Japón

Historia de una Hierba Errante [Ukigusa Monogatari] (1934) de Yasujiro Ozu

Un grupo de actores llega a un pequeño pueblo donde piensan instalarse una temporada para interpretar obras kabuki. El jefe de la compañía, Kihachi tiene en ese pueblo un hijo ilegítimo, Shinkichi, al que le gusta visitar de vez en cuando y con el que mantiene una relación cordial ya que éste no sospecha de su parentesco. Sin embargo, su amante Otaka descubre la verdad y convence a Otoki, una de las actrices de la compañía para que seduzca al joven. Finalmente, los dos se enamoran provocando la furia de Kihachi, que no quiere que su hijo se vea unido al mundo teatral por parecerle poco digno.

Resulta realmente curioso comprobar cómo el cine de Ozu, famoso por su rígido estatismo y su estilo casi inamovible, era mucho más dinámico en la era muda. El que luego sería considerado como el director más tradicionalmente japonés en sus inicios era visto, paradójicamente, como uno de los más modernos e influenciados por el cine occidental. Comparada con obras posteriores más conocidas, Historia de una Hierba Errante llama la atención en su aspecto formal por su puesta en escena mucho menos rígida, con la presencia de varios travellings y su ritmo mucho menos reposado.

Pero no por ello se nota menos la mano del director, por ejemplo en la composición de algunos planos que nos muestran a los personajes desde una distancia respetuosa y, claro está, en la historia, tratando conflictos familiares y los lazos que unen a diversos personajes.

Dejando de lado los aspectos más técnicos o artísticos para mí la película destaca sobre todo por la ternura que desprende, mostrando la que es una de mis cualidades favoritas del cine de Ozu: la forma como retrata la belleza de lo cotidiano, de los pequeños momentos. Uno de mis predilectos es la última reunión de la compañía de teatro, la noche antes de que ésta se disuelva. Después de comentar entre ellos sus planes para el futuro y de que Kihachi les recomiende abandonar el mundo del teatro, Otaka canta una canción y tienen un último momento de camaradería que es interrumpido cuando uno de ellos (un actor normalmente serio y muy severo con su hijo) se echa a llorar.

La relación entre Kihachi y Shinkichi, excelentemente dibujada aunque sea solo a través de pequeños trazos, es otro ejemplo de la forma como Ozu brilla en estos pequeños instantes: cuando pescan juntos y el hijo bromea cuando Kihachi pierde la cartera, o los diálogos y sobre todo el cariño que se nota que siente el padre hacia el hijo, sin que este último sospeche el por qué. Eso hace tan interesante el conflicto cuando Shinkichi y Otoki se enamoran: Kihachi no quiere que acaben juntos porque su ambición es que su hijo sea un hombre de éxito y que no tenga ningún vínculo con el teatro, pero al mismo tiempo no puede oponerse abiertamente porque eso sería reconocer su parentesco.

Como suele ser habitual en el cine de Ozu, al final no opta por cerrar el conflicto sino más bien dejarlo abierto: Shinkichi descubre quién es su padre pero no consigue disculparse con él, para hacerlo su madre le recomienda que prospere como a él le gustaría; Kihachi por otro lado después de disolver la compañía se marcha del pueblo junto a su amante de la que se habia separado. Todos siguen el mismo camino que habían iniciado al principio de la película pero ahora ese camino se verá marcado por lo que les ha sucedido a lo largo de esos meses.

Décadas después, el propio Ozu haría un muy buen remake de esta película bastante más conocido que la versión muda. Dejando de lado las comparaciones, su primera versión es una película más que recomendable de su primera etapa.

Fugitivo del Pasado [Kiga Kaikyo] (1965) de Tomu Uchida

1947, en una zona costera de Japón un tifón causa el naufragio de un barco mientras paralelamente tres criminales matan a una familia e incendian su casa tras haberles robado todo su dinero. Los delincuentes aprovechan la confusión provocada por el tifón para conseguir una barca y huir por el mar, pero solo uno de ellos consigue llegar a tierra, Takichi Inukai . Ahí conocerá a Yae Sugito, una prostituta que se encariña de él y con la que pasa la noche. Aún confuso por su situación Takichi le paga a Yae una enorme cantidad de dinero antes de marcharse. Con ese dinero, ella consigue pagar todas las deudas que acosaban a su padre e intenta recomponer su vida de forma decente en Tokio mientras sueña con volver a encontrarse con su benefactor

Pese a que la premisa inicial parece dar pie a un thriller, Fugitivo del Pasado se trata de una película que se aleja rápidamente del género para convertirse en un retrato del Japón de posguerra y las vidas de una serie de personajes unidos por un mismo hecho significativo. El primer visionado puede resultar chocante puesto que Uchida no sigue una línea clara, sino que más bien va pasando de un personaje a otro dejando a otros aparentemente olvidados. En sus primeros minutos, el film esboza la clásica trama en que se combina la huída del criminal con la persecución del detective de policía, pero tras la visita de Takichi a Yae, el primero desaparece por completo y la película se centra en las desventuras de Yae, aún cuando el policía (y por tanto la faceta de thriller del film) ya se han esfumado. Aunque pueden parecer cabos sueltos sin resolver, Uchida volverá a reunir a Yae a la trama recuperando también el tono más policíaco, pero no sin antes haber dedicado una larga parte de la película a mostrar cómo ésta intenta abandonar la prostitución y acaba viéndose obligada a volver.

La idea de Uchida es no centrarse en un claro protagonista e ir profundizando en cada personaje según le interese, aunque eso implique abandonar momentáneamente a algunos. Quizás en ese sentido flaquea un poco la parte dedicada a Yae al ser demasiado larga, aún cuando tiene detalles perversamente llamativos (como el hecho de que conserve las uñas que cortó a Takichi y las guarde como un preciado tesoro al ser lo único que conserva de su amado).

No obstante, incluso al inicio y final de película, Uchida muestra un claro desinterés por los aspectos más cercanos al thriller del film: no enseña el asesinato y robo que genera la trama, ni más adelante profundiza en cómo Takichi se deshace de unos cadáveres pese a ser una escena que podría generar mucho suspense. La idea que le interesa es otra, es ese criminal fugado que se convierte en un próspero empresario con un pasado que intenta ocultar a toda costa y la de una joven obsesionada (rallando prácticamente lo enfermizo) con su benefactor, al que aspira volver a encontrar un día sin ser consciente de que éste es un peligroso criminal. En la primera idea, que es claramente la más importante del film, muchos han querido ver una metáfora sobre el crecimiento y prosperidad de Japón tras la II Guerra Mundial, pero sin necesidad de recurrir a esa metáfora, sigue siendo muy interesante.

