Pépé Le Moko (1937) de Julien Duvivier


A estas alturas el ya consabido debate sobre el estado del cine actual en comparación con el de décadas pasadas seguramente esté ya algo sobado. Pero sin pretender volver a entrar en él, sí que hay algo que suelo decir al respecto, y es que una de las cosas que más le reprocho al cine de nuestros tiempos es la baja calidad de las películas comerciales. Obviamente, siempre se ha hecho cine comercial de usar y tirar o de muy mala calidad, y he visto suficientes ejemplos como para corroborarlo. Pero debo decir que en mi experiencia en el cine de décadas pasadas encuentro con más facilidad productos comerciales medianos mucho más satisfactorios que hoy día. En otras palabras, que el nivel medio de los filmes eminentemente comerciales y sin pretensiones artísticas era más alto. Quizá es porque no existían tantas facilidades como hoy día, que obligaban a todo director medio a disponer de un arsenal de recursos expresivos a nivel visual que hoy día no es necesario. O quizá es simplemente que eran otros tiempos, no lo sé.

Pero todo ello me vino a la cabeza a la hora de revisionar Pépé le Moko (1937), un filme que seguramente no sea un ejemplo muy bien traído de lo que estoy explicando, ya que su autor era un gran cineasta y no un mero artesano comercial del montón. Me refiero a Julien Duvivier, despreciado durante décadas por influencia de la crítica cahierista, pero que visto hoy día es innegable que era un gran director. Aun así el filme que nos ocupa es una obra total y abiertamente comercial hecha para el lucimiento de su estrella: Jean Gabin. Y aunque veremos cómo Duvivier aportó ideas de su cosecha, la película se entiende más como una obra al servicio de una estrella.

La acción sucede en Argel, donde la policía quiere atrapar a un gángster, Pépé le Moko, que lleva refugiado en la ciudad desde hace tiempo con los miembros de su banda. El problema está en que Pépé está oculto en el barrio de la Casba, una zona laberíntica de mala reputación donde la policía apenas puede entrar. Se intenta organizar una redada, pero es inútil, Pépé y los suyos siempre se escabullen. El único que parece conocer la situación a fondo es el inspector Slimane, un curioso personaje que es aceptado en el barrio de la Casba por ser alguien con tendencia a hacer la vista gorda y que tiene con Pépé una relación que bascula entre el antagonismo y el respeto mutuo. Slimane asegura que algún día le atrapará, pero por el momento solo se dedica a observarle y mantenerse a una distancia prudente, a la espera de una oportunidad. Ésta le llegará un día en forma de de una atractiva joven mantenida por un hombre rico, Gaby, que llega a la Casba por casualidad. Hay un flechazo instantáneo entre Gaby y Pépé, algo que horroriza a la amante del gángster, Inès. Solo falta saber cómo mover las piezas para desencadenar el drama.

Como hemos dicho, Pépé le Moko es ante todo una obra para el lucimiento del carismático Jean Gabin, por entonces en su pico de popularidad. Tal es así que cuesta imaginar a otro actor en su lugar. El guion está construido de forma que se nos recuerda continuamente y de forma inequívoca el absoluto carisma de Pépé: la fidelidad que muestra hacia la gente de la Casba que se ha portado bien con él, la devoción que despierta entre las mujeres, su astucia para escabullirse de la policía… Incluso cuando no está en pantalla, parece que solo se hable de Pépé, directa o indirectamente. Estamos por tanto ante un producto construido a medida de una estrella carismática, que se hace suyo el papel y se nota que lo disfruta a cada escena. Ese personaje duro, al margen de la ley pero con un férreo código ético propio está hecho a la medida de Gabin. Éste será el arquetipo en que se especializaría el actor, que luego serviría de base para todos los antihéroes que poblarían las pantallas americanas en la década siguiente dentro del film noir. De hecho Pépé le Moko es en muchos aspectos un borrador de Casablanca (1942): una ambientación exótica, un protagonista carismático de carácter agrio que esconde un buen fondo y, sobre todo, esa relación tan peculiar entre alguien fuera de la ley y un policía que juega a dos bandas.

No obstante, me sucede con este filme algo muy parecido a lo que me ocurrió cuando vi una de las grandes obras míticas del cine mudo británico, The Rat (1925) de Graham Cutts, en que Ivor Novello encarnaba a un carismático delincuente que escapa siempre de la policía. En ambos casos, la película al inicio incide en el absoluto carisma de dicho fuera de la ley, en su capacidad para cometer todo tipo de robos y salir indemne. En definitiva, se nos crean unas grandes expectativas que nos dan ganas de ver a estos genios del hampa en acción… ¡pero luego nada de eso sucede y la película se decanta, mucho me temo, por una historia de amor!

