30s

Alarma en el Expreso [The Lady Vanishes] (1938) de Alfred Hitchcock

En la segunda mitad de los años 30, Alfred Hitchcock consiguió emerger como el cineasta más destacado de la industria británica gracias a una serie de filmes de suspense que tuvieron un gran éxito incluso más allá de sus fronteras. Como es natural, en ese punto no tardaron en llegar diversas ofertas de Hollywood, y mientras el popular director iba sopesando cuál le resultaba más conveniente, cayó en sus manos un nuevo proyecto que parecía tan expresamente diseñado para él que resulta chocante saber que en realidad ya tenía vida propia e inicialmente iba a ser dirigido por otro equipo.

La historia de Alarma en el Expreso (The Lady Vanishes, 1938) había sido escrita por la pareja de guionistas Sidney Gilliat y Frank Launder basándose en una novela de misterio que sucedía mayormente a bordo de un tren en un país extranjero. El punto de partida se desencadena cuando Iris, una joven de la alta sociedad que va a Londres a casarse con su prometido, sube al tren con una anciana también inglesa, Miss Froy, después de haber recibido un golpe aparentemente accidental en la cabeza. Tras dormir un rato, al despertar Iris descubre que Miss Froy ha desaparecido, pero cuando pregunta al resto de pasajeros si la han visto, todos aseguran que dicha anciana en ningún momento subió al tren y que todo es fruto de su imaginación. Iris se niega a creerlo y empieza a investigar lo que ha sucedido junto a Gilbert, un excéntrico etnomusicólogo.

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Life on Hortobágy [Hortobágy] (1937) de George Hoellering

Resulta apasionante indagar en la historia del cine y seguir encontrando películas virtualmente olvidadas desde hace décadas que, no solo son magníficas, sino que le obligan a uno a repensar la historiografía clásica del medio, haciéndonos ver que es todo mucho más complejo de lo que a menudo se tiende a creer. Life on Hortobágy (Hortobágy, 1936) nació a raíz de una idea que tuvieron el cámara húngaro Lászlo Schäffer y el director austríaco George Hoellering. Estando ambos trabajando en la industria alemana, mucho más potente que la de sus países de origen, el primero recordó con nostalgia algunos de los paisajes de su infancia en Hungría, y el relato de los hombres que vivían ahí manteniendo su folklore y tradiciones intactas dedicándose a la cría de caballos suscitó el interés de Hoellering. Los dos viajarían a la zona de Hortobágy y se pasaron dos años conviviendo con sus habitantes y filmándoles para realizar un documental.

No obstante, con el paso del tiempo llegaron a la conclusión de que, pese a que el material filmado era de muy buena calidad, les hacía falta una historia para acabar de darle fuerza. De esa forma, decidieron integrar el material documental con algunas historias de ficción, y para ello contactaron con el escritor Zsigmond Móricz. Éste, aunque no tenía buena imagen de la industria cinematográfica húngara por considerar que realizaba películas muy artificiales, aceptó la idea de escribir un guion de ficción que debería ser interpretado por los propios habitantes de Hortobágy, y no por actores profesionales. A la práctica ese guion cambió tanto que Móricz inicialmente se disgustó, pero cuando vio el resultado final quedó conmovido.

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Nightingale [Uguisu] (1938) de Shirô Toyoda