Una de las principales virtudes de Fugitivo del Pasado es que se trata de un film rico en ideas aún cuando algunas de éstas simplemente se esbocen: la difuminada figura del detective que nunca consiguió encontrar al culpable y cayó en desgracia, o la prosperidad de Takichi gracias a un crimen y su intento de redención invirtiendo una importante suma en reformar a expresidiarios (gesto que le lleva a ser reconocido por Yae al verle en un diario, provocando su perdición). Son temas en los que Uchida no profundiza pero que va dejando caer a lo largo del film dotándole de interés y dando a los personajes unos matices que compensan lo poco que se profundiza en su psicología, a excepción de Yae. El caso del detective resulta además muy interesante por crear una falsa expectativa: el espectador espera que éste continúe la investigación hasta descubrir al culpable, la realidad es que desaparece a mitad de película y luego sabemos que fracasó e incluso uno de sus hijos le desprecia. Uchida opta por no dar detalles y simplemente esbozar la idea. Su protagonismo se recupera en la parte final en que presenciamos una especie de duelo entre Takichi y los detectives, que saben que es el culpable e intentan doblegarlo con sus interrogatorios. Siendo fiel a su estilo, no es una escena de suspense sino más bien de cierta tensión psicológica que resulta casi anticlimática.

Finalmente, otro aspecto básico que se expone pero sin profundizar de forma directa es la situación del Japón de la posguerra, algo de suma importancia comenzando por el detalle de que se indica claramente la fecha al inicio del film. Las alusiones, sin ser demasiado explícitas, sí que aluden a la situación de aquella época: la pobreza que se refleja en los escenarios, las continuas alusiones a las cartillas de racionamiento o a la ocupación americana, etc.

Por tanto, Fugitivo del Pasado es un film muy interesante pero que cabe visionar como una propuesta que se escapa a las convenciones del género y que opta en su lugar por explorar la situación de una serie de personajes unidos por un nexo común. El hecho de que Uchida se tome tres horas para ello demuestra que su principal interés es ir explorando poco a poco lo que le interesa sin preocuparse de si el conjunto se hace algo denso.

Sanjûrô [Tsubaki Sanjûrô] (1962) de Akira Kurosawa

Yojimbo (1961) fue uno de los mayores éxitos de la carrera del prolífico Akira Kurosawa, lo cual no es decir poco. Dicho film supuso todo un impacto especialmente en Japón, ya que narraba una historia de samurais desde un punto de vista renovador y refrescante. Huyendo del estilo más estilizado que idealizaba la figura del samurai, Yojimbo era un film crudo e impregnado de un humor muy negro que los espectadores no estaban acostumbrados a encontrar en este tipo de películas. Uno de los aspectos que más llamó la atención fue su personaje protagonista, que acabó de consagrar internacionalmente al ya afamado actor Toshiro Mifune: un samurai cínico que se divertía jugando con el resto de personajes comportándose como si todo le diera igual, todo un cambio respecto a los clásicos samurais orgullosos y sabios (sin ir más lejos el célebre personaje que Mifune había encarnado en la muy popular trilogía Samurai de Hiroshi Inagaki años atrás).

El éxito de la película fue tal que se le pidió urgentemente a Kurosawa realizar una secuela con el mismo protagonista. Pero si a alguien le echan atrás las segundas partes, le reconfortará saber que en realidad el primer borrador de lo que acabó siendo Sanjûrô existía antes incluso de la realización de Yojimbo, aunque fue un proyecto que no se había podido llevar a cabo. Lo que hizo entonces Kurosawa fue retomarlo cambiando al protagonista para adaptarlo al cínico Sanjûrô además de recuperar también para el papel de antagonista a Tatsuya Nakadai (uno de los mejores actores de la historia cuyo personaje casi psicópata fue uno de los más recordados de Yojimbo), pero en este caso en un personaje no tan llamativo y que seguramente solo buscaba la finalidad de volver a reunir la pareja de enemigos. El resultado fue un éxito tanto a nivel fílmico como económico, llegando a tener más éxito en Japón que la propia Yojimbo, lo cual no era una hazaña fácil.

El film arranca rápidamente sin ningún tipo de preámbulos, con una reunión de samurais que discuten sobre la corrupción que existe en su clan. El sobrino del chamberlain Mutsuta cree que su tío es el principal causante porque cuando le preguntó sobre el tema éste le dijo que nada es lo que parece y que hasta él podría ser el principal causante. Así pues, pidió ayuda al superintendente de la región para que les ayudara a actuar contra su tío corrupto. Repentinamente aparece en escena Sanjûrô y, sin que nadie le pregunte, se burla de los presentes y afirma tajantemente que, por lo que les ha oído decir, probablemente el chamberlain sea honesto y el superintendente el corrupto. Los samurais se enfadan con ese invitado inesperado que ha irrumpido en una conversación privada pero pronto descubren que él tiene razón y que el chamberlain ha sido secuestrado por el superintendente y sus secuaces, que así mismo planean acabar con los samurais del clan. Sin que nunca podamos entender su motivación, Sanjûrô acaba liderando al grupo de inexpertos samurais en su plan por rescatar al chamberlain y vencer al superintendente.

El principal atractivo de la historia está esencialmente, como era de esperar, en el personaje de Sanjûrô. Al igual que en Yojimbo, Kurosawa se hace con una típica historia de samurais y le da una vuelta de tuerca muy ingeniosa para hacerla más atractiva. De esta forma, el protagonista acaba siendo un antihéroe antipático y gruñón que se mofa continuamente de los samurais del clan, a los cuales ayuda pero sin mostrar en ningún momento algún aprecio hacia ellos (que es algo que se sobreentiende únicamente de sus acciones). Éstos, al igual que el espectador, no entienden las motivaciones de Sanjûrô para ayudarles y desconfían de él continuamente, pero al final acaban deduciendo que, por algún motivo, ese valeroso guerrero está de su parte.

Da la sensación de que Sanjûrô es un intruso introducido en un mundo que no es el suyo, es un personaje totalmente desubicado que parece sentirse incómodo entre los que ha elegido como sus aliados, a diferencia del Sanjûrô de Yojimbo, que se movía a sus anchas por su cuenta en un mundo hostil que parecía conocer a la perfección. Por ello se burla continuamente de la poca inteligencia de sus aliados o de la cándida inocencia de la mujer del chamberlain, que parece no ser consciente del mundo de conspiraciones en que se encuentra y que pide que lleven a cabo sus planes sin emplear demasiada violencia. Kurosawa de hecho se nota que piensa como el protagonista, retratándonos un mundo en que los samurais son en su mayoría ineptos e inexpertos, los líderes cobardes y corruptos e incluso nuestro protagonista no duda en romper muchos de los principios del código samurai, provocando inicialmente la desconfianza del resto de personajes.