Vean la carismática banda de hombres duros que acompaña a Pépé le Moko. ¿No nos esperamos quizá ver a cada uno de ellos desempeñando un papel crucial en los planes criminales de ese gran gángster? ¡Cuántas grandes fechorías podría cometer ese grupo de tipos malhumorados y expertos en el crimen! Pero a efectos prácticos apenas les vemos en acción. Uno de ellos, encarnado por el gran Gaston Modot, se pasa literalmente toda la película jugando con un cacharro que tiene atada una pelotita… y eso es todo lo que hará en la hora y media de metraje. Literalmente. Solo hay una escena en que podemos intuir el potencial amenazante de esta banda, que es la magnífica secuencia en que acorralan a un hombre acusado de haberles tendido una trampa y lo retienen hasta confirmar sus sospechas.

Éste es pues el gran defecto que le achaco al filme. No es justo iniciar la película con unos largos diálogos entre agentes de la ley que hablen sobre todo de lo que es capaz de hacer Pépé le Moko y su banda para que luego no se nos deje disfrutar de ello. Pero esto, que podría haber echado a perder la película, se compensa con creces con sus otros valores. Por ejemplo con un reparto de primer nivel más allá de Jean Gabin, plagado de secundarios carismáticos y en el que solo me falla precisamente el personaje de Gaby, que da una imagen demasiado sosa como para entender que Pépé se vuelva loco por ella. Y por descontado tenemos la sobresaliente dirección de Duvivier, que empieza por todo lo alto con unas imágenes documentales de la Casba magníficamente rodadas. Y no olvidemos el trabajo de ambientación del decorador Jacques Krauss al reconstruir el barrio de la Casba, un elemento fundamental de la trama. Como decía, es un ejemplo de cine comercial que además, si hacemos un repaso de filmes estrenados ese año, seguro que palidece al lado de muchas de las grandes obras que dio el cine en 1937… ¡pero como se agradecería ver hoy día algo tan bien hecho, con ese cuidado tan artesanal y con un actor protagonista tan carismático!

Por lo demás, Pépé le Moko es el típico ejemplo de obra que fue un éxito enorme en su día pero que hoy día ha envejecido en bastantes aspectos. La idea del (anti)héroe que acaba siendo traicionado por una mujer resulta muy manida y un tanto folletinesca (¿por qué la culpa siempre acaba siendo de una mujer?) y el final adolece de un romanticismo trágico un tanto excesivo, en que casi cuesta reconocer al personaje en sus últimas escenas. Pero cuando todo lo demás está tan bien hecho, uno puede olvidarse de esos detalles y simplemente dejarse llevar por el espectáculo. Después de todo, la magia del cine también está en cosas así, en ser capaz de entrar en una película hasta el punto de olvidarse de sus incoherencias o detalles que no funcionan. Es esa capacidad de buena parte de la época clásica lo que en el fondo echo en falta de buena parte del cine de nuestros tiempos.


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3 comentarios

  1. Ay, siento debilidad por Julien Duvivier y por Jean Gabin. Del director me queda mucho por descubrir, pero soy una enamorada de dos películas que hizo en Hollywood: Seis destinos y Al margen de la vida. Y de su filmografía francesa una de las que he visto es precisamente Pepe Le Moko, al servicio como bien dices de un Gabin siempre tan carismático. Curiosamente primero conocí su remake americano de John Cromwell. Y un Charles Boyer diciendo al oído de Heddy Lamar: «Vente conmigo a la Kashba». Y es que Boyer me gusta especialmente como galán atormentado.
    Jean Gabin, actor de personalidad arrolladora, su presencia en pantalla es innegable, pero es capaz de crear personajes muy distintos entre sí. Lo amaré por muchos papeles, pero me llega especialmente en el fragmento de El Placer, que se detiene en el cuento de La maison de Tellier de Maupassant, y el de la película de Renoir, La gran ilusión.
    Beso
    Hildy

    1. Hola Hildy,

      Efectivamente, Duvivier es un grande, durante mucho tiempo injustamente olvidado por cierta crítica, pero hoy día sus películas hablan por si solas. Las dos que mencionas de su etapa americana son también muy buenas y eso que no todos los emigrados europeos consiguieron adaptarse a la forma de trabajar en Hollywood. Aún tengo pendiente no obstante el remake, ¡a ver si le pongo remedio!

      Un saludo.

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