Desde hace un tiempo siento una cierta debilidad por el cine de Alessandro Blasetti, especialmente por sus obras de los años 30 y 40, incluyendo aquellas que yo mismo reconozco que no son extraordinarias pero que tienen algo que me fascina. Por descontado adoro la magistral Cuatro Pasos por las Nubes (Quattro Passi fra le Nuvole, 1942) o 1860 (1934), uno de sus filmes más prestigiosos que además es citado a menudo como una de las grandes inspiraciones del neorrealismo italiano por parte de sus precursores. Pero me gustan también películas suyas más particulares con ese tono a veces algo extraño típico de inicios del sonoro, como la curiosísima Resurrectio (1931) o Tierra Madre (Terra Madre, 1931), sobre la que me gustaría escribir algún día.
La Tavola dei Poveri (1932) no es tan buena como las citadas anteriormente ni tiene ya ese tono algo extraño y lírico de sus primeros filmes sonoros, pero sigue siendo una obra más que remarcable, con suficientes puntos de interés como para dedicarle un espacio en este humilde gabinete cinéfilo. Se trata de una comedia con tintes sociales que tiene como protagonista al marqués de Fusaro, un noble arruinado que sobrevive vendiendo todas sus posesiones mientras se ve obligado a mantener las apariencias, en gran parte en deferencia a su hija, enamorada del hijo de una mujer acaudalada. Un día se le presenta en casa un pobre que, sorprendentemente, ha ahorrado 7.500 liras que le pida que invierta por él. El marqués acepta pero, a causa de una confusión, un grupo caritativo local se piensa que esa cantidad es una donación de cara a un centro para los más necesitados, y el marqués se ve obligado a seguirles la corriente.
La Tavola dei Poveri es un filme que parte de la irresistible premisa de contraponer las apariencias con la realidad: el respetable noble que sigue dando limosna a los pobres cuando en realidad está arruinado en contraposición con el pordiosero que ha amasado una respetable cantidad a base de ir ahorrando lo que ha ido mendigando. En realidad el guion no explota la situación más allá de esta premisa y prefiere dejar que el filme se base en el carácter y la presencia de su protagonista antes que en diseñar nuevas situaciones de enredo. Esto se entiende más si tenemos en cuenta que el guion parte de una obra del célebre – al menos en su época – Raffaele Viviani, escritor, músico y actor de teatro que no se prodigó mucho en el cine y aquí encarna al marqués.
Viviani entiende que su personaje tiene que ser alguien que, por un lado, anteponga la dignidad y las apariencias ante todo pero que, por el otro, sea una persona genuinamente bondadosa. No es la historia de un caradura, sino de un hombre abocado a esa situación contra su voluntad, que se ve empujado por las circunstancias y las obligaciones que conllevan acarrear un título nobiliario (una pesada carga que, dicho sea de paso, este Doctor estaría dispuesto a llevar si algún lector de origen noble quiere cedérsela a este humilde genio del mal).
De modo que tanto el protagonista como la dirección de Blasetti procuran no sobrecargar la película en absoluto. La gracia está en la ligereza, en esa pequeña turbación interna que siente el protagonista cada vez que se ve obligado a dar una limosna cuando él mismo vive casi en la pobreza, en la lucha interna entre pedir dinero pero verse incapaz de exteriorizarlo (en cierto momento visita a un industrial en su fábrica para pedirle el dinero de unos cuadros que quiere venderle, pero una vez ahí se ve incapaz de hacerlo y pretexta que simplemente quería ver donde trabaja, incluso cuando éste le pregunta directamente si no quiere la suma de la compra), o en su incapacidad de negar un favor a un pobre incluso cuando eso choca con sus pretensiones de seguir aparentando su estatus.
Véase sobre este último punto cuando un mendigo le pide que le cuele en el banquete inaugural del nuevo centro de pobres y el marqués acepta pero le pide que le siga a cierta distancia, y mientras caminan juntos se molesta cuando dicho mendigo saluda con el sombrero a la misma gente que saluda el marqués («¿Es que acaso los conoce usted?«). En realidad ambos personajes están en una situación muy similar a nivel económico, y el marqués lo sabe, de ahí lo incómodo que le resulta.
