El Tren [The Train] (1964) de John Frankenheimer


Inicialmente, El Tren (The Train, 1964) iba a ser una película muy diferente a la que conocemos hoy día. No necesariamente peor, pero sí radicalmente distinta. El proyecto empezó en manos de Arthur Penn, quien lo concibió como una reflexión sobre el valor del arte a partir de una anécdota real sucedida en la II Guerra Mundial: los esfuerzos de la Resistencia Francesa por evitar que los alemanes se llevaran a su país un cargamento de valiosos cuadros en los últimos días de la ocupación de Francia. Según se dice, en el guion de Penn el tren que da título a la película no salía de la estación hasta pasada una hora de metraje, y eso chocó totalmente con la visión que tenía del filme su principal estrella, Burt Lancaster, que quería sencillamente una entretenida película de acción. No es que Lancaster careciera de ambiciones artísticas, venía de protagonizar El Gatopardo (Il Gattopardo, 1963) a las órdenes de Luchino Visconti, uno de los directores más reputados de Europa, y había ofrecido una interpretación tan soberbia que el propio Visconti, que nunca le quiso para el papel principal (él tenía en mente a Spencer Tracy o Laurence Olivier) e inicialmente le trató con bastante rudeza, acabó rendido a su talento. Pero hay un momento para cada cosa, y en este momento Lancaster quería «solo» una película de acción. De modo que a los pocos días despidió a Penn y mandó reescribir el guion a toda prisa.

Hay algo que me sorprende de esta anécdota y que a veces me ha hecho dudar de su veracidad, y es el que llegara a iniciarse el rodaje cuando ya el guion le desagradaba a Lancaster, pero parece que es cierta. Hacía falta pues un sustituto urgente, y aquí el actor no tuvo ninguna duda en convocar al director John Frankenheimer. Curiosamente, la relación entre Lancaster y Frankenheimer había empezado años atrás de forma algo tirante: en el primer día de rodaje de Los Jóvenes Salvajes (The Young Savages, 1961), su primera colaboración juntos, el actor se encontró a Frankenheimer dando órdenes para poner la cámara a la altura del suelo en un plano exageradamente contrapicado. A Lancaster le faltó tiempo para preguntar qué rayos estaba haciendo. Pero Frankenheimer venía de una nueva generación de jóvenes cineastas educados en la televisión, y al igual que sus compañeros (Sidney Lumet, Sam Peckinpah, el propio Arthur Penn) al pasarse al cine traería un aliento de aire fresco y modernidad que inicialmente podía chocar a veteranos como Lancaster. Finalmente el actor aceptó la forma de dirigir de Frankenheimer y se entendieron tan bien que volvieron a trabajar juntos en diversas ocasiones. Así pues, en esta pequeña crisis surgida al inicio del rodaje de El Tren la estrella intuyó muy astutamente que Frankenheimer era el hombre adecuado para reencauzar el proyecto.

Frankenheimer, por entonces en el pico de su carrera, se dirigió a Francia para iniciar el rodaje con la actitud más chulesca que se pueda imaginar aprovechándose de que la producción estaba en un aprieto: exigió que en los créditos la película se presentara como «John Frankenheimer’s The Train«, pidió además de su sueldo que le regalaran un Ferrari y, cuando le dijeron que por la legislación francesa habría que contratar a un asistente francés durante el rodaje, éste replicó que no le importaba si se contrataba a dicha persona para cumplir la ley pero que no quería ni verlo en el plató. John Frankenheimer, un hombre de los que ya no se estilan.