Cualquier lector habitual de este humilde gabinete cinéfilo sabrá desde hace ya tiempo que este Doctor siente una debilidad especial por el cine japonés clásico. Pero debo decir que, sin tener por qué ser necesariamente la mejor década de todas, tengo una fijación especial con los filmes producidos allá en los años 30, hasta el punto de que disfruto incluso de películas muy menores de esos años. El por qué no lo tengo muy claro, pero quizá se deba a que, más allá de ser una década repleta de grandes películas, el cine japonés de esos años tiene una forma de narrar las historias muy particular que luego fue cambiando después de la II Guerra Mundial. No soy suficiente experto en la materia como para concretar más esto, pero noto en muchos dramas y comedias de ambientación contemporánea de los años 30 un tono que podría pasar como «casual», poco dado a enfatizar los puntos más dramáticos, casi como si se prefirieran tratar las historias con cierta delicadeza (en el caso de los dramas) o ligereza (en el caso de las comedias). Eso puede llevar al error de ver algunos de esos filmes como intrascendentes. No pasa gran cosa. O más bien sí que pasa, pero al no remarcarse no da esa sensación. Parece a veces incluso que la narrativa es torpe, porque pasa muy por encima por elementos cruciales y deja aspectos importantes sin resolver. Pero todo ello forma parte de su encanto especial.

Shirô Toyoda es un cineasta poco recordado hoy día pero que tiene una filmografía potencialmente muy interesante en la que merecería la pena profundizar. Se le asocia sobre todo a adaptaciones de obras literarias de prestigio como El País de la Nieve (Yukiguni, 1957), que trasladaba a la gran pantalla el célebre libro de Kawabata o Wild Geese (Gan, 1953), mi favorita de las que he visto suyas hasta ahora. Nightingale (Uguisu, 1938) pertenece a su primera época y es un ejemplo perfecto de los rasgos que antes cité que para mí hacen del cine japonés anterior a la Segunda Guerra Mundial una experiencia muy especial.

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Children of the Beehive: What Happened Next [Sono ato no hachi no su no kodomotachi] (1951) de Hiroshi Shimizu

En 1948 Hiroshi Shimizu realizó una de las obras fundamentales del cine japonés de posguerra, Los Niños de la Colmena (Hachi no su no Kodomotachi, 1948), en que explicaba las vicisitudes de un grupo de niños huérfanos que acompañaban a un joven soldado sin familia que volvía del frente en busca de un lugar donde establecerse. Aparte de ser un retrato valiosísimo del Japón de posguerra, el filme destacaba porque Shimizu empleó en él a niños huérfanos de verdad que había rescatado de la calle y que por aquella época tenía acogidos en su casa, haciendo que el resultado final fuera especialmente auténtico.

La película tuvo un gran éxito en su momento, y eso motivaría a su creador a filmar una secuela años después: Children of the Beehive: What Happened Next (Sono ato no hachi no su no kodomotachi, 1951), en la que, como indica su título, explica qué fue de esos niños después de haber logrado asentarse.

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Preludio de Amor [When You’re in Love] (1937) de Robert Riskin

En un primer vistazo, Preludio de Amor (When You’re in Love, 1937) podría parecer otra screwball comedy de la época, pero en realidad es un filme bastante interesante ni que sea por motivos extracinematográficos, ya que se trata de la única película dirigida por Robert Riskin, el guionista clásico de Frank Capra. Capra y Riskin formaron en los años 30 un equipo imbatible y dieron luz a algunas de las mejores comedias del Hollywood clásico. Ese estilo que hoy entendemos como «capriano» nació de dicha colaboración, ya que fue a raíz de que empezaran a trabajar juntos que los filmes de Capra empezaron a tener esa personalidad propia tan reconocible.

No obstante, cuando Capra publicó en los 70 su autobiografía El Nombre delante del Título ofreció una imagen muy poco generosa de dicha colaboración. De hecho el libro supuso un shock para sus numerosos colaboradores: ese director que en los años 30 se había rodeado de un equipo técnico y artístico habitual, a los que además trataba con mucho cuidado y respeto, casi como si fueran una especie de familia, de repente se desmarcaba en su vejez con un libro falso y egocéntrico en que transmitía la idea de que el éxito de sus películas se debía a él únicamente. Algunos colaboradores habituales ni se mencionaron. Otros quedaron reducidos a la anécdota. Riskin (quien no vivió para ver la publicación de dichas memorias) era reconocido como su colaborador esencial, pero Capra ponía el énfasis en él mismo. En contraste, el biógrafo de Capra, Joseph McBride, que le tiene una tirria enorme por lo mucho que le decepcionó cuando descubrió cómo era como persona, optó por hacer lo contrario y en su libro The Catastrophe of Success (¿qué clase de título es ese para una biografía de alguien como Capra?) se mostraba reticente a reconocer los méritos que le correspondían, atribuyendo la magia de su cine a ese magnífico equipo de colaboradores del que supo rodearse.