Como en Yojimbo, el humor impregna buena parte del film, y hay un personaje que destaca especialmente en ese sentido. Los samurais capturan a un soldado del superintendente y lo retienen como rehén en casa de uno de ellos mientras salen para continuar con su plan. Cuando regresan a la casa, encuentran a su rehén comiendo felizmente en el salón con el mejor kimono de la casa. Atónitos le preguntan qué hace ahí, y éste responde que la esposa del chamberlain le ha ofrecido su hospitalidad y que por ese motivo ha decidido no fugarse, para no decepcionarla. Casi avergonzado, se vuelve a encerrar voluntariamente en el armario.

Más tarde, cuando los samurais discuten sobre si Sanjûrô les traicionará o no, el rehén sale del armario e irrumpe en la conversación para dar su punto de vista y, luego, volver a introducirse en el armario voluntariamente. Pero el momento más marcadamente cómico es cuando los samurais celebran que Sanjûrô haya tenido éxito en su plan y gritan de alegría. Uno de ellos llama la atención sobre que no deben hacer ruido, así que se callan… y sorpresivamente empiezan a saltar de felicidad de una forma sumamente ridícula mientras se escucha de banda sonora una melodía festiva de estilo contemporáneo. Si no fuera suficiente el haber introducido un instante tan extravagante en un film de época, Kurosawa lo redondea al hacer que el rehén baile entre ellos hasta que éstos se dan cuenta de su presencia y él, sintiéndose rechazado, vuelve al armario.

Mifune por supuesto vuelve a hacerse totalmente suyo el papel con ese carácter tan cínico y destacando en las peleas a espada en las que vence a multitud de enemigos sin mucho problema. Sin embargo, la pelea más recordada es la del final, en que Sanjûrô y su gran enemigo Muroto se enfrentan a un duelo. En ese punto, Sanjûrô y el clan de Mutsuta ya han vencido, así que no tienen necesidad de luchar, pero Muroto necesita enfrentarse a él aunque Sanjûrô le pide que no lo haga. En comparación con los anteriores enfrentamientos, en que Sanjûrô ataca rápido y Kurosawa filma con mucho ritmo y dinamismo, este último contrasta por ser todo lo contrario. Una vez deciden enfrentarse, ambos se quedan fijos el uno junto al otro, totalmente estáticos, durante casi medio minuto lleno de tensión. Entonces repentinamente se atacan con un movimiento rápido y Sanjûrô le provoca una herida mortal a su rival, todo ello filmado en un mismo plano estático. La tensión casi insoportable se compensa con el exageradísimo chorro de sangre que sale de Mutsuta, provocando un efecto casi cómico. Es un momento absolutamente impresionante.

Pese al tono más liviano del film, el final es un tanto amargo, ya que Sanjûrô parecía respetar más a su contrincante que a los samurais que ha ayudado, porque su rival en el fondo era como él. Por ello el único consejo que les da antes de partir es que no sean como él, «una espada desenvainada». Es un desenlace curioso para el personaje de Sanjûrô pero que le otorga cierta dignidad, esa dignidad que durante toda la película se había negado a mostrar y había permanecido oculta en su interior.

Los Pornógrafos: Introducción a la Antropología [Erogotoshi-tachi yori: Jinruigaku nyûmon] (1966) de Shôhei Imamura

Magnífico film realizado por uno de los máximos exponentes del Nuevo Cine Japonés de los 60, Shoei Imamura, cuya breve filmografía contiene algunas de las obras cumbre del movimiento como la que comentamos hoy. La película narra las vivencias de Subu Ogata, un hombre que se dedica a realizar películas pornográficas clandestinamente para mantener a su familia: la viuda Haru Matsuda, con la que se ha emparejado, y sus dos hijos adolescentes Koichi y Keiko.

Pese al sugerente título que se le dio al film en occidente, en realidad Los Pornógrafos no es una obra que hable sobre el mundo de la pornografía, y de hecho solo hay un par de escenas que nos muestren el rodaje de las películas. En realidad esta obra de Imamura trata más bien sobre los problemas personales a los que tiene que enfrontarse su antihéroe: la inestabilidad de su hogar, los encontronazos con la ley (ya que su actividad es totalmente ilegal y debe mantenerse siempre en el underground) e incluso con bandas de matones que intentan aprovecharse de su negocio.
Enfocada en clave tragicómica, la película destaca por su tono tan moderno y transgresor con una narración confusa en que se entremezclan flashbacks súbitos, elipsis desconcertantes e imágenes surrealistas en clave onírica, formando un todo en que se hace difícil separar unos fragmentos de otros. Sin embargo el resultado final acaba siendo ampliamente satisfactorio y es este tipo de narración, tan extravagante y muy en la línea del camino que iba tomando el cine en la época, uno de los mayores puntos positivos de la obra.

Otro aspecto a destacar de Imamura es que en ningún momento juzga a sus personajes. Ni siquiera cuando muestra a un hombre dispuesto a realizar una película pornográfica con su hija que padece un retraso mental aprovecha para darle un tono sórdido a la obra o para regodearse en lo brutal de la situación, de hecho lo muestra con la misma naturalidad con que ese hombre iba a cometer incesto sin inmutarse. El incesto de hecho será uno de los temas principales de la obra, ya que Subu sentirá una fuerte atracción física hacia Keiko, que pese a no ser hija carnal, no deja de ser su hija adoptiva.
Pero pese a lo peliagudo del tema, Imamura se mantiene tan distanciado de los protagonistas que evita posicionarse de una forma u otra. De hecho, su estilo de dirección se caracteriza por una tendencia casi obsesiva a mantener la cámara alejada de los personajes, a veces situándose en la calle mientras éstos conversan en el interior de un edificio. Esto da la sensación continua de que no somos más que unos espectadores que asistimos a los acontecimientos casi en calidad de voyeurs, sin darnos la oportunidad de identificarnos emocionalmente con unos personajes de por sí demasiado complejos como para identificarse con ellos.

De hecho, el único personaje que parece estar juzgando a los demás y uno de los pocos a los que Imamura concede numerosos primeros planos es una carpa que Haru está convencida que es una encarnación de su antiguo esposo, ya que nació el mismo día que éste murió y, según dice ella, cada vez que sucede algo negativo salta. La carpa estará presente en todo momento incluso en la habitación de hospital en que Haru es ingresada, como si fuera un ente que está en todo momento observando y juzgando. Si eso fuera poco, cada vez que Subu intenta deshacerse de ella tirándola al río, ésta conseguirá siempre reaparecer milagrosamente.


