Michelangelo Antonioni

El Reportero [Professione: Reporter (The Passenger)] (1975) de Michelangelo Antonioni


Uno de mis grandes misterios cinéfilos es cómo siendo un gran admirador de Michelangelo Antonioni no consigo entusiasmarme con El Reportero (Professione: Reporter, 1975), considerada únanimemente una de sus mejores obras. De hecho es, junto a esa autoparodia involuntaria llamada Zabriskie Point (1970), la película que menos me gusta de la etapa más celebrada de su carrera, la que se inicia con la trilogía de la incomunicación – y que ya viene anunciada por la magnífica El Grito (Il Grido, 1957) – y se cierra con ésta. Y resulta curioso que me transmita esa sensación, porque percibo muchos de los elementos característicos de su cine que tanto me funcionaron en obras precedentes, pero que aquí creo que no terminan de cuajar, como si la fórmula se le hubiera agotado, por usar una expresión un tanto tópica.

Ya en El Desierto Rojo (Deserto Rosso, 1964) me parece percibir un cierto desgaste respecto a obras maestras como La Aventura (L’Avventura, 1960) o El Eclipse (L’Eclisse, 1962), una cierta repetición de esquemas por cuarta vez consecutiva que, no obstante, supo solventar al probar nuevas vías expresivas con el excelente uso del color y el mejor retrato que le he visto hacer de esos decadentes paisajes industriales. Blow-Up (1966) suponía, esta vez sí, un cambio radical de registro manteniendo sus aspectos más interesantes como cineasta, y si bien sé que es una obra que genera mucha división de opiniones, para mí fue un cambio totalmente exitoso.

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El Grito [Il Grido] (1957) de Michelangelo Antonioni

Irma y Aldo son una pareja de amantes que viven juntos en pecado en un pequeño pueblo de Italia, ya que el marido de ella lleva años trabajando en Australia. Cuando éste muere, Irma le confiesa a Aldo que no quiere casarse con él sino con otro hombre. Éste se siente traicionado y abandona el pueblo en compañía de su pequeña hija sin ningún rumbo concreto.

Aunque no se suele enmarcar dentro de la trilogía de la incomunicación de Antonioni (que comprende La Aventura, La Noche y El Eclipse), El Grito presenta ya muchos de los rasgos y temas que aparecerían en sus posteriores obras y podría decirse que sirve como bisagra entre su primera etapa y la que inició en los años 60. La principal diferencia respecto a la famosa trilogía se encuentra en primer lugar en que aquí el director italiano muestra a sus personajes en paisajes y ambientes rurales y humildes, en contraste con los burgueses acomodados y urbanitas de sus posteriores películas.

Este hecho, que puede parecer anecdótico, cobra una gran importancia por la forma como Antonioni ubica a los personajes en esos paisajes. Los planos del pueblo medio oculto por la niebla y los extensos parajes desiertos en que solo se adivina una solitaria figura que navega sin rumbo sirven para dar a entender la situación en que se encuentran los personajes y expresar su estado emocional. Y es que una de las grandes virtudes de Antonioni es que sus films consiguen dar a entender visualmente esa sensación de malestar o desamparo de sus personajes pero sin hacerlo del todo explícito. Hay algo aterrador oculto en esas imágenes que transmite esa sensación de incomodidad y de inquietud, lo cual se manifestaría en su máxima expresión en el famoso y magistral final de El Eclipse, uno de los momentos más cautivadores y extraños de la historia del cine.

A lo largo de este viaje a la deriva, Aldo se encuentra con diferentes prototipos de mujer con las que intenta establecer una relación que no acaba funcionando: su antigua novia, una mujer que posee una gasolinera y vive con su anciano padre y una prostituta. Lo interesante se trata de la forma como Antonioni muestra esas rupturas sin hacer referencia a hechos concretos. No sabemos exactamente qué le lleva a Aldo por ejemplo a abandonar a la mujer de la gasolinera, y más después de que tuviera que separarse de su hija para poder vivir con ella. Sencillamente es una relación que no funciona, cuando Aldo acude a un bar a recoger a Irma repentinamente se lo piensa mejor y decide irse a seguir su camino. Una de las grandes contribuciones de Antonioni y que lo sitúan por entonces ya entre los grandes autores de la modernidad fue el acabar con esa simplificación de las relaciones humanas basadas en una causa y consecuencia y en elementos racionales. Aldo seguramente tampoco sabe por qué no quiere seguir con ella, pero simplemente es así, por ello sigue adelante.

