hecho, aunque no se profundiza demasiado en ese aspecto, la persecución de Pat Garrett a Billy el Niño tiene más que ver con intereses económicos de los grandes rancheros que por un afán de hacer justicia. Poco después de que Billy escape de prisión, Pat asiste a una cena con un gobernador y algunos terratenientes en que éstos resaltan la importancia de que dé caza al forajido por las inversiones que se han hecho en el territorio. Garrett se siente más fuera de lugar con estos personajes o el hombre que después se le une en la búsqueda, John W. Poe, que con todos los fuera de la ley con los que alternará. El verdadero conflicto para él es hacer convivir su necesidad de estabilidad con el tener que tratar con gente que va contra sus principios, mientras que Billy representará para él el tipo de vida que en el fondo le gustaría seguir teniendo.

Teniendo esto en cuenta, la mayoría de personajes del filme parece que sigan matando porque no tienen alternativa. No solo Garrett debe acabar con su amigo, sino que Billy en dos ocasiones mata a dos hombres con los que simpatiza porque no le queda otra opción: en primer lugar, uno de los ayudantes del sheriff que le estaba custodiando y a quien conocía de antaño, y en segundo lugar un ladrón de ganado llamado Alamosa Bill Kermit, a quien Garrett ha obligado previamente a convertirse en otro ayudante suyo. La escena que implica a este segundo personaje es muy significativa. Billy acude a visitarle a él y su familia, con la que vemos que tiene una relación cordial, pero al ver que Alamosa tiene la estrella de sheriff entiende que, al igual que le pasa con Garrett, ahora están en bandos contrarios y por tanto están obligados a enfrentarse. Desde nuestra perspectiva actual la escena tiene incluso algo de absurdo: nada sería más fácil para Alamosa que dejar marchar a Billy y fingir que no le ha visto, algo con lo que sin duda contaría con la complicidad de su familia. Pero éste no se plantea hacer algo así. Hizo el juramente de sheriff, y aunque fue de forma obligada, entiende que ahora debe enfrentarse a Billy, aun sabiendo que eso representa casi seguro su muerte. Todo ello acaba con la épica tradicional del western, en que los personajes matan por unos motivos concretos (ya sea porque son «los malos» o porque deben imponer la ley y justicia), y nos muestra más bien un panorama en que seguir disparando es simplemente la única opción posible para este tipo de personajes.

Relacionado con eso, otro aspecto que me gusta mucho de la película son las pequeñas historias que se dejan entrever, aunque sea muy brevemente, en paralelo a la principal. Vemos al ya citado Alamosa comiendo con su numerosa familia y cómo, cuando va a iniciarse el inevitable duelo con Billy, éstos desmontan la puerta con la que transportarán el cadáver del que haya perdido con una naturalidad que demuestra lo familiarizados que están con la muerte – la misma indiferencia que muestra Pat Garrett al volver al pueblo y encontrar los cuerpos de sus dos ayudantes, asesinados por Billy.

La más emotiva de esas pequeñas historias es la de un sheriff envejecido que se ve obligado por Garrett a ayudarle a atrapar a unos miembros de la banda de Billy. Sabremos muy poco de ese sheriff, pero los pocos detalles que vemos nos dan a entender su personalidad, su tipo de vida y sus modestas expectativas: una pequeña barca que está construyendo para marcharse de ese maldito sitio algún día, la actitud perezosa con la que acepta a regañadientes acompañar a Garrett y, sobre todo, la breve conversación con su mujer, que demuestra ser la que tiene más carácter de los dos. Minutos después éste ha recibido una herida fatal de bala en el estómago y Peckinpah nos regala uno de los instantes más hermosos y conmovedores de su carrera: cuando suena el tema «Knocking on Heaven’s Door» y vemos al pobre hombre tapándose la herida ensangrentada al lado de un río mientras su mujer (una sensacional Cathy Jurado que consigue quedarse grabada en la retina del espectador en una aparición de unos pocos minutos) le mira con lágrimas en los ojos. No hay diálogos de despedida, ni siquiera se enfatiza el dramatismo del momento, es un instante de una delicadeza y un lirismo totalmente contrarios al estilo más bien bruto y violento que suele asociarse a Peckinpah.

