Roman Polanski

Repulsión (1965) de Roman Polanski

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A mediados de los años 60, Roman Polanski era un incipiente director con solo un film tras sus espaldas (el excelente Un Cuchillo en el Agua) y aún mucho por demostrar al mundo. Tras abandonar su Polonia natal, encontró en Reino Unido unos productores que le ofrecieron un trato para realizar una película muy peculiar que tenía entre manos llamada Cul-de-Sac. Pero a cambio debía filmar previamente una obra de encargo más convencional que reportara beneficios seguros. Polanski aceptó y junto a su colaborador habitual, el guionista Gérard Brach, escribió la historia de lo que acabaría siendo Repulsión.

Resulta muy llamativo pensar que una película como ésta fuera un encargo. En primer lugar porque lejos de parecer una obra impersonal realizada por compromiso, se nota que Polanski realmente se implicó en el proyecto y puso mucho de su parte. En segundo lugar, porque su contenido está muy lejos de ser lo que entendemos por una obra que reportara beneficios seguros. Aunque en la teoría, Repulsión podría pasar como un film de terror psicológico, a la práctica la película ofrecía mucha psicología y poco terror.

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Repulsión se centra en una manicurista belga llamada Carol Ledoux que vive en un apartamento de Londres con su hermana mayor Helen. Carol es una mujer que parece sumida en su propio mundo y que, sobre todo, siente cierto rechazo instintivo hacia los hombres. Un joven simpático y atractivo, Colin, intenta hacerle la corte galantemente, pero ella rechaza sus ofrecimientos pese a su insistencia. Por otro lado, su hermana tiene un amante, Michael, al que ella desprecia con la excusa de que está casado. Cuando Helen y Michael se ausentan unos días para irse de viaje a Italia, Carol en su soledad se irá sumiendo en una locura cada vez más profunda.

Aunque la idea era hacer una obra más comercial, Repulsión no es una película fácil, ya que no se limita a mostrarnos el proceso de locura de Carol, sino que nos sumerge en su estado mental. De hecho ésa es una de las grandes virtudes del film: cómo nos hace vivir en nuestras propias carnes ese proceso de esquizofrenia. La primera parte de la película opta por un seguimiento esmerado del personaje, mostrándonos hechos irrelevantes de su vida cotidiana para sumergirnos en esa rutina que luego se verá alterada. Posteriormente vemos cómo algunos de esos hechos que a nosotros nos parecen irrelevantes acabarán siendo de una gran importancia de cara a Carole. Cuando un obrero le dirige una frase obscena, ella pasa de largo y no le concedemos más importancia. No obstante luego Polanski nos muestra en tiempo real cómo Carol pasa por ese mismo sitio, es decir, recalcando ese momento. Realmente no sucede nada, el obrero ya no está y Carol no reacciona de ninguna forma especial, pero el hecho de que Polanski haya insertado este largo plano de seguimiento es su forma de darnos a entender que para ella ese hecho irrelevante le ha dejado marca. Lo lógico habría sido mostrarnos a ella cambiando de acera o mostrando inquietud por el recuerdo, pero Polanski curiosamente opta por hacer que Carol parezca tan fría como siempre. De esa forma, se le da importancia pero de forma sutil, entendemos que ese encuentro ha provocado algo en ella, pero como no lo exterioriza aún no sabemos el qué (más adelante en sus fantasías lo sabremos).

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Paralelamente Polanski nutre el film de elementos que hacen referencia a ese descenso a la locura. Por ejemplo, al inicio de la película el director nos la muestra examinando su reflejo distorsionado en un cristal, simbolizando esa fascinación que siente hacia si misma y, obviamente, hacia esa personalidad también distorsionada. De forma más clara, otro símbolo muy utilizado son las grietas que Carol observa a lo largo de la película y que vienen a representar su propio estado mental, que está en proceso de resquebrajarse poco a poco. Uno de los primeros indicios que tenemos de que Carol no está bien es cuando Colin se la encuentra sentada en un banco mirando embobada unas grietas de la calle. Posteriormente, empieza a imaginar cómo las paredes de su casa se van agrietando cada vez más.