Más que hablar de pornografía, Los Pornógrafos habla entre otras cosas de una sociedad hipócrita en que este tipo de personajes no están aún aceptados. Cuando la familia de Subu descubre a qué se dedica éste, sus hijos no vuelven a mirarle con los mismos ojos porque éste se dedica a un trabajo «sucio». Sin embargo Subu en todo momento intenta justificarse: su trabajo trata con respeto a todo el mundo y no solo no hace daño a nadie sino que cumple cierta función social. Eso no quita que sus funciones se extralimiten más allá de la pornografía y que se dedique a trapichear también con productos estimulantes e incluso a hacer de enlace entre ciertos clientes y prostitutas (memorable el momento en que un hombre maduro le pide una chica virgen porque nunca se ha acostado con una que lo fuera, ni siquiera su mujer, y Subu se las ingenia para venderle a una prostituta que acaba de ser madre). Pero tal y como dice él, solo se dedica a proporcionar unos servicios que no dejan de ser necesarios para la sociedad aunque sean ilegales.

Al final de la película, Subu se encontrará desolado y sin dinero tras haber perdido su equipo de filmación en un robo e intentará llenar ese vacío primero organizando orgías y en segundo lugar fabricando una muñeca gigante que sustituya a las mujeres, con las que está harto de lidiar. Las últimas imágenes que vemos de él nos muestran a un Subu envejecido que ha pasado cinco años encerrado en un barco trabajando en ese invento, el gran proyecto de su vida que se niega a vender bajo ningún precio. Cuando el barco sale accidentalmente a la deriva sin que éste se dé cuenta tenemos la sensación de que al final Subu ha acabado tan hastiado de las difíciles relaciones humanas que su única salida es crearse una mujer perfecta: sumisa, atractiva y que nunca le engañará. Ese viaje a la deriva es también en cierto modo el último paso a la alienación total.

Pese a que pueda parecer un final un tanto cínico o pesimista, Imamura en ningún momento pierde el sentido del humor y tras ver ese último plano del barco de Subu desapareciendo oímos unas voces de unos supuestos productores que estaban viendo el film y que dicen no entender nada de lo que están viendo, como un pequeño guiño a la sensación que tendrá el espectador en ese momento.

Delirante, extravagante y fantástica. Muy recomendable.

Môjû [Blind Beast] (1969) de Yasuzo Masumura

Una joven y atractiva modelo llamada Michio es secuestrada por Aki, un escultor ciego que, con la ayuda de su madre, se propone tenerla prisionera para hacer una escultura de su cuerpo. Aki, que nació invidente, se siente frustrado por no poder ver un mundo que solo ha conocido a través del sentido del tacto, y espera con esta escultura crear una nueva concepción de arte basada en el tacto y no en la vista.

Curiosísima y fascinante película japonesa sustentada en solo 3 personajes y un argumento aparentemente sencillo pero muy bien explotado. De entrada la trama recuerda muchísimo a la magnífica El Coleccionista (1965) de William Wyler, cuyo protagonista secuestraba a una joven para tenerla como si fuera una mariposa más de su numerosa colección a la que admirar por su belleza. Sin embargo, pese a ese punto en común, enseguida veremos que Blind Beast sigue un enfoque totalmente distinto.

La clave de la película está en la forma como Aki intenta de alguna manera compensar su falta de visión creando un mundo propio basado en el tacto. De ahí la explicación de ese monstruoso estudio tan impactante en que las paredes están decoradas con decenas de esculturas de diversas partes del cuerpo y en cuyo centro se encuentran dos estatuas gigantes de cuerpos de mujeres. Él mismo explicará que muchas de esas esculturas las creó gracias a un empleo de masajista que le permitía tocar cuerpos femeninos y memorizarlos para luego reproducirlos en su estudio, donde podría tocarlos a su antojo. Eso unido al hecho de que es un hombre virgen nos lleva a la idea de que todos los cuerpos que él construye para luego poder tocarlos son una forma de sustituir ese deseo sexual que no puede satisfacer. Su ambición de crear la estatua de mujer perfecta a partir del cuerpo de Michio es el deseo onanista por excelencia, el poder disfrutar del cuerpo de ella a partir de una copia lo más exacta posible.

Michio es consciente de ello y por eso, tras saber que es inútil intentar escapar, fingirá un enorme interés hacia el proyecto de Aki e incluso simulará cogerle cariño. Ella misma dirá explícitamente que todas esas creaciones escultóricas no son más que una forma de sustituir a su madre, a la que está fuertemente unido. Por ello intentará separarlos de la forma más segura posible: seducirle para provocar los celos y la desconfianza de la madre.

Sin embargo en el tramo final la película adquirirá un giro inesperado y genial que nos lleva de El Coleccionista a El Imperio de los Sentidos (1976) de Oshima. Tras la muerte de su madre, un Aki frustrado finalmente viola a Michio. No es nada casual que sea tras la muerte de esa figura materna cuando el ciego se atreva a perder su virginidad y buscar algún tipo de consuelo en la figura de la joven. Y entonces sucederá algo inesperado, después de un tiempo encerrada y siendo violada sistemáticamente por Aki, Michio empezará a disfrutar de estos encuentros sexuales. Al mismo tiempo, tras tanto tiempo sin ver la luz del exterior, Michio se va quedando ciega mientras que a cambio su sentido del tacto se empieza a desarrollar más. En otras palabras, se está convirtiendo en una versión femenina de él.

Una vez ambos han llegado a ese punto, Michio y Aki experimentarán con sus cuerpos como fuentes de placer. Al agudizarse el sentido de tacto de ella, ambos se compenetrarán a la perfección y serán capaces de descubrir nuevas formas de darse placer mutuamente. Esta exploración en busca del mayor goce sexual posible tendrá peligrosas consecuencias, llegará un punto en que inevitablemente se sientan atrofiados e incapaces de sentir el mismo placer que antes, así que se verán abocados a experimentar por otra vía menos tradicional: el sadomasoquismo.

Aunque este vínculo entre sexo y dolor/muerte está presente en otros films japoneses de la época aparte del ya mencionado El Imperio de los Sentidos, en Blind Beast el tema aparece sobre todo vinculado con el tacto, como una forma de descubrir todos los placeres que puede proporcionar ese sentido cuando uno se entrega totalmente a él. Al final la única forma que tendrán Michio y Aki de experimentar placer será hacerse daño, mutilar sus propios cuerpos mordiéndose, cortándose y chupando la sangre del otro. Todo esto acabará desembocando en un fatídico final quizás algo excesivo pero inevitable.

Masumura hoy en día no es un director especialmente recordado, pese a que finales de los años 50 fue una reconocida fuente de inspiración para los cineastas de la Nueva Ola Japonesa con películas como la maravillosa Besos (1957). En esta obra hace un muy buen trabajo destacando sobre todo la sensación claustrofóbica que consigue transmitir en la primera parte del film en el estudio de Aki, ese extraño lugar pesadillesco poblado por decenas de esculturas de partes del cuerpo fragmentadas, como objetos descontextualizados mostrando la forma como su autor intentó llegar a asimilar un mundo que nunca llegó a conocer del todo.
Blind Beast es una genial obra de culto en la que podemos vislumbrar algunas de las mejores cualidades del cine japonés de la época.

