Empezamos con la voz de una señora mayor que comenta a otra persona que ha visto por la ventana a una mujer que ha pasado la noche en la intemperie junto a una niña pequeña. Baja a la calle, se acerca a esa mujer y le dice en un tono quizá más imperativo que compasivo que suba a su casa. Le ofrece un café, se va a trabajar y deja a esa completa desconocida el piso a su disposición. Esta mujer, abrumada por tanta amabilidad y sin saber qué hacer (¿irse avergonzada? ¿Quedarse ahí aun a costa de abusar de la buena voluntad de esa anciana?) decide finalmente permanecer en el apartamento y empieza a recordar los hechos que la han llevado a esa situación.
Una de las cosas que más me gustan de Una Simple Histoire (1959) es su absoluta austeridad, llevada a extremos que nos pueden parecer casi chocantes. De entrada no sabemos prácticamente nada del pasado de esta mujer, ni siquiera su nombre. Solo que llega a París con una niña pequeña, se aloja temporalmente en casa de una amiga, busca trabajo y, al no encontrar nada, el poco dinero que traía consigo se va reduciendo hasta conducirla a la situación que hemos visto al inicio de la película. ¿Es viuda? ¿Divorciada? ¿Madre soltera? No lo sabemos ni importa. El único dato que nos da es que su padre vive en otra ciudad pero no quiere acudir a él porque no se lleva bien con su madrastra, y ni siquiera se incide en ello.
Desde el mismo título del largometraje Marcel Hanoun nos está anticipando sus intenciones: una historia simple, sin dramatismos, con un estilo espartano que se hace evidente en el poquísimo presupuesto del proyecto y la decisión (o quizá simplemente necesidad) de filmar en 16 milímetros en las calles de París. Aunque en el cine hemos visto cientos de veces historias similares a ésta de caídas en desgracia, aquí Hanoun propone una desdramatización absoluta en todas sus decisiones de puesta en escena: el suspense es nulo porque ya sabemos que el vagabundeo de la madre por diferentes pensiones y entrevistas de trabajo derivará en ella viéndose obligada a dormir en la calle, la voz narradora apenas nos revelará sus sentimientos sino que se dedicará simplemente a describir todo lo que le sucede, e incluso el peculiar recurso de hacer que la voz en off se superponga sobre los diálogos, repitiendo lo que éstos dicen, nos impone su voz eliminando incluso la interacción con otros personajes. En todo ello y el uso de algunas piezas de música clásica en la banda sonora se nota claramente la influencia de Robert Bresson, del cual Hanoun demuestra ser un discípulo aplicado.
De esta forma, esta historia de caída en desgracia acaba reducida a los pequeños detalles. La protagonista nos explica a menudo datos o situaciones totalmente irrelevantes (como cuando le pregunta a un desconocido qué línea de metro tomar, éste no sabe responderle y posteriormente otro consigue ayudarla), pero que en el fondo son los hechos que nutren nuestro día a día. Otros elementos que potencialmente podría parecer que desembocarían en un conflicto o una pequeña subtrama no llevan a nada. Un desconocido la trata muy amablemente consiguiéndole alojamiento, pero cuando al día siguiente ella vuelve al bar donde le conoció el barman le dice que ese hombre, aunque es un buen tipo, «es un poco extraño». Nunca sabremos qué quiere decir con eso, porque el personaje no vuelve a aparecer en la trama. Tampoco entenderemos a otro desconocido que regala un juguete a su hija sin motivo, ni se profundizará más a fondo en ese violento momento en que un hombre la invita a un café y quiere llevarla a su apartamento para acostarse con ella. Para Hanoun, estos hechos son tan relevantes o poco relevantes como los detalles sobre la comida que va comprando cada día para alimentarle a ella o a su hija, y no hay ninguna cadena causal que explique lo que vemos en pantalla.
Reduciendo esta historia de caída en desgracia a los detalles mínimos, Hanoun consigue acercarla a nosotros, haciéndonos ver la fina línea que separa el ser una persona «respetable» integrada en nuestra sociedad de acabar convirtiéndose en una mujer que duerme en la calle. Entender cómo esa caída en desgracia no se produce a raíz de grandes acontecimientos decisivos, sino en base a pequeños hechos que se basan sumando hasta estrangular poco a poco a la protagonista dejándola irremediablemente sin recursos. Experimentar lo difícil que es verse abocado a ese momento en que pasas de ir de una pensión a otra a sencillamente encontrarte con que no te queda más remedio que dormir en la calle. Y eso sin grandes aspavientos trágicos, simplemente la seca y aburrida cotidianedad.
Mientras la protagonista subsiste como puede, a cada día que pasa nos va recordando el dinero que le queda en esa lucha contra un mundo que sigue adelante indiferente a nuestra situación. A lo largo del relato la mayoría de personajes se muestran secos con ella, pero aunque nos sentimos conmovidos al ver todo desde su punto de vista, seguramente deberemos reconocer que en realidad éstos son un reflejo de nosotros mismos y de cómo reaccionamos normalmente ante este tipo de personas que se encuentran en aprietos. Por otro lado, también hay resquicios de otra época en que una mujer sola en su situación lo tenía tan difícil para subsistir: la mirada desaprobadora de la patrona cuando la ve salir del coche de un hombre o la forma como la observa la gente por ir sola con una niña y llevando una maleta.