Una vez Carol se queda sola, la descomposición del conejo que ha sacado de la nevera es otra forma de mostrar el proceso de degradación de su psique. Es entonces cuando Polanski opta por combinar realidad con imaginación, con esas paredes de las cuales salen manos que la tocan obscenamente o las pesadillas en que cree ser violada brutalmente. Estos elementos se combinan con el uso de otros más vinculados a la realidad, por ejemplo los sonidos, magistralmente utilizados (la casi ausencia de banda sonora salvo en las escenas más climáticas refuerza su importancia): el tic tac del reloj constante; las llamadas de teléfono, que acaban siendo su único vínculo con el mundo exterior y siempre son hostiles (el casero exigiendo que le paguen, la mujer de Michael confundiendo a Carol por la amante de su marido); las campanadas del convento que suenan en momentos cruciales, etc. Otra de las mayores virtudes del film es su capacidad para combinar esas alucinaciones con elementos de la realidad cotidiana que en este contexto se vuelven casi amenazadores.

Todo ello desemboca en que Carol acabe aislándose cada vez más de la realidad y del exterior – el hecho de que bloquee la puerta con una tabla muestra visualmente ese deseo de encierro, y la reacción de ella a la irrupción de dos intrusos en ese entorno en que se ha encerrado la enfatiza aún más. De esta forma, convierte el piso en un reflejo de su inestabilidad, tal y como queda patente en la escena final en que vemos todo destrozado y a ella en un estado casi catatónico.

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La descripción que hacen tanto Polanski como Brach del mundo femenino es magnífica, con la tierna relación entre las hermanas y las conversaciones entre las compañeras de trabajo y las clientas sobre sus frustradas relaciones con los hombres. De hecho, si uno contrapone lo que ellas comentan con lo que luego vemos que comentan en el bar los amigos de Colin sobre las relaciones con mujeres, no podemos extraer más que la conclusión pesimista de que hombres y mujeres están destinados a no entenderse del todo.

Por otro lado, aunque el personaje de Carol es el eje absoluto de la película (inolvidable Catherine Deneuve en uno de los mejores papeles de su carrera), es un acierto hacer que personajes como el de Colin resulten tan simpáticos al espectador. De esta forma se remarca que el rechazo de Carol no es por culpa de él sino que se trata de un rechazo generalizado a los hombres. Por ello Michael le resulta tan molesto sufriendo cada noche el suplicio de oír como él y su hermana hacen el amor, haciéndole sufrir la constatación de una sexualidad normal que a ella le repele.

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La escena final en que los vecinos irrumpen en el piso muestra otra faceta inesperada de la película más vinculada con el universo de Polanski: su gusto por el absurdo, con esos personajes chismosos que deambulan por el piso lanzando comentarios y consejos a veces absurdos. En ese caos es curiosamente el personaje de Michael, aquel al que ella detestaba más, el único con la suficiente entereza para rescatarla y devolverla al exterior.

Finalmente, remarcar el acierto de Polanski al dejar el film suficientemente abierto al espectador. Nunca se nos dice el motivo exacto por el que Carol es así, sólo se nos muestra al final una fotografía de infancia que se supone que resuelve el misterio, pero en realidad no hay una interpretación clara de qué quiere significar: ¿está la niña mirando acusadoramente a su padre que abusó de ella? ¿o simplemente la imagen nos muestra esa mirada perdida que aún tiene de adulta, dándonos a entender cómo desde pequeña se mantuvo alejada del resto de familiares de la fotografía?

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Repulsión gozó un momento de un éxito en taquilla que ayudó a Polanski no sólo a dirigir su siguiente obra sino a acabar de afianzar su carrera fuera de Polonia. Aunque no es una de sus obras más mencionadas, siempre ha sido mi película favorita de su carrera y en mi opinión seguramente el film que mejor ha sabido retratar el proceso de locura femenina de forma seria y fidedigna – aún cuando, a modo de anécdota, Polanski declarara que esa esmerada descripción de la esquizofrenia en realidad era todo inventada por él y Brach, que no tenían ni idea de la enfermedad.

