Japón

Cold Rice, Osan and Chan [Hiya-meshi to Osan to Chan] (1965) de Tomotaka Tasaka

Poco a poco sigo indagando en la filmografía de Tomotaka Tasaka, un cineasta muy interesante del que ya comenté por aquí algunas de sus películas. En los años 30 hizo una serie de películas que tienen muy buena fama y que aún no he visto como Five Scouts (Gonin no sekkohei, 1938) o Mud and Soldiers (Tsuchi to heitai, 1939). Por desgracia fue víctima de la bomba atómica en Hiroshima al final de la II Guerra Mundial y eso provocó que tuviera que mantenerse varios años inactivo hasta que lograra recuperarse. Los filmes que he visto yo pertenecen a la segunda etapa de su carrera y me llamaron la atención por su inusitada larga duración, destacando sobre todo el melodrama familiar A Slope in the Sun (Hi no ataru sakamichi, 1958).

En Cold Rice, Osan and Chan (Hiya-meshi to Osan to Chan, 1965) sus tres horas están más que justificadas al ser una película que adapta tres relatos de Shugoro Yamamoto, todos ellos ambientados en el periodo Edo, que además están protagonizados por el mismo actor, Kinnosuke Nakamura (quien curiosamente ya había interpretado a diferentes personajes en una misma película en Bushido (Bushidô zankoku monogatari, 1963) de Tadashi Imai).

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Nightingale [Uguisu] (1938) de Shirô Toyoda

Cualquier lector habitual de este humilde gabinete cinéfilo sabrá desde hace ya tiempo que este Doctor siente una debilidad especial por el cine japonés clásico. Pero debo decir que, sin tener por qué ser necesariamente la mejor década de todas, tengo una fijación especial con los filmes producidos allá en los años 30, hasta el punto de que disfruto incluso de películas muy menores de esos años. El por qué no lo tengo muy claro, pero quizá se deba a que, más allá de ser una década repleta de grandes películas, el cine japonés de esos años tiene una forma de narrar las historias muy particular que luego fue cambiando después de la II Guerra Mundial. No soy suficiente experto en la materia como para concretar más esto, pero noto en muchos dramas y comedias de ambientación contemporánea de los años 30 un tono que podría pasar como «casual», poco dado a enfatizar los puntos más dramáticos, casi como si se prefirieran tratar las historias con cierta delicadeza (en el caso de los dramas) o ligereza (en el caso de las comedias). Eso puede llevar al error de ver algunos de esos filmes como intrascendentes. No pasa gran cosa. O más bien sí que pasa, pero al no remarcarse no da esa sensación. Parece a veces incluso que la narrativa es torpe, porque pasa muy por encima por elementos cruciales y deja aspectos importantes sin resolver. Pero todo ello forma parte de su encanto especial.

Shirô Toyoda es un cineasta poco recordado hoy día pero que tiene una filmografía potencialmente muy interesante en la que merecería la pena profundizar. Se le asocia sobre todo a adaptaciones de obras literarias de prestigio como El País de la Nieve (Yukiguni, 1957), que trasladaba a la gran pantalla el célebre libro de Kawabata o Wild Geese (Gan, 1953), mi favorita de las que he visto suyas hasta ahora. Nightingale (Uguisu, 1938) pertenece a su primera época y es un ejemplo perfecto de los rasgos que antes cité que para mí hacen del cine japonés anterior a la Segunda Guerra Mundial una experiencia muy especial.

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Children of the Beehive: What Happened Next [Sono ato no hachi no su no kodomotachi] (1951) de Hiroshi Shimizu

En 1948 Hiroshi Shimizu realizó una de las obras fundamentales del cine japonés de posguerra, Los Niños de la Colmena (Hachi no su no Kodomotachi, 1948), en que explicaba las vicisitudes de un grupo de niños huérfanos que acompañaban a un joven soldado sin familia que volvía del frente en busca de un lugar donde establecerse. Aparte de ser un retrato valiosísimo del Japón de posguerra, el filme destacaba porque Shimizu empleó en él a niños huérfanos de verdad que había rescatado de la calle y que por aquella época tenía acogidos en su casa, haciendo que el resultado final fuera especialmente auténtico.