El Infierno del Odio [Tengoku to Jigoku] (1963) de Akira Kurosawa

Kingo Gondo es un importante ejecutivo de la compañía Zapatos Nacional que planea llevar a cabo una jugada maestra para hacerse con el control de la empresa, ya que tras muchos años trabajando duro y ahorrando ha conseguido una cantidad de dinero que le permitirá hacerse secretamente con un buen porcentaje de acciones. Su plan además va a llevarse a cabo en el momento más oportuno, puesto que otros altos ejecutivos de la compañía le han ofrecido aliarse con ellos para hacerse con la empresa porque que su filosofía choca con la del dueño de la misma: ellos quieren abaratar costes y hacer zapatos modernos pero de mala calidad, mientras que el jefe  se ha quedado algo anticuado. Gondo rechazará la propuesta por discrepar con sus ideas y decidirá asumir él solo el poder.
Sin embargo, la misma noche en que va a iniciar la compra de acciones que le convertirán en el hombre más importante de Zapatos Nacional recibe una llamada telefónica de un hombre que dice haber secuestrado a su hijo y que pide el mastodóntico rescate de 30 millones de yens. Poco después de colgar el teléfono, Gondo y su mujer descubren que no es su hijo quien ha sido secuestrado, sino el de su chófer. Pero eso no echa atrás al secuestrador, quien vuelve a llamar exigiendo el mismo rescate. Gondo entonces se encuentra con un serio dilema: si no paga al secuestrador éste amenaza con matar al niño, y si paga no sólo no podrá hacerse con la empresa sino que quedaría arruinado después de tantos años de esfuerzos.

En el momento de su estreno, muchos críticos se preguntaron por qué el gran Akira Kurosawa se «rebajó» a hacer un thriller de secuestros como si el hacer este tipo de películas supusiera necesariamente un descenso de calidad, o como si este género no pudiera permitirle crear otra obra maestra como las que había estado haciendo en los últimos diez años. De hecho, vista en perspectiva lo único que podría impedir considerar El Infierno del Odio como una de las obras cumbre de su carrera es que el director tiene tantas joyas en su filmografía que resulta difícil decantarse por unas en favor de otras. Aún así, yo creo que ésta se trata sin duda de una de sus mayores obras maestras.

La película se divide claramente en dos partes. La primera tiene lugar en la casa de Gondo y se centra en el dilema moral del protagonista a la hora de afrontar el secuestro. Al tener lugar en su práctica totalidad en la misma habitación, puede recordar vagamente en estilo a una obra teatral en que los diferentes personajes van entrando y saliendo del escenario a medida que se desarrolla la acción, pero no se hace aburrido ni da una sensación de estatismo, ya que la fuerza del conflicto es tal que los espectadores se mantienen enganchados a la pantalla en todo momento.

Gondo está lejos de ser un personaje plano marcadamente positivo o negativo y duda en todo momento sobre qué decisión tomar aún sabiendo que está en juego la vida de un niño. Lo interesante de esta premisa reside en que si la vida que corriera peligro fuera la de su propio hijo, Gondo no tendría ninguna duda sobre qué hacer, pero al ser el hijo de otro al que no le une ningún vínculo emocional el dilema es aún mayor, sobre todo cuando salvar al niño implica a su vez acabar en la ruina. Es por ello que el mismo secuestrador le dice por teléfono que el hecho de que se haya equivocado de niño es aún mejor, porque la decisión va a ser más dura para Gondo.
Además Kurosawa nos enfatiza en varias ocasiones que Gondo no ha sido siempre un acomodado millonario que ahora debe desprenderse de su fortuna, sino que es un hombre que empezó desde la miseria y que se hizo a sí mismo a base de esfuerzo y trabajo duro. Entregar esos 30 millones de yens no es solo perder esa fortuna sino desprenderse del sueño de su vida, de la culminación de un duro ascenso hacia el éxito.

El protagonista absoluto de esta parte del film está encarnado por el actor fetiche de Kurosawa, Toshiro Mifune, que consigue hacer otra memorable interpretación que dota al personaje de la fuerza que necesita y da credibilidad a sus dilemas morales. Resulta memorable disfrutar en esos minutos de su evolución, desde el arrogante y duro ejecutivo hecho a sí mismo al hombre que acaba cediendo ante sus sentimientos naturales. En los primeros minutos de la película, el matrimonio observa a su hijo y el hijo del chófer jugando a vaqueros y bandidos, y ante lo que los niños toman como un inocente pasatiempo, Gondo le dice firmemente a su hijo «¿Te toca ser ahora el forajido a ti? Pues no corras sin más, escóndete y acaba con el sheriff. Entre hombres se gana o se pierde, así que adelante, ¡gana!». Esta mentalidad tan fría propia de un implacable hombre de negocios que ya está intentando implantar a su hijo será lo que se pondrá a prueba en este conflicto, en que se verá obligado a «perder» por salvar la vida de un inocente. Eso contrasta con la actitud de su secretario y mano derecha, que le traicionará vilmente desvelando al resto de ejecutivos todo lo sucedido por miedo a acabar él también en la miseria; o con la de todos los empresarios y acreedores que, conociendo su situación, irán embargándole a lo largo de la película («Lo sentimos mucho, pero si puede permitirse pagar a un secuestrador, a nosotros también«).
Este segmento de película finaliza con la magnífica escena de la entrega del dinero a bordo del tren, un momento lleno de tensión que el director resolvió de forma magnífica con una compleja planificación de cámaras a bordo del primer tren de alta velocidad japonés.

A partir de entonces, se inicia la segunda parte del film en que Gondo pasa a un segundo plano y el protagonismo lo cobra el cuerpo de policía intentando dar con el secuestrador y el botín. Aquí Kurosawa se adhiere al estilo del thriller clásico policial dedicando largas secuencias a mostrarnos todo el progreso de la investigación hasta los más mínimos detalles: las cabinas telefónicas desde la que el secuestrador pudo estar vigilando la casa de Gondo situada a lo alto de la ciudad (durante una de sus llamadas éste mencionó el hecho de que el ejecutivo tenía las cortinas de su mansión cerradas en ese momento),los más leves sonidos que pueden captar de las grabaciones de las llamadas del secuestrador, los recuerdos difusos del niño y un dibujo que hizo de las vistas que veía desde el lugar en que estaba retenido. Toda posibilidad se considera y se explora de forma concienzuda para hallar al culpable.