Este viaje no tiene además una moraleja o conclusión sobre las relaciones humanas que se muestran, sino que el pobre Aldo acaba volviendo sobre sus pasos como último recurso, regresando al pueblo del que escapó. Ahí se dirige a casa de Irma y observa a través de la ventana cómo ella sostiene felizmente al bebé de su segundo matrimonio. Ha comprendido que no le necesita, que ella ha encontrado ese algo en la vida que él ha sido incapaz de hallar. Algo tan terrible como darse cuenta de que es prescindible, que él la necesita pero que ella es feliz sin él.

Antonioni aquí aún deja intuir levemente sus orígenes neorrealistas en el retrato de esos pueblos pequeños y desamparados, pero se nota que su mirada ya estaba puesta en otra temática que exploraría más a fondo en sus siguientes obras, las cuales constituirían el punto cumbre de su carrera.

La Aventura [L’Avventura] (1960) de Michelangelo Antonioni

La Aventura

La Aventura es uno de los hitos clave de la modernidad cinematográfica que además dio fama internacional a su director, Michelangelo Antonioni, sobre todo a raíz del enorme escándalo que rodeó a esta obra. Cuando se estrenó en el Festival de Cannes, la película fue fuertemente abucheada y atacada sin piedad. Fue tal el fracaso que una serie de críticos y cineastas más afines a estas nuevas corrientes cinematográficas exigió un segundo pase, tras el cual recibió un Premio Especial del Jurado «por un nuevo lenguaje cinematográfico y la belleza de sus imágenes». A partir de aquí el film tuvo más suerte: los críticos y cinéfilos de todo el mundo se morían de ganas por verla así que tuvo una buena acogida en taquilla y llegó a ser considerada por algunos críticos como una de las mayores obras maestras de la historia del cine.

Si este film fue tan sumamente polémico en su momento es porque era una obra de una transgresión inusitada en su momento, casi se podría decir revolucionaria. Quizás a un espectador actual se le escape esa modernidad que por entonces era tan obvia, pero aún hoy en día sigue siendo una de esas películas que cuenta tanto con ardientes defensores que la califican de obra de arte como con detractores que la ven como una tomadura de pelo. La Aventura escapaba por completo a las bases más elementales de la narrativa cinematográfica mostrando un retrato brutalmente sincero de las relaciones humanas y de la falta de comunicación que luego se complementaría con las posteriores La Noche (1961) y Eclipse (1962), con las que comparte bastantes puntos en común.

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La Aventura empieza con una excursión que llevan a cabo una serie de burgueses de clase alta en un yate privado. Entre ellos se encuentran los que parecen ser el trío protagonista: Claudia, Anna y Sandro. Anna y Sandro son novios, aunque ella se muestra muy descontenta con su pareja, tal y como comprueba su amiga Claudia. Tras horas de viaje, los tripulantes del yate paran en una pequeña isla deshabitada donde algunos de ellos desembarcan a pasear o tomar el sol. Cuando deciden volver a tierra se dan cuenta de que Anna ha desaparecido.
Todos registran la diminuta isla hasta el más pequeño rincón pero finalmente se dan por vencidos. Cuando llega la policía, continúan con el registro investigando también en las aguas de las zonas rocosas por si decidió suicidarse, pero no hay ni rastro de ella. Es imposible que Anna, viva o muerta, siga en la isla, así que Claudia y Sandro deciden seguir buscándola en tierra.

El aspecto que resulta más controvertido del film aún hoy en día es el hecho de que en ningún momento se nos explica qué le ha sucedido a Anna. A Antonioni no le importa lo que le ha pasado a su personaje, sino las consecuencias que tiene su desaparición, ya que mientras Sandro y Claudia la buscan acaban enamorándose. Por lo tanto, el que se suponía que era el conflicto central del film se va desvaneciendo en favor de lo que realmente quiere mostrarnos Antonioni: la extraña relación entre Sandro y Claudia, el hecho de que vivan un romance mientras buscan a la mujer a quien en realidad están traicionando. En una escena que tiene lugar en el tramo final de la película, Sandro se aleja de Claudia para hacer una indagación y al volver se la encuentra aterrada porque tenía miedo de que hubiera encontrado a Anna. Ella misma reconoce que ha pasado de temer por la vida de su amiga a tener miedo de que siga viva. Esta enfermiza contradicción es una de las bases del film.