La película tuvo un gran éxito en su momento, y eso motivaría a su creador a filmar una secuela años después: Children of the Beehive: What Happened Next (Sono ato no hachi no su no kodomotachi, 1951), en la que, como indica su título, explica qué fue de esos niños después de haber logrado asentarse.

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Violent Panic: The Big Crash [Bôsô panikku: Daigekitotsu] (1976) de Kinji Fukasaku

El enorme éxito de Batallas sin Honor ni Humanidad (Jingi naki tatakai, 1973) convirtió a Kinji Fukasaku en uno de los directores más importantes de Japón en una década bastante complicada para el cine del país, y de paso puso de moda las películas de yakuzas, que se prestaban a dar rienda suelta al estilo ultraviolento y cínico que caracterizaba buena parte del cine de la época. En cierto momento, Fukasaku decidió alejarse un poco del género de yakuzas y apostar por el thriller puro y duro con otro género bastante en boga en los 70 como eran las películas de atracos, haciendo su aportación con Violent Panic: The Big Crash (Boso panikku: Dai gekitotsu, 1976).

La trama nos ofrece el clásico relato de atracadores que planean un «último gran golpe» después del cual quieren retirarse. En este caso se trata de dos amigos, Mitsuo Seki y Takashi Yamanaka, que han puesto en jaque a la policía robando varios bancos del país con la idea de conseguir suficiente dinero para escapar a Brasil. Pero en el último atraco las cosas no salen como estaba previsto y Mitsuo muere. Takashi logra escapar, pero se le complican las cosas para huir del país: la policía está tras su pista y el hermano de Mitsuo intenta robarle el dinero que ha acumulado tras tantos atracos. Además, se encuentra en medio de una tormentosa relación con Michi, una prostituta con la que quiere romper pero a la que se siente más unido de lo que le gustaría admitir.

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Tierra [Tsuchi] (1939) de Tomu Uchida

Tierra (Tsuchi, 1939) de Tomu Uchida es sin duda una de las películas más legendarias del cine japonés, tanto por su contenido como por toda la leyenda que le rodea. Se preguntarán entonces por qué no es un filme que se comente, cite o recomiende a menudo, y me temo que la respuesta es bastante desmoralizadora: la única copia que circula de la película está incompleta y es de una pésima calidad.

Si bien el montaje original de Uchida duraba unos 140 minutos, la única copia que podemos ver hoy día con cierta facilidad es una versión subtitulada en alemán de 93 minutos a la que le faltan el primer y último rollos. No solo la calidad de imagen es mala, sino que unos pocos diálogos están sin subtitular y de otros es imposible leer la traducción al alemán, de modo que a no ser que sepan japonés se perderán algunas frases de la película. Aparentemente existe una copia encontrada en Rusia de casi dos horas que además fue restaurada… pero por desgracia no parece estar disponible para el gran público ni para genios del mal. De modo que, de entrada, hemos de partir del inconveniente de que tendremos que juzgar esta película en base a una copia que no le hace justicia.

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Gigantes y Juguetes [Kyojin to gangu] (1958) de Yasuzo Masumura

La recuperación económica que experimentó Japón en los años 50 después de una dura posguerra ha sido tildada literalmente de «milagro» por muchos historiadores. Pero ese proceso de crecimiento no vino por si sólo, ya que contó con el apoyo de los Estados Unidos, quienes no desaprovecharon la oportunidad para importar su modelo económico (y, ya de paso, cultural), introduciendo en el país del sol naciente las nociones del capitalismo más salvaje. En consecuencia, toda esta prosperidad vino de la mano de una «americanización» y una asimilación de la filosofía ultracompetitiva del capitalismo. Lo cual incluyó a su vez un boom del mercado publicitario para dar a conocer a los ciudadanos (a partir de ahora, consumidores) una serie de productos que quizá no sabían que necesitaban y que de repente se volvieron imprescindibles.

En su segunda película, Gigantes y juguetes (Kyojin to gangu, 1958), Yasuzo Masumura esbozó una sátira sobre esa sociedad consumista y superficial a través de las feroces campañas de publicidad que enfrentan a las tres grandes empresas manufacturadoras de caramelos del país: World Candy, Giant y Apollo (primer apunte: no es casual que sus nombres estén en inglés). Al frente de la campaña de World Candy se encuentra Mr. Goda, un ambicioso empresario que para vencer a sus rivales propone una doble estrategia en colaboración con su aprendiz Yousuke Nishi: regalar premios relacionados con la imaginería aeroespacial y, en paralelo, crear una nueva estrella de moda a partir de una humilde taxista llamada Kyoko, para luego contratarla como imagen de su marca.