A lo largo de todo el metraje los personajes explican continuamente viejas historias que, en la mayoría de casos, no tienen especial trascendencia ni nada remarcable, simplemente rememoran un pasado que ya no está. Esto tiene mucho que ver con un detalle muy significativo, y es el hecho de que Garrett parezca conocer a todos aquellos con los que se cruza en su búsqueda de Billy. Eso da a entender un pasado en común, unos tiempos en que éste se codeó con todas esas personas y vivió con ellas pequeñas anécdotas y aventuras. Se nota incluso una familiaridad en los gestos y en la forma de interactuar que denota que se conocen bien y no solo a causa de un encuentro fugaz. Pero el guion no profundiza nunca en sus relaciones, ni falta que hace. Todo ello vuelve a evocar otro pasado que ahora ya solo existe en forma de esos cansinos relatos o de estas interacciones entre personas que vivieron algo en común que ya no les une más. En este sentido, un pequeño detalle pero que denota la brillantez de Peckinpah es la selección de casting de muchos de esos personajes secundarios: viejas glorias del western clásico y/o televisivo, ya envejecidos, que al evocar ese pasado mítico puede que estén hablando tanto en clave histórica como en clave de un género cinematográfico cuyos mejores días ya habían quedado atrás.

Es Pat Garrett y Billy el Niño una película cansada, en que el viaje que emprende Garrett para atrapar a Billy se hace casi a desgana, como el que debe enfrentarse a algo que está intentando evitar. En este aspecto es una película muy moderna que comprensiblemente debió decepcionar al público de la época, al poner más el énfasis en la búsqueda (una búsqueda además forzada) que en el reencuentro entre ambos personajes, así como en la forma de dilatar el tiempo antes de lo inevitable. Coburn captó a la perfección el tono desencantado del personaje, pero con la dureza y cierta chulería que le amparan el hecho de saber que ahora está en el bando de los que tienen todo a su favor. Sabe perfectamente que matar a Billy supone la última ruptura con su pasado, pero también acabar con una parte de sí mismo, lo cual le lleva a mostrarse indeciso hasta el último momento (un detalle curioso es que el hombre que dialoga con él hacia el final dándole a entender que «por fin lo ha logrado» es el propio Sam Peckinpah en un cameo). Significativamente, cuando por fin Garrett acabe con Billy (y no de una forma heroica, sino con unos disparos a traición en la oscuridad), lo primero que verá será su reflejo en un espejo al que ha ido a parar una de sus balas, devolviéndole su propia imagen pero rota en pedazos.

Creo que lo que hace de Pat Garrett y Billy el Niño una de las grandes obras maestras del western es que aquí Peckinpah logró armonizar dos tendencias que reflejan su forma de entender el género: la absoluta suciedad y crudeza del viejo oeste, totalmente alejado de la visión más heroica e idealizada que había fomentado el cine hasta entonces, pero también el lirismo y la nostalgia hacia unos tiempos que estaban quedando atrás a finales del siglo XIX, cuando tiene lugar la historia. La banda sonora de Bob Dylan (cuyo personaje en la película, Alias, es quizá de los pocos que me provoca alguna objeción, ya que no estoy seguro de si recibe más primeros planos de los que merece por encarnarlo una estrella del rock o si simplemente no resulta tan interesante como debería parecer) en forma de baladas folk enfatiza ese tono de cuento legendario, así como el tono de lamento y melancolía que Peckinpah deseaba imprimir a la historia. Al mismo tiempo no deja de fascinarme el absoluto cuidado a los detalles de cada escenario: las paredes sucias, las estancias desordenadas, los cachivaches que se intuyen en cada rincón aunque no tengan relevancia en la trama, la sensación de que estamos ante una civilización aún a medio construir. En ninguna otra película creo que Peckinpah conjugó tan bien esa visión tan cruda del western con ese toque nostálgico hacia una época que se estaba quedando atrás. Es en cierto modo la suma de Grupo Salvaje y La Balada de Cable Hogue. La idea que emana en definitiva es de tristeza ante un mundo que queda atrás pero, al mismo tiempo, reconociendo todo lo que tenía de repugnante y violento, haciendo de éste el que quizá sea el western crepuscular definitivo.


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4 comentarios

  1. A mí la secuencia de Slim Pickens y Kathy Jurado siempre que la veo me rompe el alma, con la canción de fondo de Bob Dylan. Solo por ese momento la película merece la pena para mí. Pero luego están Kris Kristrofferson, que aparece en muchas pelis de los setenta que me gustan y James Coburn con su rostro con mil historias y no puedo evitar sentirme atrapada.
    Y luego está claro Sam Peckinpah.
    Y me hablas de sus western. Grupo Salvaje me gusta, pero qué hermosa y crepuscular es La Balada de Cable Hogue.
    En fin y luego toda la leyenda de Billy el Niño y Pat Garret… Y se puede hacer un interesante ciclo.
    El autor de El paciente inglés, Michael Ondaatje, tiene un pequeño libro sobre Billy El Niño, que merece totalmente la pena.
    Beso
    Hildy

    1. Hola Hildy,

      La secuencia de Cathy Jurado es devastadora. Tristísima, poética y tan evocadora con tan solo unos minutos de pantalla.
      De los actores, yo siento debilidad por James Coburn, que creo que pocas veces ha estado mejor que en esta película.
      No conocía el libro que menciona, gracias por la recomendación.
      Un saludo.