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El Quimérico Inquilino [Le Locataire] (1976) de Roman Polanski

Aunque afortunadamente hoy en día está siendo cada vez más reivindicada por críticos y cinéfilos en general, El Quimérico Inquilino es la gran película olvidada del cine de Polanski. La acción sucede en París, donde un joven de origen polaco llamado Trelkovsky (interpretado por el propio Polanski) se hace con un apartamento en el cual su anterior propietaria, Simone Choule, se suicidó lanzándose por la ventana. Pronto Trelkovsky tendrá unos cuantos roces con sus vecinos que irán a más hasta empezar a creer que todos planean una conspiración contra él, al mismo tiempo que empieza a temer que su identidad se confunda con la de la antigua inquilina.

Aún vista hoy en día, no sorprende en absoluto saber que en su momento el film no tuviera demasiado éxito porque se trata de una película que sigue chocando por su estilo tan grotesco y su empeño en no encuadrarse claramente en ningún género. Aunque tiene elementos típicos de comedia negra y de film de terror, El Quimérico Inquilino nunca se posiciona rotundamente en ninguna etiqueta, y acaba siendo una extraña amalgama con elementos de esos géneros y unas cuantas pinceladas delirantes y surrealistas que acaban de desconcertar por completo al espectador.

Los elementos de terror van tomando forma a medida que avanza el film apoyados en imágenes y momentos que resultan inquietantemente extraños: los vecinos que pasan largos ratos en el baño del edificio simplemente de pie y estáticos sin que se sepa por qué (y que por la forma como lo filma Polanski, desde el punto de vista lejano de Trelkovsky, provoca más malestar aún), la vecina que aparece ante su puerta con una niña de aspecto terrorífico pidiéndole que no la denuncie cuando éste no sabe de qué habla, el diente de la antigua inquilina que se encuentra escondido en una pared o pequeños apuntes sueltos que contribuyen a la sensación de desorden por el simple hecho de que no dan explicación a hechos extraños (por ejemplo, los misteriosos ladrones o la basura que se le cae a Trelkovsky de la escalera y alguien recoge por él sin que se sepa por qué).
Todos estos elementos de por sí no son terroríficos, pero todos combinados crean un clima de malestar que acaba siendo asfixiante cuando surge el posible miedo a una conspiración por parte de los vecinos.

Porque a diferencia de La Semilla del Diablo (1968), aquí los vecinos no esconden ningún secreto diabólico, y aún así acaban resultando tan aterradores e inquietantes como los de la anterior obra de Polanski. Y puede que en ese aspecto El Quimérico Inquilino sea tan perturbador, porque nos muestra un comportamiento humano normal, que sólo se nos presenta de forma levemente exagerada… o quizás ni eso. Los vecinos no sólo son abiertamente enemistosos sino que conspiran para echar a la gente que les molesta e invade la intimidad de su bloque de pisos. A muchos les resultará penosamente familiar ese vecino que golpea constantemente el suelo de su piso quejándose de cualquier ruido que hace Trelkovsky o esa portera malhumorada genialmente interpretada por Shelley Winters, además del presidente de la comunidad que aún siendo teóricamente una persona razonable y sensata acaba siendo otra fuente de quebraderos de cabeza, basándose en sus implacables normas e incluso jactándose de lo bondadoso que ha sido con el protagonista – este personaje por cierto lo interpreta un envejecido y casi irreconocible Melvyn Douglas, uno de los grandes galanes del Hollywood clásico.