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Tsuruhachi y Tsurujiro [Tsuruhachi Tsurujirô] (1938) de Mikio Naruse

A estas alturas, tras haber visto un número considerable de películas de la amplia filmografía de Mikio Naruse y no quedándome ya ninguna de sus obras consideradas imprescindibles, he llegado a un punto en que a veces opto sencillamente por ver alguno de sus filmes al azar. Una de las grandes bendiciones que nos ha aportado internet es el poder navegar prácticamente sin límite por las filmografías de cineastas tan prolíficos como Naruse, sin depender ya de cuáles de sus películas existen en DVD. Y eso quiere decir que por tanto uno puedea pensar un aburrido viernes noche: «Bah, voy a ver una película de Naruse que no conozca de los años 30. Cualquiera. La primera que se me presente«. La mayoría de veces me he topado con películas menores, como esperaba, pero hasta ahora ninguna que considere mala. Y eso que soy consciente de que es matemáticamente imposible que un hombre que rodó tantas películas no tenga alguna realmente floja. Pero de momento siempre he encontrado al menos algún detalle o aspecto interesante en todo lo que he visto suyo, incluso en obras más rutinarias. No descarto sin embargo que simplemente aún no se me hayan cruzado algunas de sus películas más flojas.

Muy de vez en cuando me llevo alguna sorpresa agradable. Un filme del que no tenía ninguna referencia, que he visto por puro azar y que me ha acabado pareciendo una obra más que reseñable. Es lo que me ha sucedido con Tsuruhachi y Tsurujiro (Tsuruhachi Tsurujirō, 1938), que trata sobre dos artistas musicales que actúan como dúo: él, Tsurijirō, es el cantante y ella, Tsuruhachi, toca el shasmisen. Ambos se conocen desde niños porque la madre de ella, una gran artista, les enseñó todos los secretos de su arte. Con su mentora fallecida, los dos consiguen un gran éxito allá donde actúan pero su relación está siempre plagada de tensión: a veces él le reprocha a ella que no ha tocado suficientemente bien, pero ella no está de acuerdo. En paralelo a sus continuas discusiones, en que se prometen no tocar juntos y luego vuelven a reconciliarse, Tsuruhachi se plantea casarse con un admirador, el acaudalado y dócil Matsuzaki.

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Los Compromisos del Trío [Konyaku Samba-garasu] (1937) de Yasujirô Shimazu

Yasujirô Shimazu es una de las grandes figuras del cine japonés de antes de la II Guerra Mundial que ha quedado olvidado con el tiempo, seguramente a causa de que muchas de sus obras han desaparecido o solo se encuentran por internet en copias a muy mala calidad – tampoco ayuda compartir nombre y un apellido muy parecido con dos de los mejores directores contemporáneos suyos: Yasujirô Ozu e Hiroshi Shimizu. Shimazu fue uno de los grandes creadores de un género muy importante en el primer cine japonés, el conocido como «shomin-geki», películas que trataban sobre la vida cotidiana de personajes de clase humilde. Hoy día asociamos este tipo de filmes principalmente a Ozu, pero en realidad el gran pionero fue Shimazu, el responsable de que se asociaran a la productora Shochiku.

El filme que nos ocupa ahora, Los Compromisos del Trío (Konyaku sanbagarasu, 1937), supone al menos en la teoría un equivalente a las célebres screwball comedies estadounidenses que tanto éxito estaban teniendo en todo el mundo. El punto de partida son tres hombres de clase humilde y sin trabajo, Shuji, Kean y Shin, que son contratados en unos grandes almacenes y se enamoran de la hija del dueño, Reiko (interpretada por Mieko Takamine, hermana mayor de la que sería una de las grandes actrices del cine japonés, Hideko Takamine). El problema es que no solo compiten entre ellos por conseguir el favor de la joven, sino que tienen ya otras pretendientes de antes de conseguir el trabajo a las que comenzarán a dar largas.

