Uno de mis grandes misterios cinéfilos es cómo siendo un gran admirador de Michelangelo Antonioni no consigo entusiasmarme con El Reportero (Professione: Reporter, 1975), considerada únanimemente una de sus mejores obras. De hecho es, junto a esa autoparodia involuntaria llamada Zabriskie Point (1970), la película que menos me gusta de la etapa más celebrada de su carrera, la que se inicia con la trilogía de la incomunicación – y que ya viene anunciada por la magnífica El Grito (Il Grido, 1957) – y se cierra con ésta. Y resulta curioso que me transmita esa sensación, porque percibo muchos de los elementos característicos de su cine que tanto me funcionaron en obras precedentes, pero que aquí creo que no terminan de cuajar, como si la fórmula se le hubiera agotado, por usar una expresión un tanto tópica.
Ya en El Desierto Rojo (Deserto Rosso, 1964) me parece percibir un cierto desgaste respecto a obras maestras como La Aventura (L’Avventura, 1960) o El Eclipse (L’Eclisse, 1962), una cierta repetición de esquemas por cuarta vez consecutiva que, no obstante, supo solventar al probar nuevas vías expresivas con el excelente uso del color y el mejor retrato que le he visto hacer de esos decadentes paisajes industriales. Blow-Up (1966) suponía, esta vez sí, un cambio radical de registro manteniendo sus aspectos más interesantes como cineasta, y si bien sé que es una obra que genera mucha división de opiniones, para mí fue un cambio totalmente exitoso.
Casi diez años después, con un fracaso artístico por medio (Zabriskie Point me parece una forma desafortunada de repetir la fórmula de Blow-Up pero trasladando la escena del «swinging London» al ambiente hippie de la costa oeste americana, con resultados más que cuestionables) y un documental sobre China de tres horas y media, que confieso no haber visto, parecía que en El Reportero Antonioni volvía a sus antiguos esquemas. La historia se iniciaba en un pueblo africano perdido de la mano de Dios donde el reportero David Locke se encuentra muerto a su vecino de habitación de hotel, un tal Robertson. En un impulso, decide intercambiar su identidad con la de él y hacer que parezca que fue Locke quien murió. A su regreso a Europa con su nueva identidad descubre que Robertson era un traficante de armas y, lo que es aún más alarmante, que es buscado por ser la última persona que supuestamente trató con David Locke. En su huida por varios rincones del continente le servirá de apoyo una joven estudiante de arquitectura, a quien le confiesa su historia.
Antes de entrar en detalle diría que el motivo por el que El Reportero no me suscita tanto entusiasmo es que, aunque tiene los mismos ingredientes que sus grandes películas y una premisa muy atractiva, no tiene su aura especial, ese misterio tan atractivo. Sé que basarse en algo tan inconcreto como «misterio» o «magia» es un argumento un tanto pobre en sí mismo, pero realmente eso es lo que echo en falta. No tengo problema con la poca verosimilitud de ciertos aspectos de la premisa, como no lo tenía en La Aventura, ni tampoco con el hecho de que no entienda la motivación de muchos de sus personajes. Pero todo eso en anteriores filmes se me compensaba con otros aspectos que hacían que esos detalles, más que ser agujeros que perjudicaran la cinta, fueran elementos que contribuían a la sensación de misterio y extrañeza que transmitían.
El Reportero en contraste creo que no acaba de decantarse por ninguna de las dos vías posibles. No es tan abierta como otras obras suyas, que en ocasiones bordeaban la pura abstracción (por ejemplo el final de El Eclipse, en mi opinión una de las secuencias más impresionantes de la historia del cine), pero tampoco acaba de perfilar todos los detalles necesarios para conducir la cinta hacia una narrativa más convencional. No me parece que Antonioni exprima una premisa tan atractiva para hablar sobre los problemas de identidad de Locke-Robertson, como ya se había hecho en los años 60 en filmes como El Rostro Ajeno (Tanin no kao, 1966) de Hiroshi Teshigahara o Plan Diabólico (Seconds, 1966) de John Frankenheimer, ni siquiera contando con la complicidad de un gran actor como Jack Nicholson, que aquí me parece un tanto desaprovechado. No me refiero siquiera a que haya una necesidad de entender por qué ha hecho ese cambio de identidad, sino al menos comprender qué supone esto para el protagonista más allá de estar constantemente huyendo de la policía.
Del mismo modo nunca acabo de creerme su relación con la joven estudiante de arquitectura sin nombre, y de nuevo no voy a entrar en el tema de la verosimilitud, pero sí que creo que si al menos no se intenta justificar por ese lado, se debe trabajar el hecho de que la relación entre los personajes transmita algo especial, que creo que no es el caso. Cuando en cierto momento ella le abandona porque está pensando en rendirse, yo no siento ninguna sacudida dramática: ¿qué es exactamente lo que está abandonando? ¿En qué momento su relación pasó a estar en crisis y yo no me di cuenta? Entiendo la estrategia de Antonioni a la hora de perfilar la relación entre los personajes porque en obras anteriores tampoco buscaba ser explícito sobre estos detalles, pero ahí lo veía justificado por la forma que empleaba, los leves destellos que daban a entender lo que sucedía entre ellos. Es una película demasiado cercana a un relato policíaco (persecuciones, unos misteriosos agentes revolucionarios interesados en comprar armas, el temor constante a ser atrapado en sus mentiras) como para funcionar como una obra abierta o de sensaciones inconcretas, pero al mismo tiempo no quiere tampoco apostar abiertamente por el tono de thriller, quedándose en tierra de nadie.