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Otro punto polémico es el fulminante retrato que hace Antonioni de esa burguesía acomodada y ociosa a la que también atacaría en su siguiente película, La Noche. En concreto las escenas iniciales del viaje en yate son especialmente crueles. Todos se nos presentan como personajes aburridos, vacíos e incluso patéticos. Una de las parejas, Giulia y Corrado, resulta especialmente chocante porque absolutamente todos sus diálogos acaban desembocando en un insulto de él hacia ella («El tiempo ha empeorado» «Por favor, no me seas tan didáctica, ya veo que el tiempo ha empeorado«; «Antiguamente las islas Eólicas eran volcanes» «Cuando vinimos aquí hace 12 años, hiciste exactamente el mismo comentario«). En mitad de la frenética búsqueda de Anna, Giulia repentinamente le habla a Claudia en cierto momento sobre lo mal que le trata su marido, como si no fuera consciente de la gravedad de la desaparición de Anna. Más adelante, Giulia engaña a su esposo con un joven pintor, pero antes de entregarse a él se asegura de que Claudia le vea, como si quisiera compensar el ridículo que ha sufrido anteriormente. Parece que le está engañando más por venganza que por desearlo realmente. En realidad, todos los personajes desprenden una amoralidad que en su momento debió chocar especialmente. No tienen problema en cometer adulterio entre ellos y de hecho viene a ser lo que hacen Claudia y Sandro, con la diferencia de que ellos parecen desearse realmente mientras que el resto lo hace casi por aburrimiento.

Es remarcable la forma que tiene Antonioni de mostrarnos todo el vacío existencial y la incomunicación que rodea a estos personajes. El film se inicia con una conversación entre Anna y su padre en la que queda patente esa carencia, pero es algo que discurre a lo largo de todo el metraje y que afecta incluso a Claudia y Sandro. Aunque se desean sinceramente, en todo momento hay algo que subyace que nos da a entender que las cosas no funcionan tan bien como deberían, que los personajes no están unidos del todo y aún hay algo que les separa. ¿Quizás el fantasma de Anna? ¿O simplemente Claudia y Sandro están destinados a entenderse tan poco en el futuro como les sucedía a Anna y Sandro?

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Pese al riesgo que supone llevar adelante una película tan abstracta en su contenido, Antonioni hace un trabajo de dirección formidable que convierte a La Aventura en una obra absolutamente fascinante. Queda patente aquí su obsesión por los paisajes, no solo naturales sino también urbanos: los planos de la isla y del mar, los edificios de los pueblos que visitan los protagonistas e incluso los mismos personajes. Antonioni mima cada encuadre haciendo que su obra tenga un aspecto especialmente bello y evocador, algo que llevaría a su máxima expresión en los últimos minutos de El Eclipse, en los cuales deja completamente de lado la trama para mostrar una sucesión de planos casi abstractos de una ciudad. Pocos directores han sabido trabajar tan bien como él las formas de los objetos a la hora de situarlos en el plano.

Algunos de estos paisajes llegan a ser tan abstractos que incluso parecen imágenes de pesadilla, como el pueblo vacío o la plaza en que Claudia se ve repentinamente acosada por hombres que la observan maliciosamente. Al igual que la desaparición de Anna, son elementos que no tienen una explicación racional, pero sirve para aumentar el clima enfermizo de tensión que viven los personajes.

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El final por supuesto no deja demasiadas esperanzas hacia los personajes. La pareja recala en un hotel donde encuentran a unos viejos amigos, quienes ya ni les preguntan por Anna. Claudia está agotada y decide descansar mientras Sandro baja al hall a pasar el rato antes de dormir. Cuando amanece y Claudia ve que Sandro no ha regresado, baja en su búsqueda para encontrarle acostado en un sofá con una prostituta. Indignada, huye al exterior perseguida por él.
El último plano de la película, uno de los más bellos, resume perfectamente su situación. Sandro es incapaz de decir nada así que se sienta en un banco cerca de ella. Repentinamente, él no puede evitar echarse a llorar. Claudia le mira y, no sabemos si movida por la compasión o el amor, le coge la mano.

En este plano queda reflejada toda la incomunicación que rodea a los dos, su incapacidad para solucionar sus problemas verbalmente, su condena a amarse y al mismo tiempo herirse mutuamente como el resto de personajes de la película. Pocas veces se ha expuesto de forma tan bella y sencilla algo que encierra un significado tan dramático: la ineficacia de las relaciones humanas y la incapacidad de no hacer daño a los seres que más queremos. Bajo esa aparente belleza visual, La Aventura esconde uno de los retratos más viscerales y desencantados de las relaciones humanas en la sociedad contemporánea.

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