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Viaje de Ida [One Way Passage] (1932) de Tay Garnett

A menudo pienso que uno de los ejercicios más interesantes que podría llevar a cabo un estudiante de cine es el de narrar un largometraje en menos de hora y cuarto, pero sin que parezca ni incompleto ni apresurado, en que todo se ajuste perfectamente. Puede parecer extraño lo que diré, pero creo que a veces el mérito de ciertos filmes está en lo que no tienen de más. Sé que es un poco peliagudo utilizar como argumento a favor de una película lo que no han hecho el director y el guionista, pero cuántas veces me he encontrado filmes que partían de buenas premisas y luego se han alargado innecesariamente, se les ha añadido alguna subtrama innecesaria o al final no han sabido ser coherentes con su premisa inicial.

Todo esto es un preámbulo para explicar uno de los motivos por los que me ha gustado tanto Viaje de Ida (One Way Passage, 1932) de Tay Garnett. Una película de apenas 68 minutos situada en su mayor parte en un mismo espacio (un barco que hace la travesía entre Hong Kong y San Francisco) que parte de una idea irresistible: justo antes del viaje se conocen Dan y Joan, que tienen un flechazo instantáneo y, casualidades de la vida, viajan en el mismo barco. Lo que sucede es que al final de ese trayecto a ambos les aguarda un negro destino: Dan es un criminal condenado a muerte que está siendo escoltado por el sargento de policía Steve a San Quintín, donde será ahorcado; Joan, por otro lado, tiene una enfermedad terminal que se encuentra en su última fase. Eso quiere decir que su romance nacerá y morirá en ese mismo trayecto en barco, ya que a ambos les aguarda una más que probable muerte al poco de llegar a tierra.

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Madame Satán [Madam Satan] (1930) de Cecil B. DeMille

A veces uno se da cuenta de que disfruta más de ciertas películas fallidas pero interesantes que de otras mejor resueltas pero sin nada especial. Y en el caso que nos ocupa, Madame Satán (1930) no es en absoluto una de las obras más conseguidas de Cecil B. DeMille, pero a cambio nadie se atrevería a negar que especial que lo es.

Inicialmente no parece que estemos ante un filme particularmente llamativo, sino ante una clásica comedia matrimonial de enredo. Tenemos un matrimonio formado por Angela y Bob que se encuentra en crisis por el pequeño problema de que él se pasa las noches de picos pardos junto a su amigo solterón Jimmy y su amante Trixie. Vemos llegar a los dos por la mañana aún borrachos a casa intentando que Angela no se dé cuenta, pero finalmente les pilla y, en medio de las excusas que se inventan, Bob se saca de la manga que esa tal Trixie es en realidad la esposa de su amigo Jimmy. De manera que Angela decide hacer lo más sensato: ir a visitar a Jimmy en el apartamento de su supuesta mujer para pillarles sus mentiras. Si de momento esta reseña no les parece muy apetecible, tengan paciencia y sigan leyendo, les prometo que luego se pone más interesante, pero hay que ir descubriéndolo poco a poco.

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Carbón [Kameradschaft] (1931) de G.W. Pabst

Aunque cualquier momento es bueno para rescatar una película tan maravillosa como Carbón (Kameradschaft, 1931) de G.W. Pabst, no puedo evitar pensar en cómo obras como está resultan más necesarias que nunca en estos tiempos. Filmes que traten de forma abierta pero también creíble sobre ese concepto hoy día tan inexistente, casi pasado de moda, como es la «solidaridad obrera», esa camaradería a la que alude el título original, desaparecido en la absurda traducción española (¿por qué alguien decididó que la palabra «Carbón» era más más comercial como título que «Camaradería»?).