Hanoun será fiel a esta austeridad hasta el final, en que como es de suponer no solo no cierra el relato sino que ni siquiera insinúa qué sucederá después. Para él la historia acaba con este hecho significativo: cómo esa mujer con una hija se ve obligada a dormir en la calle. Hay alguna leve insinuación de la desesperación que siente cuando observa las vías del tren, que hacen suponer que está especulando con su propio suicidio, pero tampoco se hará explícito. En ese sentido una de las grandes bazas del filme es su absoluta coherencia en sus casi 70 minutos, tanto en contenido como en forma: la estética que le da el haber estado filmado los 16 mm, la absoluta precisión de cada encuadre y la inexpresividad de los actores. Una de las pocas excepciones es un primer plano del rostro de ella bastante largo que tiene una expresividad que se escapa al resto del filme, pero quizá por ello se trata uno de los momentos más conmovedores de la cinta.
Hanoun no solo se parece a Bresson en estilo sino también en no haber querido formar parte de ningún movimiento. Mientras que en 1959 toda una generación de cineastas franceses debutó ruidosamente a través de la conocida como Nouvelle Vague, Hanoun se mantuvo aparte con este filme mucho más modesto pero no por ello inferior. Por apartarnos un poco de las obvias influencias bressonianas, Une Simple Histoire también me ha hecho pensar en una de mis películas favoritas de este siglo: Wendy y Lucy (2008) de Kelly Reichardt, que en un estilo diferente comparte esa idea de explicar una historia con austeridad (aunque obviamente sin llegar al extremo de Hanoun), reduciéndola a los pequeños detalles y, además, con otra protagonista femenina que subsiste con pocos recursos y que también se ve en cierto momento obligada a dormir en la calle. De nuevo se trata de otra cineasta que ha optado por hacer carrera por su cuenta, ajena a corrientes y movimientos. De forma que podríamos decir que aun hoy día esta manera de hacer cine sigue requiriendo estar dispuesto a trabajar al margen de modas y movimientos, siendo tenazmente fiel a una forma personal de entender el cine. De modo que tanto por su contenido por lo que representa Une Simple Histoire sigue siendo tan vigente y estimulante hoy día como en su época.
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Nada más empezar su apunte sentí que esta película me iba a llegar muy dentro. De hecho hice eso de aplazar la lectura del comentario completo -por el que le felicito una vez más- hasta después de terminarla.
A mí, la verdad, me ha encantado, y emocionado. Por lo menos otra media estrella le hubiera puesto, arrancándomela de la pura subjetividad. Porque sí, es una película tan extrema en su planteamiento y su ejecución que es natural que no guste o que no se entienda o que no se aprecie o que con los mejores argumentos se la tache de Bresson del Aliexpress.
Aceptaría cualquier juicio de ese tipo, y apenas me molestaría en rebatir nada. Porque no hay nada que defender, nada que añadir o explicar o elucubrar sobre esta maravilla más allá de su objetiva descripción. Y sin embargo… ¿Por qué me ha gustado tanto? Pues le diré que creo que porque veo en ella una conjunción que apenas soy capaz de encontrar, pero que cuando doy con ella me gana totalmente: es todo lo profunda que puede ser con todo lo sencillamente que se puede producir una película.
Su amateurismo, que todo lo narre la voz en off de la protagonista (hasta el punto, no sé si se ha fijado, de que cuenta cosas que ella misma no puede haber visto porque pasan a su espalda), que ni empiece ni termine…. Todo eso me da lo mismo. El caso es que, mire que hemos visto películas de gente que cae en la miseria, pues esta creo que es la que mejor voy a recordar. Sobre todo porque, como usted comenta, la madre y la hija se empobrecen sin llamar la atención de los viandantes, sin molestar a nadie, sin más drama que el que sucede en la mente de la mujer. Y es que eso es la pobreza, así funciona. Afortunadamente nunca me he visto tan cerca del abismo, pero lo mismo que otra mucha gente he pasado por las justezas del estudiantado, la precariedad laboral que le sigue y otras menesterosas circunstancias habituales.
Bueno, lo dejo ya. Que me ha encantado. Además me descubre usted a su director, cuya existencia desconocía, y veo en la wikipedia que se vino luego a España a documentar toros y procesiones entre otras cosas. Buscaré algo más.
Como siempre gracias inmensas. Leñe, si es que hasta a los vídeos de gatitos les saca sustancia.
Un abrazo Doctor
Amigo Manuel, no sabe cómo me alegro de que le haya gustado tanto la película. Dejando de lado el tema de puntuaciones o estrellas, que como ya sabe yo no le doy importancia, realmente es un filme muy especial y que cala muy hondo. Retrata el descenso a la miseria como una experiencia íntima, desoladora pero íntima, que como usted dice seguro que se corresponde más a la realidad que los grandes dramas de caída en desgracia. Siempre hay nuevos filmes y cineastas desconocidos para nosotros esperándonos para sorprendernos a la vuelta de la esquina.
Ah ¡y no infravalore lo que puedan dar de sí los vídeos de gatitos!
Un abrazo.