La apuesta le salió redonda a Lancaster. Frankenheimer hizo un trabajo de dirección magistral, supo llevar las riendas de un proyecto ambicioso y muy costoso (no solo por todas las escenas con trenes reales sino además por la aparición de estrellas del cine francés en pequeños papeles como Michel Simon y Jeanne Moureau) y dio forma a la que sigo considerando una de mis películas de acción favoritas. El argumento efectivamente era suficientemente interesante como para funcionar tanto en forma de drama más sesudo como de película de acción: en los últimos días de la ocupación de Francia, el Coronel Franz con Waldheim intenta llevarse a su país mediante un tren especial una colección de valiosas obras de arte de un museo. Aunque él se justifica ante sus superiores bajo el pretexto de que son obras de un gran valor económico, en realidad su gran motivación es que las aprecia sinceramente y quiere que estén en su país. Se les pide entonces a los miembros de un pequeño grupo de la Resistencia Francesa que trabaja en sabotajes en el mundo ferroviario que intenten detener ese tren pero sin dañar su contenido. El líder de ese grupo, el inspector ferroviario Paul Labiche, se muestra en contra del plan por no querer arriesgar vidas por unas obras de arte, pero sus compañeros y las circunstancias le obligarán a cambiar de opinión.

Uno de los aspectos más admirables de El Tren es la forma como genera el suspense a la antigua usanza, y no en base a la mera acumulación de escenas precipitadas. De entrada el filme se basa en el choque de varias fuerzas contrarias en continua tensión: el Coronel Waldheim intentando sacar el tren del país a toda costa contra los miembros de la Resistencia que intentan detenerlo, el propio Coronel enfrentado a unos superiores indiferentes al cargamento del tren y unos protagonistas en constante espera de un apoyo del ejército aliado que nunca parece llegar. A esto sumémosle la prohibición de dañar el tren por contener cuadros de valor incalculable, que obliga a los protagonistas a hacer todo tipo de piruetas que en circunstancias normales se resolverían con una saludable dosis de dinamita en las vías.

Estas constantes tensiones y tiras y aflojas son uno de los pilares del filme. Otro es la forma como refleja tan bien la forma de proceder de los miembros de la Resistencia: la constante improvisación, la necesidad vital de sobreentender lo que está pasando con suma rapidez y el saber reaccionar a tiempo. El llegar a tu despacho y encontrarte a un tipo limpiando una ventana que antes no estaba ahí y ser capaz de aparentar indiferencia hasta que éste apuñala a un soldado alemán, momento en el cual por supuesto uno debe amordazarse y atarse las manos para simular que no fue cómplice del crimen y que fue inmovilizado. No hay tiempo ni para preguntas, simplemente reacciones rápidas. Y eso la película lo plasma a la perfección, sobre todo en el hecho – que se nota especialmente en el primer visionado – de que muchas veces no entendamos qué está sucediendo o por qué los personajes están llevando a cabo determinadas acciones, algo que casualmente o no también se haría patente llevado aún más al extremo en una de las películas por excelencia sobre la Resistencia francesa: El Ejército de las Sombras (L’Armée des Ombres, 1969) de Jean-Pierre Melville.

¿Cómo traslada todo esto Frankenheimer a nivel de dirección? En primer lugar utiliza mucho un recurso que encuentro muy acertado en este caso que es el zoom, pasando de una escena general a un detalle concreto, de una situación que en apariencia parece normal a un elemento que no encaja en ese cuadro o que simplemente se nos pide que observemos con cuidado por tener relevancia en ese contexto: la llegada de los diferentes trenes a la estación para luego destacar con su respectivo zoom el puesto que ocupa cada uno de los protagonistas, los problemas que están sucediendo en la misma estación mientras se nos muestra el detalle de un reloj que marca una hora crucial, una pipa o unas monedas aparentemente inocuas que luego tendrán un papel fundamental, la inscripción de una linterna de un guardavías que indica la estación de tren en que nos encontramos, etc.

Un aspecto fundamental en el que se nota que Frankenheimer incidió mucho es el utilizar trenes reales en todo momento, otorgando a la película una espectacularidad en las escenas de descarrilamientos y choques que aun hoy día se mantiene vigente (todo ello además muy inteligentemente reforzado con algunas cámaras situadas a pie de suelo, haciendo que sintamos el peligro tan de cerca). Entendiendo que ésta es fundamentalmente una película ambientada en el mundo ferroviario, Frankenheimer no deja de hacer énfasis en los detalles de su compleja maquinaria y su funcionamiento. Nada es en abstracto («una avería», «un sabotaje») sino que vemos exactamente los pequeños procesos que llevan a la ejecución del plan y cómo funciona todo para así entender la complejidad de los planes de los protagonistas. En otras palabras, aunque tendremos nuestras dosis de choques espectaculares y explosiones, a Frankenheimer le interesa detallarnos cómo hemos llegado ahí.