  2. Vaya mi querido Doctor, nada menos que cinco estrellas.

    Me pone usted en la incómoda posición de justificar por qué no podría yo darle esas cinco, y que me costaría llegar a tres. Una estrella la resta que algo me ocurre con Peckinpah, que su cruda dureza no me araña. Curioseo en filmaffinity y veo que a Perros de paja el día que la vi ¡LE PUSE UN 4! Anatema y lo que usted quiera, igual me pasé de duro, pero eso me ocurre con este director, que dispara y no me acierta.

    Pero es que además ocurre que en este filme que usted glosa y que he tenido a bien revisar antes de hablar… Sale, participa, pone caras, ocupa segundos Bob Dylan. Soporto con entereza sus canciones en la banda sonora, pero es una persona a la que visceralmente aborrezco. Y no me ha hecho nada, y poco sé de él, pero me repugna de una forma atávica que no puedo explicar ni justificar, por lo que su sola presencia en pantalla me castra el disfrute. Y es un actor penoso y más feo que pifio y con menos sangre en las venas que un apio pocho.

    De todas formas vaya por delante que me echo la culpa a mí mismo de no poder disfrutar esta peli y a Peckinpah en general. A veces nos ocurre eso, que nos damos cuenta nosotros mismos de que somos responsables de lo que denostamos, que la culpa no es del autor.

    Pero, ahora que lo pienso y os leo, es verdad que la secuencia de Cathy Jurado vale por sí misma más estrellas que el cielo a veces luce, así que en vez de tres lo dejo en un razonable cuatro. Y me retiro.

    Saludos acalorados.

    1. Amigo Manuel, cuando le encasqueté cinco estrellas pensé en usted, porque mi instinto (y el hecho de que ya nos conocemos) me hizo intuir que no sería muy seguidor de Peckinpah, y sabiendo las altas expectativas que deposita usted en los pocos filmes a los que le doy cinco estrellas, me puso en una situación incómoda porque sabía que sucedería esto, jajaja.

      No hay nada que justificar, yo sí soy seguidor de Peckinpah: Grupo salvaje es de mis películas favoritas y cuando hace un par de años revisioné su filmografía pensando que se me vendría abajo porque vi las películas por primera vez a una edad más joven e impresionable, no solo se me mantuvieron sino que alguna que en mi cabeza había perdido acabó ganándome en el revisionado, como el filme que nos ocupa y Quiero la cabeza de Alfredo García.

      En el fondo creo que es bueno que todos tengamos algún referente clásico que no nos entusiasme, es una forma de corroborar que también tenemos nuestro gusto/criterio propio y que no nos dedicamos simplemente a corroborar el canon establecido. Yo le confieso que nunca he sido muy fordiano, y que hasta hace unos años no me apasionaban algunas de sus obras emblemáticas. Ahora lo aprecio mucho más, pero sigue habiendo algunos filmes suyos considerados obras maestras que yo aún considero «simplemente» notables.

      Siguiendo con manías personales, yo no comparto su rechazo a Dylan, pero tampoco me apasiona (me gustan algunos discos suyos pero en lo musical me quedo mucho antes con Neil Young, por citar otro artista similar). Y no obstante, su actuación en la película va más allá de que le tenga manía o no: es mala. Como dije, es el único punto flaco del filme, y si no lo estropea es porque es un personaje secundario y el hecho de ser inexpresivo tampoco desentona en ese ambiente. Me molesta más el protagonismo forzado que se le da en momentos puntuales, como cuando al principio Pat Garrett le pregunta en la taberna del pueblo quién es, y este responde que se llama «Alias». No viene nada a cuenta de que le pida el nombre a ese personaje, es una excusa para darle un diálogo y primer plano a Dylan. No sé por qué Peckinpah lo cogió como actor, supongo que como Kris Kristofferson también era músico y encajó perfectamente en el papel, pensó que Dylan también lo haría. Error.

      Respecto a la escena de Caty Jurado, ahí sí que no puede haber discrepancias, es de esas escenas tan emotivas y dotadas de tal sensibilidad que ni el más anti-Peckinpah podría objetar nada contra ella.

      Menudo rollo le he soltado, vengo de varios días alejado del ordenador y supongo que he vuelto con ganas de explayarme.

      Un abrazo.

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