Aquí entra en juego uno de los temas más importantes de la película: el sentimiento de deber. Después del rescate, el chófer de Gondo se siente tan en deuda con su amo que agobia a su hijo obligándole a recordar cualquier mínimo detalle sobre el secuestro. Paralelamente, el cuerpo de policía en todo momento recalca el hecho de que la investigación debe ser exitosa porque todos se sienten en deuda con un hombre tan bueno como Gondo, que se ha arruinado por salvar al niño y que ha demostrado que también los hombres ricos pueden ser nobles.

De hecho es ese sentimiento de deber el que lleva a los policías a emprender una curiosa acción hacia el final de la película: cuando descubren la identidad del secuestrador no lo capturan de inmediato sino que prefieren esperarse para demostrar que es también el causante de la muerte de los dos drogadictos que cuidaron del pequeño durante los días del secuestro, de esa manera la condena que recibiría sería mucho mayor que si fuera solo por secuestro. El motivo por el que deciden hacer eso es que creen que en cierto modo se lo deben a Gondo: después de ver cómo está siendo desahuciado por su generoso gesto creen que su obligación es no solo capturar el criminal sino encargarse de que pague bien por ello – de paso le sirve a Kurosawa para dejar caer una crítica al sistema penal japonés, cuyas penas por secuestro eran bastante leves.

Los dos momentos más logrados visualmente se relacionan también con esa investigación. El primero de ellos es el impactante plano en que se nos muestra, en una película en blanco y negro, una chimenea de la que sale humo rosa, indicándonos que el secuestrador ha quemado ahí las maletas con el dinero. El hecho de que Kurosawa utilice el color solo en este momento de la película lo hace aún más sorprendente y da más énfasis a su significado dramático.
El segundo es la impresionante secuencia en que los policías siguen al secuestrador por los barrios bajos hasta calles llenas de drogadictos, que les acosan casi como si fueran zombies. El tono de pesadilla de ese segmento es espeluznante.

Por otro lado encontramos también un contraste entre el cielo y el infierno a lo largo del film que se indica tanto en la versión española del título como en el título original (que vendría a significar aproximadamente «Arriba y abajo«). El secuestrador en una de sus llamadas hace una referencia bastante explícita cuando se queja del insoportable calor que está padeciendo desde donde vive en contraste con la casa de Gondo que está acomodada con aire acondicionado. También uno de los policías menciona en cierta ocasión que esa casa, situada en una colina a lo alto de la ciudad, realmente parece que les esté mirando por encima del hombro. Pero tampoco creo que Kurosawa pretenda, como se ha dicho muchas veces, contraponer el bien contra el mal representado en las figuras de Gondo y el secuestrador que se encuentran cara a cara en la inolvidable y tensa escena final. Simplemente lo veo como una contraposición de dos mundos, un intento por parte del secuestrador de acceder a ese mundo superior, a ese cielo, o más bien, de acercar ese mundo al suyo, al de los bajos fondos.

Kurosawa siempre ha sido considerado como el más occidental de los directores orientales, y hay una gran verdad en esa afirmación, puesto que el cineasta nipón sentía una gran fascinación por la cultura occidental, desde la literatura clásica (sus varias adaptaciones de Shakespeare o su versión de El Idiota de Dostoievsky) hasta las manifestaciones más modernas (la influencia del western o, en este caso, del thriller). La película de hecho está basada en una novela de Evan Hunter, y Kurosawa la adapta manteniendo las formas y el estilo típicos del género pero dejando intacto además su estilo personal, su forma de tratar a los personajes y su cuidadísima e impecable dirección.

Con El Infierno del Odio Kurosawa confirmó de nuevo su absoluta maestría y su facilidad para amoldarse a otros géneros menos habituales en su carrera, como el thriller, que ya había abordado tangencialmente en la excelente Los Canallas Duermen en Paz (1960).

The Pitfall [Otoshiana] (1962) de Hiroshi Teshigahara

Hiroshi Teshigahara es uno de los directores más interesantes surgidos en Japón pese a su brevísima filmografía. Inició su carrera durante los años 60 destacándose entre la nueva ola de jóvenes realizadores japoneses que, al igual que sucedía en occidente, se destacaron con una serie de obras frescas  que rompían con las convenciones cinematográficas
Teshigahara era un director de marcadas raíces artísticas fascinado por las posibilidades que ofrecía la cámara para captar la imagen. Desafortunadamente, aunque empezó con fuerza su carrera, la acabaría abandonando demasiado pronto. Con este film, su primer largometraje, iniciaría una serie de cuatro películas creadas en colaboración con el escritor Kōbō Abe, autor de los guiones basados en escritos propios.

La película se inicia con las andanzas de un pobre minero que viaja junto a su pequeño hijo en busca de trabajo. Finalmente parece tener suerte en un pueblo donde le indican que conseguirá trabajo dirigiéndose hacia cierto paraje que le muestran mediante un mapa. Por el camino se encuentra un poblado fantasma cuyo único habitante es una mujer que no tiene a donde escapar de su miserable situación. Sorpresivamente, una vez reemprende la marcha, el minero es atacado por un misterioso hombre vestido de blanco que le asesina brutalmente ante la atónita mirada de su hijo. El hombre de blanco seguidamente soborna a la mujer para que dé a la policía una descripción falsa del supuesto asesino que él mismo le dicta y desaparece. Mientras la policía empieza la investigación, el fantasma del minero contempla todo lo que sucede intentando encontrar una explicación a su absurda muerte.

The Pitfall es una película bastante compleja que no tiene un protagonista claro y en la que el director narra fríamente todos los acontecimientos sin parecer simpatizar con ningún personaje especialmente. Aunque puede parecer que el conflicto de la película se basa en la investigación policial, la clave de la historia de Kōbō Abe es más bien lo absurdo de esa muerte y de todos los acontecimientos que lleva consigo.
Los primeros 20 minutos en realidad dan más bien la apariencia de un film realista que retrata las durísimas condiciones de los mineros, incluyendo material de archivo. Es entonces, una vez nos hemos acostumbrado a ese tono, cuando se introduce el asesinato y el elemento fantástico al film sorprendiendo al espectador.

Teshigahara era un maestro creando situaciones casi surrealistas, que descolocaban a sus personajes al obligarles a enfrentarse a algo fuera de lo común que les hace replantearse a sí mismos. Aquí aún no tiene la profundidad de sus siguientes obras pero ya presenta marcados indicios en temática y estilo. Resulta maravillosa la idea de hacer que sea el fantasma del fallecido el que contemple toda la investigación policial para poder entender su propia muerte y que además se escandalice al oír como la única testigo del asesinato miente a la policía. Aunque Abe apenas juega con la baza de lo sobrenatural salvo para explotar esa idea, tiene detalles muy ingeniosos como convertir ese poblado desierto en uno lleno de personas-fantasmas cuando adquirimos el punto de vista del minero fallecido.