Englobada dentro de esa corriente de cine alemán marcadamente politizado y de tono izquierdista de finales de los años 20 y principios de los 30 (en la que encontramos a cineastas tan interesantes como Werner Hochbaum, Phil Jutzi o Slatan Dudow), Carbón parte de un hecho real sucedido en 1906, cuando una explosión provocó una tragedia en una mina de Courrières que acabó con las vidas de más de mil mineros. Pero la idea no era tanto recrear esa tragedia como inspirarse en el hecho de que muchas unidades de rescate acudieron desde Westfalia a ayudar a los mineros franceses, aun cuando el desastre no sucedió especialmente cerca de la frontera alemana.

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Scenes of City Life [Dushi fengguang] (1935) de Yuan Muzhi

Aquellos de ustedes que, como este Doctor, tengan ya una edad, ¿no recuerdan con nostalgia los años del primer cine sonoro? ¿Rememoran aquellos tiempos en que el sonido cinematográfico era algo nuevo, excitante y, sí, divertido? ¿Se acuerdan de cuando, inocentes de nosotros, pensábamos en las miles de posibilidades que daría esa innovación y que, al poco tiempo, acabaron decepcionantemente limitándose a un enfoque más bien realista acompañado de una banda sonora? Obviamente en todas estas décadas también ha habido muchísimos cineastas muy imaginativos e innovadores en el uso del sonido, pero tengo la impresión de que esa creatividad tan desaforada que se nota en el cine mudo respecto al uso de las imágenes no se trasladó en el sonoro hacia un cine tan creativo desde el punto de vista auditivo.

Es por eso que una película como Scenes of a City Life (Dushi fengguang, 1935) me ha conquistado desde el principio. Su autor es el actor chino Yuan Muzhi, conocido en su momento como «el hombre de las mil caras» en su país, de igual forma que lo era Lon Chaney en el resto del mundo, al parecer por su capacidad para interpretar todo tipo de registros totalmente distintos y salir airoso. Solo dirigió dos películas, la que nos ocupa (¡que resulta aún más sorprendente sabiendo que se trata de un debut!) y la mucho más célebre Ángel de la Calle (Malu tianshi, 1937), uno de los títulos más emblemáticos del cine chino clásico. Pero sinceramente, aun siendo su segunda y última obra mucho más conocida, su debut me parece, pese a sus imperfecciones, una obra que desborda tanta creatividad que me parece más interesante.

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Falsa Personalidad [Laughter] (1930) de Harry d’Abbadie d’Arrast

Una de las cualidades que inicialmente más se me escapaban de algunas obras del primer cine sonoro americano y que con el tiempo he acabado apreciando es lo extrañas que pueden ser a veces algunas de estas películas. No sabría utilizar un adjetivo más adecuado para definir esa sensación de extrañeza que siente uno viendo algunas escenas de filmes abiertamente comerciales en que se toman decisiones de guion insólitas o algunas escenas parece que no van a ninguna parte concreta. Es como si con la llegada del sonoro una parte del cine de Hollywood se hubiera olvidado de los códigos prototípicos de cada género y estuviera volviendo a aprenderlos.

Miren si no cómo empieza Falsa Personalidad (Laughter, 1930), que es aparentemente una comedia ambientada en la alta sociedad. Un plano de un hombre llamado Ralph en una cabina telefónica diciendo con acritud «Así que ya podré llamar mañana, ¿eh?» justo antes de colgar y marcharse desencantado a su piso. De ahí pasamos a una elegante mansión donde conocemos a la joven con la que intentó contactar, Peggy, a la que la criada le informa de la llamada que ha recibido. Volvemos al piso de antes y vemos a Ralph preparando su suicidio hasta que llega la muchacha y consigue detenerle a tiempo.

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