Además todo ello tiene un elemento a su favor y es el contar como protagonista con un actor tan atlético y con dotes de acróbata profesional como Burt Lancaster. De esta forma podemos disfrutar viendo cómo se sube o salta de trenes en marcha y hace todo tipo de proezas atléticas sin necesidad de dobles (y aunque obviamente no esté a su altura, merece también una mención Albert Rémy, que sin ser un actor con el físico y la experiencia de Lancaster, también protagoniza una escena que a mí al menos me parece peligrosa, cuando desengancha dos trenes en marcha).

Por cierto, he aquí una de las grandes ironías de la película. Lancaster se lesionó durante el rodaje, pero no a causa de alguna escena de riesgo especialmente compleja… ¡sino en su día de descanso jugando al golf! El actor metió accidentalmente el pie en un hoyo del campo y se lastimó tanto que le quedó una cojera que no pudo disimular durante el rodaje. A raíz de eso se hizo que en una escena recibiera un disparo en la pierna, para así justificarla a nivel de guion… lo cual curiosamente, como veremos, beneficia a la película.

Es innegable que El Tren ofrece un retrato heroico de la Resistencia Francesa, pero también muy desencantado. Ya desde el inicio vemos un grupo con solo tres supervivientes al que además comprobamos que no se le hacen más que exigir acciones concretas de forma un tanto seca, como si fueran soldados recibiendo órdenes de un superior cuando en el fondo son civiles arriesgando sus vidas por una buena causa. Del mismo modo tampoco se esconde que esas acciones de la Resistencia, por muy loables que sean, a menudo implican involucrar a otros civiles inocentes que sencillamente quieren seguir con sus vidas sin jugarse el pellejo. Ése es claramente el caso del personaje de Christine interpretado por Jeanne Moureau, a la que se le aboca a una situación límite en que debe escoger entre delatar a Labiche sabiendo que eso significaría su muerte o encubrirlo arriesgando así su propia vida si es descubierta. No nos encontramos ante un relato heroico de hermandad como ante personajes enfrentados a decisiones difíciles en que a menudo no tienen mucho margen de decisión.

Hay una escena fundamental en que los tres protagonistas llevan una locomotora a otra estación siguiendo órdenes de los generales nazis y son atacados por un avión aliado. ¿Qué sentido tiene que les ataquen a ellos, que están de su parte y no hacen más que cumplir las órdenes impuestas por los nazis? Después de una tensa persecución, consiguen ponerse a salvo en un túnel y, mientras se recomponen, uno de ellos tira del silbato del tren, que llena el túnel de humo. El silbido viene a ser como el grito de miedo, rabia y frustración que ninguno de ellos consigue articular ante un mundo de locos en que parece que todos están en su contra.

Revisionándola me parece curioso cómo la escena más espectacular de la película, que incluye el choque de varios trenes, sucede a medio metraje. Porque en su tramo final, El Tren acaba convirtiéndose más bien en un duelo de pura resistencia, en que los dos contrincantes, Paul Labiche y el Coronel von Waldheim, parecen ya exhaustos y encontrarse al límite de sus capacidades. Aquí es donde la cojera real de Burt Lancaster resulta tan apropiada, porque remarca el agotamiento de su personaje. En este último segmento, Labiche parece extenuado pero sigue empeñado en destruir ese tren o, en su defecto, en evitar que llegue a su destino, casi por pura cabezonería más que por creer en su misión. Le vemos subir agotado por una ladera y luego literalmente dejarse caer, agotando sus recursos y posibilidades uno a uno. Y en paralelo vemos a un Coronel von Waldheim que parece estar ya superado ante tantos imprevistos e incluso algo supeditado a su subordinado suyo, el Mayor Herren, de mentalidad más práctica y con suficientes conocimientos mecánicos como para llevar las riendas de este último duelo. No hay un gran enfrentamiento final, solo dos hombres exhaustos cuyas misiones en realidad a esas alturas ya han perdido todo sentido.