El film parece que va a dar un giro hacia una temática más policial cuando se sabe que la víctima del asesinato era idéntica físicamente al líder sindical de una de las dos minas principales, y que la descripción que el hombre de blanco obligó a dar a la mujer se corresponde con la apariencia del líder de la otra. Todo parece que nos conduce a un thriller en que se averiguará el motivo de ese absurdo asesinato, pero no es eso lo que le interesa a sus autores y de hecho nunca se llega a saber quién es ese misterioso hombre de blanco ni qué pretendía exactamente con ese crimen. Teshigahara a menudo retrata a sus personajes más como si fueran animales que personas, y seguramente ésa era la finalidad tras ese argumento, mostrar sus peleas y sus crímenes sin sentido, su comportamiento puramente animal e instintivo que queda claramente visible en la salvaje pelea final entre los dos líderes sindicales en mitad de la naturaleza, o en la brutal escena en que un policía viola a la testigo y que Teshigahara filma de forma sublime.

Aquí ya se deja entrever la maestría de Teshigahara tras la cámara y su obsesión por captar con ella imágenes en estado puro, a menudo tomadas de paisajes naturales o de primeros planos de objetos tan cerrados que se hacen hasta abstractos, como ese plano del cuenco lleno de agua con hormigas muertas flotando en él. En su siguiente film, la obra maestra La Mujer de la Arena (1964), todos estos elementos volverán a aparecer pero más potenciados, aumentando la sensación que ya hay aquí de cierto surrealismo y abstracción.
Una historia sobre la naturaleza del ser humano sin final ni conclusión satisfactoria, un descarnado retrato que es un buen anticipo de lo que luego haría de forma magistral en sus dos siguientes obras.

Fuego en la Llanura [Nobi] (1959) de Kon Ichikawa

Fuego en la llanura50

«Debe haber granjeros alrededor de ese fuego. Sé que es peligroso ir, pero sólo deseo ver por una vez gente normal.»

Una de las películas más duras y viscerales que he visto. Ambientada en las Filipinas durante la II Guerra Mundial, narra las desventuras del soldado japonés Tamura, que ha sido expulsado de su pelotón por estar débil y tuberculoso y que debe intentar sobrevivir por su cuenta.

Fuego en la llanura1

Fuego en la Llanura más que una película sobre la guerra, es una obra sobre la supervivencia, sobre el instinto que le lleva a Tamura a no cometer el suicidio que se había propuesto llevar a cabo y a seguir adelante por muy extremas que sean las condiciones en que se encuentre. En ningún momento vemos enfrentamientos bélicos, sólo soldados débiles, hundidos, asqueados y hambrientos, un ejército caótico y sin rumbo en que cada uno tiene un plan para seguir adelante: intentar llegar hasta otro batallón, rendirse a los norteamericanos, subsistir intercambiando tabaco por comida…

No se nos da ningún personaje heroico y totalmente positivo en el que apoyarnos. Todos actúan movidos por sus más bajos instintos: a Tamura le expulsan de su pelotón y su general le ordena suicidarse si le echan del hospital, en el hospital uno de los enfermos no admitidos intenta robar comida, cuando empieza el bombardeo los médicos huyen a toda prisa dejando completamente abandonados a sus pacientes, Tamura dispara sin motivo alguno a una indígena por puro nerviosismo e intenta hacer lo mismo con su acompañante, además posteriormente se dará cuenta de que no puede confiar en nadie porque puede ser traicionado en cualquier momento. Todos estos comportamientos llegan a su momento cumbre hacia la parte final de la película cuando los personajes se ven abocados a traspasar la última frontera: el canibalismo. En ese punto ya no son seres humanos, son animales en la jungla que intentan matarse entre ellos para sobrevivir.

Fuego en la llanura4

Sin embargo pese a la dureza de lo que está narrando, Ichikawa no se recrea en ella llegando a lo impactante y explícito. No nos muestra sangre en prácticamente ningún momento de la película ni tampoco insiste en la brutalidad de lo que sucede ante la cámara, ni nos hace compadecernos de los personajes, simplemente los muestra con absoluta frialdad. Se puede tomar por ejemplo una escena en que varios de los soldados japoneses son atacados por tanques norteamericanos. La escena del ataque es más bien breve y tan sólo muestra unas pocas muertes. A continuación, vemos un plano general con todos los cadáveres desperdigados pero sin acercarse a ellos mediante primeros planos. Vistos de lejos los cuerpos humanos parecen casi abstractos, totalmente despersonalizados. Es así como se ve en la guerra a las personas, como simples puntos que eliminar. Horas después, llega la ambulancia del ejército americano a atender a los supervivientes. Los enfermeros se dedican simplemente a manipular a los cadáveres como objetos, sacudiéndoles o dándoles un rápido vistazo antes de dejarlos caer en el suelo, para luego marcharse comprobando que no queda ninguno vivo.

A partir de esa escena, la presencia americana desaparece y los enemigos de Tamura pasan a ser sus propios compañeros japoneses, quienes no dudan en engañarle y aprovecharse de él. Éste es el momento culminante del film, con ciertas reminiscencias a El Tesoro de Sierra Madre (1948), cuando vemos a los personajes desconfiando mutuamente e incluso yendo a dormir a lugares apartados hasta acabar autodestruyéndose entre ellos.

Fuego en la llanura2

La grandeza de la película sin embargo no se encuentra sólo en su crudeza ya que debe destacarse además al magnífico reparto, todos ellos malnutridos expresamente durante el rodaje para que reflejaran mejor el estado de desesperación absoluta de sus personajes, llegando el actor protagonista a enfermar debido a que llevó esa política al extremo. También juegan un papel fundamental la fotografía en blanco y negro y por supuesto la dirección de Ichikawa, que en ciertos momentos le da un toque casi irreal a todo lo que estamos viendo.

Cabe recordar por último que hasta bien entrados los años 50, las películas bélicas estaban censuradas en Japón por motivos obvios, así que Fuego en la Llanura fue una de las muchas obras aparecidas en esa década que quisieron llenar ese hueco una vez levantada la prohibición y atreverse a reflejar el tema sin tapujos ni censuras, sin tópicos ni buenos ni malos (los soldados japoneses del film perecen tanto ante los americanos como ante sus mismos compatriotas). Aún hoy en día sigue siendo uno de los mayores alegatos antibelicistas de la historia del cine, una mirada descarnada que demuestra cómo la guerra ha reducido al ser humano al más bajo nivel hasta convertirlo en un monstruo.