La película tampoco se excede en la subtrama amorosa de la hija del marqués y su prometido, en la cual parece que se va a colar un rico industrial que también pretende a la joven. Potencialmente uno esperaría que dicho personaje utilizaría su estatus económico para forzar al marqués a darle su hija, pero nada de eso sucede. Los personajes de La Tavola dei Poveri son en general todos gentiles y parecen preocupados tanto como el marqués por guardar las apariencias. Incluso cuando los acreedores se congregan en la puerta de la casa para pedir que pague sus deudas, se les convence de que eso daría mala imagen y arruinaría la boda de la hija del marqués, y deciden salvar la situación fingiendo que se han congregado ahí para felicitarle por su generosa donación a los pobres.
El filme deja así bien clara la necesidad de esta sociedad de mantener ante todo las apariencias, de dejar las distancias pertinentes entre los pobres y la gente respetable, aun cuando estos últimos estén arruinados, como es el caso del marqués. Obviamente no llega a los niveles de mordacidad de esa obra maestra que es Plácido (1961) de Luis García Berlanga, el ataque más certero que conozco sobre el reverso oscuro de la caridad, pero aquí ya se enuncian algunas de esas ideas en la escena del banquete, plagada de pequeñas ceremonias (el marqués debe probar la sopa y éste no sabe qué veredicto dar y luego se ve obligado a dar un discurso teóricamente breve pero que se hace interminable) que a los pobres les resultan indiferentes.
Por último uno de mis aspectos favoritos del filme que en este caso es mérito exclusivo de Blasetti es el trabajo de dirección. La película contiene algunos pequeños recursos visuales muy imaginativos para vincular escenas (por ejemplo objetos que se repiten de un plano a otro) y, sobre todo, me gusta mucho cómo la cámara se mueve continuamente, incluso en escenas que podrían resolverse perfectamente en planos estáticos, y además tenemos momentos en que ciertas panorámicas no parecen responder a ningún principio narrativo, como si el cineasta quisiera captar todo el entorno. De hecho uno de los alicientes de la película es el estar filmada en exteriores reales de Nápoles, de los cuales Blasetti se empapa por completo y le dan un extra de autenticidad a esta pequeña fábula.
Finalmente no puedo dejar de mencionar el final, en que la historia da un largo salto en el tiempo y nos muestra al marqués ya envejecido y solitario. Éste sale a la calle y en cierto momento un peatón le arroja un par de monedas al sombrero malinterpretando un gesto suyo. Aunque seguramente las necesite, él las devuelve cortésmente. Seguidamente avanza hasta un buzón y envía una carta para su hija (la forma de darlo a entender es que le da un beso al sobre antes de enviarla, un gesto sencillo pero inconfundible). Tras completar ese recado, avanza penosamente descendiendo por unas escaleras que ofrecen unas vistas magníficas de la ciudad, pero entonces se le cruza una pareja de jóvenes que suben corriendo mientras juguetean entre ellos. La cámara se olvida del marqués y les sigue a ellos antes de cerrar la película. De manera que todo sigue su curso y el pobre marqués está condenado a vivir solo en esa pobreza oculta el resto de sus años para dejar paso a que sean ahora las generaciones jóvenes las que disfruten de la vida. Un pequeño toque lírico con cierto patetismo muy chapliniano que permite cerrar magistralmente un film sencillo y hecho con muy buen gusto.
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No he visto apenas de Alessandro Blasetti, pero me llama mucho la atención su filmografía. Leyendo tu texto sobre La Tavola dei Poveri, sé que va a gustarme. Tiene un montón de ingredientes para ello. Y esa sesión doble que aportas, Plácido y la de Blasetti, sobre el concepto de caridad me seduce mucho. E incluso añadiría alguna aportación de Buñuel al respecto como Viridiana.
Yo soy una enamorada de Cuatro pasos por las nubes, una película que me emociona profundamente y con un final que me hace llorar.
Beso
Hildy
Hola Hildy,
Cuatro pasos por las nubes es una absoluta maravilla, para mí una de las grandes joyas ocultas del cine italiano, con un final emotivísimo como bien dices. Ésta obviamente no está a la altura de ésta o las otras que hemos citado sobre la caridad, pero es muy simpática y breve, seguro que la disfrutarás mucho.
Un saludo.