No quiero decir con ello que El Reportero sea una obra desdeñable, y soy consciente de que es un tanto injusto criticar a un artista por no haber igualado sus grandes logros pasados, como si el hecho de que hayas hecho antaño una serie de obras maestras te obligara siempre a tener un nivel por encima del resto. Las escenas iniciales en Algeria son magníficas y demuestran la habilidad de Antonioni para captar la arquitectura de estos espacios e integrar en ella a sus personajes, pero a cambio luego los paseos por Londres y sobre todo Munich parecen arbitrarios. Incluso las escenas en Barcelona creo que tampoco aprovechan lo suficientemente bien el entorno y hoy día tienen más bien el interés de ver cómo captan la atmósfera de la ciudad en los últimos años del franquismo (algo en lo que sí es exitoso Antonioni).
A cambio, el tramo final situado en pueblos de Almería recupera el interés y de nuevo se beneficia del paisaje de esos entornos, pero creo que no acaba de aprovecharlo tanto como podría. Apenas nos da tiempo ver cómo Nicholson se funde en esas edificaciones blancas, a veces casi abstractas, porque el aspecto policíaco de la cinta insiste en seguir avanzando y no nos deja detenernos con Locke para compartir sus dilemas interiores. ¿Realmente es tan importante que su mujer o la policía le acaben localizando?
El momento más recordado de la película con diferencia es su penúltimo plano: un largo plano secuencia de siete minutos que parte de la habitación en que el protagonista se encuentra alojado, la cámara sale al exterior, da la vuelta, muestra a su mujer y la estudiante de arquitectura entrando en la habitación de hotel y finalmente el descubrimiento del cadáver de Locke en la cama, justo donde le dejamos. Aparte de ser una enorme virguería técnica (que implicaba entre otras cosas separar las barras de la ventana para que pasara la cámara y luego volver a ponerlas una vez ésta sale al exterior, así como una coordinación perfecta entre actores y técnicos) el plano funciona muy bien precisamente porque transmite eso que he echado en falta en el resto del filme: misterio, extrañeza, la sensación inconcreta de que algo no va bien. Incluso el hecho de que sea un plano sin corte viene justificado porque nos hace ver en tiempo real cómo Locke pasa de tumbarse en la cama a, minutos después, encontrarse muerto sin que lleguemos a saber del todo cómo ni por qué (aunque obviamente lo intuimos).
El problema es que el gran impacto de ese final se ve perjudicado por el hecho de que no he llegado a estar metido del todo en la piel de un personaje que no ha acabado de definirse como un fuera de la ley nihilista, pero tampoco como alguien más definido psicológicamente en constante duda sobre su personalidad. Quizá precisamente al encontrarse en ese término medio sea esta una película que guste a muchos a ciertos espectadores a quienes sus obras de los 60 se le hacían demasiado densas e incomprensibles. Pero no es menos cierto que las alabanzas hacia El Aventurero son unánimes incluyendo los seguidores del director, y eso es lo que me resulta más incomprensible. Yo tras mi último revisionado de momento sigo viéndola como una obra interesante, con los rasgos característicos de Antonioni pero lejos de sus mejores logros.
Este blog ha sido posible durante todos estos años gracias al apoyo incondicional de todos nuestros lectores, a quienes no podemos estarles suficientemente agradecidos por su fidelidad. Si les gustó este post pueden también invitar a este Doctor a un café para ayudarle a mantener este humilde rincón cinéfilo.
Creo que la clave está en las dos personalidades como actores que eligió para así llevarnos al encuentro de esas químicas en escena. La historia es una escuza. En el Último tango en París pasa lo mismo. La historia es banal. Lo interesantes son lis actores. Gracias 👍
Hola Adolfo, muchas gracias por tu reflexión, debo admitir que no la había visualizado desde ese punto de vista. Me sirve como forma de verla con otros ojos. Gracias a ti.
Mira que me costó ponerme con el cine de MICHELANGELO ANTONIONI.
En su día, cuando era muyyyyyy jovennnn, jajaja, lo primero que vi de él fue Blow up, y no me gustó absolutamente nada. Así que tardé años en volver a decidirme con este director (del que todavía me queda por ver).
Pues bien, dos películas hicieron que lo mirase de otra manera y que volviera de nuevo a Blow up y a otras películas de su director. Una fue La noche y la otra El eclipse. Me encantan ambas. Blow up sigue sin gustarme del todo (pienso que en parte es por mi total falta de empatía con su personaje principal, el fotógrafo, aun sabiendo que esa es parte de su riqueza y sentido), pero me llega bastante más, además es cierto que gracias a ella se han hecho películas que sí que me atrapan totalmente La conversación de Francis Ford Coppola y Impacto de Brian de Palma.
Te diré que El reportero es una de mis lagunas en su carrera y que tan solo he visto precisamente el plano secuencia final. Es una de mis películas pendientes en ese baúl que nunca deja de llenarse.
Beso
Hildy
Hola Hildy,
Es perfectamente comprensible, Blow Up todavía hoy día no genera mucha unanimidad entre cinéfilos (a mí me encantó desde el primer visionado), y por otro lado sus películas anteriores tienen un estilo bastante diferente, así que no es descartable que una no te guste y las otras sí. En ese sentido, te gustará saber que El reportero se parece más a las que has visto que Blow Up, de modo que no la pierdas de vista.
Un saludo.