Fuego en la llanura3

Veinticuatro Ojos [Nijushi no hitomi] (1954) de Keisuke Kinoshita

24ojos45

Conmovedor film japonés situado en la pequeña y humilde isla de Shodoshima a finales de los años 20, donde llega una joven profesora nueva llamada Hisaki Oishi para educar a doce alumnos de primer curso (de ahí el título del film, ya que serán los veinticuatro ojos de estos niños los que estarán observándola durante su primer año en la escuela).

Ésta es junto a Carmen Vuelve a Casa (1951) y La Balada de Narayama (1958) la película más famosa del olvidado director Keinosuke Kinoshita, que también firma aquí el guión basado en una novela. Veinticuatro Ojos es uno de los mayores exponentes de la excelente salud de la que gozaba el cine japonés en los años 50 tras haber superado la dura posguerra y que le permitió darse a conocer exitosamente en occidente.

En mi opinión, una de las claves del film es que consigue combinar perfectamente momentos preciosos y emotivos con otros de una terrible crudeza. Kinoshita no cae en el recurso de mostrar en la primera parte una visión idealizada de la infancia de los niños para después mostrarnos su futuro, sino que en todo momento planea sobre los niños la amenaza de lo que les espera en el mañana. De hecho una de los primeros comentarios que hace la profesora a su madre sobre sus jóvenes alumnos es que después de clase no tienen tiempo para jugar porque han de ayudar a sus humildes familias a seguir adelante.

24ojos2

La primera parte de la película nos muestra uno de los temas más habituales en el cine japonés de la época, que es el enfrentamiento entre la tradición japonesa y la modernidad. La nueva profesora no gusta a la gente del pueblo debido a que tiene el descaro de vestir con ropa moderna y viajar en bicicleta, algo inaudito para una mujer en el Japón más rural y tradicional de 1928. Además, en la escuela se toma algunas libertades bastante chocantes como preguntar a los niños qué apodo tienen para dirigirse a ellos por éste o hacerles cantar canciones no tradicionales.
La hostilidad de la gente del pueblo cesará cuando la profesora sufra un accidente por culpa de una pequeña travesura y se tuerza el tobillo. Los alumnos deciden ir a visitarla a su casa ignorando que se encuentra a muchísima distancia de la escuela y cuando llegan ahí están cansados y hambrientos. La dulce Hisako les consolará y les proporcionará una buena comida, acto que hará que los padres de los pequeños se reconcilien finalmente con la profesora.
Esta primera parte del film es la más agradable y emotiva. Cabe reconocer que tanto la protagonista (Hideko Takamine, una de las actrices más importantes de la historia del cine japonés) como los niños hacen un gran trabajo y resultan totalmente convincentes. Además, Kinoshita se sirve del paisaje para enmarcar a los personajes en un entorno que es al mismo tiempo hermoso (los paisajes rurales, los numerosos planos del mar…) pero no idealizado, ya que en todo momento vemos las humildes y a veces incluso desastrosas casas de los habitantes del pueblo.

Debido al accidente, Hisako tendrá que trasladarse del colegio durante cinco años. A su retorno los niños han cambiado sustancialmente y están empezando a pensar en su futuro, pero le siguen guardando el mismo cariño que cinco años atrás. Es entonces cuando la dura realidad empieza a afectar directamente a la vida de muchos de ellos.
Una joven pierde a su madre, enferma tras un parto, y debe dejar la escuela para cuidar del bebé, que inevitablemente acaba muriendo también. Sola y con un padre hundido y entregado al alcohol, es adoptada. Más adelante en una excursión escolar Hisako descubrirá que ahora tiene una dura vida como camarera. Cuando después de su encuentro la pequeña sale en busca de la profesora para decirle unas últimas palabras, se esconderá muerta de vergüenza al ver a sus antiguos compañeros. Resulta terrible comprobar en qué se ha convertido la vida de esa niña que poco antes pedía caprichosamente a su madre una fiambrera con dibujos de azucenas porque todas las niñas de clase tenían una nueva.

24ojos3

Esa mencionada excursión que la profesora se encarga de recalcar que es un momento para recordar toda la vida, será el momento que separe definitivamente su infancia de la edad adulta. En el viaje en barco los niños todavía son felices e inconscientes, y comentan alegremente cómo se han pagado la excursión trabajando o ahorrando mucho. A partir de entonces empiezan a surgir más problemas relacionados con su futuro. Una de las niñas con especial destreza para el canto quiere estudiar música pero está condenada a trabajar en el restaurante de sus padres. Todos los niños quieren convertirse en soldados porque eso es mejor que ser pobres pescadores como sus padres. Y lo peor de todo es que Hisoki no puede hacer nada para evitarlo, el film plantea todos estos hechos como una inevitable consecuencia del destino sin dar esperanza a cambiarlos. Esto se refleja a la perfección en el momento en que una alumna le confiesa llorando el estado de miseria en que están sus padres a lo que la profesora le responde: «No te desanimes, tienes que ser fuerte. A lo mejor te estoy pidiendo un imposible pero no sé que otra cosa puedo decirte. Si tienes ganas de llorar, ven a visitarme y lloraremos juntas«.

Los tiempos se vuelven duros, Japón se va a enfrentar a un largo periodo de guerras y en la escuela Hisoki sufre amenazas de ser acusada de comunista. Incapaz de poder contemplar cómo las vidas de sus adorados niños se abocan a la desgracia, decide dejar el trabajo de profesora: «Me gustaría dejarlo y abrir una tienda de dulces. Creo que he hecho todo lo que he podido por mis estudiantes, pero es imposible que haya lazos duraderos entre nosotros. Los profesores y los alumnos están unidos por los libros de texto oficiales. Siempre es «lealtad y patriotismo», la mitad de mis alumnos quieren ser soldados… ¡lo odio!«. A lo que su marido responde irónicamente «¿Quieres acabar con la guerra abriendo una tienda de dulces?», dando a entender algo que ella pronto descubrirá por sí sola y es que por mucho que intente huir de la realidad alejándose de la escuela, tendrá que seguir enfrentándose a ella.

Cuando la paz vuelve a Japón, Hisoki decide regresar a la escuela, donde ahora enseñará a los hijos de sus antiguos alumnos. En homenaje a su antigua profesora, los supervivientes de aquella clase hacen una fiesta en su honor, una escena que refleja la devoción tan típicamente nipona hacia los profesores. Durante la fiesta surge un momento precioso cuando contemplan la fotografía que se hicieron juntos 17 años atrás siendo unos niños y le preguntan a uno de los presentes, que se ha quedado ciego por culpa de la guerra, si la recuerda. Éste responde que la puede ver perfectamente y empieza a describirla con detalle. Tras tanto tiempo y tantas desgracias, sigue permaneciendo imborrable en sus mentes el recuerdo de los rostros de aquellos felices e inocentes, rostros de unos niños aún inconscientes del futuro que les esperaba.

24ojos1