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Mujer [Onna] (1948) de Keisuke Kinoshita


Hasta hace unos años yo tenía asociado a Keisuke Kinoshita a un tipo de cine comercial más o menos previsible, lo cual no quiere decir que no fuera talentoso – de hecho Veinticuatro Ojos (Nijushi No Hitomi, 1954) ya he dicho en más de una ocasión que es una de mis películas favoritas del cine japonés clásico. No obstante, hace poco el visionado de Ella Era como un Crisantemo Salvaje (Nogiku no gotoki kimi nariki, 1955) me dejó boquiabierto y me hizo replantearme la visión que tenía de Kinoshita. Que conste en acta que para mí ser un director comercial no es algo malo, al fin y al cabo los cuatro grandes del cine japonés eran cineastas exitosos en taquilla, pero en Kinoshita el matiz que creía ver erróneamente era el de un muy competente cineasta de estudio que apenas me depararía sorpresas. Craso error que estoy intentando subsanar.

Y como muestra de ello hoy rescato una obra que, sin ser de sus películas más logradas, sí que es de las más curiosas y que mejor sirven para demostrar que Kinoshita era un cineasta con personalidad propia. Bajo el título tan vago y perezoso de Mujer (Onna, 1948), que incluso tras el visionado sigo sin entender, se encuentra en realidad un tour de force: una historia que Kinoshita y dos actores deben tirar adelante con en el mínimo de elementos posibles. Situada dentro del enorme ciclo de dramas de posguerra que inundaban la cinematografía japonesa de la época, Mujer tiene como protagonista a Toshiko, una cantante y bailarina que se gana la vida en un club nocturno y que un día es requerida por su amante Tadashi para que escape con ella. Pronto Toshiko descubre que Tadashi ha participado en un robo durante el cual atacó a un agente de policía, y su idea inicial es separarse de él. Pero éste le insiste para que no le deje asegurando que la necesita para reencauzar su vida.

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Bushido [Bushidô zankoku monogatari] (1963) de Tadashi Imai

A la hora de plantear una película ambientada en tiempos muy lejanos al nuestro hay a menudo un problema de base a tener en cuenta: el hecho de que esos personajes, que datan de épocas totalmente distintas a la nuestra, tengan un comportamiento o código de valores tan ajeno a nosotros que nos resulte a veces muy difícil o casi imposible entender su comportamiento. Si además entra en juego una serie de reglas especiales, basadas en un férreo sistema de valores propio, la historia puede llegar a ser chocante. Esto implica para el cineasta una curiosa disyuntiva. Si adapta el carácter o comportamiento de los personajes a lo que nosotros entendemos como lógico o normal, a cambio estará mostrando una visión poco fidedigna de la época (algo que en sí mismo no tiene por qué ser sinónimo de un mal filme, aceptando que estamos viendo una ficción para pasar el rato, pero que puede ser problemático si lo que se buscaba era ser lo más fiel posible a dicho contexto). Pero por otro lado, si prefiere mantenerse fiel a cómo cree que deberían reaccionar o comportarse esos personajes que nos son tan ajenos, se corre el riesgo de perder uno de los puntos básicos para que una película funcione: empatizar con sus protagonistas. Un primer ejemplo que me viene a la cabeza es la película checa de excelente ambientación medieval El Valle de las Abejas (Údolí vcel, 1968) de Frantisek Vlácil, pero creo que pocas veces he notado esa problemática de forma tan clara como en Bushido (Bushidô zankoku monogatari, 1963) de Tadashi Imai. No se asusten si les parece que estoy disperso porque, como veremos en breve, la idea que expongo aquí creo que es ni más ni menos que la base fundamental del filme.

Ya de entrada la película empieza pillándonos completamente desprevenidos mostrándonos unos planos de una ambulancia llevando a una chica que ha intentado suicidarse a un hospital. ¿No se suponía que íbamos a ver una película de samuráis? El narrador, que es su prometido, explica entonces en tono pesaroso que se siente culpable pero, ojo al dato, para explicarnos el por qué de lo sucedido de repente se lanza a explicarnos la crónica de su familia a lo largo de los siglos, que ha sido históricamente una dinastía de samuráis. ¿Qué rayos puede tener que ver que los tatarabuelos de este hombre fueran samuráis con que su prometida se haya intentado suicidar? Tengan paciencia, puede parecer un giro muy enrevesado, pero cuando lleguen al final podrán entender a qué viene este prólogo y epílogo.

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