Aunque Burt Lancaster echó a Arthur Penn porque quería hacer un filme más reflexivo sobre el valor del arte, por fortuna el nuevo guion retuvo buena parte de esa idea. En la escena final, von Waldheim se regodea con razón de que él ha estado luchando por unas obras de arte que sabe apreciar, mientras que Labiche no deja de ser un bruto guiado por unas órdenes y su instinto. De hecho, la preferencia de Labiche en todo momento fue volar el tren con los cuadros, y si no la ha llevado a cabo es por iniciativa de los otros o porque Waldheim le ha colocado en una situación que le impide servirse de ese recurso.

En una de las primeras escenas, cuando la encargada del museo les pedía a los protagonistas que salvaran esos cuadros, uno de los compañeros de Labiche preguntaba inocentemente si no tenían copias. Esta pregunta tan tonta en realidad está apuntando a una interesante reflexión sobre la naturaleza del arte y qué es lo que hace que esos cuadros sean tan caros y únicos. A partir de aquí el guion plantea en sus últimos planos el dilema sobre si realmente han valido la pena tantas muertes para preservar ese legado tan valioso. Parte de la grandeza de El Tren reside en ser un filme de acción que funciona con la perfección del mecanismo de un reloj, pero que al mismo tiempo mantiene de esa primera versión del guion ese dilema moral sin necesidad de otorgarle todo el protagonismo.


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4 comentarios

  1. Jo, cómo me gusta esta película de EL TREN. Me encanta todo lo que cuentas sobre la producción. La verdad es que menudo gran dúo creativo, dos tipos con carácter fuerte que supieron complementarse. Burt Lancaster y John Frankenheimer.
    Qué buenas cinco películas se marcaron. Tanto la que nombras en el artículo, su primera colaboración juntos, LOS JÓVENES SALVAJES, una película de juicios que no te suelta desde la primera secuencia (un asesinato visto a través de unas gafas oscuras, brutal)…, como las demás.
    EL TREN es una pasada por muchos motivos, pero como dices es ante todo una película de acción y aventura, y la vives con emoción, con esa magnífica reflexión sobre el arte, que por suerte no se perdió.
    Pero es que las otras tres conforman un ciclo a mi parecer redondo de dos creadores (director y actor): EL HOMBRE DE ALCATRAZ, SIETE DÍAS DE MAYO y LOS TEMERARIOS DEL AIRE. ¡¡¡Cine judicial, cine de acción, cine carcelario, cine político… y LOS TEMERARIOS, que es quizá la más difícil de calificar, pero me parece que tiene momentos tan hermosos, para mí es una crónica del desencanto!!!
    Jajajaja, en fin que hablas de una dupla que me encanta y que para mí hicieron cinco grandes películas.

    Beso
    Hildy

    1. Hola Hildy,

      La verdad es que hacían muy buen equipo, y no es fácil porque tanto Lancaster como Frankenheimer tenían personalidades muy fuertes y egos no muy fáciles de sobrellevar para quienes trabajaban con ellos. En Los jóvenes salvajes de hecho tuvieron roces muy serios, pero al final Lancaster quedó contento con la calidad del material que se estaba rodando y acabó aceptando la forma de trabajar de Frankenheimer. De ahí surgió una complicidad mutua que dio lugar a todas esas grandes películas.
      El Tren es una debilidad personal, me encanta y no sé cuántas veces la he revisionado ya. Los temerarios del aire es la más inferior de todas pero es verdad que es una película curiosa… extraña incluso, de ésas en que no sé muy bien a dónde me quiere llevar.
      Un abrazo.

  2. Vaya vaya.

    Así que le pone usted a El Tren cuatro estrellas y media y a Plan diabólico cinco… ¡Protesto!
    Nos vemos en el tribunal de las estrellas.

    Un saludo cariñoso

    1. Jajaja. Siendo objetivo quizá deberían estar intercambiadas ambas puntuaciones, pero parte de la gracia de poner estrellitas es que influya también el factor de preferencia personal.
      Como le dije, yo no le doy tanta importancia y me guío por el ramalazo que me da cuando publico la reseña, pero si le sirve de consuelo en FilmAffinity tengo las dos con un 10.

      Un saludo estrellado.

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