Como sucedía en sus anteriores obras maestras Repulsión (1965) y La Semilla del Diablo, Polanski juega con la locura de sus protagonistas haciendo que no sean conscientes de donde termina la realidad y donde empiezan sus fantasías. Y aquí de hecho consigue integrar esta locura en la película de forma que los mismos espectadores no sabemos a ciencia cierta qué escenas son imaginarias y cuáles son reales, y sólo en el tramo final Polanski opta por darnos a entender claramente que su personaje está teniendo alucinaciones. Tal y como mencioné antes, el perturbador comportamiento de sus vecinos, por muy extremo y bizarro que sea en el fondo nos resulta creíble y por tanto nosotros lo tomamos como real. Eso nos lleva a preguntarnos si realmente existe esa conspiración contra él o si son solo más imaginaciones suyas, pero nunca se nos desvela ese aspecto del todo.

Al final de la película, cuando ya tenemos claro que Trelkovsky tiene alucinaciones pesadillescas, Polanski nos ofrece algunos de los momentos más visualmente atrayentes del film con las visiones que tiene el protagonista desde su ventana mirando el patio del edificio: primero muestra a todos los vecinos apresando y maltratando a la madre e hija que querían echar y en segundo lugar se supera aún más con un maravilloso plano en que todos contemplan cómo se suicida sentados en unas imaginarias gradas de teatro situadas en los balcones.

Sin embargo, la locura no es el tema central de la película, sino que este argumento le sirve a Polanski para explorar en otra dirección que le interesa especialmente: la pérdida de la identidad. Trelkovsky al hacerse con ese apartamento no sólo se está haciendo con el habitaje de Simone Choule, sino que está ocupando también su identidad a ojos de los demás. La prueba más evidente de ello es el camarero del bar que frecuenta, que siempre le ofrece chocolate caliente (el mismo desayuno que tomaba ella) así como cigarros Marlboro, que son los que ésta consumía, en vez de los que suele fumar Trelkovsky. En cierto punto del film podremos ver cómo Trelkovsky ha asimilado tanto esa rutina que fumará Marlboro por iniciativa propia hasta que se dé cuenta de que está corriendo el riesgo de perder su propia identidad.

Uno de los momentos más interesantes del film es un monólogo del protagonista en que éste reflexiona sobre en qué momento dejamos de ser nosotros mismos a raíz del descubrimiento de un diente de Simone Choule. Según él, ese diente no deja de ser una parte de ella y sin embargo eso no le impediría poder seguir afirmando que sigue siendo ella misma. Sin embargo si uno perdiera la cabeza ¿dónde residiría el yo? ¿en el cuerpo o en la cabeza? ¿en qué momento exacto uno deja de ser uno mismo y pierde su identidad?

Todos estos miedos acaban cristalizándose en el momento en que descubre un vestido de Simone Choule en el apartamento y empieza a sospechar que sus vecinos quieren que él se convierta en ella. La reacción que tiene Trelkovsky al problema es como mínimo sorprendente y muy chocante: decide convertirse en ella físicamente al mismo tiempo que quiere autoconvencerse de que sigue siendo él mismo. Y sin duda uno de los momentos más inolvidables e indescriptibles (por no usar otro adjetivo) del film es ver a Roman Polanski travestido recreándose en su nueva personalidad femenina imitando el tono de voz de una mujer. El misterioso final de la película no hará más que confirmar las sospechas de Trelkovsky de que éste ha perdido su identidad para acabar definitivamente convirtiéndose en Simone Choule.

Por último, no cabe olvidar que todo el film está salpicado con bastantes momentos humorísticos algo extravagantes (el hombre que mira con expresión embobada a Trelkovsky y la amiga de Simone besándose apasionadamente en el cine, el compañero de Trelkovsky que pone a prueba a su vecindario escuchando música a todo volumen e insulta a gritos a un temeroso vecino…), lo cual acaba de dotarle ese tono y estilo tan inclasificable, extraño y enfermizo que lo hace tan especial. Es una combinación que se puede antojar en algunos momentos algo peligrosa, pero funciona a la perfección y tiene como resultado una de las mejores obras de la carrera de Roman Polanski, además de una de mis predilectas.